lunes, 29 de febrero de 2016

Fin de la reseña en Bajo la lluvia

Jorge terminaba ayer su valoración en tres partes de Contra la nueva educación. Y lo hacía exteriorizando la sensación que tenemos muchos docentes  una vez superada la momentánea euforia de la batalla dialéctica. Comprometidos con la causa, peleamos, analizamos, debatimos y defendemos nuestros posicionamientos ante los desvaríos que percibimos en el discurso pedagógico. Claro que podría pasarnos como aquel del chiste, que creía que eran los demás los que iban en dirección contraria, pero aún no hemos llegado a ese punto de desánimo y resignación. O nadie ha logrado convencernos de que estamos equivocados.

Se lamentaba Jorge en su cuaderno de la escasa repercusión que acostumbran a tener en los medios propuestas poco seductoras o comerciales, de esas que apelan al esfuerzo, la constancia, el mérito, la disciplina... las que prefieren hablar de virtud antes que de felicidad... las empeñadas en “aguar la fiesta”, para entendernos. Puede que tenga razón, aunque de momento parece que los medios han acogido la publicación del libro con expectativa y curiosidad, lo cual de ninguna manera es poco. Si recibirá la atención suficiente para compensar la hegemonía de opiniones más acordes con nuestro Zeitgeist, está por ver. Confiemos en que, ocurra lo que ocurra, sea tenida por lo menos en cuenta como una opinión más, tan legítima como las otras.

Me reconforta que Jorge describa el libro como “controvertido”, pero que también lo encuentre “mesurado y bien intencionado”, que considere que “trata a sus objetos de crítica con respeto” y “huye de la grandilocuencia, de los titulares, del amarillismo sensacionalista”. Pocos días han bastado para recibir los calificativos más "cariñosos" (y más previsibles), procedentes a menudo de quienes no se han molestado en leer el libro y han preferido sacar conclusiones de un titular o de una frase sacada de contexto. Así, he pasado de ser un “tibio” y un “formalista equidistante” (antes de la publicación del libro) a convertirme en un “troglodita”, “mamporrero” y “nostálgico” (este es, sin duda, mi insulto favorito y del que esperaba haber sido dedicatario en primer lugar -estoy pensando que mi abuela paterna era gallega… ¿se me notará, acaso, cierta morriña congénita?), después de que Contra la nueva educación saliera a la venta. Y no hace de esto ni dos semanas.

Por lo demás, suscribo satisfecho sus reflexiones (raro sería que no fuera así) sobre la “jerga hiperbólica y pretendidamente rigurosa, por no decir pretenciosamente cientifista” de determinadas innovaciones pedagógicas. Y, apenado, me reconozco en su triste concepto de la actual izquierda, que califica de “romántica y antiilustrada” y que cada vez es más difícil de distinguir del neoliberalismo y del “utopismo tecnólogico”, como lo define acertadamente Jorge, quien acaba recomendando generosamente mi libro “a aquellos que todavía se comprenden como susceptibles de ser incluidos en la izquierda y que creen en los valores de la ilustración en su más amplio sentido”. 

Contra la contra


Juanfra Álvarez,  profesor de Física y Química, habla en su blog de Contra la nueva educación y también del libro de César Bona titulado "La nueva educación". De entrada, parece buena señal que el libro esté generando debate, pues ese su objetivo principal, dada la triste realidad de un pensamiento pedagógico que apenas permite la disidencia. Álvarez reseña ambos textos exponiendo lo que encuentra de bueno y de malo en cada uno. O quizás debería decir que en el caso del libro de mi paisano Bona destaca lo bueno y lo malo y en mi caso lo malo y lo peor. Veamos:

De "La nueva educación" destaca Juanfra Álvarez su “intimismo”. Es un libro, dice, “lleno de sentimientos y buenas prácticas docentes” y también de “muchos y muy buenos consejos”. La pega, para Álvarez, es que sus “argumentos” serían “más creíbles y posibles” si “se hubieran mezclado con otras historias que no fuesen tan bonitas, tan de libro”.

