lunes, 7 de marzo de 2016

Entrevista en el Diari Ara


Mientras una parte de las escuelas se empeñan en llevar a cabo una revolución pedagógica en las aulas centrada en el alumno, Alberto Royo, que acaba de publicar el libro Contra la nueva educación (Plataforma Editorial), reivindica el aprendizaje tradicional basado en el conocimiento, la exigencia y el esfuerzo, y en el que el profesor siga siendo el principal protagonista.

¿Qué tiene en contra de la reivindicada revolución pedagógica?

El hecho de cambiar algo no significa necesariamente que sea para mejor; por eso creo que hay que tener cuidado a la hora de obsesionarse con la innovación. No podemos decir que innovar siempre es bueno porque sería como decir que hablar mucho también lo es, y esto, como todo el mundo sabe, depende del interés de lo que se diga.

¿Qué aspectos, pues, deberían mantenerse de la educación tradicional?

La relación jerárquica entre profesor y alumno. Es la base de cualquier aprendizaje: una persona que sabe -en este caso el profesor- transmite el conocimiento a otra que no sabe -el alumno- y que quiere aprender. También mantener hábitos que son claves a la hora de aprender: la capacidad de atención, el silencio, la disciplina, la autoridad y la perseverancia. Soy consciente de que no son términos "modernos", pero sería un error gravísimo desestimarlos.

También es partidario de las clases magistrales ...

De hecho, todos los que enseñamos queremos impartirlas y todos los que nos queremos queremos recibirlas. Si alguien hace una exposición o un concierto magistral se dice que ha hecho un trabajo excelente. En cambio, en la educación se confunden las clases magistrales con aquellas en las que el profesor es un tirano y el alumno no puede hablar ni para pedir permiso ...

¿Cómo se ha llegado a esta connotación negativa?

Por confusión: se considera progresista un tipo de pedagogía que en realidad es reaccionaria. Ahora mismo hablar de disciplina y autoridad te convierte en sospechoso de ser un retrógrado, pero estos son aspectos esenciales en el aprendizaje. ¿Qué es más progresista: igualar todo el alumnado en la mediocridad o permitir que los alumnos que se esfuerzan lleguen lejos y, a la vez, ayudar a los que tienen dificultades?

Responda usted mismo ...

Desde mi punto de vista, lo verdaderamente progresista sería tener un sistema educativo público riguroso y exigente que permitiera el ascenso social en función no sólo de la capacidad del alumno sino también de su esfuerzo.

¿Y no se es exigente?

No es lógico que los alumnos vayan superando cursos mientras coleccionan suspensos. Todo empezó a estropearse a partir de la Logse, cuando se inició una obsesión por la igualdad. Claro que es imprescindible como punto de partida, pero la igualdad es un error como punto de llegada. No todos los alumnos pueden alcanzar el mismo nivel por una cuestión de capacidad y porque no todos quieren esforzarse de la misma manera. La única manera, pues, de conseguir la igualdad -el que ahora se llama equidad-es impedir que los alumnos que más se esfuerza y ​​tiene más capacidad llegue más arriba.

Y entonces, ¿qué se debería hacer?

Tanto la escuela como la sociedad deben aspirar a ser meritocráticas. Si en la escuela pública no se reconoce el mérito a la persona que trabaja y no se exige a todos los alumnos, difícilmente lo podremos extrapolar después a la sociedad.

¿Qué piensa de la Lomce?

Me parece una mala ley porque no soluciona los problemas de las normativas anteriores y porque en esencia no es tan diferente. El problema que tenemos es que no hay ningún partido político que apueste por el conocimiento y la cultura del saber. No hay ningún partido que enfoque el sistema en torno al profesor y no del alumno. Siempre se habla de que el alumno debe estar motivado y cómodo, y ser feliz. Es verdad que es el destinatario, pero nunca puede ser el que guíe las decisiones en materia educativa.

¿Entonces es mejor que el alumno esté desmotivado y no sea feliz en la escuela?

No pasa nada porque los alumnos vayan a clase obligados. Todos trabajamos porque cobramos a final de mes; si no, seguramente no lo haríamos. Lo que debe entender un niño es que el aprendizaje es bueno para él

¿Está a favor de volver a hacer reválidas tal como prevé la Lomce?

Si se hacen bien no me parece mal hacer unas pruebas externas.

El enlace a la entrevista, aquí.

2 comentarios:

  1. Me ha gustado mucho la entrevista, yo leí primero la versión catalana y después busqué su nombre.
    En líneas generales estoy muy de acuerdo con usted. España tiene un problema inmenso en materia educativa (con diferencias regionales notables, pero no por ello menos grave). Mi madre es maestra y cada vez tiene más papeleo que cubrir, todo él perfectamente inútil. La legislación cambia con cada gobierno y se hace imposible construir nada duradero.
    A mi juicio uno de los problemas clave es el escaso reconocimiento de la figura del profesor, lo que inevitablemente devalúa el sistema. El tan cacareado éxito finlandés se debe sobre todo al elevado estatus de su profesorado, puede que no tanto en términos económicos -que ignoro-, pero sí en cualquier caso en la valoración social. Aquí, donde Magisterio es "pa tontos", ni punto de comparación; y las enseñanzas medias suelen convertirse en el inevitable punto de llegada de licenciados de historia, filología, económicas... que no tienen realmente vocación docente pero recalan ahí por falta de salidas profesionales.
    Ese sería el primer punto; el segundo, que usted ya señala, el igualitarismo absurdo. La escuela pública tiene que ser dura y exigente. Para aquellos que sólo cuentan con su cabeza para salir adelante, un título que hay que sudar es la mejor garantía de empleo. La universidad no puede ser el "instituto bis" donde acaban todos los que estudian mínimamente y superan una Selectividad de risa. Tampoco puede haber una universidad en cada capital de provincia. El resultado es una montaña de titulados con un papel que ya no vale casi nada. Y a quien más perjudica esto es a la gente de las carreras de ciencias sociales o humanidades, que son las que auténticamente deberían tener numerus clausus, no medicina o enfermería ¿¡para después importar médicos del extranjero!?
    Al final, claro está, sí que se produce una selección, que a mi juicio son las oposiciones al sector público, dónde hay que dejarse la piel de verdad -en ocasiones hasta la memorización absurda-, y que en cierta manera suponen el equivalente actual de lo que antiguamente era tener "carrera". Es muy triste que sea así, porque si bien no es un sistema de selección de élites arbitrario -todos tienen que estudiar duro- sí que favorece descaradamente a las clases medias-altas y altas, que disponen de los medios para mantener a sus hijos estudiando hasta la treintena o indefinidamente si es necesario.
    Me parece un acierto pleno señalar como usted lo hace cuán poco progresista es el modelo actual, que produce a una masa de titulados de calidad dudosa, forzados a pagar cada vez más por másteres y cursos vacuos, y arrojados acto seguido a un mercado laboral que no los necesita. Los ricos siempre podrán comprar lo que sea, salir fuera, entrar enchufados en cualquier lado. Los pobres no, y sólo les queda el subempleo y la explotación.

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    1. Muchas gracias por sus comentarios, Daniel. Respecto a la vocación, pienso que no es realmente algo necesario. Más bien pienso que es perfectamente sustituible por la profesionalidad. Sin embargo, creo que hay una cualidad que sí beneficia tanto a docente como a discente y, por lo tanto, a la enseñanza: el entusiasmo, algo directamente proporcional a las condiciones de trabajo e inversamente proporcional a la situación actual de profesor. Un cordial saludo.

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