lunes, 17 de junio de 2024

Reseña de "El anhelo intelectual"

 

Reseña de El anhelo intelectual en el blog Me sé cosicas:

Expone Albert Boadella en el prólogo a esta gavilla de ensayos que «varios de los aspectos polémicos que exponen estas páginas a través del aprendizaje son consecuencia directa de mi generación» (p. 16), que no es otra que la que protagonizó el célebre mayo del 68 francés. De este pecado original surgieron ideas que hoy nos resultan familiares porque las seguimos sufriendo de forma cotidiana, como la impugnación del principio de autoridad o la devaluación de valores elementales como el mérito, el esfuerzo y el rigor. Al final del prólogo Boadella entona el mea culpa«Mi generación abonó el terreno para la medianía promoviendo el desprestigio de la excelencia y la autoridad del conocimiento» (p. 21).

Alberto Royo (Zaragoza, 1973) es guitarrista clásico, musicólogo, profesor de Secundaria y autor de cinco obras esenciales que denuncian la deriva de la enseñanza en el marco de una degradación general del sistema de valores que la sustenta. Estas obras unas veces adoptan el formato de ensayos (La sociedad gaseosaContra la nueva educaciónContra el pedagogismo), otras el de un dietario trufado de reflexiones (Cuaderno de un profesor) y alguna se condensa bajo la forma de epigramas (Breviario antipedagogista). El anhelo intelectual (2024) se ajusta al primero de los formatos y se compone de quince partes, cada una de las cuales gravita en torno a una idea central, y dos epílogos desenfadados y llenos de mordacidad que el lector habitual de Royo reconoce como marcas de autor.

El eje discursivo que vertebra este ensayo se identifica en el título. Lamentablemente, la educación ha tomado una dirección completamente opuesta a la que la vio nacer con la Ilustración, esto es, la escuela como un refugio de cultura y depósito del saber destinados a procurar al alumno el blindaje necesario para hacer frente a la superficialidad, la ignorancia y la superchería. En su lugar, la escuela se está convirtiendo en un refugio de personas a las que hay que entretener con un placebo educativo y engañarlas con unas calificaciones que no se corresponden ni con su esfuerzo ni con su nivel de conocimientos. Desde 1990 se viene sustituyendo el conocimiento por un sucedáneo de base emocional que solo busca un bienestar ficticio del alumno (cuando desde siempre se sabe que el acceso al conocimiento es un rito iniciático esforzado, constante y a veces tortuoso). Frente a este cambiazo y al relativismo que vacía sistemáticamente de certezas las convicciones, Alberto Royo exige «que se prestigie el saber. Que se defienda el conocimiento. Que se ampare el derecho de los alumnos a ser instruidos y no sólo a permanecer escolarizados» (pp. 40-41). «Necesitamos un Día del Orgullo Intelectual», concluye allí mismo el autor.

Posiblemente muchas personas conciban este anhelo intelectual de la educación como un prurito cercano al esnobismo cultural. Hace muy bien Alberto Royo en vincular el conocimiento con el carácter reparador y nivelador de la educación. Una escuela que deje desasistidos a los alumnos del conocimiento no compensará nunca las desigualdades de partida y limitará considerablemente el ascensor social. Por su parte, el alumno deberá aportar el esfuerzo para aprovechar las oportunidades que la educación le brinda porque, como sentencia el autor, «el esfuerzo es el elemento igualador por excelencia» (p. 35). Unas páginas más adelante (p. 93) el autor se pregunta cuál fue el momento en el que la izquierda comenzó a sentirse incómoda con palabras como esfuerzoexigencia o responsabilidad personal, como si esas tres cualidades fueran patrimonio exclusivo de los ricos.

La madre del cordero de este vaciamiento intelectual de la educación se encuentra en el pedagogismo, concepto entendido como «deformación homeopática, emotivista y antiintelectualista de lo que no debió dejar de ser la didáctica» (pp. 84-85). Y lo que en otras profesiones se consideraría una aberración contra el sentido común, en el ámbito educativo se ha naturalizado. Los adalides y guruses de este engendro pedagógico, que no han dado nunca docencia directa o son meros desertores de la tiza, son los que toman las decisiones educativas y prescriben a los docentes que están a pie de obra cómo deben enseñar.