Como ustedes se estarán imaginando, si el libro de Bona es “intimista”, está “lleno de sentimientos y buenas prácticas docentes” y también de “muchos y muy buenos consejos”, lo que le queda al pobre Profesor Atticus no es mucho. Así, mi libro es, según Álvarez, todo esto: “ácido”, “crítico destructivo”, “irónico” y “corrosivo”.  Antes de proseguir, me gustaría discutir que uno no pueda usar la ironía, incluso el sarcasmo, hasta la causticidad, para ejercer una crítica constructiva. No es la contundencia lo que convierte una crítica en destructiva sino su intención. Y la mía es defender este hermoso oficio de propuestas insensatas (naturalmente, desde mi punto de vista, perfectamente cuestionable y perfectamente legítimo). Pero lo que más me interesa es corregir el error que mi compañero de oficio comete cuando asegura que apuesto “por la educación clásica y tradicional basada en el conocimiento, la figura del profesor como conocedor y transmisor de dicho conocimiento y una alumno con muchos deberes y pocos derechos”. Estando de acuerdo en que mi modelo educativo se basa en el conocimiento y en la función primordial del docente de transmitirlo, de ninguna manera acepto que afirme que abogo por la reducción de derechos de mis alumnos. No sé bien de qué frase, párrafo, idea o expresión utilizada en mi libro puede deducirse que deseo que un alumno mío tenga menos derechos de los que le corresponden. Los derechos que ha de tener un alumno son los de cualquier ciudadano. Los constitucionales, vaya. Es curioso cómo hablar de exigencia, autoridad o disciplina parece llevar aparejada la sospecha de opresión y conculcación de derechos. Delirante. Más fiel a lo que defiendo en el libro está lo que Álvarez explica a continuación acerca de la necesidad de que el alumno se apoye “en el esfuerzo, la memorización y la disciplina”, matizando, eso sí, que la memorización es una parte importante del aprendizaje, ni más ni menos. No lo es todo pero sí es importante. Y debe ser reivindicada.

Juanfra Álvarez se lamenta, por otro lado, de la falta de una propuesta concreta por mi parte sobre “cómo afrontar los nuevos tiempos con algo más que la enseñanza tradicional”, lo cual resulta contradictorio con lo dicho por él mismo más arriba, es decir: si defiendo, como supone, "la enseñanza tradicional", ¿qué sentido tendría sugerir su sustitución? Debo decir, de todas formas, que lo que yo sostengo no es que la educación tradicional sea indefectiblemente mejor que la actual (le remito al texto de mi conferencia “Tradición y posmodernidad. La nueva pedagogía o el efecto placebo”). Lo que mantengo es que la tradición contiene bondades y estupideces, igual que la modernidad; que no por “clásico” ha de despreciarse lo que funciona, como no por “chic” debemos adoptar la excentricidad; que sigue habiendo, por muy posmodernos que nos creamos, realidades incontestables como que la relación entre maestro y alumno nunca será horizontal sino jerárquica (lo que no significa irrespetuosa, impositiva o tiránica) y que las novedades que ayudan han de incorporarse y las que no ser desechadas. Ahora bien, cada cual está en su perfecto derecho de interpretar bien o mal lo que digo y de sacar conclusiones atinadas o equivocadas de mis apreciaciones.

Agradezco al menos al autor de estas reseñas que diga que la lectura de estos libros le ha “ilustrado” y permitido “reflexionar”. Y no puedo sino darle la razón en que debemos ser “críticos y autocríticos”. Alabo igualmente su intención de buscar una “tercera vía”, que no explicita él tampoco y que fundamenta en algo que comparto absolutamente y que no entra, pienso, en contradicción con lo que en el libro planteo: que no deben abandonarse “aquellas prácticas que consiguen un aprendizaje eficaz” y que se debe estar abierto a “métodos nuevos” en aquello que “pueden aportar mejoras”. O sea, lo mismo que defiendo yo, aunque puede que no haya sabido explicarme con claridad. 

Termina Juanfra Álvarez  incurriendo en otra contradicción, ya que, tras haber elogiado que este debate propicie la reflexión, nos invita a dejarnos de “discursos, debates estériles o guerras y enfrentamientos ideológicos”. No puedo coincidir en esto con él. El debate es necesario, casi diría que es urgente. Y en una campo como el educativo en el que la línea oficial es gruesa, pétrea, monolítica, todavía más. Sin embargo, acabaré diciendo que, como Juanfra intuye, en efecto, "el cambio es necesario" y debemos estar “atentos”, “activos” y “despiertos”. En ello estamos. 

domingo, 28 de febrero de 2016

Entrevista en La Vanguardia

"El niño va a la escuela a aprender, no a ser feliz" es el acertado titular escogido por Carina Farreras en la entrevista que se publica hoy en La Vanguardia.

La periodista destaca también las siguientes frases:

Lenguas, finanzas, educación emocional... ¿y el conocimiento de la asignatura?

¿Hoy, por alguna suerte genética, se aprende de forma distinta? Pues no.

En ocasiones veo expertos (y tanto).

