jueves, 29 de septiembre de 2016

Por "elusiones"


Recientemente, en una cadena de televisión, una persona muy popular con la que he tratado de contrastar pareceres en varias ocasiones sin lograrlo (no sé qué ocurre con algunos docentes que, pese a declararse vocacionales -y exigir esa misma vocación a los demás-, siempre evitan discutir con quienes podrían aportarles otros puntos de vista sobre la profesión y acusan a los divergentes, en cuanto se ven en aprietos, de ser irrespetuosos y ofensivos, aunque estos se exprese con absoluta corrección), fue entrevistado en un tono amigable y casi meloso que para sí habría querido yo en alguno de los episodios en los que me he visto envuelto. En esta acaramelada charla dejó algunas perlas que comentaré en otro momento. Hoy me limitaré a contestar "por elusiones". Digo "por elusiones" porque se me citó sin citarme, en el mejor estilo Gila, recordando algunas declaraciones que he hecho a los medios a raíz de la publicación de "Contra la nueva educación". Y no es que me importe que me citara sin citarme, pues implícitamente admitía que hay quienes tenemos una visión muy distinta de la enseñanza, aunque no pertenezcamos al estarsistem. Lo que ocurre es que, si alguien cita una frase que yo he dicho, prefiero que la cite de manera correcta, porque hacerlo mal puede dar lugar a malentendidos. Y ya hay quien parece tener dificultades para entender lo que digo, cuando se publica tal y como lo digo, como para encima complicarlo. Veamos qué dijo nuestro mediático protagonista:

Alguien (ese soy yo, amigos) dijo una vez: “A la escuela se va a trabajar y a estudiar, no a ser feliz.”, que le pregunte (se refiere a mí) a los miles de padres que ahora están sufriendo (...)".

No pienso decir nada (no vale la pena) sobre esa responsabilidad que el Gran Gurú nos imputa a los profesores que apostamos por el conocimiento y la exigencia, en relación con el "sufrimiento" de "miles de padres". Sobre la campaña contra las tareas escolares, que él mismo secunda, ya he dado mi opinión aquí, y me reconforta que el colegio al que llevo a mis hijos (público, por supuesto) suscriba mis planteamientos [1]. Pero sí debo sacar a mi colega de su error, sin duda no premeditado y provocado por la aversión posmoderna a la memorización que probablemente comparta, porque la frase que me atribuye (“a la escuela se va a trabajar y a estudiar, no a ser feliz”) no es del todo exacta y desde luego no oculta ninguna intención perversa (aprovecho para desmentir, por si acaso, que piense que a la escuela se ha de ir para ser un desgraciado -aunque, también de forma, seguro, no premeditada, él ligara la primera frase con el "sufrimiento de los padres"- o que los profesores tengamos que infringir el mayor dolor que podamos a nuestros alumnos). Yo no establezco oposición entre "trabajar" y "ser feliz". Y no es honrado dar a entender que porque defiendo el esfuerzo no deseo la felicidad de mis alumnos, o sea, que soy un mal tipo. No tengo mayor problema con esto, no voy a atormentarme porque alguien pueda pensar que me levanto todos los días con la intención de hacer el mal, pero me molesta que se manipule lo que digo. A continuación, copio varias afirmaciones mías en distintos medios de comunicación para compararlas con lo que se dijo que dije y comentarlas:


Comentario de texto: Aprender no es lo mismo que "estudiar y trabajar". Que la escuela es (o era, o debiera ser) un lugar de aprendizaje, no habría de ser discutible ni motivo de polémica. Ahora bien, "trabajar y estudiar", aunque imprescindible, no es EL OBJETIVO FINAL de la escuela. La meta, y para eso nos esforzamos los docentes, es que los alumnos aprendan. Que aprendan música, literatura, matemáticas... eso que a algunos les parece insuficiente pero a muchos profesores (y padres) nos parece tan valioso, eso que no siempre entra dentro de lo que llaman "los intereses de nuestros alumnos" y que precisamente por eso no podrán encontrar en otros ámbitos fuera del académico (especialmente los más desfavorecidos). La segunda parte de la frase ("no a buscar la felicidad") no descarta que el conocimiento pueda contribuir a la felicidad. Descarta que este sea el fin de la educación. Que no es lo mismo. No podemos garantizar que un alumno encuentre en la escuela la felicidad, pero deberíamos poder garantizar que encontrará conocimiento. 


