Ayer
me invitaron a participar en una breve conversación con un psicólogo
en el magacín "Euskadi
hoy",
de Onda Vasca. El propósito era charlar sobre la repetición de
curso. Aunque el tema da mucho de sí, dejo aquí unas
pocas reflexiones
anteriores
y posteriores
al
programa, algunas de las cuales traté de exponer en el mismo,
además de unas cuantas observaciones sobre una noticia que había
pasado por alto en la que el Consejero de Educación navarro, José
Iribas, se pavoneaba (y
no es la primera vez) del "nivelazo" de la enseñanza
navarra. Vayamos pues
con
el primer asunto.
Hoy
día está muy, pero que muy mal visto, que un profesor "arroje"
a un alumno, suspendiéndole su asignatura, a la repetición de curso, porque ello le podría causar
algún tipo de trauma incurable. No
importa si el alumno ha suspendido tres,
cuatro o todas las materias, ni
si
es
un "nota", un pre-delincuente o un muchacho que
sencillamente ha hecho una mala (di) gestión de su adolescencia y,
ofuscado,
ha perdido
el curso. La cosa es que mandar a un alumno a repetir parece poco
menos que de "yihadistas educativos". Es frecuente que
quienes afean la
pérfida y
segregadora conducta
del profesor que se niega a aprobar a un chico para evitar que sea
"estigmatizado", defiendan la promoción automática frente
a
la supuesta ineficacia de la repetición, pretendiendo así proteger
a unos alumnos a los que, en el fondo, se está perjudicando gravemente.
Me explicaré.
¿Es
beneficioso repetir curso? Depende. Para quien no quiere estudiar,
repetir curso es tan perjudicial como seguir escolarizado y en las mismas condiciones que sus compañeros. Lo que hay
que hacer con el
alumno
que
no quiere estudiar es
buscarle alternativas (una diversificación real) que no tienen por
qué ser las mismas que las de los demás ni llevar al mismo fin. ¿A qué
alumnos, entonces, puede venir bien repetir? A aquellos que, en
principio, quieren estudiar pero, por los motivos que fuere, no han
podido asimilar los contenidos del curso, situación que dificultará
(y casi seguro impedirá) que puedan asimilar contenidos más
complejos en el siguiente curso. Es muy probable (cualquiera que
tenga una mínima experiencia docente sabe que es así) que estos
alumnos que promocionan de forma automática se desenganchen desde el
principio del curso al que han accedido con la ristra de suspensos y
terminen siendo lo que los modernos llaman "alumnos
disruptivos". Y es que la promoción automática es, sin ninguna
duda, uno de los mayores disparates de nuestro sistema educativo; de
ahí el triste dicho: "Si matriculas a una cabra en 1º de ESO,
seguro que llega a 4º". Autores del prestigio y la experiencia
de Gregorio Luri han defendido la repetición de curso. Luri ha
afirmado
de forma nada ambigua que "la
repetición de curso a tiempo puede evitar un ulterior fracaso
escolar".
Y, sobre todo, "en la etapa de Primaria y en edades
correspondientes a fases muy concretas del proceso de maduración
intelectual del alumno, como en 3º de Primaria".
La
realidad incontestable es que agrupar a alumnos capaces y esforzados
con otros que ni pueden ni quieren seguir el ritmo de los primeros y
que acuden a clase con un currículum de suspensos de record guiness
tiene unas consecuencias desastrosas que, eso sí, viene de
perillas a los jerifaltes educativos y a los políticos para mejorar
los porcentajes y sacar pecho.
Volviendo
con nuestro gozoso y satisfecho
Consejero de Educación foral,
que afirmaba el otro día que Navarra está "en la Champions de
la educación" (por cierto, algo muy parecido dijo
en
su día Zapatero
de nuestra economía, no digo más), hay
que volver a insistir en que los
profesores (y
solo los profesores) conocemos la situación real de la enseñanza. Y
sabemos que nuestro sistema tiene carencias flagrantes, también en
nuestra comunidad. Pese a que, gracias al esfuerzo de los docentes,
siguen saliendo alumnos preparados de la escuela pública, los
problemas de expresión y comprensión lectora, por poner un ejemplo
de singular trascendencia, son más que evidentes. Y cualquier
profesor
lo
constata a diario. Pero estos problemas no surgen de pronto en la
Secundaria sino que vienen de atrás, ya que se empieza a leer y a
escribir en Educación Infantil. Que haya alumnos que presenten
dificultades de este tipo cuando llegan al instituto, con doce años,
es algo que debería hacer reflexionar a nuestros dirigentes
educativos y llevarle a pensar que cualquier reforma educativa pasa
necesariamente por una remodelación desde las primeras etapas.
Pero
también los profesores debemos hacer autocrítica porque, aunque
defendemos con vehemencia un sistema educativo riguroso y de calidad,
todos, en un momento u otro, más o menos presionados, hemos
cedido y consentido
el mercadeo de las sesiones de evaluación. Mal haríamos en negar
esta contradicción porque, si algo no es discutible, es que el
docente debe calificar a sus alumnos en función de su esfuerzo y de
lo que demuestren, vaya esto en detrimento o no de los
planes de la
administración educativa que, seamos claros, está
mucho más preocupada por las
estadísticas que por
la formación real de los alumnos. Me gustaría incidir, para
terminar, en la
presión que se ejerce desde la administración, desde el propio
centro y también por parte de muchos padres, para evitar una
repetición de curso. Hoy día, la imagen (por lo tanto, las
estadísticas, por lo tanto, la mal llamada "calidad")
puede más que el sentido común y la responsabilidad. Y
ese es un lujo que, especialmente en la enseñanza, no nos podemos
permitir.