Además, Carina Farreras hace esta afirmación tan importante: "La voz del sis­tema educativo que reclama colo­car al centro de la educación no al alumno, como sostienen las nue­vas corrientes pedagógicas, sino al conocimiento y al docente." 

Aquí, la entrevista:


sábado, 27 de febrero de 2016

Contra la nueva educación se presentó en Barcelona


La actualidad es impetuosa y hasta hoy no he podido hablar de la presentación oficial de Contra la nueva educación, que tuvo lugar en Casa del Libro de Barcelona el pasado día 24. ¿Qué podría contarles? Lo primero, que fue un lujo contar con Jordi Nadal y con Gregorio Luri, (quien dio una clase magistral -con perdón- de cómo se debe afrontar el debate educativo), como fue un gusto saludar a María, a Carlos, a Alexandre, a Sandra, a Miriam, a Miguel, a Xavier, a David, a Felipe, a Josep, a Juan, a Andrés, a Antonio, a Rocío y a otros amigos y conocidos en un día muy especial. No sé si, como tan generosamente afirmó Luri, "es imposible entender la pedagogía actual sin haber leído este libro", pero sí que agradezco mucho unas palabras que suponen un reconocimiento a mis intentos, mejor o peor ejecutados, de aportar una visión diferente de la hegemónica a la hora de pensar la educación.

No era el miércoles un día para extenderse en divagaciones (aunque es más que reconfortante que el buen número de asistentes fuera tan participativo y reflejara tan bien el propósito de abrir la discusión para incluir puntos de vista alejados del Discurso Único). Traté de agradecer a Plataforma su apuesta decidida por un texto pedagógicamente incorrecto y quise reflexionar sobre el entusiasmo, acerca de lo cual dejaré a continuación algunas notas ampliadas sobre lo que intenté transmitir.

Decía Rubén Darío: "no dejes apagar el entusiasmo, virtud tan valiosa como necesaria; trabaja, aspira, tiende siempre hacia la altura". Uno de los requisitos que hoy se exigen al docente (porque al docente nunca se le pide nada, siempre se le exige) es la vocación. Tengo muchas dudas de que esta sea una cualidad imprescindible para enseñar. Y muchas más de que se deba infravalorar a quien no la atesore. Si algo tiene de bueno escribir es que le permite a uno cuestionarse sus propias certezas. Poner por escrito lo que se piensa, unas veces te reafirma en tus planteamientos y otras te hace desechar ideas preconcebidas, prejuicios o posicionamientos equivocados. Si además tienes la oportunidad de conversar con quien opina diferente, todo resulta aún más eficaz y provechoso. Durante un tiempo yo mismo creí que la vocación era algo relevante a la hora de transmitir conocimiento, pues todos estamos de acuerdo en que un profesor que no sepa no tiene nada que transmitir, pero uno que sepa y no sea capaz de hacerlo llegar en las condiciones adecuadas al alumno, tendrá similares dificultades. Pero empiezo a estar casi seguro de que lo que necesita un profesor, además de, por supuesto, un buen dominio de la palabra (la herramienta esencial que ninguna tecnología podría sustituir) y un amplio conocimiento de su materia, no es vocación, pues esta es perfectamente reemplazable por la profesionalidad. Lo que convierte (o ayuda a que se aproxime a este ideal) a un maestro en un Maestro es el entusiasmo, una cualidad, por cierto, que tanto Gregorio Luri como Jordi Nadal poseen y que, además, es indiscutiblemente contagiosa. Hice esta reflexión porque de alguna manera es el entusiasmo el que ha provocado la publicación de este libro. El entusiasmo por defender algo en lo que creo: una enseñanza pública que cumpla con su misión de ser palanca de ascenso social, que ampare la igualdad real de oportunidades y que permita a quien lo merece llegar más lejos que quien no se lo gana. Considero que el ideal de una sociedad meritocrática no es posible sin un sistema educativo exigente, que premie el esfuerzo y valore el conocimiento. Sé bien que defender esto puede ser incómodo pero también que es lo más honrado moralmente hablando. Es incómodo porque no se puede reclamar exigencia sin ser  uno mismo autoexigente. No se puede reivindicar que se valore el conocimiento sino no se aspira a este, ni se puede hablar de esfuerzo sin estar dispuesto a ser ejemplo de constancia. Solo quien no está dispuesto a esmerarse puede sentirse molesto cuando se le habla de perseverancia. Solo quien no tiene interés en aprender es capaz de menospreciar el saber y la cultura. En definitiva, solo quien no quiere dejar de ser mediocre o ve peligrar sus privilegios considera elitista el mérito. Quiero recordar una idea de Antonio Muñoz Molina que me parece especialmente apreciable; él la llama "microética" y la describe así: "el eje de una vida decente creo que está en hacer lo mejor posible aquello que uno tiene que hacer, sea un artículo, un guiso de judías, un cuadro, una hora de clase, una mesa, una operación de urgencia. En el ámbito de la propia vida cotidiana cada uno tiene posibilidades infinitas de hacer que el mundo sea un poco mejor o un poco peor".

