jueves, 31 de marzo de 2016

Contra la nueva educación en Catalunya Vanguardista


Catalunya Vanguardista es una excelente revista digital sobre actualidad científica, cultural, económica, social y gastronómica. En ella pueden leerse entrevistas y reportajes de lo más interesante. Es un honor que hayan hecho hueco a Contra la nueva educación. Xavier Massó, que además iniciaba recientemente en su blog una aproximación a mi libro y al de Ricardo Moreno, ha tenido la gentileza de reseñar mi ensayo. 

Entre otras cosas, dice Xavier:

A lo largo del libro, Alberto Royo se dedica a pasar revista a todas las novedades, innovaciones y elucubraciones educativas que tanto pábulo y difusión merecen por parte de los medios de comunicación, y a las cuales se abrazan nuestras autoridades. Y lo hace sin concesiones a la timorata corrección política impuesta por el pensamiento único educativo. Capítulo por capítulo, transcurren por el libro los personajes y los proyectos educativos más de moda actualmente. Desde la mistificación de la inteligencia emocional, o los «cariñogramas» como proyecto curricular de ciertas escuelas «innovadoras», hasta el coaching de los vendedores de humo educativo. Todo lo que sea, menos enseñar y reivindicar la necesidad del esfuerzo y el valor del conocimiento. O la fiebre por el nuevo talismán educativo, el espíritu emprendedor. Ahora lo que hay que producir no es gente culta y formada –el conocimiento ya está en internet-, sino emprendedores. Y como él mismo se pregunta muy acertadamente ¿Cómo se transmite esto? ¿No estaremos volviendo al oscurantismo?

La crítica completa, aquí.

miércoles, 23 de marzo de 2016

Cintora a pie de calle o ¿será mejor que me calle?

Imagen de Cuéntame cómo pasó (TVE) Cintora a pie de calle (Cuatro)

Ayer, por consejo de un amigo que intuía, como yo, lo que podía ocurrir, decidí no ver el programa de Jesús Cintora en Cuatro, en el que se iba a incluir una entrevista que se me había solicitado (insistentemente) desde Cuarzo Producciones. Según me dijeron en estas primeras conversaciones telefónicas, estaban preparando un nuevo programa y querían dedicar uno de los capítulos a la educación (así me lo indicaron, a la educación en general) a propósito de la publicación de mi libro Contra la nueva educación, pues les "interesaba mucho mi punto de vista". Pregunté entonces quién más tenían previsto que apareciera en el programa, a lo que se me respondió que solamente me iban a entrevistar a mí, que no se trataba "de ningún debate" y que pensaban también preguntar a "personas de la calle".

Días después de finalizada la entrevista, conocí que el programa tenía un título que acotaba bastante el asunto ("Malditos deberes"), un título, por cierto, con evidente intención de influir en la opinión del espectador. Supe también, por las noticias previas a la emisión del programa, que en el mismo se difundirían las opiniones de José Antonio Marina y César Bona, entre otros. Fue entonces cuando me di cuenta de que el objetivo del programa no era contraponer posturas para crear debate sino colocarme a mí en el bando de los nostálgicos, reaccionarios y torturadores de niños, para ensalzar las nuevas (nuevas, ja) corrientes pedagógicas buenrollistascelebradores de lo lúdico (por usar la expresión que mi admirado Antonio Muñoz Molina emplea en el prólogo del libro). Así, en la intervención de Cintora en el programa de Ana Rosa Quintana, este relacionaba el "esfuerzo" con aquello de "la letra con sangre entra". 

Ahora que ya he podido ver el programa, quiero manifestar que no estoy de acuerdo ni con el título, ni con el enfoque ni con el trato desigual que se ha dado a uno y otros. Les argumentaré enseguida por qué tengo tan mala impresión del programa de ayer.

Un programa que, según su director, pretende buscar "explicaciones a los asuntos que más preocupan a la sociedad española desde todos los ángulos posibles" no puede comenzar con un vídeo en el que la conclusión ya está extraída: los deberes son un abuso. Y ha de ser coherente con su finalidad (manifestada públicamente) de enfocar los temas "desde todos los ángulos posibles". Me temo que la única voz discordante en el programa fue la mía. El programa podría haberse orientado de varias maneras, quizás preguntando para intentar después encontrar respuestas: "¿Son excesivos los deberes"? "¿Son útiles los deberes?" "¿Cómo han de ser los deberes?" Pero no. Durante el primer minuto de programa ya se nos había asegurado que son un abuso. Para redondear este comienzo, en la entradilla, una voz en off relaciona el abandono escolar prematuro con el exceso de deberes (que ya es relacionar) y nos explica que estamos, respecto a la media europea, en la cola en cuanto a lectura, ciencias y matemáticas (¿¿por culpa de los profesores que mandamos deberes?? -por cierto, yo apenas mando tarea para casa-). Para el periodista Cintora, pese a lo mal que funciona el sistema educativo, seguimos sin tener un "pacto político para la enseñanza" (y que no lo haya, por favor -esto es mío-). Sigamos.

Cintora llega a una casa para empezar el día cambiando impresiones con dos niñas justo antes de ir al colegio (las niñas, no Cintora). Vemos un despertador que marca las siete y media de la mañana, parece que para dar a entender lo traumático que es para los niños madrugar (dependerá también, digo yo, de la hora a la que se acuesten y de si antes de dormir charlan o leen o se dedican a ver la tele o jugar a la play o con la tableta de papá -o la suya propia-). La madre se lamenta de la cantidad de tareas que tienen sus hijas. El periodista se pregunta si "se puede vivir" así. Claro que incluye en ese sinvivir las actividades extraescolares a las que les apuntan los padres (porque ellos quieren, ¿no?). Por lo demás, ¿quién podría defender un exceso de deberes? ¿Son perjudiciales los deberes por el hecho de ser deberes o lo son solamente si están mal planteados o son desproporcionados? Parece que estas preguntas no son pertinentes. O sea que son impertinentes. 

