Imagen de Cuéntame cómo pasó (TVE) Cintora a pie de calle (Cuatro)
Ayer, por consejo de un amigo que intuía, como yo, lo que podía ocurrir, decidí no ver el programa de Jesús Cintora en Cuatro, en el que se iba a incluir una entrevista que se me había solicitado (insistentemente) desde Cuarzo Producciones. Según me dijeron en estas primeras conversaciones telefónicas, estaban preparando un nuevo programa y querían dedicar uno de los capítulos a la educación (así me lo indicaron, a la educación en general) a propósito de la publicación de mi libro Contra la nueva educación, pues les "interesaba mucho mi punto de vista". Pregunté entonces quién más tenían previsto que apareciera en el programa, a lo que se me respondió que solamente me iban a entrevistar a mí, que no se trataba "de ningún debate" y que pensaban también preguntar a "personas de la calle".
Días después de finalizada la entrevista, conocí que el programa tenía un título que acotaba bastante el asunto ("Malditos deberes"), un título, por cierto, con evidente intención de influir en la opinión del espectador. Supe también, por las noticias previas a la emisión del programa, que en el mismo se difundirían las opiniones de José Antonio Marina y César Bona, entre otros. Fue entonces cuando me di cuenta de que el objetivo del programa no era contraponer posturas para crear debate sino colocarme a mí en el bando de los nostálgicos, reaccionarios y torturadores de niños, para ensalzar las nuevas (nuevas, ja) corrientes pedagógicas buenrollistas y celebradores de lo lúdico (por usar la expresión que mi admirado Antonio Muñoz Molina emplea en el prólogo del libro). Así, en la intervención de Cintora en el programa de Ana Rosa Quintana, este relacionaba el "esfuerzo" con aquello de "la letra con sangre entra".
Ahora que ya he podido ver el programa, quiero manifestar que no estoy de acuerdo ni con el título, ni con el enfoque ni con el trato desigual que se ha dado a uno y otros. Les argumentaré enseguida por qué tengo tan mala impresión del programa de ayer.
Un programa que, según su director, pretende buscar "explicaciones a los asuntos que más preocupan a la sociedad española desde todos los ángulos posibles" no puede comenzar con un vídeo en el que la conclusión ya está extraída: los deberes son un abuso. Y ha de ser coherente con su finalidad (manifestada públicamente) de enfocar los temas "desde todos los ángulos posibles". Me temo que la única voz discordante en el programa fue la mía. El programa podría haberse orientado de varias maneras, quizás preguntando para intentar después encontrar respuestas: "¿Son excesivos los deberes"? "¿Son útiles los deberes?" "¿Cómo han de ser los deberes?" Pero no. Durante el primer minuto de programa ya se nos había asegurado que son un abuso. Para redondear este comienzo, en la entradilla, una voz en off relaciona el abandono escolar prematuro con el exceso de deberes (que ya es relacionar) y nos explica que estamos, respecto a la media europea, en la cola en cuanto a lectura, ciencias y matemáticas (¿¿por culpa de los profesores que mandamos deberes?? -por cierto, yo apenas mando tarea para casa-). Para el periodista Cintora, pese a lo mal que funciona el sistema educativo, seguimos sin tener un "pacto político para la enseñanza" (y que no lo haya, por favor -esto es mío-). Sigamos.
Cintora llega a una casa para empezar el día cambiando impresiones con dos niñas justo antes de ir al colegio (las niñas, no Cintora). Vemos un despertador que marca las siete y media de la mañana, parece que para dar a entender lo traumático que es para los niños madrugar (dependerá también, digo yo, de la hora a la que se acuesten y de si antes de dormir charlan o leen o se dedican a ver la tele o jugar a la play o con la tableta de papá -o la suya propia-). La madre se lamenta de la cantidad de tareas que tienen sus hijas. El periodista se pregunta si "se puede vivir" así. Claro que incluye en ese sinvivir las actividades extraescolares a las que les apuntan los padres (porque ellos quieren, ¿no?). Por lo demás, ¿quién podría defender un exceso de deberes? ¿Son perjudiciales los deberes por el hecho de ser deberes o lo son solamente si están mal planteados o son desproporcionados? Parece que estas preguntas no son pertinentes. O sea que son impertinentes.