Y el propio Muñoz Molina recordaba en su ensayo "Todo lo que era sólido", aquello que decía Machado: "Qué difícil es / cuando todo baja / no bajar también", y decía que "donde no reina la exigencia ni se reconoce el esfuerzo costará mucho más que alguien dé lo mejor de sí, o incluso que descubra sus mejores capacidades. Pero lo contrario también es cierto, y la excelencia puede ser emulada igual que la mediocridad, y la buena educación se contagia igual que la grosería. Por eso importa tanto lo que uno hace en el ámbito de su propia vida, en la zona de irradiación directa de su comportamiento, no en el mundo gaseoso y fácilmente embustero de la palabrería".

Veo que en el mundo de la enseñanza no reinan ni la exigencia ni el reconocimiento del esfuerzo. Al contrario, los llamados expertos educativos, los gurús de la educación, apuestan por el éxito fácil, la igualdad en la ignorancia y la felicidad insustancial. Y veo también que ocupan un espacio en los medios de comunicación totalmente desproporcionado e inversamente proporcional a la sensatez de sus propuestas. Por eso he querido defender desde el entusiasmo, insisto, y la racionalidad otra visión de la enseñanza que, en mi humilde opinión, estaría mucho más cerca de lo que está la pedagogía oficial de alcanzar el objetivo kantiano de desarrollar al máximo las capacidades de cada uno. Y lo hago por puro convencimiento y porque creo, como el mismo Kant dejó escrito, que "únicamente por la educación el hombre llega a ser hombre". Y en esa batalla estoy. 


viernes, 26 de febrero de 2016

¿Guerra en la escuela?


No me reconozco como representante de la antipedagogía y me remito al argumentario del capítulo séptimo de mi libro, titulado "Análisis de la pedagogía", en concreto al apartado "Acuerdos y desacuerdos". 

El Mundo publica hoy, en su edición nacional, un reportaje, cuyo enfoque, desde luego respetable, no termino de compartir, porque enfrenta dos concepciones de la enseñanza que podrían (no de esta manera, claro) buscar algunos puntos de concordia. Tampoco comparto, mucho menos que la óptica del reportaje,  declaraciones como las de Enrique Javier Díez, profesor titular de la Facultad de Educación en la Universidad de León, quien afirma que existen dos modelos de educación (el roussoniano, que asocia con una visión más optimista, que confía más en el ser humano, y la hobbesiana, que parte de la idea de que el hombre es un lobo para el hombre y de que el estudiante va a ir a engañar. Habría resultado preferible, ya puestos, haber distinguido entre un modelo bueno y otro malo. Igual de burdo, pero mucho más directo y eficaz. 

Carmen Rodríguez, profesora titular de Didáctica y Organización Escolar en la Universidad de Málaga y experta en Psicología Clínica, vincula el mérito con la competitividad y el elitismo (nada nuevo, nada bueno) y pone en boca de Antonio Muñoz Molina algo que este jamás ha defendido: la supuesta pretensión de que solo los buenos alumnos tengan derecho a la educación (¡!) Cualquiera que conozca a Antonio o haya leído y/o escuchado sus numerosas manifestaciones públicas, sabe que esta sospecha no tiene ningún fundamento; es más, su compromiso con la educación pública ha sido siempre contundente e inequívoco. La que fuera directora general de Innovación Educativa en la Junta de Andalucía entre 2004 y 2008 e impulsora del Foro de Sevilla "Por Otra Política Educativa", asegura también en la información de El Mundo que los que no comulgamos con ruedas de molino, planteamos modelos de pura transmisión del conocimiento, de pura memoria, una manipulación ciertamente tosca de la defensa del conocimiento como base de un buen sistema educativo que algunos propugnamos. Pero no crean que la Sra Rodríguez critica que algunos reivindiquemos la memoria como algo necesario para el aprendizaje porque piense que no lo es o porque conozca una fórmula más acertada para la adquisición de conocimientos, no. Lo hace porque eso a muchos niños no les interesa. Los alumnos fracasan porque se aburren. ¿Qué podemos decir? Que el aprendizaje puede ser apasionante pero no "debe ser apasionante". O no puede serlo en todo momento. Que el aburrimiento o entretenimiento no ha de condicionar el conocimiento provechoso. Que el alumno no fracasa porque se aburre sino porque no se esfuerza. En fin...

