jueves, 10 de abril de 2014

Padres y profesores. De fracasos y responsabilidades.

 


No son tiempos propicios para la templanza. Es habitual que muchos profesores nos sintamos en el punto de mira, culpables oficiales de un sistema que no hemos diseñado y acerca de cuyos fundamentos ni siquiera se nos ha preguntado. Y aunque los docentes somos, por lo general, gente razonable, a cada poco nos vemos obligados a salir al paso, dialécticamente armados, para defendernos. Porque lo cierto es que nos llueven bofetadas desde todos los ángulos. No me referiré hoy a la clase política ni a los vendedores de pócimas pedagógico-milagrosas, sino a los padres. Aunque mis hijos son todavía pequeños, espero, de verdad, que mi doble condición de padre y profesor me faculte para evitar actitudes como las que a veces encuentro en algunos padres. Lo que hoy escribo está motivado por un artículo publicado en Diario de Noticias titulado "¿Fracaso es colar o sistema educativo fracasado?", firmado por Ainhoa Arburúa y con afirmaciones tan desafortunadas como injustas.
 
Podríamos discutir sobre cuál debería ser la finalidad del sistema educativo o sobre el fracaso escolar. Podría intentar convencer a Ainhoa de que el sistema educativo actual no es, como cree, "el gran filtro donde separan el grano del despojo" o "el buen estudiante del mediocre o el malo", pero que quizás debería serlo, pues la propia vida, inevitablemente, va a ejercer de filtro y mal haremos en ocultar a nuestros alumnos esta realidad y escamotearles el entrenamiento apropiado. Pero dejaremos ese debate para otra ocasión. De las desatinadas afirmaciones de la Sra Arburúa, hay una realmente inaceptable: "la mayoría o una gran parte del profesorado de la actualidad están en la enseñanza de rebote pues no tenían trabajo en lo suyo pero como son licenciados ... -en la enseñanza sí hay lugar para todos si lo acreditas con un título-. La vocación brilla por su ausencia, única motivación de este profesorado: sueldo al final de mes". No sé a cuántos profesores conoce , Sra Arburúa, como para asegurar que a la mayoría únicamente nos preocupa el sueldo y estamos en la enseñanza de rebote. En la enseñanza, al menos en la pública, no basta con acreditar un título; es necesario preparar una oposición (y ganarla para tener un puesto fijo). Permítame, además, que le diga que no creo que usted trabaje gratis ni que por ver remunerada su ocupación la ejerza de forma poco profesional.
 
Dejando a un lado esta irracional y aparatosa embestida, debo decir, en respuesta a su reivindicación ("que todos tengan un lugar en el sistema educativo porque todos tienen derecho a buscar un lugar en el mundo"), que no se puede negar a nadie el derecho a ocupar su sitio en el mundo pero no podemos pretender que todos los alumnos lleguen al mismo punto porque la única manera de conseguirlo (y ya conocemos las consecuencias) es acercar la línea de meta hasta donde haga falta, colocándola, si es preciso, a continuación de la de salida. El resultado será similar, pero también fraudulento y desde luego nada equitativo.  

"No existe el fracaso escolar sino un sistema educativo fracasado y trasnochado", sostiene Ainhoa Arburúa. Que el sistema no es el adecuado, no se lo niego (pese a lo cual, y gracias a los profesores, siguen saliendo de la escuela jóvenes con preparación) pero negar el fracaso escolar, negar la posibilidad del fracaso, en general, es hacer un flaco favor a nuestros alumnos e hijos. Y es aquí donde debemos pedir a las familias que cumplan con su papel y que no hagan recaer en la escuela responsabilidades que exceden su función. Y, muy especialmente, colaboración para inculcar hábitos y obligaciones, porque querer a un hijo no significa impedir que deje de ser niño sino precisamente ayudarle a madurar escogiendo lo provechoso antes que lo cómodo.

