Ya
terminó la Feria del Libro de Zaragoza y ya se presentó Cuaderno de
un profesor. Como es habitual, fue estupendo poder
saludar a familiares y amigos y conocidos, con los que siempre es un
gusto pasar un rato.
Llegué
a Zaragoza a eso de las diez y media, puesto que debía firmar en la
caseta de Cálamo a partir de las once. La Plaza del Pilar me pareció
un extraordinario emplazamiento para la Feria. Allí me recibió la
figura de Goya y no pude evitar acercarme a la Catedral de La Seo
para rememorar el imborrable día mi boda. Tempus fugit...
El cartel anunciaba la programación del día y pronto estaba en la caseta con Paco Goyanes (qué importante labor la del librero, que al fin y al cabo es el mediador entre quien escribe y quien lee lo que otro escribe). No se hizo pesada la estancia, pues las visitas la hicieron muy agradable.
Primero
vino Pablo, un tipo simpatiquísimo e inquieto al que no había
podido tratar hasta ahora, fuera del mundo virtual. Tras varios
intentos frustrados, esta vez sí pudo ser. Acudió con su madre,
genio y figura, a la que ya había podido saludar el día de la
presentación en Zaragoza de mi anterior libro, presentación en la
que estuvo como “enviada especial”. Pasamos un buen rato
charlando y le dediqué el Cuaderno con la intención de agradecerle
(agradecerles a los dos) el detalle de pasarse por la Feria y, claro, de leer el libro. Por el vídeo podrán comprobar todos que me explayé,
acaso en exceso.
Al
poco tiempo, Jesús, mi amigo dinosauriófilo, con el que ya había
compartido unas cañas en un “evento” anterior, apareció
entusiasmado con su (excelente) labor divulgadora en el Museo de
Ciencias Naturales de la Universidad de Zaragoza. Hice un descanso y
nos tomamos una cerveza en un lugar fantástico: el Café Ciclón, en el restaurado antiguo
Pasaje de la Industria. Nos pusimos al día y nos despedimos hasta
otra ocasión, espero que pronto.
También
pude hablar momentáneamente con Teodora, colega de batallas educativas, a
la que acompañaba una amiga que compró mi libro para su hija,
maestra de Infantil, lo cual me alegró enormemente porque la buena
enseñanza ha de comenzar por ellas primeras etapas.
Pronto
se hicieron las dos y aproveché para comer con mis padres en un
sitio que vale la pena frecuentar: La Tabernilla de Sagasta (si van, prueben el tataki
de atún), tras lo cual ellos descansaron un poco y yo regresé a la
zona de la Feria para encontrarme, un rato antes de la presentación
del libro, con Vanesa, a la que tenía unas ganas tremendas de
conocer personalmente. Pasé con ella un rato magnífico, con otra cerveza
(ella les dirá que tomó una fanta, pero no le hagan caso), pues
hacía “bueno”. Hablamos un poco de todo. O bastante de todo. Y,
una vez en Musicopolix, para presentar Cuaderno de un profesor, ella
se marchó a hacer un examen, no sin antes hacerme una foto mientras
probaba una de las guitarras de la tienda, aprovechando
“maliciosamente” para incluir en la imagen unos UKELELES que se
encontraban colgados al fondo. Al poco, Marta Vela, que tuvo la
amabilidad de acompañarme y presentar el libro, estaba ya, puntual, con sus
apuntes y su libro subrayado. Ultimamos algunos detalles, aguardamos
a que los rezagados entraran y comenzamos. Además de algunos
familiares, estaban: Charo, otra beligerante docente;
Maite, también profesora, que dejó a medias una celebración para
escucharnos; Leticia, comprometida docente en la FP; Mariantonia, la
mujer de Dario, ambos enseñantes, a la que hacía años que no veía;
Patricia y Antonio (Patricia enseña en FP); Carlos, que no es
profesor, pero es un buen amigo, de los que siempre están; y estaba
Ana, mi primera y más importante maestra de guitarra, la que me
enseñó a amar el instrumento. Me dejaré seguro a alguien, pero me
sabrán disculpar. El público
estuvo participativo y discrepamos en algunos puntos, que es algo muy
sano. Pero coincidimos en lo esencial: la educación es trascendental y ha de ser exigente y rigurosa para amparar la igualdad real de
oportunidades y compensar desigualdades sociales; además, enseñar
es un oficio noble y hermoso, a pesar de sus dificultades y
sinsabores, que los hay, como hay satisfacciones que finalmente compensan las
decepciones.
Después de algo más de dos horas de tertulia, Gaby y Carlos, amabilísimos, habían preparado un
piscolabis que sirvió para saludar a quienes no había podido saludar todavía. Firmé algunos libros y me quedé luego con Carlos, Patricia y
Antonio (Juan se sumó un poco después). Anduvimos “tapeando”
por el Tubo, una de las zonas más tradicionales de Zaragoza,
sorprendentemente cambiada desde la última vez que la recorrí, que
debió ser hace mucho, por lo visto. Comimos migas y mollejas y
bebimos algunas cervezas más. Así acabó el día de la puesta de
largo de Cuaderno de un profesor. Y aquí dejo algunas instantáneas y unas pocas líneas sobre la experiencia.
No hay comentarios:
Publicar un comentario