Sigo, pues, aunque ya he dicho que no me identifico con la antipedagogía, temo que muchos me incluirían en ella. De hecho, la autora de este artículo cita dos libros de carácter antipedagógico (así los denomina) que saldrán a la venta en los próximos días (el mío, en realidad, está a la venta desde el 17 de febrero) y, advierte: van a avivar las llamas de esta polémica (sic). Son: La conjura de los ignorantes. De cómo los pedagogos han destruido la enseñanza, de Ricardo Moreno Castillo, prologado Arcadi Espada (Pasos Perdidos) y Contra la nueva educación. Por una enseñanza basada en el conocimiento (Plataforma), que escribí yo y lleva prólogo del Antonio Muñoz Molina. Pues bien, José Luis Bernal Aguado, profesor de Ciencias de la Educación de la Universidad de Zaragoza, tiene claro que ellos (¿nosotros?) enseñan, mientras nosotros (¿ellos?) intentamos que los alumnos aprendan. Es fantástico. A nosotros no nos importa si los alumnos aprenden o no. Solo a ellos. Pero pregunto: si desprecian el conocimiento, si arrinconan la memoria, si optan por la felicidad antes que por la cultura, ¿qué es lo que quieren que aprendan?

Rafael Feito, profesor de Sociología de la Universidad Complutense de Madrid, opina que los antipedagogos son esa vieja guardia de profesores de BUP que entraron en 1977 en la escuela y que, cuando se encontraron con la Logse, se negaron a entender que se aprendiera mejor en grupo, lo cual, sintiéndolo por los demás, me sirve para salir de ese "grupo salvaje" de los antipedagogos, aunque sea por una cuestión generacional. Pero Feito da lo mejor de sí mismo en esta frase. Lean:  La autoridad es una palabra polisémica. Antes de convertir al profesor en una autoridad pública, es más importante convertirlo en alguien querido. Hay que conquistar el corazón de los alumnos, eso entiendo yo que es la autoridad.  No comentaré nada. Bueno, sí: ni la palabra autoridad es "polisémica" ni yo la entiendo como el Sr Feito.

Menos mal que todavía hay quien pelea por restablecer la racionalidad en el discurso pedagógico. Javier Orrico aclara por qué internet no es fuente de conocimiento y José Sánchez Tortosa da en la diana cuando explica que la transmisión de conocimiento ha quedado subordinada a todo lo pedagógico y psicológico.

No puedo resistirme a transcribir esta reflexión de Enrique Javier Díez: si un marciano viniera de Marte, vería que la escuela, en muchas cosas, sigue anclada en el modelo de la era industrial. En mi facultad hemos cambiado la distribución de la clase y la hemos convertido en un círculo para que todo el mundo pueda actuar. No podemos seguir con ese modelo de bancos puestos en fila en el que el alumno sólo ve la nuca del de delante. La creatividad y la innovación son lo que permiten avanzar al ser humano. Y el esfuerzo es necesario, claro, pero estamos en contra de obligar a los estudiantes a hacer un esfuerzo inútil. En mi época memorizábamos un montón de cosas, las vomitábamos en los exámenes y las olvidábamos.

Y luego dicen que caricaturizamos...

Termino haciendo referencia al según mi punto de vista poco atinado titular del artículo: 

Guerra en la escuela: autoridad y conocimientos frente a creatividad y habilidades.

El titular que me habría gustado leer es este:

Discutamos sobre educación.  No es posible el fomento de la creatividad ni el desarrollo de habilidades sin autoridad y conocimientos.

Por lo demás, no puedo sino alegrarme por tres motivos: 

Primero, se discute sobre educación desde perspectivas diferentes. 

Segundo, El Mundo, en su portada y en el reportaje, hace referencia a dos libros escritos desde la disidencia: el de mi admirado Ricardo Moreno Castillo y el mío. 


Tercero, el editorial del periódico expresa con rotundidad que el modelo educativo debe fundamentarse el esfuerzo y los conocimientos, además de hablar de disciplina, exigencia y autoridad


Prosigue el análisis de Contra la nueva educación en "Bajo la lluvia".