Se están celebrando estos días en Pamplona unas Jornadas de la Asociación Navarra de Pediatría. El Presidente de esta Asociación, Raimon Pèlach, se expresaba con meridiana claridad al afirmar que no es que hoy los niños tengan "más problemas psicológicos" sino que "socialmente asumen menos responsabilidades y están sobreprotegidos". "El niño", explica el pediatra, "no quiere frustrarse, le cuesta. La sociedad es blanda con estos niños. Generalizando se puede decir que hay malos hábitos educacionales y poca asunción de responsabilidades. Claro que hay niños desprotegidos, pero eso es otra cosa. Ahora hablamos de estrés emocional: un día es por el cumpleaños y otro por la comunión: qué me regalarán, quién vendrá...". Según Pèlach, el principal factor de influencia en el aumento del "estrés emocional" es que nuestra sociedad se ha convertido en "una sociedad sobreprotectora pero no disciplinada", advirtiendo de que "se están negociando cosas innegociables". Si esto lo dice un profesor, es tachado de reaccionario. Espero que, viniendo de un pediatra, se tenga en consideración.
 
 

11 comentarios:

  1. Hola, Alberto. Estoy absolutamente convencida que viniendo de boca de un pediatra, la cosa se tomará más en serio. Los médicos también tienen que lidiar con los enemigos en casa (homeópatas, antivacunas, flores de Bach: para más información se puede visitar la página "La lista de la vergüenza"), pero claramente cuentan con más autoridad que los sufridos maestros y profesores, a los que les crecen los "expertos" de toda calaña.
    Si por Navarra andáis mal, bajad un poco para el sur, a las tierras de Don Quijote.. Nuestro maravilloso y pionero Centro Regional de Formación del Profesorado organiza para mayo unas jornadas de "Educación emocional en las aulas". Entre los ponentes: una risoterapeuta, un líder de grupo colaborativo sobre mindfulness, y una pintora-ilustradora y diseñadora gráfica. ¿Que? ¿Que por aquí no tenemos expertos como vosotros? No nos privamos de nada...

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    1. Muy interesante la página, muchas gracias. Es curioso cómo la pseudociencia y la charlatanería han contaminado la salud y la enseñanza, pero desde luego no en la misma medida. En la primera, los curanderos y gentes de similar pelaje son despreciados, al menos por todos los profesionales sin excepción; en la segunda, son los expertos a los que se pide consejo y todos conocemos profesionales de la enseñanza que aplauden sus gracietas. Risoterapeutas todavía no hemos importado, pero no presumas tanto que seguro que por tierras del Quijote no tenéis proyectos educativos cuyo recurso estrella se llame "cariñograma": http://profesoratticus.blogspot.com.es/2013/12/la-educacion-y-el-reverso-tenebroso-y.html

      Un saludo.

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  2. Hola, Alberto y demás contertulios.

    Permitidme remitiros a un enlace sobre un tema que se ha tratado en este blog y que conviene no dar por zanjado.

    Un cordial saludo.

    http://foros.piensa.org.es/viewtopic.php?f=4&t=3613&p=18541#p18541

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    1. Gracias, Francisco, pasaré por allí a leerlo. Un saludo.

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  3. Yo sí creo en una educación en la que se pueda sacar lo mejor de cada niño, de sobra sabemos que no somos todos iguales, que no nos gusta lo mismo, que no tenemos las mismas capacidades, pero la educación debe ser ese arte de sacar lo mejor de cada uno y que se base en la igualdad de oportunidades.
    Ahora tengo la sensación de que la educación uniforma de que hay un montón de niños con ingenio y creativos que no se les valora, que tendrían muchas más posibilidades con otros sistemas, en esta forma de vida tan cambiante, con tantos estímulos, de verdad sigue valiendo enseñar a niños en clases magistrales y que tienen que estar calladitos durante 8 horas escuchando cosas que no consiguen interesarles? ¿no merecería la pena explorar un poco más?

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    1. Estimado “Anónimo”:

      También yo creo que el propósito debe ser ese. Precisamente porque no todos somos iguales ni tenemos las mismas capacidades, la enseñanza debe tratar de extraer, un sentido kantiano, lo mejor de cada uno en función de sus posibilidades partiendo, por supuesto, de la igualdad de oportunidades. Y claro que hay chavales con ingenio, creatividad y otras cualidades a los que no se valora pero porque el propio sistema no está diseñado para ese fin. El objetivo del sistema educativo es igualar los resultados, no reconocer el mérito y afear el demérito. En cuanto a la clase magistral, me remito a lo que escribí en su día: http://profesoratticus.blogspot.com.es/2014/02/a-vueltas-con-la-tele-v-debates-en-la.html