Pregunta Cintora a una de las niñas "si le gusta ir al cole". No sé qué respuesta esperaba, la verdad, pero no parece sorprenderse cuando la niña dice que no (bueno, que "a veces sí a veces no"). Lo mejor viene a continuación. "¿Y qué podemos hacer para que te gustara siempre?" Cintora, sin que me figuro fuera su intención, daba con esta pregunta con una de las claves del desastre educativo, pues el simple hecho de hacerla explica bastante bien por qué estamos como estamos en educación. El fin de la enseñanza ha dejado de ser que los alumnos aprendan. Ahora tienen que ir al cole contentos. No entiendo, de verdad que no lo entiendo por mucho que lo intente, por qué en el 2016 es imprescindible que nuestros alumnos quieran ir a clase. Yo no quería cuando me tocaba hacerlo y ahora me encanta estudiar. Entonces lo hacía porque me decían que tenía que hacerlo. Y no estaba de acuerdo. Prefería hacer otras cosas. Sin embargo, algo ha debido ocurrir, algo gordo, algo trascendental, que ha hecho que no podamos decirles a nuestros hijos, a nuestros alumnos, "debes hacerlo aunque no quieras". Claro que un padre o un profesor debe intentar dar las explicaciones pertinentes: "es importante para ti", "te vendrá bien en el futuro".... pero tenemos que ser conscientes de la mayoría no lo entenderán hasta mucho más adelante. Y desde luego no nos lo agradecerán hasta mucho más adelante.

Cintora acompaña a Adriana, que así se llama la niña, a la escuela, dándole ánimos como si la pobre cría estuviera dirigiéndose al centro penitenciario. Fuera, en la calle, hablan Susana, la madre de Adriana, y Eva Bailén, definida por Cintora como "madre coraje", deduzco que para reforzar la imparcialidad del programa (es un comentario irónico, sí), la autora de aquel vídeo en el que se decía que los deberes han robado la infancia a nuestros niños. Cintora, en su papel de periodista que se limita a recoger distintas opiniones sin tomar postura (en efecto, también este es un comentario irónico), le sugiere a Eva que "hay quien dice" (algo así como el "alguien ha matado a alguien" de Gila) que hay que inculcarles (en realidad él dice "meterles") el sentido de la responsabilidad y el esfuerzo", a lo que replica Eva que "a un niño de seis años no podemos meterles la responsabilidad y el esfuerzo con calzador pensando que tiene que ir ya a la universidad". Y tiene razón en parte, Eva. Primero, con calzador (que supongo es una forma de decir "a las malas") es mejor no meter nada, salvo los pies en los zapatos. Segundo, la responsabilidad y el esfuerzo son valores positivos que deben transmitirse a los niños desde que son pequeños, con afecto, con cariño, con infinita paciencia. Tengo un hijo de casi seis años. No trae deberes a casa todavía, pero mi mujer y yo hacemos lo posible por conseguir que entienda que debe ir asumiendo responsabilidades (siempre ajustadas a su edad) como comprar el pan, vestirse solo, cuidar un momento de su hermana pequeña... y que debe esforzarse porque lo que uno consigue con esfuerzo resulta mucho más satisfactorio que lo que le regalan. Que no cunda el pánico. Me refiero a cosas como llevar la taza a la fregadera o conseguir escribir una palabra que no le sale. "Los niños a los seis años deben jugar", reivindica Eva Bailén. ¡Faltaría más! Y aprender, que es algo que les entusiasma. Indagar, descubrir cosas que desconocían, resolver enigmas, superar retos... Inmediatamente llega otro asunto recurrente: la "educación bulímica" que, según la Sra Bailén, es aquella que consiste en "engullir" (contenidos) y "vomitarlos el día del examen" (la idea es originalmente acasiana, así que espero que Bailén no tenga problemas con los derechos de autor). Hablar de educación "bulímica" me parece, además de frívolo, ridículo. Sería como acusar a los médicos de evitar que los pacientes salgan con éxito de una operación porque pueden volver a enfermar. Un paciente ha de curarse y tratar de cuidarse después. Un estudiante que no repasa lo que ha estudiado para un examen, olvidará casi todo (nunca todo). Un paciente que no sigue las indicaciones de su médico, como un alumno que estudia de cualquier manera, tiene una parte importante de responsabilidad en el fracaso del tratamiento o del estudio. En cualquier caso, afrontar un examen es provechoso como ejercicio de superación y, por otro lado, como digo, la manera de preparar un examen no puede ser memorizar sin entender nada sino memorizar lo imprescindible comprendiendo lo demás. Menos mal (hay esperanza) que otra de las madres que se unen a la conversación se declara (¡valiente!) defensora de los deberes y, ante el estupor (estoy seguro) de los asistentes, Cintora incluido, matiza con sensatez y habla de "poco a poco", de "un modo progresivo", "en función de las edades de los niños", de "ir adquiriendo un hábito de trabajo" y "a la vez", de "ir asimilando los conocimientos que se han adquirido en el colegio y en casa se pueden reforzar". Otro padres reconducen la situación hacia la conclusión que interesa, pese a la racionalidad de la madre que defiende la proporcionalidad (o sea, como yo). Pero está en minoría la pobre.