Comentario de texto: En este caso, es la primera parte de la frase la que descarta, no que la felicidad de nuestros alumnos sea deseable (excepto para las personas "de mal corazón"), sino que la responsabilidad de los profesores deba ser proporcionarles felicidad en lugar de formación. Les pondré un ejemplo como padre: a la escuela le pido que se ocupe de la enseñanza de mis hijos y me deje a mí atender a su felicidad. NOTA PARA OBTUSOS: Que pida a los profesores de mis hijos que les enseñen no quiere decir que no quiera que los traten bien, con respeto, afecto y delicadeza, como Abraham Lincoln demandaba al maestro de su hijo (trátelo bien, pero no lo mime ni lo adule, déjelo que se haga fuerte solito. Incúlquele valor y coraje pero también paciencia, constancia y sobriedad).


Comentario de texto: No la necesita porque el conocimiento tiene en sí mismo grandes dosis de emoción, porque contribuye a que un alumno pueda educarse y convertirse en un ciudadano culto y, por lo tanto, con criterio, independiente y en mejores condiciones de tener una vida  plena (feliz, si se quiere) que un ignorante.

Para terminar, todos tenemos derecho a defender el modelo educativo o el modelo social que queremos. Pero cuando algunos (que también somos profesionales de la enseñanza) damos nuestra opinión y esta no es tan atractiva, cómoda o "moderna", cuando no discurre en la dirección marcada por... (esto lo dejo a su imaginación), cualquier ignaro puede sacar las conclusiones más disparatadas y cualquier sinvergüenza sacar tajada, sobre todo si "alguien", de forma "no premeditada", tergiversa lo que uno ha dicho, convirtiendo de inmediato en versión oficial lo que no es sino una interpretación sesgada. 

[1] En educación primaria se considera conveniente enviar deberes o tareas escolares para que el alumnado las realice fuera del horario lectivo. El profesorado determinará las actividades a realizar y los criterios para su corrección en función de las necesidades de cada grupo. Las familias deben responsabilizarse de que el alumnado realice las tareas en las condiciones adecuadas.
La finalidad de las tareas escolares es:  Desarrollar la autonomía y crear el hábito de trabajo y estudio. Reforzar el aprendizaje que tiene lugar en el aula.  Consolidar y ampliar conocimientos adquiridos en clase. Iniciar en el aprendizaje o anticipar contenidos que se trabajarán en el aula.

Contenido de las tareas escolares: Las actividades que se proponen son actividades que el alumnado sabe hacer por sí mismo. Por tanto, es conveniente que las haga solo y en caso de alguna dificultad, que consulte al día siguiente al profesor.

Duración de las tareas escolares: El tiempo destinado para la realización de tareas y a la lectura dependerá de cada alumno, pero dentro de unos parámetros lógicos y razonables".

martes, 27 de septiembre de 2016

Educar en la era digital. Millennium. TVE


Ayer lunes se emitió el debate sobre educación en Millennium, el programa que dirige Ramón Colom en la segunda cadena de TVE. Tiene uno la sensación de estar bastante solo siempre que es invitado a un evento de este tipo. Pese a que varios de mis compañeros de tertulia insistieron en que no era así y que el trato fuera de plató fue muy cordial (también con Ramón Colom, muy amable), lo cierto es que a nivel pedagógico me encuentro a una gran distancia de lo que las otras personas que participaron en la discusión defienden. Independientemente de que uno pueda estar de acuerdo o disconforme con lo que sostengo y de si lo expresé con mayor o menor acierto (que todavía no lo sé porque no he podido ver el vídeo), espero al menos haber sido coherente y no haber dicho nada que no se corresponda con lo que pienso y me alegra que una posición que no es nada trending pero estoy seguro suscriben muchos profesores, haya tenido su espacio en la televisión pública. Imagino que, como ha ocurrido en anteriores ocasiones, habrá quien malinterprete, simplifique o tergiverse lo que digo. Pero mis convicciones seguirán siendo sólidas y continuaré manifestándolas siempre que se dé la oportunidad.
El programa se puede ver aquí.