      Por último, el comentario sobre las “8 horas calladitos” (¿Quién? ¿Dónde? ¿Cuándo? ¿Cómo?) es un ejemplo de cómo, en la enseñanza, se está exculpando al principal responsable de la misma: el alumno. Por mucho que un profesor quiera enseñar, si un alumno no pone interés, el esfuerzo (del profesor) será en balde. No se trata de acomodar los contenidos al alumno sino de que este entienda (y esto es labor de todos, de “la tribu” para los marinienses) que el interés por algo no siempre surge de forma espontánea, sino que, a veces, uno debe esforzarse por apreciar algo que en principio no le suscita demasiado interés y hasta que no ha derribado los primeros obstáculos no es capaz de saborearlo. ¿Explorar más? ¿Más aún? Lo que hace falta es recuperar la sensatez y dejarse de experimentos con la intención de facilitar las cosas. El conocimiento no puede regalarse (de ahí su valor). La titulación, sí.

      Un saludo.

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  4. Siempre he dicho una cosa: la vocación, para los curas. Por no hablar del sueldo: parece ser que el derecho a ganarse la vida con su trabajo está vedado a los profesores. Desconozco a la señora Arburúa, pero algo me dice que su carta procede de algún calentón -justificado o no- por las notas de algún hijo, lo que la lleva a insostenibles generalizaciones. Volviendo a lo de la vocación: donde esté un profesional, es decir, alguien que hace un trabajo serio por compromiso con su oficio y los destinatarios de su labor, que se quiten todos los demás. Señora Arburúa: engancho todos los finales de mes con mucho gusto y a mucha honra el dinero de mi sueldo: me lo he ganado así, con mi esfuerzo y mi compromiso profesional. Cuando me monto en un tre, voy al médico o entro en la pescadería, en lo que confío es en que se me vaya a tratar con profesionalidad, dejémonos de zarandajas. Y otra cosa muy importante: en mis 31 años de docencia, he visto a compañeros cometer torpezas y hasta disparates en nombre de... su vocación docente. En cambio, pocas cosas así (por no decir ninguna) se harán en nombre de la profesionalidad.

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    1. Parece que es psicóloga. Pero según su artículo hablaba como madre, así que puede ser que todo se deba a algún problema con un hijo en el colegio o el instituto, no lo sé. En cualquier caso, aunque todos podemos tener un mal día y entiendo que los hijos dan quebraderos de cabeza. debería haber pensado un poco antes de ponerse a descalificar sin ton ni son. Sobre la vocación, además de cosa de curas, yo suelo añadir "y de toreros", porque hay que tener mucha vocación para ponerse delante de un bicho de esos. El resto de profesiones lo que requieren, como bien dices, es profesionalidad. Esto no significa que sea perjudicial que alguien haya querido, desde siempre, dedicarse a la enseñanza, faltaría más, pero tampoco que que quien no haya sentido "la llamada" esté "de rebote" en este oficio, como apuntaba de manera tan desafortunada la Sra Arburúa. Yo mismo no soy profesor vocacional y, sin embargo, me gusta la enseñanza y me siento muy comprometido. Ahora bien, te aseguro que cuando era niño soñaba con dar conciertos y no con impartir clase a un grupo de adolescentes. He podido compaginar las dos cosas y no creo que la mayor o menor vocación haya ido en detrimento de mi profesional como docente.

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    2. Muy interesante tu apreciación sobre los disparates en nombre de la vocación. Quienes apelan a ella constantemente suelen ser un tanto fanáticos. Y ya sabemos dónde lleva el fanatismo.

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  5. Alberto, entre los que nos machacan suele haber algún que otro bocazas que dice como si fueran sensatas cosas muy estúpidas, como esa de ponerse a juzgar las razones por las que uno se metió a profesor. Yo entré en la enseñanza porque tenía un trabajo peor pagado y se me puso a tiro una oposición de EGB y la saqué (cosa que no han podido hacer miles de vocacionales, a todo esto). Entré, y lo digo siempre en voz bien alta, porque quería mejorar en la vida: ¿se me puede condenar por esto? Habría que ser un auténtico merluzo para responder que sí. Júzgueseme por mi desempeño profesional, que me da la impresión de que es impecable, y no por las razones por las que me hice profesor. A nadie de ningún oficio se le juzga por eso, porque no tiene sentido; que se haga con los profesores procede del autobombo que se dan los que se consideran vocacionales y, por ello, superiores a los demás y únicos profesores auténticos. ¡Si yo te contara de algunos de estos...!

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    1. No conozco a nadie que no quiera mejorar, Pablo. Totalmente de acuerdo con lo que dices.

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