Cintora visita después un centro de esos que aplican "nuevas metodologías", a cuyos profesionales elogia por su capacidad de innovación, por ejemplo, abandonando los libros de texto (mecachis, como yo, pero lo mío no debe ser innovador). Introduce este bloque hablando de "profesores que apuestan por otra educación" (entre los que no me incluye aunque debería, porque soy partidario de "otra educación"). En ese concepto en el que el periodista no me incluye entran los proyectos (que me resultan interesantes en Infantil y en Primaria pero no en Secundaria), los talleres (ídem), el menor uso de los libros de texto (casi siempre imparto clase con material propio) y "la atención a los intereses y capacidades de cada alumno", de manera que, puesto que he sido situado en el bando de los malos, queda claro que no quiero atender "los intereses y capacidades" de mis alumnos. Por descarte. En este colegio todo se hace "a través del juego" y los chicos deciden por medio de asambleas, como Podemos (bueno, como Podemos antes. O como Podíamos). Pero me llama la atención la contradicción permanente que percibo durante la charla (vale, "asamblea"). Las respuestas de los críos cuando Cintora les pregunta por aquello que, según ellos, mejoraría la educación, son interesantes: "La atención", dice uno. "No hablar tanto", añade otro. Pues muy innovadoras no parecen las propuestas de los chicos. "¿Deberes sí o no?", pregunta Cintora. "No mandan", dice un muchacho. "¿Cuándo mandamos nosotras deberes...?", pregunta al aire orgullosa una maestra. Eso sí, mandan deberes como "castigo" (¡represión!). Pero lo mejor es la explicación final que demuestra que toda esta controversia es artificial. Para la maestra del centro que no manda deberes excepto para "castigar" o "para el fin de semana", los deberes deben mandarse "cuando son necesarios y tienen un objetivo". Asombroso. Toda esta discusión, las campañas contra los deberes, los vídeos que los hacen pasar por explotación infantil, la absurda contraposición entre felicidad y conocimiento... y terminamos diciendo que los deberes son buenos "si son necesarios y tienen un objetivo". No sigo describiendo la escena en el colegio en el que no se mandan deberes salvo para castigar, para el fin de semana o cuando son necesarios y tienen un objetivo porque el resto es un canto a la felicidad, oh capitán, mi capitán, ante el embeleso del presentador, que tiene claro que ESTO es lo que hay que hacer en la enseñanza. Y nada más.

Vayamos con mi intervención (o con la edición de mi intervención), que analizaré en varios puntos:

1.- La introducción es tan sesgada como burda. Después del ambiente chill out del centro que no sabe si pone o no pone deberes, escuchamos: "No todos los implicados en la enseñanza ponen el foco en el bienestar y en la participación de los niños. Hay profesores que priorizan la educación basada en el esfuerzo, la exigencia y el mérito". Una aclaración: como "implicado en la enseñanza", defiendo el esfuerzo, la exigencia y el mérito (y convencido). Esto no implica que desee que mis alumnos sean unos desgraciados ni que les impida participar en clase. Relacionar una cosa con la otra no puede tener otra motivación que condicionar al espectador.

2.- La ambientación escogida para la ocasión (ya la primera imagen que podemos observar es una bola del mundo), es sospechosa. Cintora llega caminando, feliz después de hablar con las maestras que, ellas sí, piensan en sus alumnos, no como yo, al instituto más antiguo de Madrid (probablemente el más antiguo de España), el San Isidro, y escoge como lugar de grabación la recreación de una aula antigua, con encerado, pupitres de los de antes, vitrinas con libros de texto y expedientes académicos de personajes ilustres... todo muy vintage. No parece que la maquilladora, que era muy amable y profesional, me hubiera encanecido el pelo para la entrevista (no se rían, me he fijado por si acaso), pero está claro que la luz eran los otros y a mí me tocaban las tinieblas. Tengo que decir que no puse ninguna pega. En realidad estuve encantado de hacer la entrevista en un lugar por el que han pasado donnadies como Lope de Vega, Calderón de la Barca, Francisco de Quevedo, los hermanos Machado, Pío Baroja, Vicente Aleixandre... a mí, al contrario que a otros, no me molesta si algo es viejo o nuevo sino si es vulgar o valioso.

Expediente académico de Antonio Machado en el Instituto San Isidro 

3.- Jesús Cintora empieza leyendo el título de mi libro y la contracubierta (lo único que había leído del ensayo, al menos en el momento de la entrevista) y me mira como si pensara que me iba a retractar. Pues mire, no, sigo pensando igual que cuando escribí el libro. Soy de los que piensan que se puede cambiar de opinión, pero no cada dos semanas.

4.- Rotulan: "Alberto Royo. Maestro", lo cual es incorrecto (pese a que sabían perfectamente qué soy) y tiene una influencia determinante en la confusión con que algún telespectador poco sosegado ha recibido mis comentarios, que, por supuesto, son aplicables a una etapa como la Secundaria y no a Primaria o Infantil. En varios momentos recalco que soy profesor de instituto pero esto ni se vio ni se especificó.

5.- Me reafirmo en todo cuanto dije. Creo que el conocimiento tiene un valor en sí mismo y que debe ser el objetivo principal de la escuela. Quiero que mis hijos sean felices, como lo deseo a mis alumnos, a mis compañeros y a mis congéneres en general. Pero de lo primero me encargaré yo y no quiero que el profesor de matemáticas me suplante en esa tarea sino que se dedique a enseñarles matemáticas, que a mí se me dan bastante mal.

6.- Mi discurso, aunque las ideas son las mías, resulta algo inconexo a causa de la edición. La entrevista fue larga y entiendo que haya tenido que resumirse. Ahora bien, el hecho de que no se hayan emitido algunas de mis contrarréplicas me ha dejado sin defensa en algunos momentos. Porque, pese a que se me dijo que no iba a un debate sino a una entrevista, lo cierto es que debate sí hubo. Y no me refiero al de los políticos del final de programa (no se les ocurrirá llamar a debatir a los docentes, no, de sus propuestas mejor no digamos nada) sino a la continuas alegaciones del presentador y director del programa que, al contrario que en momentos anteriores en los que se mostraba entusiasta y radiante, en mi caso (será culpa mía) no tenía reparo alguno en discutir constantemente mis planteamientos. Esto no me parece mal, pero habría sido más honesto haberme dicho desde el principio que se me invitaba a un debate en el que mi contrincante dialéctico era el presentador.