Pregunta Cintora a una de las niñas "si le gusta ir al cole". No sé qué respuesta esperaba, la verdad, pero no parece sorprenderse cuando la niña dice que no (bueno, que "a veces sí a veces no"). Lo mejor viene a continuación. "¿Y qué podemos hacer para que te gustara siempre?" Cintora, sin que me figuro fuera su intención, daba con esta pregunta con una de las claves del desastre educativo, pues el simple hecho de hacerla explica bastante bien por qué estamos como estamos en educación. El fin de la enseñanza ha dejado de ser que los alumnos aprendan. Ahora tienen que ir al cole contentos. No entiendo, de verdad que no lo entiendo por mucho que lo intente, por qué en el 2016 es imprescindible que nuestros alumnos quieran ir a clase. Yo no quería cuando me tocaba hacerlo y ahora me encanta estudiar. Entonces lo hacía porque me decían que tenía que hacerlo. Y no estaba de acuerdo. Prefería hacer otras cosas. Sin embargo, algo ha debido ocurrir, algo gordo, algo trascendental, que ha hecho que no podamos decirles a nuestros hijos, a nuestros alumnos, "debes hacerlo aunque no quieras". Claro que un padre o un profesor debe intentar dar las explicaciones pertinentes: "es importante para ti", "te vendrá bien en el futuro".... pero tenemos que ser conscientes de la mayoría no lo entenderán hasta mucho más adelante. Y desde luego no nos lo agradecerán hasta mucho más adelante.
Cintora acompaña a Adriana, que así se llama la niña, a la escuela, dándole ánimos como si la pobre cría estuviera dirigiéndose al centro penitenciario. Fuera, en la calle, hablan Susana, la madre de Adriana, y Eva Bailén, definida por Cintora como "madre coraje", deduzco que para reforzar la imparcialidad del programa (es un comentario irónico, sí), la autora de aquel vídeo en el que se decía que los deberes han robado la infancia a nuestros niños. Cintora, en su papel de periodista que se limita a recoger distintas opiniones sin tomar postura (en efecto, también este es un comentario irónico), le sugiere a Eva que "hay quien dice" (algo así como el "alguien ha matado a alguien" de Gila) que hay que inculcarles (en realidad él dice "meterles") el sentido de la responsabilidad y el esfuerzo", a lo que replica Eva que "a un niño de seis años no podemos meterles la responsabilidad y el esfuerzo con calzador pensando que tiene que ir ya a la universidad". Y tiene razón en parte, Eva. Primero, con calzador (que supongo es una forma de decir "a las malas") es mejor no meter nada, salvo los pies en los zapatos. Segundo, la responsabilidad y el esfuerzo son valores positivos que deben transmitirse a los niños desde que son pequeños, con afecto, con cariño, con infinita paciencia. Tengo un hijo de casi seis años. No trae deberes a casa todavía, pero mi mujer y yo hacemos lo posible por conseguir que entienda que debe ir asumiendo responsabilidades (siempre ajustadas a su edad) como comprar el pan, vestirse solo, cuidar un momento de su hermana pequeña... y que debe esforzarse porque lo que uno consigue con esfuerzo resulta mucho más satisfactorio que lo que le regalan. Que no cunda el pánico. Me refiero a cosas como llevar la taza a la fregadera o conseguir escribir una palabra que no le sale. "Los niños a los seis años deben jugar", reivindica Eva Bailén. ¡Faltaría más! Y aprender, que es algo que les entusiasma. Indagar, descubrir cosas que desconocían, resolver enigmas, superar retos... Inmediatamente llega otro asunto recurrente: la "educación bulímica" que, según la Sra Bailén, es aquella que consiste en "engullir" (contenidos) y "vomitarlos el día del examen" (la idea es originalmente acasiana, así que espero que Bailén no tenga problemas con los derechos de autor). Hablar de educación "bulímica" me parece, además de frívolo, ridículo. Sería como acusar a los médicos de evitar que los pacientes salgan con éxito de una operación porque pueden volver a enfermar. Un paciente ha de curarse y tratar de cuidarse después. Un estudiante que no repasa lo que ha estudiado para un examen, olvidará casi todo (nunca todo). Un paciente que no sigue las indicaciones de su médico, como un alumno que estudia de cualquier manera, tiene una parte importante de responsabilidad en el fracaso del tratamiento o del estudio. En cualquier caso, afrontar un examen es provechoso como ejercicio de superación y, por otro lado, como digo, la manera de preparar un examen no puede ser memorizar sin entender nada sino memorizar lo imprescindible comprendiendo lo demás. Menos mal (hay esperanza) que otra de las madres que se unen a la conversación se declara (¡valiente!) defensora de los deberes y, ante el estupor (estoy seguro) de los asistentes, Cintora incluido, matiza con sensatez y habla de "poco a poco", de "un modo progresivo", "en función de las edades de los niños", de "ir adquiriendo un hábito de trabajo" y "a la vez", de "ir asimilando los conocimientos que se han adquirido en el colegio y en casa se pueden reforzar". Otro padres reconducen la situación hacia la conclusión que interesa, pese a la racionalidad de la madre que defiende la proporcionalidad (o sea, como yo). Pero está en minoría la pobre.