lunes, 26 de septiembre de 2016

Los buenos profesores y los charlatanes de la educación. En Madresfera


Madresfera es una plataforma de blogs en la que se habla de asuntos relaciones con la infancia y también la educación. Edita una revista. En su último número, el dossier central está dedicado a "la necesidad de regenerar la educación" y al "papel que juega el profesorado en esta revolución". Diana Oliver, Redactora Jefa, contactó conmigo para pedirme opinión al respecto y hoy aparece mi postura reflejada en el página 30, con el título Los buenos profesores y los charlatanes de la educación. Transcribo el texto a continuación.

“Muchos profesores lo que quieren es enseñar bien, sean o no sean calificados de modernos”. Para Alberto Royo, profesor y autor de ‘Contra la nueva educación’ (Ed. Plataforma) lo importante no es enseñar “a la antigua” o de forma “moderna”, sino que los docentes logren conseguir su meta. “Si la meta es que nuestros alumnos aprendan y una metodología novedosa consigue el objetivo, fantástico. Si se logra con métodos tradicionales, lo mismo”. Lo que no comparte Royo es que se califiquen como “novedosas” propuestas que  tienen muchos años, algunas de las cuales han demostrado ser, según el profesor, “poco eficaces o incluso perjudiciales”. Dice que es ilógico que se califique o se etiquete a los docentes “no en eficaces o ineficaces, sino en innovadores o trasnochados” y opina que “la nueva educación es una corriente más mediática que real”.

En este sentido, para el autor de  ‘Contra la nueva educación’, el objetivo de la escuela debe ser formar ciudadanos libres: “Proporcionarles las herramientas que les permitan ejercer una ciudadanía crítica, activa y vigilante, porque un ciudadano culto y formado será menos manipulable que un ignorante. Al mismo tiempo, la escuela ha de garantizar la igualdad real de oportunidades y permitir que todo alumno que tenga interés desarrolle al máximo sus capacidades. Aquel que sea más capaz, necesitará esforzarse menos que el que tenga más dificultades. Pero este contará con todo el apoyo necesario a cambio solo de que manifieste voluntad por aprender”.

Insiste Royo en que la proliferación de nuevos caminos educativos ha generado un aumento de charlatanes de la educación: “Desde el momento en que se admite que se puede saber poco pero comunicar muy bien, que lo de menos son los contenidos sino cómo se transmiten, que hay saberes caducos o que lo que el alumno necesita saber lo puede encontrar en internet, la figura del charlatán educativo queda oficializada”.

Sin embargo, también cree que hay buenos profesores y que “un sistema mediocre no debería ser excusa para hacer cada uno nuestro trabajo lo mejor que podamos y sepamos”. ¿Qué hace entonces que uno sea un buen profesor? “Lo fundamental es que sepa, pues uno explica mejor aquello que domina. Después, un buen docente tiene que estar comprometido con su actividad y preocuparse por que sus alumnos aprendan. El buen profesor siempre hace autocrítica y revisión de su didáctica, está en continua evolución y aprendiendo sobre su materia, para estar en mejores condiciones, mediante la mejora que supone la praxis educativa, de transmitir mejor los contenidos de su asignatura. Por último, la tercera condición es el entusiasmo. Difícilmente, si no creemos en el valor del conocimiento, si no amamos nuestra asignatura, podremos contagiar y convencer a nuestros alumnos”.

La revista se puede descargar aquí.

jueves, 22 de septiembre de 2016

Deberes. Abolición YA.