Jorge continúa su análisis de Contra la nueva educación, en su cuaderno. Habla del libro como de un texto apetitoso que incita a su consumición voraz por el calado de su empeño y que también resulta seductor por su estilo. Alberto, dice, escribe con buen gusto, sabe entretener sin desviarse del curso de la argumentación y combina la ironía, el buen humor, la descripción ágil, el recurso a los refranes, las citas populares y las apelaciones coloquiales y cómplices en sus valoraciones, con la precisión en el razonamiento que le sirve de apoyo: no se pierde en el juego de la facilidad y la soltura pese a la tentación. Y es especialmente persuasivo cuando su narración construye la ficción de un autor que se exaspera y recurre al sarcasmo, a la ironía afilada, para mostrar que el edificio aparentemente bien construido y sólido de esas "innovaciones" pedagógicas es, en realidad, una fachada de cartón-piedra tras la que sólo se ocultan escombros amontonados y pilas de objetos inservibles que se intentan hacer pasar por estancias cómodas, amuebladas y funcionales. 

Solo espero que el hecho de que Jorge sea amigo no condicione lo amable que está siendo al valorar mi libro. Conociéndolo, no lo creo, pues es persona independiente y con criterio, por lo que me siento doblemente satisfecho y desde aquí se lo agradezco.

Crítica a Contra la nueva educación en Común sin sentido. De moscas y moscones



Alberto Secades reseña en su blog Contra la nueva educación, lo cual, antes que nada, agradezco desde aquí. Su valoración es positiva, aunque no del todo. Respecto a los elogios que dedica a mi libro, como el magnífico, dice, final, el planteamiento humanista de la educación o el estilo apasionado y divertido (presentado con gracia y saña, aunque no estoy seguro de si lo segundo es un piropo o un reproche) con que según Secades está escrito, no seré yo quien los rebata. Trataré de comentar, eso sí, aquellos puntos en los que discrepa de mi opinión o los pasajes que le llevan a considerar que el texto peca de inconsistencia en la tesis principal (la de que el conocimiento ha de ser “la base de la enseñanza”), no porque piense que deba defenderme, pues una crítica no es un ataque sino una opinión de la que poder aprender, sino porque quizás algunas aclaraciones puedan enriquecer un debate que es precisamente lo que busca este libro, pues de todos es conocido que el discurso hoy, en materia pedagógica, es uno y trino (felicidad, ignorancia y consumismo). Comencemos:

Parte I

Royo cree que puede contribuir, además de en su labor docente, defendiendo un modelo de educación consolidado en la experiencia, evitando las innovaciones innecesarias o carentes de una mínima cautela. En su estrategia - el título así lo delata- ha preferido cargar contra aquellos a los que considera desacertados, por su metodología, su retórica  sus objetivos” (…) En su itinerario encuentra proyectos que trata de desarmar en el libro (…) No queda muy claro cuál es el método seleccionado para elegir adversarios. Transmite la sensación de que se los encuentra, porque ha coincidido con ellos, por leer una entrevista en el periódico o escuchar una charla radiofónica. No parece que haya habido una búsqueda de aquellos autores de referencia, que resulten pertinentes y a los que se deba presentar batalla. Como el manchego, se enfrente a los molinos que va encontrando en su discurrir (…) Quizás resulte pobre comparar la lista de los que critica con la de aquellos que elogia.

Puntualizaciones a la Parte I:

No es mi deseo "cargar" contra nadie. Y desde luego nunca en el plano personal. Defiendo mi manera de entender un oficio vilipendiado por los planteamientos de quienes (en el libro) son objeto de crítica y lo hago (o lo intento) partiendo de los dogmas que mayor difusión están teniendo en los foros de discusión educativa y en los medios de comunicación, al menos durante el período en que mi interés ha estado centrado en analizar estas supuestas novedades, innovaciones y metodologías revolucionarias. Ese es, por cierto, el “método seleccionado para elegir adversarios”: su popularidad, su presencia y peso creciente en la "pasarela" de tendencias pedagógicas. No solo es este el criterio, sino también la idea que condiciona la propia estructura del libro, que comienza justificando tal aventura y contextualizando mi posicionamiento, para diseccionar después las diferentes metodologías, buscar una (sincera) conciliación con la verdadera didáctica de la enseñanza, defender luego el servicio público por convencimiento ideológico y concluir de la manera menos pesimista de la que uno es capaz. Sean molinos o gigantes, que esto, supongo, es opinable, así surge este afán por desfacer agravios y enderezar entuertos. Que la lista de aquellos a quienes critico sea considerablemente más reducida que la de aquellos a quienes elogio dice menos en favor de la realidad que de mi capacidad de discernimiento. Los primeros, me temo, son Legión.

Parte II

“Ningún alumno de guitarra podrá aprender a tocarla si no la tiene en sus manos y, después de conocer, se pone a trastear con ella”.