Después de discutir conmigo, Cintora sonreía un poco más al hablar con un pediatra defensor de la neuroeducación, de los que dicen que hay que aprender disfrutando. Por momentos uno no sabía si era este o Cintora el paladín del deleite pedagógico ("PLACER", escribía el periodista en la pizarra de un aula, así, bien grande para que se viera).

La presentación de César Bona, en contraste con la de un servidor es llamativamente elogiosa. Porque para Bona, "nominado a los Global Teacher Prize", "las emociones, el respeto, la creatividad y la ilusión son tan importantes como los libros de texto". Los alumnos deben aprender a leer y escribir, pero también a manejarse en la vida. Todo este panegírico se intensifica con imágenes de César "de buen rollo" con sus alumnos, mucha luz y mucho color para dejar bien clarito, otra vez, qué es bueno y qué malo. Quién es bueno y quién es malo. Un periodista que, repito, dice buscar mediante este espacio "explicaciones a los asuntos que más preocupan a la sociedad española desde todos los ángulos posibles", no puede ser (tan) parcial. No es prudente que un periodista rebata todos los argumentos de un entrevistado y se deshaga en alabanzas con los otros invitados. Piensen solo en este detalle: mientras Cintora y Bona pasean por el parque amigablemente con la recién estrenada primavera y los pajarillos entonando sus cánticos, a mí me sitúan en una aula de los años 40. Seamos serios. O seamos unos cachondos. Pero todos. No es el momento ahora de detallar mis discrepancias con algunas de las teorías de César Bona sino de exponer, más que mi queja o mi protesta, mi sensación de pena por la manera en que se ha abordado el necesario debate educativo: de forma tendenciosa y maniquea, estereotipando a unos (a uno) y ensalzando a otros.

Bona y Cintora. Despertar de apacibles sentimientos al llegar al campo
que diría mi viejo amigo Ludwig van.

El tramo final del programa, antes del debate de expertos (la verdad es que eran políticos) está dedicado a José Antonio Marina, del que ya hemos hablado  mucho, que anima "a despertar al diplodocus". Así que vayan desperezándose.

Termino ya diciendo que, a pesar de la experiencia, un tanto desagradable, me alegro de que mi posición, 
 aunque sesgada, esté, en medio de tanta modernidad innovadora, felicidad radiante y divertido espíritu lúdico. Algo hemos ganado. Hace bien poco, palabras como "exigencia", "esfuerzo" y "mérito" brillaban por su ausencia en la televisión. Podrán tergiversar lo que pensamos, podrán malinterpretar (con mejor o peor intención) lo que reivindicamos. Pero ahí seguimos. Y no hemos de callar. Para que se siga escuchando nuestra voz en defensa del conocimiento y de una educación ilustrada, moleste a quien moleste.

PD: Un amable lector del blog me escribe para advertirme de las dificultades para acceder al programa desde fuera de España. En este enlace se explica cómo acceder sin problemas.

martes, 22 de marzo de 2016

La tele de Monegal. Julia en la Onda


Hoy, el periodista Ferrán Monegal, en su sección La tele de Monegal del programa Julia en la Ondaha comentado muy amablemente mi libro Contra la nueva educación y mis planteamientos sobre educación, a partir de mi intervención en el programa de Jesús Cintora que se emitió ayer. Aquí, el enlace a la grabación (a partir de 10:50).

lunes, 21 de marzo de 2016

El buen profesor


Ayer, un amable maestro y psicopedagogo (dicho esto sin ninguna ironía, pues es una persona muy educada) compartió conmigo y con otras personas en Twitter un vídeo de la Fundación Trilema titulado El buen profesor. Solo estoy de acuerdo con algo que manifestaba una de las participantes, la que afirmaba que el buen profesor es aquel que sabe extraer (yo diría más bien "intenta extraer") lo mejor de sus alumnos, el que sabe cómo apasionarle (también aquí diría mejor "el que intenta apasionar"). No soy capaz de convenir en nada más de cuanto se dice en la grabación. Les explicaré por qué.

En primer lugar, claro que, como alguien expone, el docente ha de estar siempre evolucionando, pero este aprendizaje continuo ha de estar (en mi opinión) fundamentado en profundizar en su materia para, a partir de aquí, perfeccionar la praxis educativa.

En segundo, la excusa de la sociedad en continua transformación que supuestamente deja obsoleto el conocimiento tal y como siempre lo hemos entendido y que nos debería hacer abrazar la innovación como algo indispensable en la enseñanza me parece ridícula. Si todo cambia tan rápidamente, no tiene sentido que las tendencias de hoy se impongan porque pasado mañana habrán quedado anticuadas, habrán pasado de moda. Son precisamente los saberes permanentes los que debemos cuidar porque nos protegen de los cambios que no son provechosos ni definitivos sino frívolos y pasajeros.

En tercer lugar, no se puede unificar la didáctica. No tiene sentido pretender que un profesor enseñe como lo hace otro.

Cuarto, no es posible evaluar la "eficiencia docente". Podemos evaluar el conocimiento y dominio de la disciplina que un profesor imparte o juzgar su profesionalidad, pero que un alumno aprenda depende más del propio alumno que del docente. Un estudiante aplicado podría salir adelante incluso con un mal profesor. Un alumno que no quiera esforzarse no se ilustrará ni con el mejor de los docentes, aunque esté nominado al Global Teacher Prize.