Sobre los deberes he hablado aquí, aquí y aquí (a propósito del programa de Cintora al que fui invitado). No hace mucho me hicieron algunas preguntas (entre ellas una sobre esta cuestión) para el programa Cuarto Milenio Zoom, que dedicará uno de sus capítulos a la educación, y que será emitido próximamente. Según me dijo la redactora, pensaban entrevistar también a una chica que se llama Eva Bailén (y que aparecía igualmente en “Cintora en la calle”) y se ha hecho muy popular por una campaña contra los deberes que deslumbró a los medios de comunicación en la que se sugería que las tareas escolares habían robado la infancia a los pobres infantes. Ha escrito un libro recientemente sobre este mismo tema. Supuestos expertos y gurús de la educación, así como charlatanes del más variado pelaje, se posicionan también con frecuencia contra de los deberes como solo lo haría un fanático (que, según Francis Bacon, es aquel que “no quiere pensar”) porque las argumentaciones son realmente pobres. Pero, claro, en la educación todo ha de ser blanco y melifluo, no sea que alguien se traumatice. Y además se puede sostener sin criterio, sin experiencia y sin pruebas. Total, en la enseñanza todo vale. Y a veces hasta cuesta (dinero, digo).


Los penúltimos en aparecer como integrantes de esta cruzada anti-deberes tan trending topic son los de la Confederación Española de Asociaciones de Padres y Madres del Alumnado (CEAPA), que se han lucido especialmente al solicitar firmas para acabar con la práctica de los deberes como método de educación”. Como lo leen. Si uno lo lee rápido puede confundirse y pensar que se trata de una campaña para prohibir la ablación del clítoris o, qué sé yo, la brujería (¿quizás el reiki?)… pero no, su fin es terminar con esa práctica de tortura llamada “deberes”. Resulta que, para la Asociación de Padres, es “un método de aprendizaje erróneo” (no imagino a los padres y madres de los pacientes de un hospital juzgando como equivocados el diagnóstico, tratamiento u operación de un médico, pero ya saben que sobre este oficio de enseñar, todo el mundo sabe más que nosotros). Pues sí, los deberes “vulneran”, dice la CEAPA, “los derechos del niño” porque “no respetan su tiempo libre” (algo que, parece, sí respetan los padres que apuntan a sus hijos a cuarenta extraescolares semanales -papá y mamá estamos en contra de la competitividad pero nuestro chico tiene que tocar el piano, hablar inglés y ser cinturón negro de kárate-), porque han “convertido” a padres y madres en “profesores a la fuerza” (¿a la  fuerza? ¿obligan los niños a sus padres a hacer con ellos la tarea? ¡Qué juventud!)… En fin, no vale la pena analizar todos los desatinos que la CEAPA ha tenido a bien (o a mal) exponer públicamente. Quedémonos con que quieren, los papás y mamás de esta asociación, “una educación integral” (será con harina rica en salvado, por aquello del tránsito).


Perdonen que me tome todo esto un poco a chiste. En realidad, no tiene ninguna gracia. El asunto de los deberes sería discutible si se planteara con un mínimo de seriedad. Pero no es así como se hace. No se pide racionalizar los deberes. No se advierte sobre su exceso. Se pide su supresión. Y no se aporta ni un solo dato que corrobore las supuestas maldades de los deberes, sus terribles perjuicios para la salud mental, física o emocional de nuestros alumnos e incluso (se lo juro) se nos acusa  a quienes ponemos objeciones de “charlatanes” y “demagogos” (los pájaros tiran a las escopetas, parece todo una broma). Y, por si esto fuera poco, hacen trampa cuando se les pregunta y entonces se refieren a los “deberes abusivos” porque, obviamente, no es lo mismo hablar de “deberes” que de “deberes abusivos”. No pediríamos a los médicos que dejaran de proponer tratamientos o recetar medicamentos porque un tratamiento no resultara adecuado o un medicamento no produjera el efecto esperado. Por supuesto que los deberes abusivos no son buenos. Y por supuesto que unos deberes mal planteados tienen poco sentido. ¿Eso significa que  debemos prohibirlos? ¿Pero es que nos hemos vueltos locos?