En realidad, la educación es bastante más sencilla de lo que los pedagogos muestran con sus diagramas de flujo y su terminología abstrusa: no se puede enseñar a enseñar, se enseña algo, y solo el que sabe está en condiciones de enseñar. Y cuanto más sabe un profesor de su materia, tantas más estrategias será capaz de generar para lograr su propósito de enseñar. Por esta razón, es indispensable que la formación del profesorado esté basada en especialidades y cada especialidad lleve aparejada su propia didáctica (el pedagogismo aboga por la supresión de las especialidades y la unificación del profesorado en un cuerpo único docente). Llegará algún día en el que se elabore una Ley de Memoria Pedagogista (p. 83) en donde la pedagogía reconocerá todas sus equivocaciones y pedirá perdón a las generaciones de alumnos por sus desatinos.

En el capítulo 13 Alberto Royo se muestra optimista ante la posibilidad de revertir este movimiento antiintelectualista que desde que se aprobara la Logse en 1990 se ha desenvuelto sin apenas resistencia. El factor decisivo de este cambio han sido las redes sociales que sirven para vehicular el malestar del profesorado por el desastre que se vive en las aulas y el eco mediático que algunos medios —no todos, otros son apologetas de los jetas— prestan a este vaciamiento del conocimiento. Yo no soy tan optimista. Creo que hay demasiados intereses en convertir al alumno en un paria del conocimiento y recluirlo en una permanente minoría de edad a la hora de elaborar pensamientos críticos. Creo también que, a pesar de internet y las inteligencias artificiales, el verdadero conocimiento va ir recluyéndose paulatinamente en círculos pequeños como en la Antigüedad o la Edad Media.

Quien, como el que escribe estas líneas, ha visto desfilar un sinfín de modas educativas desde finales de los años ochenta está vacunado ante todas las veleidades pedagógicas y legislativas que salen del magín de los pedagogos a la violeta. Desde hace muchos cursos la única manera de sobrevivir a este espanto educativo ha sido la que describe Alberto Royo: «Mientras tanto, en el día a día, muchos profesores hacemos oídos sordos a lo que se dice por ahí. Cerramos la puerta de nuestra clase y nos entregamos a la transmisión de conocimientos» (p.  40). Esta es la actitud correcta. Y en esa actitud, como se dice en Aragón, no hay que reblar.

Alberto Royo, El anhelo intelectual. Una compilación de textos educativos y reivindicativos, prólogo de Albert Boadella, La Rioja, Letras Inquietas, 2024, 161 páginas.

martes, 11 de junio de 2024

PROYECTO-CONCIERTO. EL AMOR A LO LARGO DE LA HISTORIA


Si hay un tema recurrente en la música, como en el arte o la literatura, ese es el amor. Y el amor es el hilo conductor del proyecto-concierto que se celebró en el Salón de Actos de mi instituto el 6 de junio. Como público estuvieron los alumnos de 6° de Primaria del CPIP Remontival, de la misma localidad.

Se planteó un recorrido por los distintos tratamientos del amor a lo largo de la historia, desde la Antigüedad Clásica hasta el siglo XX: el amor afligido de Seikilos, quien mandó componer un epitafio para su fallecida esposa Euterpe; el amor espiritual de las cantigas de Alfonso X, el rey Sabio, quien adaptó la idea del amor cortés a la devoción mariana; el amor distante del melancólico John Dowland, precursor del pop por sus letras cargadas de sentimiento y sus melodías intensas; el amor a la naturaleza de Vivaldi, que anticipó la música de cine con su descripción de las estaciones del año; el amor costumbrista de Boccherini, que precisamente vino a España por amor, al quedar prendado de una cantante a la que siguió hasta aquí, enrolándose como violonchelista en la compañía en la que ella cantaba, y terminó enamorándose de las calles del Madrid del XVIII, con sus majas y majos, sus guitarras y castañuelas; el amor bufo del Fígaro de Mozart, el genio que supo unir lo cómico y lo serio; el amor trágico y shakespeariano de Prokofiev, el compositor que puso música a la desventura de Romeo y Julieta; el amor filial, racial y jazzístico de Gershwin y su Summertime, con el que despedirnos el curso a poco ya de las vacaciones de verano…

Todo ello lo escuchamos en un concierto para el que se contó con la colaboración de los departamentos de Lengua y Literatura e Inglés, en cuyas clases se han trabajado textos que se recitaron y presentaron también durante la actuación.