En quinto lugar, el maestro, es verdad, ha de "guiar" a sus alumnos, pero esto implica indicarles no sólo qué camino deben tomar sino también cuál no (en este -y miren que lo siento, el docente reprime la decisión del alumno cuando este de forma espontánea elige el camino equivocado y le señala el correcto). Por otra parte, no creo que para escuchar a sus alumnos un profesor deba "arrodillarse", como se afirma en el vídeo (es curioso: el docente no puede impartir clase desde una tarima porque, dicen, no es democrático que se sitúe por encima del discente. Parece que por debajo sí lo es). Más bien creo que es el alumno el que debe ponerse de puntillas para intentar alcanzar el conocimiento que el docente pone a su disposición. Arturo Pérez Reverte decía en una entrevista para Jotdown que la cultura "tiene que ser siempre elitista". Enric González, el entrevistador, le mostraba su desacuerdo, ante lo que Reverte razonaba de la siguiente manera: "La cultura siempre ha sido élite. «Popular» está en contradicción con «cultura». Lo que sí que hay que procurar es que lo popular tenga los cauces de acceso a la cultura absolutamente fluidos y limpios. Que nadie se quede atrás ni por economía, ni por sociedad, ni por nacimiento ni por raza ni por nada, pero que acceda quien quiera a la cultura. Es decir: no sacar el Museo del Prado a la estación de Atocha para que la gente lo vea; la gente que lo quiera ver, que vaya al Prado. Que se busque la vida. Que pase los filtros de interés y voluntad que le hacen merecer el Prado. A eso me refiero cuando te hablo de élite". Esta idea me parece esencial en la enseñanza, como en la sociedad. No podemos interpretar el papel de guía como un "facilitador" en el sentido de convertir en sencillo lo que no lo es, en el de regalar, edulcorar o aligerar el conocimiento. El papel de guía que tiene que desempeñar docente ha de estar siempre condicionado (y complementado) por el interés y la voluntad de quien desea acceder a aquel.

Sexto, no tengo nada claro que el profesor deba transmitir amor a sus alumnos. Seré más preciso: no creo que el profesor deba transmitir amor a sus alumnos, a no ser que estemos hablando de amor por el conocimiento. Si algún día un profesor me dice que va a transmitir amor a mis hijos, les aseguro que los cambio de centro de inmediato.

Mi séptima discrepancia tiene que ver con la idea recurrente de que un profesor debe trabajar "por amor al arte". No hay otro oficio u ocupación en el que se exija a quien lo desarrolla que lo haga por puro altruismo. Pero, sobre todo, ¿por qué ha de estar reñido el imprescindible reconocimiento económico que cualquier profesional necesita con el compromiso del maestro con la educación y con sus alumnos? ¿Por qué el profesor es también el único trabajador que ha de hacer de su lugar de trabajo su lugar de vida? ¿Acaso no tiene derecho el docente a tener vida propia? ¿Desconococe la Fundación Trilema que un profesor siempre se lleva los problemas del trabajo a casa, los personales y los labores, que corrige en casa, que prepara en casa sus clases, que piensa, reflexiona y toma decisiones antes de comenzar su jornada laboral? ¿Qué más se va a exigir al profesor? ¿Que viva en el mismo centro y regrese a su casa solo para dormir? ¿Cómo llamaríamos a esto: "libertad vigilada"?

En octavo lugar, no puedo admitir el reduccionismo de considerar "un error" la escuela que solo quiere "educar a nivel de conocimiento", primero, porque este "solo" denota una escasa confianza en la relevancia del conocimiento y, segundo, porque los hábitos que se ejercitan cuando aprende (la perseverancia, la atención, la autosuperación, la resiliencia, la disciplina...) son valores fundamentales en la educación integral de un alumno, de igual manera que nadie podrá acceder a la creatividad o al pensamiento crítico desde la ignorancia.

En noveno lugar, me parece injusto generalizar que los profesores no somos autocríticos y que somos incapaces de decir: esto no funciona. El buen profesor no da nunca la misma clase, cambia constantemente de estrategia, se acomoda al desarrollo y la heterogeneidad del grupo en condiciones muchas veces complicadísimas. Siempre está haciendo autocrítica, siempre comprobando en su experiencia diaria qué funciona y qué no. Precisamente porque es autocrítico es crítico y no puede aceptar sin reflexión, análisis y evidencias las modas pedagógicas que se acumulan, procedentes a menudo de quien no tiene esa experiencia en el aula y jamás ha podido verificar teorías, muchas de las cuales resultan ya de entrada gaseosas y estrafalarias.

En décimo y último lugar, tenemos un serio problema si no somos capaces de ponernos de acuerdo en las cualidades que hacen de un profesor un buen profesor. Para mí, el buen profesor debe ser una persona culta, erudita en su materia, con una buena expresión y un rico vocabulario, que ame su disciplina y el saber en general, que se sienta comprometido con la formación de sus alumnos, a los que NO es necesario que ame. Basta con que los respete como los futuros ciudadanos que serán y que se empeñe en conseguir de ellos la mejor versión posible a través del conocimiento y del contagio del mismo entusiasmo que él siente por su asignatura, a pesar de las circunstancias, del desprestigio de la profesión, del intrusismo, de la devaluación del conocimiento y de la estupidez de quienes se vanaglorian de sus propia ignorancia. Me temo que todo esto algunos lo ven así:


[Imagen del profesor situado a su pesar en el bando de la educación tradicional]

viernes, 18 de marzo de 2016

Se presentó en Zaragoza Contra la nueva educación



Ayer por la tarde, en la fantástica Librería Cálamo de la Plaza San Francisco, presentamos Contra la nueva educación. Aunque no soy yo muy de sentimentalismos identitarios (vaya palabra fea esta), la verdad es que fue bonito hablar del libro en mi ciudad de origen y ver de paso a amigos y familiares a los que veo menos de lo que debería. De paso tuve el inmenso placer de saludar personalmente a dos eruditos (perdonen mi atrevimiento al escoger este término tan elitista) como Luis Antonio González Marín (que preludió de forma espléndida el evento) y José Vicente González Valle (una eminencia musicológica), además de a Charo, Teodora, Vicente, Conchita y demás colegas disidentes. 