Si queremos discutir sobre los deberes, hagámoslo. Pero hagámoslo los profesionales de la enseñanza. Y hagámoslo con seriedad. En primer lugar, tal y como yo lo veo, entiendo que los alumnos con dificultades son los que más necesitan que sus profesores les manden unas tareas bien diseñadas y proporcionadas según su edad y nivel (y adaptadas, si es necesario). En segundo lugar, hacer deberes permite al alumno detectar dudas que el profesor podrá aclararle, y también repasar lo que ha visto en clase y el alumno más capaz ya habrá aprendido. Incluso le servirá para ejercitar hábitos como laconcentración, la disciplina o la constancia, que nunca están de más. En tercer lugar, la falta de tiempo que tiene los críos y que les impide jugar, subirse a los árboles o coger caracoles se debe a que muchos padres los apuntan a piano, judo, inglés y a no sé cuántas extraescolares más. En cuarto lugar, hablemos de evidencias. Las hay que demuestran que los deberes favorecen en general el rendimiento académico. Aquí enlazo un artículo fantástico de Marta Ferrero con abundante bibliografía (más que recomendable visitar su blog). Pero puede que el problema sea que lo que menos importa a los chamanes y entusiastas de la ignorancia sea el rendimiento académico. Lo que les preocupa es solo el "bienestar" del alumno (que sea un zoquete no parece inquetarles, mientras se encuentre a gusto). En este caso, admito que los deberes pueden ser una molestia y sacarlos de su “zona de confort”, que diría aquel… o sea, un fastidio. Y eso me lleva a la pregunta clave: ¿qué pedimos a la escuela? Si aspiramos a que forme, culturice y proporcione conocimiento, si se quiere que los profesores enseñemos para que los alumnos puedan educarse, habrá que aceptar que los deberes (así lo demuestra la evidencia) favorecen este objetivo. Si la única ambición es que sean felices y tengan en orden los chacras, encomendémonos a las constelaciones familiares, a las metodologías alternativas, a las terapias a base de apionabo... o a las clases particulares. Y ante cada nueva ocurrencia disparatada digamos lo que Don Latino a Max en Luces de Bohemia: "¡Eres genial! ¡Me quito el cráneo!"

lunes, 19 de septiembre de 2016

La razón de la sinrazón. Malditos exámenes


Sobre los nueve años comencé a estudiar guitarra. Desde crío me acostumbré a tocar en público, en audiciones que se organizaban desde el propio conservatorio o en cursos de verano. La inconsciencia de cuando eres niño hacía que no pasara por mi cabeza la posibilidad de tropezarme, dar una nota falsa, romperme una uña u olvidar algún pasaje. Con el tiempo, fui siendo más consciente y la responsabilidad hizo que apareciera cierta preocupación natural (y necesaria para no bajar la guardia), pero el hecho de haberme habituado a interpretar música para los demás me permitió aprender a sobreponerme a la inseguridad, a controlar la situación y disfrutar de algo tan hermoso como tocar música. Incluso he llegado a tocar mejor con público que sin él, pues el reto es mayor que cuando uno practica en casa.

Cuando leo que un señor llamado Sugata Mitra dice en El País que los exámenes "ya no sirven" porque los muchachos los perciben "como una amenaza" recuerdo a algunos de mis compañeros en el conservatorio que también percibían como una amenaza las audiciones de final de curso (no era mi caso, como ya he dicho). No todos los alumnos con los que coincidí han conseguido curtirse lo suficiente como para superar el miedo escénico. Algunos dejaron la música, otros se dedicaron a facetas con menor exposición (o, más bien, diferente exposición). Incluso hay quien lo pasó mal (aunque estoy seguro de que no le han quedado secuelas). Esto es lógico, pues todos tenemos diferentes personalidades y estamos más o menos predispuestos  a según qué actividades. Hasta me atrevería a contravenir a la oficialidad y afirmar que no todos tenemos talento ni lo tenemos para lo mismo. A lo que iba: si se hubieran suprimido esas audiciones, tampoco quienes hemos desarrollado después actividad concertística habríamos podido hacerlo porque se nos habría hurtado el derecho a afrontar la exigencia y superar los obstáculos. Y no creo que haya sido injusto para nadie. Según Sugata Mitra, si los alumnos perciben como una amenaza los exámenes, la solución no pasa por hacerles ver que un examen es un desafío, un acto de superación, que sirve para que uno compruebe si ha aprendido lo que debería haber aprendido, para sentirse satisfecho o redoblar esfuerzos, como los deportistas que compiten en los Juegos Olímpicos aunque no todos se llevan medalla, por el hecho de enfrentarse a uno mismo, de calibrar sus posibilidades. No, para Sugata Mitra la solución es eliminar los exámenes. Si un alumno no se atreve a superar un obstáculo, quitemos el obstáculo. Retiremos las vallas en el salto de vallas, que abandonen los porteros las porterías para no intimidar a los jugadores y que no haya red en el tenis ni público en los conciertos. Eso sí, los profesores tenemos que educar. ¿¿Cómo, si evitamos que los alumnos tropiecen??

