viernes, 16 de junio de 2017

De lo sólido a lo gaseoso. Reseña de La sociedad gaseosa en el blog "Materiales para pensar"


Luis Roca Jusmet, escritor y profesor de Filosofía, colaborador en las revistas El viejo topo y Rebelión, publica en su blog una reseña de La sociedad gaseosa.

De lo sólido a lo gaseoso

Lo contrario de lo sólido tanto puede ser lo líquido como lo gaseoso. Marx ya avisó de que el capitalismo disolvería todo lo sólido y el sociólogo Zygmung Baumann acuñó, a finales del siglo XX, el término "modernidad líquida", que no es otra cosa que lo que algunos han llamado postmodernidad o hipermodernidad. Alberto Royo (Zaragoza, 1973), músico y profesor de secundaria, retoma la cuestión con un término, que, bien pensado, puede ser todavía más gráfico que el de sociedad líquida: la sociedad gaseosa. Porque lo gaseoso puede indicar todavía mejor la inconsistencia de lo volátil.

Vamos a ser claros. Aparte del término, Alberto Royo no plantea ninguna teoría nueva. Pero lo que sí hace, con un estilo claro y personal, es recoger de manera original el testigo. Lo pone de manifiesto desde una lúcida visión personal, en la que nos muestra a través de anécdotas y reflexiones la naturaleza de este mundo efímero, superficial y banal. El libro no profundiza en ningún tema concreto: no es lo que pretende. El objetivo del libro es presentar con inteligencia, ingenio y algo de humor, algunos de los elementos que constituyen puntos significativos del imaginario colectivo de esta sociedad gaseosa.. Los ejemplos son elocuentes y actuales. En este sentido quiero señalar la referencia a la extraordinaria película de Woody Allen, que me parece, al igual que al autor una reflexión muy profunda sobre la condición moral del hombre.

¿Qué reivindica Alberto Royo bajo el término sólido? Pues nada más y nada menos que lo más consistente de la condición humana, lo que le dignifica: la responsabilidad, el compromiso, el conocimiento. Y por supuesto la libertad, pero no entendida solo como una simple capacidad de elección sino como un trabajo interno, algo que vamos conquistando frente a los otros pero también sobre nosotros mismos. Alberto Royo también nos invita a recuperar tradición, no como repetición de lo viejo sino como el punto de partida del camino a andar; desmintiendo la ilusiones adánica de un comienzo desde cero y el mito que hace de lo nuevo un valor incondicional. Esto tiene, como bien señala el autor, mucho que ver con la educación. Lo dijo muy claramente Hannah Arendt : la educación es la transmisión de una herencia y sin ella no hay nada que compartir. Sin esta diferencia las generaciones pueden la distancia y lo único que reina es la confusión. El filósofo italiano Giorgio Agamben señalaba que se ha perdido la experiencia. Este vivir efímero, instantáneo, hace que no seamos capaces de sedimentar lo que vivimos, de que no seamos capaces de aprender de ello. En este sentido podemos decir que no hay experiencia y sin experiencia no hay adultos.

Quisiera acabar con un punto en el que insiste especialmente el autor, y que sirve un poco de hilo conductor: la enseñanza secundaria. Es su experiencia profesional y también es la mía. Debo decir que, en general, comparto el análisis de Alberto Royo, sobre todo en su denuncia de que al demonizar la LOMCE ignoramos el origen del problema, la LOGSE y las reformas entra una y otra. Comparto su crítica a la ideología pseudopedagógica de la educación emocional y todos los mitos asociados. Igualmente me parece admirable su confesión de que él es un profesor de música en educación secundaria pero su auténtica vocación son los conciertos de guitarra. Dice, correctamente, que al profesor no se le debe exigir vocación sino que haga bien su trabajo. Mi puntualización tiene que ver con el deseo, pero no en el sentido hedonista que acompaña al consumismo contemporáneo, sino en un sentido mucho más profundo, que es el de Spinoza. El esfuerzo es fundamental, queda claro, pero es el deseo el que lo mueve y no puede haber enseñanza sin deseo de enseñar, por parte del profesor, y de aprender, por parte del estudiante. Pero seguro que Alberto Royo estará de acuerdo con esta afirmación, justamente porque lo que señala es que el profesor ha de querer primero lo que enseña. Su pasión es la música y la mía la filosofía y esto es lo que podemos enseñar con entusiasmo a nuestros alumnos. El problema es que esta sociedad gaseosa no solo desprecia el esfuerzo sino que no posibilita este deseo de aprender y aquí, como dice, hay muchas responsabilidades y de diferentes grados. Pero si no hay este deseo en el profesor nada se puede transmitir.

El libro es ligero, pero en el mejor sentido del término. Porque no hay que confundir lo sólido con lo pesado. Lo sólido no es fácil, porque como dijo Spinoza, el camino que conduce a la auténtica felicidad es tan arduo como difícil. Alberto Royo nos invita a este camino, que es el que nos puede proporcionar auténtica alegría, que nada tiene que ver con la diversión. La lástima es que para seguir esta vía tengamos que ir contracorriente en una sociedad cuya única norma parece ser el “pásatelo bien”. Os invito a todos a la lectura de este libro que seguro que no os decepciona.

2 comentarios:

  1. Buenas tardes. Me gustaría conocer tu opinión sobre esta entrada: El capítulo 5. Saludos cordiales.

    ResponderEliminar