Dejo aquí escrito algo similar a lo que traté de exponer ayer añadiendo algunas reflexiones posteriores.

En el prólogo a Contra la nueva educación, Antonio Muñoz Molina escribía en referencia a nuestro oficio de músico lo siguiente:

Su condición de profesor le permite ver en la realidad de cada día lo que no saben ni quieren ver los que legislan o pontifican sobre educación con el mismo rigor que aquellos médicos escolásticos que seguían divagando sobre los cuatro humores mucho después de que se hubiera demostrado la circulación de la sangre. Pero yo creo que es su oficio de músico lo que le ayuda a precisar con claridad máxima la realidad de los procesos del aprendizaje, frente a las fantasías halagadoras y lúdicas y celebradoras de lo creativo de los promotores risueños del analfabetismo en cuyas manos estamos. La música da mucho, una vez que se la conoce, al que la escucha y más aún al que sabe tocarla. Pero esos dones de la música no son inmediatos, ni están abiertos por igual a todo el mundo, ni pueden adquirirse sin un repertorio de actitudes y de conocimientos que para los pedagogos son tan escandalosos como la teoría heliocéntrica de Copérnico para los prelados de la Santa Iglesia católica: el dominio de la música requiere esfuerzo, paciencia, repetición, memoria, humildad. Y además no puede conseguirse sin la ayuda de un profesor. Y un profesor además que transmita sólidos conocimientos, muchos de ellos tan antiguos que se remontan a la Grecia arcaica. La célebre creatividad, en sí misma, no es nada: para crear al piano hace falta primero haber estudiado muchos años de piano. 

Me hace mucha ilusión que sea un músico (y de la categoría de Luis Antonio) quien presente un libro escrito por otro músico. Porque eso es lo que soy. Ya sé que decir estas cosas molesta, irrita y hasta ofende a determinados sectores de la Pedagogía oficial, a esos que tanto insisten en la necesidad de que los profesores seamos vocacionales, como si la vocación fuera determinante para el ejercicio de la docencia, como si la vocación pudiera suplir lo que sí es primordial en un maestro: el dominio de la materia que ha de impartir y su pasión por la misma. Y como yo no soy de los que consideran que el contenido es lo de menos, que lo que debemos hacer es educar en abstracto, que lo fundamental es el cómo y no el qué, como me considero un músico vocacional desde que tengo uso de razón, un músico que toca música, escucha música, estudia música y enseña música, un músico que ama la música y que ha decidido destinar una buena parte de su actividad profesional a intentar transmitir su conocimiento de la música como profesor de instituto y que se siente firmemente comprometido con la escuela pública e identificado con la función social de la enseñanza, por todo esto, que sea un músico al que admiro el que haya iniciado esta presentación, me parece de lo más oportuno y coherente.

Debo reiterar también mi agradecimiento a Plataforma Editorial por apostar por un texto incómodo, pedagógicamente incorrecto y, tal y como están las cosas, prácticamente subversivo. Sí, hablar en estos momentos de conocimiento, autoridad intelectual, disciplina, mérito o constancia resulta mucho más provocador que  hablar de felicidad, equidad, zona de confort, empatía y espontaneidad.

Como decía, desde niño he querido ser músico. Comencé, muy pequeño, tocando la armónica y poco después entré en el conservatorio, donde mi maestra Ana Valet me dio las primeras lecciones de guitarra (en este enlace, una clase sobre un estudio de Fortea que aprendí con Ana hace "unos pocos años"). Durante años estuve volcado en el instrumento, los concursos, los conciertos... encontré en la investigación una actividad emocionante de la que he continuado disfrutando y también me di cuenta de que no puede uno dejar nunca de estudiar, por lo que me matriculé en Historia y Ciencias de la Música y me hice musicólogo. En la enseñanza pública descubrí una manera de sentirme implicado y de contribuir en la medida de mis posibilidades a la mejora de nuestra sociedad. Siempre desde la música y recordando aquella frase de Manuel de Falla cuando hablaba de la bella utilidad de la música desde el punto de vista social. Uno puede ser músico de muchas maneras. Esto es sin duda una ventaja. Y yo no quiero renunciar a ninguna de las facetas que he ido desarrollando. No tengo ninguna intención de abandonar la interpretación musical. Mucho menos el estudio. Y estoy seguro de que esto me hace ser mejor profesor. O por lo menos estoy seguro de que contribuye más al buen ejercicio de la docencia que trescientos cursillos de didáctica de la didáctica de la didáctica. Tengo la absoluta seguridad de que cuanto más sabe el maestro, mejor enseña. ¿De dónde me vienen estas certezas? Algunos han querido ver en mi postura un "trauma infantil" (no es broma). Otros me han llamado "mamporrero", "nostálgico" e incluso "cañí" por criticar la extravagancia pedagógica, el anti-intelectualismo y el disparate educativo, por defender el conocimiento como un valor en sí mismo, un valor que hoy día se desprecia, unas veces por simple ignorancia y otras por el interés de restringir el saber a determinados grupos privilegiados, hurtándoselo a los más desfavorecidos. Esta batalla que estoy librando, que no es violenta sino dialéctica y fundamentada en mis propios principios y convicciones, se centra en la necesidad de situar el conocimiento en la base de todo sistema educativo que quiera cumplir con su misión inexcusable de amparar el derecho de todos al ascenso social en lugar de condenar a los socioculturalmente pobres a contentarse con la educación emocional, el chapurringlis y las apps, reservando el auténtico saber para quien pueda acceder a él fuera de la escuela pública. Esta es la relevancia de la educación pública y este es el drama si no procura a todos los alumnos los conocimientos que no podrán encontrar por sí mismos, unos conocimientos que no han de estar dirigidos solo a la inmediata rentabilidad o a la empleabilidad obsesiva, ni tampoco verse condicionados por la comodidad, la motivación a priori o el placer narcisista. El valor del conocimiento reside en que no es accesible a la primera ni de manera rápida, en que su disfrute no siempre se produce a corto plazo pero termina llegando, en que se asienta en lo que personas más sabias que nosotros han estudiado, investigado, descubierto, creado..., en que contribuye a que uno, conforme aprende, desee aprender cada vez más, en que nos ayuda a ser personas más abiertas, tolerantes, creativas, independientes y menos manipulables, en que nos ejercita en la práctica de la virtud, en que nos iguala precisamente porque no es democrático ni se reparte por igual así como así... si confiáramos en esto, en el valor intrínseco del conocimiento, no necesitaríamos buscar en la escuela la fórmula de la felicidad o el espíritu emprendedor porque entenderíamos que no está reñido tratar de ser dichoso o tener iniciativa con el aprendizaje de las materias, disciplinas y saberes sistematizados que constituyen un legado al que por humildad y reconocimiento a quienes nos antecedieron no deberíamos renunciar y que constituyen lo que Muñoz Molina denominaba, también en el prólogo del libro, "el auténtico tesoro del conocimiento humano".

