jueves, 19 de septiembre de 2024

Arqueología educativa

 

Hay muchas palabras que sería necesario rescatar para la educación. Hoy me acuerdo de dos, que a veces se confunden, pero tienen distintos matices: empeño y esmero. El empeño tiene que ver con el deseo vehemente de hacer algo (aprender, por ejemplo), con tesón y constancia. En su Tesoro de la Lengua castellana y española, de 1611, Covarrubias se refería al "desempeño de la palabra dada", dando al término "desempeño" una connotación que va más allá del pago de una deuda y alcanza una nobleza mayor, siendo entonces el empeño una suerte de compromiso personal (con el aprendizaje, por ejemplo).

La segunda palabra, esmero, podemos entenderla como el cuidado, incluso el mimo con el que hacemos las cosas (y esto sirve para alumnos como para maestros). Esmerar es pulir, depurar, refinar (¡cuántas veces he insisto en que nuestro propósito ha de ser el de refinar a nuestros alumnos, confiando en sus posibilidades, insuflándoles confianza y coraje intelectual y respetando su derecho a perfeccionarse!).

Pienso que haríamos bien en recuperar estas dos ideas, en lugar de repetir insistentemente otras tan superficiales, hueras y gaseosas.

miércoles, 18 de septiembre de 2024

Afecto

 

Que la educación ha de aspirar a la emancipación intelectual y social del individuo de ninguna manera supone el rechazo a su dimensión afectiva. Es más, educar intelectualmente requiere de ese afecto. Lo que sí dificulta nuestra labor es el emotivismo, con su invasión de la intimidad del alumno y su superficialdad. El afecto que se necesita en la educación es el que proviene de affectus y que significaba originariamente "disposición del alma". Esta disposición es la que debemos pedir a nuestros alumnos y sobre la que debemos trabajar.

martes, 17 de septiembre de 2024

Alcmán

 

Que alumnos adolescentes estén interpretando (y recreando) música escrita hace 2700 años en un aula del 2024, probablemente les parezca a algunos una aberración. A mí me parece una justa y necesaria reivindicación de la belleza de los clásicos. Me estoy refiriendo al partenio de Alcmán de Esparta, quizás un esclavo liberado que se convertiría después en ciudadano de una ciudad que, antes de acoger a la sociedad dura de aguerridos soldados que combatiera al ejército persa de Jerjes en la Batalla de las Termópilas, fue una sociedad culta y amante de la belleza. En aquel contexto compuso Alcmán sus poemas, destinados a ser cantados y danzados por coros de doncellas en las grandes fiestas espartanas, relacionadas también con los coros femeninos de Olimpia, los concursos de belleza de Lesbos o los coros de los epitalamios (cantos de boda).
No conservamos sino fragmentos sueltos que, sin embargo, son tan hermosos como este:
Muchachas de dulces cantos y voz amada, mis rodillas apenas pueden ya sostenerme.
Ojalá fuera yo un cérilo, ave sagrada que, brillante, vuela, purpúrea como el mar, con el corazón valiente, sobre las olas...
Se trata del fragmento 94, en el que el poeta lamenta su vejez y su imposibilidad de bailar, pidiendo a las doncellas que lo sostengan en su vuelo, como las hembras de alicón al macho.