Cintora visita después un centro de esos que aplican "nuevas metodologías", a cuyos profesionales elogia por su capacidad de innovación, por ejemplo, abandonando los libros de texto (mecachis, como yo, pero lo mío no debe ser innovador). Introduce este bloque hablando de "profesores que apuestan por otra educación" (entre los que no me incluye aunque debería, porque soy partidario de "otra educación"). En ese concepto en el que el periodista no me incluye entran los proyectos (que me resultan interesantes en Infantil y en Primaria pero no en Secundaria), los talleres (ídem), el menor uso de los libros de texto (casi siempre imparto clase con material propio) y "la atención a los intereses y capacidades de cada alumno", de manera que, puesto que he sido situado en el bando de los malos, queda claro que no quiero atender "los intereses y capacidades" de mis alumnos. Por descarte. En este colegio todo se hace "a través del juego" y los chicos deciden por medio de asambleas, como Podemos (bueno, como Podemos antes. O como Podíamos). Pero me llama la atención la contradicción permanente que percibo durante la charla (vale, "asamblea"). Las respuestas de los críos cuando Cintora les pregunta por aquello que, según ellos, mejoraría la educación, son interesantes: "La atención", dice uno. "No hablar tanto", añade otro. Pues muy innovadoras no parecen las propuestas de los chicos. "¿Deberes sí o no?", pregunta Cintora. "No mandan", dice un muchacho. "¿Cuándo mandamos nosotras deberes...?", pregunta al aire orgullosa una maestra. Eso sí, mandan deberes como "castigo" (¡represión!). Pero lo mejor es la explicación final que demuestra que toda esta controversia es artificial. Para la maestra del centro que no manda deberes excepto para "castigar" o "para el fin de semana", los deberes deben mandarse "cuando son necesarios y tienen un objetivo". Asombroso. Toda esta discusión, las campañas contra los deberes, los vídeos que los hacen pasar por explotación infantil, la absurda contraposición entre felicidad y conocimiento... y terminamos diciendo que los deberes son buenos "si son necesarios y tienen un objetivo". No sigo describiendo la escena en el colegio en el que no se mandan deberes salvo para castigar, para el fin de semana o cuando son necesarios y tienen un objetivo porque el resto es un canto a la felicidad, oh capitán, mi capitán, ante el embeleso del presentador, que tiene claro que ESTO es lo que hay que hacer en la enseñanza. Y nada más.
Vayamos con mi intervención (o con la edición de mi intervención), que analizaré en varios puntos:
1.- La introducción es tan sesgada como burda. Después del ambiente chill out del centro que no sabe si pone o no pone deberes, escuchamos: "No todos los implicados en la enseñanza ponen el foco en el bienestar y en la participación de los niños. Hay profesores que priorizan la educación basada en el esfuerzo, la exigencia y el mérito". Una aclaración: como "implicado en la enseñanza", defiendo el esfuerzo, la exigencia y el mérito (y convencido). Esto no implica que desee que mis alumnos sean unos desgraciados ni que les impida participar en clase. Relacionar una cosa con la otra no puede tener otra motivación que condicionar al espectador.
2.- La ambientación escogida para la ocasión (ya la primera imagen que podemos observar es una bola del mundo), es sospechosa. Cintora llega caminando, feliz después de hablar con las maestras que, ellas sí, piensan en sus alumnos, no como yo, al instituto más antiguo de Madrid (probablemente el más antiguo de España), el San Isidro, y escoge como lugar de grabación la recreación de una aula antigua, con encerado, pupitres de los de antes, vitrinas con libros de texto y expedientes académicos de personajes ilustres... todo muy vintage. No parece que la maquilladora, que era muy amable y profesional, me hubiera encanecido el pelo para la entrevista (no se rían, me he fijado por si acaso), pero está claro que la luz eran los otros y a mí me tocaban las tinieblas. Tengo que decir que no puse ninguna pega. En realidad estuve encantado de hacer la entrevista en un lugar por el que han pasado donnadies como Lope de Vega, Calderón de la Barca, Francisco de Quevedo, los hermanos Machado, Pío Baroja, Vicente Aleixandre... a mí, al contrario que a otros, no me molesta si algo es viejo o nuevo sino si es vulgar o valioso.

Expediente académico de Antonio Machado en el Instituto San Isidro
3.- Jesús Cintora empieza leyendo el título de mi libro y la contracubierta (lo único que había leído del ensayo, al menos en el momento de la entrevista) y me mira como si pensara que me iba a retractar. Pues mire, no, sigo pensando igual que cuando escribí el libro. Soy de los que piensan que se puede cambiar de opinión, pero no cada dos semanas.