Una última reflexión: además de Ana, asistió ayer a la presentación del libro Javier De Francisco, quien fuera mi profesor de Lengua y Literatura en el colegio. Es curioso lo que ocurre cuando uno se hace adulto: se olvida de los profesores que en su día le parecían más populares y simpáticos y a quien recuerda con respeto es a aquel que le exigió.



miércoles, 16 de marzo de 2016

Didáctica de la didáctica de la didáctica


Si se puede aprender a aprender, ¿se puede aprender a aprender a aprender? ¿Y aprender a aprender a aprender a aprender? ¿Y aprender a aprender a aprender a aprender a aprender...?

Si se puede enseñar a enseñar, ¿se puede enseñar a enseñar a enseñar? ¿Y enseñar a enseñar a enseñar a enseñar? ¿Y enseñar a enseñar a enseñar a enseñar a enseñar? ¿Y...?

Conclusión: la Pedagogía es Infinita.

Tertulia educativa en Radio Capital


Qué difícil es participar en un debate desde la distancia. Mientras mis contertulios se encontraban en Madrid, mi intervención ha sido telefónica y un tanto accidentada al haberse cortado en dos ocasiones la comunicación, complicando el seguimiento del hilo del debate. De todas formas, la charla ha sido interesante y ha transcurrido en un ambiente sosegado y cordial, que no es poco.

La conversación, que se ha desarrollado durante el programa Capital, la bolsa y la vida, ha estado moderada por Luis Vicente Muñoz y ha tenido lugar entre: el Catedrático de Psiquiatría y profesor en Columbia Enrique Baca; el Doctor en Ciencias Económicas, ex-Presidente de la CEOE Internacional y actual Presidente del Foro de la Sociedad Civil, Jesús Banegas; Ricardo Moreno Castillo, que no necesita presentación; y yo mismo.

Puesto que el debate ha finalizado con algunas ideas acerca del enfoque que debería tener un sistema educativo digno, voy a dejar aquí las que yo he propuesto:

1ª. La transmisión de conocimientos como objetivo irrenunciable.

2ª. La exigencia y el mérito como ideas a reforzar.

3ª. Distinción entre igualdad de oportunidades e igualdad de resultados.

4ª. Apoyo al alumno que se esfuerce y tenga mayores dificultades.

5ª. Devolución al profesor de su autoridad intelectual.

6ª. No engañar a nadie diciéndole que se puede aprender sin esfuerzo.

Seguro que no son las únicas, pero creo que son imprescindibles.

La grabación de la tertulia, aquí. 

martes, 15 de marzo de 2016

La selva pedagógica o la antinomia grouchista


La señora Isabel Cantón Mayo, catedrática de Didáctica y Organización Escolar, publicaba hace ya unos días un artículo en Diario de León titulado "Las antinomias en la nueva educación" en el que, además de promocionar (lo cual agradezco, ¡faltaría más!) mi libro y el de Ricardo Moreno Castillo, hablaba de una supuesta confrontación ("la vieja antinomia pedagógico-didáctica") entre dos concepciones de la enseñanza. Yo me veo más bien en una posición, no de crítica hacia planteamientos diferentes a los propios, pues estos, lógicamente, podrían tener elementos aprovechables, sino hacia aquellas propuestas que me parecen estrafalarias, absurdas y/o grotescas y que intuyo dañinas para lo que un día se llamó instrucción pública.