No veo nada  en mi libro que pueda indicar que discuto la necesidad de que la práctica complemente la teoría. Como guitarrista, estoy seguro de que solo por medio del instrumento puedo evidenciar lo que sé (sería absurdo opinar lo contrario). Ahora bien (y esto va por las metodologías “learning by doing”), que mi guitarra sea -obviamente- imprescindible cuando ofrezco un concierto no significa que yo sí sea prescindible, puesto que ella sola, sin mis manos, mis conocimientos y mi musicalidad, poco éxito interpretativo podrá garantizar. Nadie niega las bondades de la práctica. Son otros los que niegan (que ya es negar) que debe ponerse en práctica "algo", para lo que se requieren conocimientos, y apuestan por aprender sobre la marcha, como si un músico de jazz fuera capaz de improvisar sin antes haber estudiado. 

Parte III

“Al ocuparse de desarmar los argumentos de tantos sujetos que, en su mayoría, no son más que chisgarabís, Alberto emplea una estrategia que centra el foco en un lugar inapropiado. Y lo digo con el mayor de los respetos, porque sé que Alberto podría detenerse en elaborar una metodología didáctica (…) que mostrara su utilidad para conseguir el noble propósito al que se dedica, el de formar personas”.

Que alguien sea un chisgarabís no implica que no sea un peligro. De hecho, tenemos ejemplos a cientos de personas con poco juicio pero importante influencia en el ámbito educativo. Si merecen o no "tanto esfuerzo" es, como casi todo, discutible. Puede que no, por el poco fuste de algunas de las propuestas. Sin embargo, insisto, no se trata tanto del nivel del contrincante como de la autoridad que desde algunos sectores se le concede, lo que incrementa la amenaza y me hace salir al paso porque, al contrario de lo que Secades apunta, no siempre algunos se desenmascaran al instante. Hay que "ayudar" un poco.

En cuanto a la elaboración de una "metodología didáctica", este libro está enfocado más como una defensa “ante” que como una defensa “de”, pese a que el subtítulo deja claro (o eso espero) que la disidencia implica reivindicación de valores perdidos y en diferentes momentos del texto se contrapone lo que no me gusta y lo que me gustaría, lo que se hace y lo que pienso debería hacerse, lo que "está de moda" y lo que se desprecia. No solo no era el propósito del libro "elaborar una metodología didáctica" sino que dudo que sea posible confeccionar una metodología que pueda ser transmisible o servir como modelo. La metodología de un docente es propia, flexible y en continua renovación y adaptación. Tiene que ver tanto con su formación como con su personalidad y, sobre todo, con su experiencia en el ejercicio de la enseñanza y su capacidad de reflexión. Por fin, creo que lo que son moscas para Alberto (Secades) -y, según él, trato "a cañonazos", a mí me parecen moscones y de los gordos, pese a su apariencia, a veces, afable y tolerante. De ahí que cuando uno cuestiona sus ¿teorías?, la reacción acostumbra a ser furibunda.

En cualquier caso, bienvenida sea esta crítica, que vuelvo a agradecer a mi tocayo. Y ahora, si no les importa, daré espuelas a Rocinante y seguiré, en fiera y desigual batalla.

martes, 23 de febrero de 2016

Contra la nueva educación, una vez más en "Bajo la lluvia"

Jorge ha tenido el detalle de glosar, en una primera entrega, algunos aspectos de Contra la nueva educación. Me alegra especialmente que haya escogido un fragmento del libro en el que expongo mi opinión sobre la "histeria creativa" desde el punto de vista del músico, porque hay pocas profesiones en las que se entienda tan bien que la inventiva o la originalidad proceden, no de conjunción astrales o pensamientos positivos, sino de la tenacidad y el esfuerzo continuado.

Aquí, los comentarios de Jorge, que nuevamente agradezco.


lunes, 22 de febrero de 2016

Contra la nueva educación en el Café de Ocata

Don Gregorio Luri ha tenido la gentileza de anunciar en su Café la presentación de Contra la nueva educación, que tendrá lugar este miércoles 24 a las 19 h, en Casa del Libro Rambla, Barcelona. Luri hará de introductor (por motivos "de peso" que él mismo relata en su cuaderno) en un acto al que asistirá también Jordi Nadal, editor y director de Plataforma.

