Que la educación ha de aspirar a la emancipación intelectual y social del individuo de ninguna manera supone el rechazo a su dimensión afectiva. Es más, educar intelectualmente requiere de ese afecto. Lo que sí dificulta nuestra labor es el emotivismo, con su invasión de la intimidad del alumno y su superficialdad. El afecto que se necesita en la educación es el que proviene de affectus y que significaba originariamente "disposición del alma". Esta disposición es la que debemos pedir a nuestros alumnos y sobre la que debemos trabajar.
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