Pensaba tomar el artículo de Isabel Cantón con la seriedad con que trato de contestar a todas las alusiones de las que soy conocedor, sean estas positivas o negativas. Por ejemplo, tenía previsto darle la razón en algo tan obvio como que "el esfuerzo, el conocimiento racional de las materias" es igual de importante que "la adecuada presentación, introducción y apropiación del saber de las mismas", cosa que ningún defensor del conocimiento sugeriría. ¿O conocen a alguien que defienda el esfuerzo desde el conocimiento irracional y la inadecuada presentación, introducción y apropiación del saber? (Admitiremos "apropiación", aunque parecería más oportuno el término "asimilación"). También era mi intención dar la razón a la catedrática de Didáctica en su reflexión sobre la imposibilidad de aprender "determinados logaritmos si no fueran adecuadamente desglosados, metodológicamente presentados y científicamente evaluados". Incontestable. Solo haría falta preguntar, otra vez, qué profesor es partidario de enseñar logaritmos mal desglosados, con una incorrecta exposición y evaluados de la forma más estúpida posible. Varias cuestiones más estaba dispuesto a comentar, pero tras leer detenidamente el artículo de la Sra Cantón, creo que lo sensato es reconocerme incapaz de comprender sus argumentaciones, desde el momento en que, con claridad y orden notables, que para eso es catedrática de Didáctica y Organización Escolar, Isabel nos descarta a Ricardo y a mí como expertos, incluso como profesionales cuya opinión se pudiera tenerse en cuenta, ya que ninguno de los dos somos "una autoridad académica en educación". Vaya por Dios. "Ambos", dice Cantón,  somos "productos de la experiencia en las aulas, que con ser muy importante, no deja mucho espacio a la dimensión investigadora, documentada, rigurosa y científica sobre el tema". Un triste producto de la experiencia en las aulas. Eso somos. O semos. Qué le vamos a hacer... Por no tener, no tenemos ni tiempo para investigar científicamente sobre didáctica de la didáctica de la didáctica. Ya dice Cantón que, mientras "de medicina o de arquitectura escriben e investigan los médicos y los arquitectos", sobre educación "todo el mundo lleva dentro un teórico para arreglarla". Espere un momento, Isabel... ¡pero si es usted precisamente uno de esos teóricos (/as) que pretenden decirnos a los demás cómo hemos de enseñar! Le ha ocurrido como a Groucho en la memorable escena de Un día en las carreras en la que se encuentra examinando a Harpo en la consulta médica y le diagnostica "casi un 15% de metabolismo, con una tiroides superactiva y más de un 3% de afectación glandular. Y un 1% de inteligencia", o sea, "lo que solemos designar como tipo idioticus cronicus; resumiendo, el caso más claro que se me ha presentado de cabeza de adoquín" Claro que, en realidad, como le advertía Chico, Groucho se estaba examinando a sí mismo *.  


Y encima nos dice la buena mujer que, como somos "legos en la selva pedagógica" (ya está bien puesto el nombre...),  estamos "incapacitados" (apunten, colegas) "para ejercer la influencia deseada" (entiendo que sobre nuestros alumnos) y es por eso que criticamos, porque "la crítica es más sencilla que la adquisición y progreso en la misma" (por "misma" creo que se refiere a la selva pedagógica esa).



No me digan que no me siguen porque esto lo entendería (no en vano, insisto, Isabel es Catedrática de Didáctica) hasta un niño de cuatro años. ¡Que me traigan un niño de cinco años!

* Tómese la referencia a la escena de Un día en las carreras como una licencia literaria antes que como una valoración de la capacidad diagnóstica de la Señora Cantón.

lunes, 14 de marzo de 2016

Reflexiones sobre Contra la nueva educación en Proporciones inversas

Dice Carlos Ueno en su blog, hablando de Contra la nueva educación:

Alberto defiende una educación ilustrada que, por desgracia, se ha ido perdiendo (...) Porque la educación ilustrada, reconozcámoslo, requiere de un esfuerzo importante, no de naturaleza física sino de naturaleza intelectual: disciplina, constancia y tiempo de dedicación y estudio. Este rigor inicialmenete suele ser transmitido desde fuera (colegio, profesor, familia) hasta que el individuo acaba interiorizándolo y haciéndolo suyo. Y con el tiempo da fruto, y ese fruto es placentero y contribuye a alcanzar la felicidad de la que todo el mundo habla y que, sin embargo, muchos quieren conseguir a precio de saldo (...)

Y matiza de forma más que atinada algunas de mis afirmaciones, elogiando mi actitud combativa por no haberme dejado confundir por tantas supuestas innovaciones y no haber perdido la escala de valores que debería guiar nuestra política educativa, por mantener el modelo de una educación ilustrada como el máximo exponente de lo que una sociedad puede regalar a sus generaciones futuras y defender la importancia del esfuerzo, el estudio y el conocimiento, pero también añadiendo la incertidumbre de si esta sería la solución ideal para todos. Probablemente no, pero pienso que debemos aspirar a ello siendo conscientes de que ese un ideal y como tal inalcanzable. El propio Carlos resuelve la duda cuando reclama que se dé la oportunidad a todos los jóvenes de adquirir una educación ilustrada y, de forma complementaria, se establezcan otras vías educativas para aquellos en los que no se consolida esa loable aspiración.

La reseña completa, aquí

Educación emocional, ¿a favor o en contra?


Carlota Fominaya me pidió para ABC una valoración sobre la educación emocional como asignatura, por ser este uno de los asuntos que trato en Contra la nueva educación. Dejo aquí el enlace al reportaje en el que aparecen dos posturas claramente divergentes, la de Toni García Arias, autor del libro "Educación Emocional para Todos", y la mía.

domingo, 13 de marzo de 2016

Entrevista en "Más que palabras" de Radio Euskadi


Esta mañana de domingo he estado charlando un rato con Almudena Cacho, periodista que dirige el programa matinal de los fines de semana en Radio Euskadi "Más que palabras". La verdad es que he pasado media hora muy agradable hablando de Contra la nueva educación y, en general, de la actualidad y porvenir de la enseñanza.

Para quien quiera escuchar la conversación, se puede acceder pinchando aquí. Desde el programa me habían pedido que escogiera una canción para el comienzo de la entrevista y otra para el final. Mi selección fue: Come again, de John Dowland (laudista y compositor de la Inglaterra isabelina), en la versión de Sting, y Here comes the sun, de George Harrison, una de mis favoritas. Pues eso. Para que no caigamos en el desánimo, here comes the sun and I say, It's all right.