Estoy preocupado. Cada vez más, los medios de comunicación se hacen eco de propuestas a cual más insensata (y lo que es peor: las tratan como si fueran serias). Se acumulan de tal manera que no es posible dar la réplica a todas. Los deberes, los exámenes, el esfuerzo, el trabajo individual, la voluntad... todo lo que uno cree imprescindible para aprender es denostado. Estamos ante la razón de la sinrazón. Pero no podemos claudicar. Los cuerdos somos nosotros. Podrán seguir difundiendo disparates, pero nadie aprende si no se equivoca. Y para equivocarse ha de ponerse a prueba a sí mismo, sobre todo si tiene dificultades, sobre todo si tiene inseguridad. Es una cuestión de exigencia (ex -hacia fuera- agere -mover, actuar-) y de responsabilidad: si un alumno no ha alcanzado aún el nivel de madurez que le lleve a este convencimiento, es el adulto (en este caso, el docente) el que debe hacérselo ver. Lo contrario, eludir las dificultades para evitar que el alumno "no se sienta amenazado" no es enseñar. Yo a eso lo llamo estafar.

lunes, 12 de septiembre de 2016

¿La otra mejilla? Sobre respeto, autoridad y prestigio docentes



Agredida una profesora en Zizur Mayor por el padre de uno de sus alumnos. La agresión se produjo cuando el hombre vio cómo la docente reprendía al niño, después de que este la agrediera.

La profesión docente tiene unas peculiaridades que no tiene ninguna otra. No, no hablo de las vacaciones, que les veo venir. Es, por ejemplo, el único oficio en el que no nos ponemos de acuerdo respecto al objetivo de nuestra actividad. Piensen en la sanidad. ¿Alguien duda de que la obligación del médico (y así se lo exige la sociedad) es curar al paciente? Nadie. Sin fisuras. Con absoluta claridad. Indiscutible. En la enseñanza, se cuestiona que el profesor ha de enseñar al alumno. No hay que enseñar, dicen, hay que "educar". No somos docentes, insisten, sino "educadores". "Los valores son muy importantes", repiten. Vale, pero ¿qué valores? ¿El respeto, importa? ¿Y qué lección estamos dando a nuestros alumnos si se suceden las agresiones a los profesores y se apuesta por los cursos de mediación, las palmaditas en la espalda y el paternalismo más ñoño? ¿Qué les estamos diciendo a nuestros jóvenes si sus actos no tienen consecuencias? ¿Cómo podremos reconocer a quien actúa bien si no censuramos a quien actúa mal?

