Lamento de veras tener que salir al paso de las
declaraciones de un compañero de profesión, pero me siento obligado a rebatir algunas de las afirmaciones de Alberto Arriazu, director de instituto y
Presidente de FEDADi (Federación de Asociaciones de Directivos de Centros
Educativos Públicos), en una reciente entrevista a la Agencia EFE. En realidad, reduciré mis objeciones a una, por su gravedad:
decía Alberto Arriazu que un director "no puede impedir" que un profesor
utilice una metodología en clase "absolutamente convencional y
aburrida".
Cada vez es más evidente que las aspiraciones de
docentes y directivos, en otro tiempo concordantes, han tomado caminos muy distintos. Y es que
muchas de las reivindicaciones de las asociaciones de directores de instituto
son claramente incompatibles con las demandas de gran parte del profesorado y hasta con los principios de transparencia, igualdad, mérito y capacidad. No
vale la pena entrar hoy en todas esas disconformidades porque lo
desafortunado de la manifestación del Presidente de FEDADi me lleva a defender
la labor del profesor ante lo que me parece un ataque en toda regla que habría firmado la mismísima primatóloga Gomendio. La injusta generalización sobre el
supuestamente convencional y aburrido método de los profesores no es
desacertada por falsa, pues no dudo que habrá profesores aburridos e incluso
malos profesionales, como en todas las profesiones y actividades que podamos
imaginar (seguro que también hay por ahí algún que otro director no
excesivamente jovial ni cachondo). La generalización es desacertada por lo que da a
entender: que el director, que, faltaría más, hace todo lo que está en sus
manos y hasta lo que no por el mejor funcionamiento de la educación pública, no
puede llegar a todo ni solucionar todos los problemas, por ejemplo, el de los
profesores aburridos, desganados, inapetentes, soporíferos o cargantes. Toda
crítica debe ser tenida en cuenta, siempre que sea constructiva. Pero no parece
que sea este el caso. Más bien parece que el Sr Arriazu, que representa a los directivos de instituto de toda España, prefiere lavarse las
manos y echar a los profesores a los leones. Cuando este vicio, porque culpar
al docente es ya un vicio, para algunos casi una adicción, lo encontramos en
pseudoexpertos que nada saben de educación aunque pontifiquen, resulta poco más
que anecdótico (aunque también debe contrarrestarse por el excesivo
protagonismo que los medios conceden a tanto iluminado). Lo malo es que sean
quienes en teoría representan a los directivos de los centros públicos los que
compran y luego venden la tan cacareada falta de ¿carisma? metodológico en el
profesor. Que un charlatán tache de
trasnochado al profesor porque no innova, no es creativo, no está a la última o
no sabe motivar a sus alumnos (¡cuándo se darán cuenta de que jamás, por regla
general, los alumnos han querido aprender por propia iniciativa!) no reviste la
misma importancia que si un colega con amplia experiencia docente y no dudo que
con capacidad y solvencia intelectual y profesional, realiza unas declaraciones
tan imprudentes, que ponen en cuestión la profesionalidad de la
inmensa mayoría de los profesores y que, además, no se sostienen por dos
motivos fundamentales.
Primero, la mitificación de la metodología en
detrimento de los contenidos (el sometimiento del "qué" al "cómo")
es precisamente uno de los grandes errores que se han cometido en la enseñanza.
La metodología es algo muy personal y que depende en gran medida de la
experiencia. Nadie niega la imprescindible capacidad didáctica que debe
atesorar un docente, pero siempre partiendo de un profundo conocimiento de su
materia.
Segundo, "convencional" y
"aburrido" no son sinónimos, aunque probablemente no han sido asociados
de manera fortuita. Convencional es aquello que proviene de un pacto o se
atiene a las normas mayoritariamente observadas en virtud de precedentes; en un
sentido peyorativo, puede ser algo poco original. ¿Debe ser original un
profesor? Cuestionable. Aburrido sí tiene una connotación negativa obvia:
aquello que causa, cansancio, fastidio, que no divierte. Pero vuelvo a preguntar:
¿debe el profesor divertir o enseñar? Porque para juzgar a un profesional, antes
debemos tener claro qué debe exigírsele, si divertir mediante la búsqueda de la
originalidad o algo menos sugerente pero mucho más importante: enseñar.
Lo triste no es que se haya tragado alguna de las bolas al uso (probablemente no sería director si no aparentara al menos habérselas tragado y asimilado), sino que, por el espacio dedicado en la entrevista, más que la educación, lo que parece preocuparle es lo suyo, o sea, el típico 'qué hay de lo mío': el curso para seguir siendo director, sus atribuciones y competencias, el que no lo hayan invitado a evacuar consultas con el ministro, etc. Hay demasiados ya que son, de profesión, director.
ResponderEliminarDesde luego, es preocupante que los problemas de profesores y directores hayan dejado de ser los mismos. Un saludo y bienvenido.
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