4.- Rotulan: "Alberto Royo. Maestro", lo cual es incorrecto (pese a que sabían perfectamente qué soy) y tiene una influencia determinante en la confusión con que algún telespectador poco sosegado ha recibido mis comentarios, que, por supuesto, son aplicables a una etapa como la Secundaria y no a Primaria o Infantil. En varios momentos recalco que soy profesor de instituto pero esto ni se vio ni se especificó.
5.- Me reafirmo en todo cuanto dije. Creo que el conocimiento tiene un valor en sí mismo y que debe ser el objetivo principal de la escuela. Quiero que mis hijos sean felices, como lo deseo a mis alumnos, a mis compañeros y a mis congéneres en general. Pero de lo primero me encargaré yo y no quiero que el profesor de matemáticas me suplante en esa tarea sino que se dedique a enseñarles matemáticas, que a mí se me dan bastante mal.
6.- Mi discurso, aunque las ideas son las mías, resulta algo inconexo a causa de la edición. La entrevista fue larga y entiendo que haya tenido que resumirse. Ahora bien, el hecho de que no se hayan emitido algunas de mis contrarréplicas me ha dejado sin defensa en algunos momentos. Porque, pese a que se me dijo que no iba a un debate sino a una entrevista, lo cierto es que debate sí hubo. Y no me refiero al de los políticos del final de programa (no se les ocurrirá llamar a debatir a los docentes, no, de sus propuestas mejor no digamos nada) sino a la continuas alegaciones del presentador y director del programa que, al contrario que en momentos anteriores en los que se mostraba entusiasta y radiante, en mi caso (será culpa mía) no tenía reparo alguno en discutir constantemente mis planteamientos. Esto no me parece mal, pero habría sido más honesto haberme dicho desde el principio que se me invitaba a un debate en el que mi contrincante dialéctico era el presentador.
Después de discutir conmigo, Cintora sonreía un poco más al hablar con un pediatra defensor de la neuroeducación, de los que dicen que hay que aprender disfrutando. Por momentos uno no sabía si era este o Cintora el paladín del deleite pedagógico ("PLACER", escribía el periodista en la pizarra de un aula, así, bien grande para que se viera).
La presentación de César Bona, en contraste con la de un servidor es llamativamente elogiosa. Porque para Bona, "nominado a los Global Teacher Prize", "las emociones, el respeto, la creatividad y la ilusión son tan importantes como los libros de texto". Los alumnos deben aprender a leer y escribir, pero también a manejarse en la vida. Todo este panegírico se intensifica con imágenes de César "de buen rollo" con sus alumnos, mucha luz y mucho color para dejar bien clarito, otra vez, qué es bueno y qué malo. Quién es bueno y quién es malo. Un periodista que, repito, dice buscar mediante este espacio "explicaciones a los asuntos que más preocupan a la sociedad española desde todos los ángulos posibles", no puede ser (tan) parcial. No es prudente que un periodista rebata todos los argumentos de un entrevistado y se deshaga en alabanzas con los otros invitados. Piensen solo en este detalle: mientras Cintora y Bona pasean por el parque amigablemente con la recién estrenada primavera y los pajarillos entonando sus cánticos, a mí me sitúan en una aula de los años 40. Seamos serios. O seamos unos cachondos. Pero todos. No es el momento ahora de detallar mis discrepancias con algunas de las teorías de César Bona sino de exponer, más que mi queja o mi protesta, mi sensación de pena por la manera en que se ha abordado el necesario debate educativo: de forma tendenciosa y maniquea, estereotipando a unos (a uno) y ensalzando a otros.

Bona y Cintora. Despertar de apacibles sentimientos al llegar al campo,
El tramo final del programa, antes del debate de expertos (la verdad es que eran políticos) está dedicado a José Antonio Marina, del que ya hemos hablado mucho, que anima "a despertar al diplodocus". Así que vayan desperezándose.
Termino ya diciendo que, a pesar de la experiencia, un tanto desagradable, me alegro de que mi posición, aunque sesgada, esté, en medio de tanta modernidad innovadora, felicidad radiante y divertido espíritu lúdico. Algo hemos ganado. Hace bien poco, palabras como "exigencia", "esfuerzo" y "mérito" brillaban por su ausencia en la televisión. Podrán tergiversar lo que pensamos, podrán malinterpretar (con mejor o peor intención) lo que reivindicamos. Pero ahí seguimos. Y no hemos de callar. Para que se siga escuchando nuestra voz en defensa del conocimiento y de una educación ilustrada, moleste a quien moleste.
PD: Un amable lector del blog me escribe para advertirme de las dificultades para acceder al programa desde fuera de España. En este enlace se explica cómo acceder sin problemas.