Acerca de que las dudas que Gregorio manifestaba en relación con el ¿arriesgado? título del libro, creo que debemos tener en cuenta la costumbre, muy arraigada en el mundo educativo, de tachar de retrógado, reaccionario o refractario a las novedades (pueden añadir más calificativos que comiencen por "r") a todo aquel que osa cuestionar los postulados del mainstream pedagógico. Por eso no viene mal adelantarse al prejuicio y tiempo habrá de explicarse ante quien lo requiera (aunque el subtítulo, Por una enseñanza basa en el conocimiento, aclara bastantes cosas). Por otro lado, quien no tenga interés en conocer el argumentario, seguiría pensando lo mismo de uno, por más que el título hubiera sido menos controvertido.

Así pues, hasta este miércoles, que visitaré de nuevo la bella ciudad condal (¿se puede decir todavía condal?). Les dejo con la Cataluña de Albéniz en las pequeñas-grandes manos de Alicia de Larrocha.


domingo, 21 de febrero de 2016

Contra la nueva educación en "Implicados"




Ayer, Alejandro Palacios me hizo una entrevista en su programa Implicados. Hablamos de Contra la nueva educación. Aquí dejo el vídeo del programa.

jueves, 18 de febrero de 2016

Hablando de Contra la nueva educación en el Café Iruña


Ayer mantuve una larga charla con Sonsoles Echavarren, de Diario de Navarra. Hablamos de educación, de enseñanza (de si son lo mismo, de si no lo son...), de los hijos, los alumnos, la sociedad... y de "Contra la nueva educación"... en el histórico Café Iruña de Pamplona. El Café Iruña se fundó en 1888 y fue el primer establecimiento con luz eléctrica de la ciudad. Es un lugar de referencia desde su inauguración en la emblemática Plaza del Castillo de Pamplona. El Café Iruña sabe y huele a tradición. Continúa con la ambientación de la Belle Èpoque, con sus lámparas de época, sus espejos, sus mesas de mármol, sus escudos policromados y su larga barra. Fue un sitio muy frecuentado por Ernest Hemingway. De hecho, es aquí donde en más ocasiones se le fotografió. En este café encontramos el mismo escenario de entonces, el que el escritor conoció. Incluso Hemingway nos saluda desde una escultura en bronce patinado de 185 cm., nada más entrar.

Y aquí pasamos un rato agradable haciendo aquello que, según Zeldin, nos diferencia como humanos: conversar.




martes, 16 de febrero de 2016

"Contra la nueva educación", recomendada por Luis Alberto de Cuenca en R.N.E.


Todo un honor que alguien de la relevancia intelectual y literaria de Luis Alberto de Cuenca, Premio Nacional de Poesía 2015, recomiende Contra la nueva educación. Ha sido hoy en el programa de R.N.E. Esto me suena. Puede escucharse aquí, a partir del minuto 46.

lunes, 15 de febrero de 2016

Contra la nueva educación, mencionada en El Mundo.


El reconocido escritor Antonio Soler, Premio Nacional de la Crítica y Premio Nadal, entre otros, mencionaba Contra la nueva educación en su artículo Defecto de fondo, publicado en El Mundo el pasado sábado. Es importante que personas de prestigio intelectual se "mojen" en cuestiones educativas. 

Contra la nueva educación en La garita del guachimán (I)

Ayer, Pablo volvía a dedicar un espacio en su blog a Contra la nueva educación, de momento con una valoración muy acertada sobre el prólogo y muy generosa sobre la introducción. Deja para una posterior entrada el grueso del libro. Gracias, Pablo.

Hoy, por cierto, he comprobado que El Corte Inglés cataloga el libro dentro de la sección "Psicología y pedagogía". Podía haber sido peor. Podía haberlo colocado en "Autoayuda" o "Terapias alternativas"...

jueves, 4 de febrero de 2016

Contra la nueva educación, ya en la página de Plataforma Editorial.

Pues ya está el libro impreso y en la página de la editorial, en la cual puede adquirirse. En unos días, en las librerías. Es un placer formar parte del catálogo de Plataforma. Libros con autenticidad y sentido. Espero que el mío también lo sea.

miércoles, 3 de febrero de 2016

Contra la nueva educación en La garita del guachimán


Hoy es mi querido Guachimán el que cede un espacio a Contra la nueva educación en su garita

Se nota que Pablo me conoce bien porque, aunque el título del libro puede dar pie a diferentes interpretaciones (a malas interpretaciones, sobre todo), no anda desencaminado en sus suposiciones. Como él mismo dice en su blog (y yo no lo habría explicado mejor), se trata de luchar por "una educación digna y de calidad contra toda esa legión de ignorantes, farsantes, fundamentalistas de no sé qué pedagogías o simples aprovechados que pretenden imponer su credo y/o sacar partido implantando en la educación extravagancias de funestos y variopintos pelajes".

Muchas gracias, amigo.