La enseñanza es también la única profesión en la que el trabajador ha de "ganarse el respeto" y reclamar autoridad genera de inmediato suspicacias. A nadie se le ocurriría decir que un médico, un bombero, un abogado, (¡un policía) tienen que ganarse el respeto. A nadie. Pero cuidado, nosotros sí tenemos que ganárnoslo, no sé si porque tenemos muchas vacaciones o porque, como este oficio tiene que ser "vocacional" por narices, un bofetón entra en el sueldo (¡bastante suerte tenemos con poder trabajar en "lo que nos gusta"!). Es, vuelvo a decir, una profesión peculiar. Lo es, en tercer lugar, porque ser profesor te convierte en sospechoso. No solo tenemos que acreditar que no somos delincuentes sexuales. También tenemos que aclarar que cuando pedimos autoridad es para actuar de forma justa y proporcionada y no para ejercer la tiranía. Tenemos que aclarar que cuando defendemos el conocimiento y los contenidos ante tantas promesas bondadosas y new-age es porque estamos convencidos de que es valioso, pues contribuye al desarrollo del espíritu crítico y a que nuestros alumnos se conviertan en ciudadanos independientes y con menos posibilidades de ser manipulados, no porque no deseemos su felicidad o no nos preocupen (justo al contrario: porque nos preocupan, queremos que sean personas cultas y formadas); que cuando decimos que los alumnos que "no quieren estudiar" deben permitir hacerlo a los que sí, no queremos excluir a los que tienen más dificultades (al contrario, estos, siempre que quieran y muestren interés, son los que mayor apoyo deben recibir -esto es la escuela pública-); que cuando criticamos el espíritu lúdico de la enseñanza es porque nos la tomamos muy en serio y porque no siempre uno puede aprender divirtiéndose, no porque queramos hacer sufrir a nuestros alumnos; que cuando cuestionamos la motivación no es porque neguemos su importancia sino porque pensamos que es el conocimiento el motor de la misma... Pues no se entiende. Y, aunque no debería ser necesario, tenemos la obligación moral de reiterar estas ideas tantas veces como sea necesario: toda persona merece respeto (no así toda opinión). Además del respeto a la persona, existe (o debería) el respeto profesional hacia quien en el aula es la autoridad intelectual, académica, docente o como quieran llamarla. Lo que un profesor ha de ganarse con su labor diaria de ninguna manera es el respeto (este le corresponde, como a cualquiera). Lo que un profesor ha de ganarse con su desempeño y su actitud es el prestigio. Y son dos cosas diferentes. No las confundamos. Y no pretendamos solucionar estas situaciones solo con cursillos e informes. Los puñetazos, a los profesores, nos duelen igual que a los demás.

miércoles, 7 de septiembre de 2016

Educar en la era digital. Debate en TVE


Pasado mañana estaré en Madrid, en los estudios de Televisión Española, para participar en un debate titulado "¿Educar en la era digital?". Intervendrán también:


Pedagoga, Presidenta de la Fundación TRILEMA (dedicada al acompañamiento pedagógico y a la evaluación educativa). Ha participado en la elaboración de los “papeles para un pacto educativo” junto a José Antonio Marina, con quién escribió, también, “La inteligencia se aprende” (Ed. Santillana).


Especialista en Liderazgo, Innovación educativa en TIC, desarrollo de proyectos y Formación profesional. Miembro del equipo impulsor del proyecto Horitzó 2020 de transformación educativa en los colegios Jesuitas de Cataluña.


Profesor de la ESO y Bachillerato. Actualmente,  de 2º y 4º de la ESO en un centro privado/concertado. Especialista en Neuropsicología y educación. Profesor de magisterio en la Universidad de Córdoba. Autor del libro “Todos los niños pueden ser Einstein” (Ed. Toromítico).

Será en el programa Millennium, que presentan Ramón Colom y Carmen González-Llanos y se emite los lunes a la una de la madrugada, cuya nueva temporada comienza el próximo 26 de septiembre.

Veremos cómo se da...

martes, 6 de septiembre de 2016

"Dos libros recientes sobre educación". En Central de Opinión

Carátula de "La Conjura de los Ignorantes"Portada de "Contra la Nueva Educación"


Dice Paco Cid:

Recuerdo todavía la primera vez que me llamaron fascista. Desde entonces me lo han llamado muchas veces, lo hizo la que fue mi profesora de la asignatura de dibujo técnico de C.O.U., en el único instituto, público, de la ciudad dormitorio de la periferia barcelonesa donde me crié. Hace de esto unos 30 años y yo debía tener 17 o 18. El C.O.U. era el último curso antes de acceder a la universidad, en el que ya se escogían asignaturas orientadas a los futuros estudios superiores, y se recapitulaba el bachillerato anterior de cara a superar la prueba de selectividad lo mejor posible.