Los arreglos de todas estas piezas se elaboraron para los siguientes instrumentos: xilófonos y metalófonos, carillones, guitarras españolas, guitarras acústicas, guitarra eléctrica, bajo eléctrico, batería, ukeleles, cajón flamenco, djembé, panderetas, bongos, triángulo, cortinilla, piano, teclados y voz. Cada obra ha sido trabajada a lo largo del curso, alternando los ensayos con los contenidos relativos a la historia de la música. Los alumnos han hecho un esfuerzo importante a la hora de interpretar en público una música que a priori se encuentra alejada de la que escuchan a diario. Y este es precisamente el valor de elegir este repertorio: sirve para acercar al alumno adolescente obras artísticas y literarias a las que por sí mismo no se acercaría. Músicas de la Antigua Grecia, de trovadores, de laudistas de la época isabelina, de barrocos, clásicos y románticos, e incluso jazzísticos, se dieron cita el 6 de junio. Ojalá muchos de los alumnos y alumnas que han participado se acuerden en el futuro de estos autores, estas piezas o estos textos que sin duda forman parte del patrimonio cultural tan rico del que disponemos.

Taller de Música


El repertorio del concierto de los alumnos del Taller de Música de 2º ESO fue:

Hakai Hana (tradicional japonesa), Interstellar (banda sonora de Hans Zimmer), Quédate (Quevedo), Sweet Home Chicago (Robert Johnson), Zombie (The Cranberries) y La playa (La oreja de Van Gogh). Estos tres últimos temas son los que trabajé yo con mis alumnos.

Los instrumentos que utilizamos en esta ocasión fueron: pianos, batería, guitarra eléctrica, acústica y clásica, bajo eléctrico, metalófonos y xilófonos bajos y altos, carillones, cajas, claves, panderetas, cajón y bongos (además de la voz, claro).

Música y Cine


La nueva asignatura que imparto en 1º de Bachillerato (Música y Cine) tuvo como colfón un concierto dedicado a la música de cine y televisión. Interpretamos algunas bandas sonoras, comenzando por la cinta de Sergio Leone de 1968 El bueno, el feo y el malo (escrita por Ennio Morricone), seguida de la música de la creación de Spielberg, iniciada en 1981, Indiana Jones (compuesta por John Williams), para tocar después el “tema de Claudia” de Sin perdón (de Lennie Niehaus y del propio director Clint Eastwood), rodada en 2019, y la sintonía de la serie de Jean Favreau de 2019 The Mandalorian (composición de Ludwig Goranssön), terminado con la canción The eye of the Tyger (Survivor) de la película Rocky III.



Motivar


Seguramente ya lo habré dicho antes, pero ¿sabéis lo que creo que motiva mucho a los alumnos? Comprobar que su profesor sabe lo que hace.

En el caso del profesor de música, y en concreto en lo que se refiere a la práctica musical, les gusta constatar que lo que les pides que hagan tú sabes hacerlo; que si les cuesta hacerse a un instrumento, puedes tocarlo tú, sea cual sea, y explicarles con ejemplos en el momento; que si tienen dificultades con su parte, eres capaz de adaptarla a lo que pueden hacer, pero no para hacerlo por ellos sino para enseñarles cómo hacerlo; que si algo no funciona, sabes buscar soluciones; que si te plantean dudas, las resuelves; que si se encuentran nerviosos ante una actuación, los entiendes y les das herramientas para afrontar la situación; que tu compromiso por hacer las cosas bien, por lograr que aprendan música y a disfrutar de la música, es inquebrantable.

John Dowland


Hay quienes se extrañan o no entienden (incluso quienes se rasgan las vestiduras) cuando incluyo en el repertorio del concierto de final de curso una canción del viejo John Dowland. Pero tengo motivos que justifican de sobra mi decisión.

1. Es muy probable que ninguno de mis alumnos llegara a conocer al gran compositor de la melancolía inglesa renacentista si yo no se lo im-pongo (y digo im-pongo para referirme al origen latino de la palabra inmponere, procedente de in-ponere, esto es, poner dentro).
2. No es nada lejano a un adolescente del 2024 el dolor provocado por la ausencia de la persona amada, que es lo que Dowland expresa en su "Now o Now I Needs Must Part". Como dijo Publio Terencio, "Homo sum, humani nihil a me alienum puto".
3. La música de Dowland es deliciosa. Y, oh sorpresa, no parece disgustar, pues cada día que pasa y la practicamos, aparece una alumna más que se ofrece a cantar la melodía y ensayar en el recreo). Lo que iba a ser una versión puramente instrumental va a terminar siendo para voces e instrumentos.
Alimentar la sed de belleza de nuestros alumnos es uno de los cometidos más nobles que podemos asumir los profesores.