La cosa fue más o menos así; éramos en total nueve alumnos, de los que 8 de nosotros pretendíamos estudiar ingenierías o arquitectura en la Politécnica y “Joaquín”, al que, simplemente, no le gustaba la química. El año anterior se había trasladado a Valencia el que había sido nuestro profesor los cursos anteriores, del que jamás conocimos sus opiniones políticas. Su sustituta, mucho antes de pretender enseñarnos el sistema diédrico de representación, ya nos había recalcado reiteradamente que era de izquierdas. Pasado el ecuador del segundo trimestre, todos menos “Joaquín” estábamos seriamente preocupados al comprobar que no habíamos llegado ni a la mitad del temario del primer trimestre. Más allá de la selectividad nos esperaban dos duros cursos de geometría descriptiva, como mínimo. La causa de ello era el acomodar el ritmo de aprendizaje al, no sé si menos dotado, pero sí el menos interesado en ello, pues debíamos ser solidarios y desterrar actitudes “competitivas”. Como fuera que no nos interesaba competición alguna, pero sí que necesitábamos adquirir determinadas competencias para el futuro, después de echarlo a suertes, me tocó ir a quejarme a jefatura de estudios. Ante la observación de que si Joaquín no podía, no le interesaba o no se esforzaba lo suficiente por la asignatura no debíamos pagar las consecuencias nosotros, sino él, la respuesta fue: “No sabía que fuerais tan fachas”.

Que la educación es hoy día en España un tema candente salta a la vista.El fracaso de las políticas educativas desde la LOGSE hasta hoy, demostrado en las persistentes bajas cualificaciones de los educandos españoles en las pruebas de PISA, así como en haberse tenido que implantar un curso “0”, previo a muchas carreras técnicas, por carecer los estudiantes de los mínimos conocimientos necesarios, así lo confirman. Los problemas de indisciplina, baja tolerancia a la frustración y violencia en las aulas, han aparecido reiteradamente en la prensa durante estos años.

Ante un panorama así, cabría inferir, que la LOGSE y leyes posteriores, en la teoría y en la práctica, ha fracasado. Sin embargo, desde diversas instancias, no solo se afirma lo contrario, sino que se defiende una intensificación de sus planteamientos, pues sus ideas fueron, o son, mal aplicadas. Quienes esto afirman, en extraña colusión, suelen ser sectores ideológicos de cierta “izquierda”, pedagogos, burócratas y “expertos en educación” que no trabajan día a día en las aulas o no han dado clase jamás, o “innovadores” de métodos de gestión empresarial y recursos humanos presuntamente “liberales”.

Desde el comienzo hubo voces que señalaron el dislate y los absurdos de los planteamientos que inspiraron la reforma educativa, curiosamente profesores y pensadores preocupados por la eliminación de la educación como motor de la promoción social por méritos, lo único que los más humildes tenían para progresar socialmente sin servidumbres. Especialmente reseñable, por los acerbos ataques de que fue objeto cabe señalar a Javier Orrico, y su libro “La enseñanza destruida”. Poco más tarde aparecieron el “Panfleto antipedagógico” y “De la mala y la buena educación” de Ricardo Moreno Castillo.

Empero, el emperador sigue desnudo y Ricardo Moreno Castillo lo dice una vez más, pero ahora con humor. Le acompaña Alberto Royo. Les une la valoración del conocimiento y el saber como un valor en sí mismo, la idea de que la igualdad de las oportunidades no significa la igualdad de los resultados, la pretensión de formar individuos adultos y autónomos y, por encima de todo, la concepción del conocimiento como algo abordable, comprobable y transmitible, como un bien social.

El planteamiento de ambos libros, espantosamente divertidos, es muy similar, siendo la burocracia, los pedagogos, la pedagogía y toda suerte de charlatanería, teorías pomposas y, lo más importante, no realistas sino ideáticas –que más quisieran que ser ideológicas- de moda, que los diversos “expertos” promocionan en los más variados foros, el objeto de su atención. Para ello, simplemente, dejan hablar a tales pozos de sabiduría ática, comentando después las diversas majaderías con persistente diversión y ánimo jocoso, dejando en evidencia su estulticia, y su peligro…

Enlace al artículo, aquí.