El lado oscuro continúa moviendo sus tentáculos, captando siervos y extendiendo el mal. Como casi siempre, el campo de la enseñanza es el escogido para sus perversas maniobras. La editorial Paidós acaba de publicar el libro “rEDUvolutioN”, cuya autora es María Acaso, quien acaso (disculpen el chiste fácil) no tenga la experiencia suficiente (o directamente no tenga la experiencia) de haber impartido clase en un aula de Secundaria, pues aparece como profesora de Educación Artística de
En una entrevista reciente publicada en la edición digital del diario ABC, expone la firmante del libro unas cuantas consideraciones que transcribo y comento a continuación, pues no tienen desperdicio. Tratemos de abordarlas con sosiego.
1ª.- Sin entrar a valorar la idea que
2ª.-
La Sra Acaso desaconseja programar por objetivos, porque no se van a
cumplir (lo que, como justificación, no está nada mal) y aconseja elaborar, en lugar
de pequeños objetivos, grandes metas, abiertas y flexibles. Se me ocurren
unas cuantas: ¿Qué les parece, como gran meta, conseguir la paz mundial? Y, ya
en la modalidad de “objetivo abierto y flexible”, podríamos dedicar un
trimestre (o el curso entero, si nos venimos arriba) a ser felices, querernos y
abrazarnos todos: padres, madres, alumnos, alumnas, profesores, profesoras,
conserjes, conserjas (no se extrañen, muchos de mis alumnos dicen “conserjas”
-es lo que tienen estos tiempos políticamente correctos-)…
3ª. El profesor debe ser, nos dice Acaso, un artista (ele, mi Acaso). Debe saber coger conceptos y remixearlos, entendiendo como remixear el sistema de producción contemporánea. Eso no es copiar. Es relacionar. Y crear tu «playlist» de la clase. Puestos a hacer el primo, quizás (acaso, me veo obligado a decir de nuevo) deberíamos caracterizarnos para interiorizar mejor nuestro papel: visera, zapatillas deportivas, pantalones anchos y cadenas al cuello. Y ya tenemos al Profesor-“Príncipe de Bel Air”, que perfectamente podría entrar en clase rapeando para motivar a los muchachos.
4ª.- La experta en rEDUvolution denuncia
que los profesores niegan los intereses
de los alumnos. Y yo me pregunto, ¿quién niega los intereses de los
alumnos? Es evidente que los alumnos tienen sus propios intereses (como los
profesores y como cualquier hijo de vecino), pero una cosa es lo que a un
alumno le interesa y otra, habitualmente distinta y en ocasiones coincidente,
lo que debe aprender en la escuela. Si
les interesa el fútbol, dice nuestra guía espritual en rEDUvolution, a lo mejor puedo incorporar este deporte
como recurso para explicar las matemáticas. Pero vamos a ver, señora mía,
¿con cuántos profesores ha hablado usted para documentarse antes de escribir el
libro? ¿Nos está vendiendo como innovación pedagógica el empleo de ejemplos
cercanos al alumno para afrontar el aprendizaje de determinados conceptos? Que yo
sepa, esto ya se hace desde los griegos si no antes y no es necesario para ello anteponer el interés
del alumno a los contenidos que este debe asimilar ni comparar el uso de un recurso
tan elemental con un cambio de paradigma educativo o con el descubrimiento de
la penicilina.
5ª.- Un docente novel, supertemeroso, se mete en un aula de Secundaria con cuarenta adolescentes y no sabe qué hacer y se hace el duro, sin darse cuenta de que lo que tiene que hacer es lo contrario, afirma Acaso con aparente convencimiento. ¿Y qué actitud debe tomar, según la experta, el docente novel, ante su clase de cuarenta adolescentes? ¿Debe simular fragilidad, delicadeza, docilidad …? ¿Debe tratar “de usted” a sus alumnos? ¿Debe preguntarles si les parece adecuado que les mande tarea para casa?
5ª.- Un docente novel, supertemeroso, se mete en un aula de Secundaria con cuarenta adolescentes y no sabe qué hacer y se hace el duro, sin darse cuenta de que lo que tiene que hacer es lo contrario, afirma Acaso con aparente convencimiento. ¿Y qué actitud debe tomar, según la experta, el docente novel, ante su clase de cuarenta adolescentes? ¿Debe simular fragilidad, delicadeza, docilidad …? ¿Debe tratar “de usted” a sus alumnos? ¿Debe preguntarles si les parece adecuado que les mande tarea para casa?
6ª.- Como colofón, la
Sra Acaso rubrica una entrevista impagable
de la siguiente forma: (Hay que) crear en
clase una «comunidad», en lugar de la antagonía «profesor y estudiante», que
además en este momento en que el estudiante tiene muchos conocimientos por ejemplo
de tecnología, ¿que vas a hacer? En la idea de la comunidad, entra el profesor
como coacher, como acompañante, pero es que ni siquiera es un acompañante, los
profesores y estudiantes como coachers unos de otros. Si tú tratas al alumno
más como un igual, y le das más poder, sus problemas se reducen. Esos problemas
aumentan cuanto más autoritario es el sistema. Si tu a un alumno le das
responsabilidad, todo mejora. Si le obligas y le das disciplina solamente, al
final surge el miedo. Hay que recuperar los afectos en el aula, son muy
importantes. En primer lugar, el antagonismo (supongo que era esa la
palabra que Acaso quería emplear) entre docente y discente
no es tal, pues no hay, a priori, rivalidad o contrariedad entre ambos (ni
siquiera interpretando la acepción de la
RAE en su sentido biológico –“interacción entre organismos o
sustancias que causa la pérdida de actividad de uno de ellos, como la acción de
los antibióticos frente a las bacterias”- podemos encontrar nada agraviante
hacia al alumno, a quien el profesor no solo no pretende anular o imponer nada
sino todo lo contrario: instruir y formar). Lo que existe entre alumno y
profesor es un binomio en el que ambos se encuentran estrechamente relacionados, aunque nunca en un plano de igualdad, como principales protagonistas del proceso de enseñanza, el primero, y
aprendizaje, el segundo. Por otro lado, la idea de que el alumno sabe mucho de tecnología y por eso el
profesor no tiene nada que enseñarle (otro guiño solidario de
nuestra colega, esta vez dedicado a los compañeros de Tecnología) es,
sencillamente, una idiotez, como resulta estúpido sugerir que nuestro papel deba
ser el de coach (ojo, coach el profesor para el alumno y coach el alumno para el profesor -tanto da, que da lo mismo-), confundir la responsabilidad con el poder o la disciplina
con la intimidación. Por último, nadie duda que los afectos, las emociones, la
felicidad, son asuntos importantes (no en el aula, en la vida de las personas),
pero esa no es la labor del profesor. En la música barroca, el propósito del compositor (como del intérprete) era conmover (“mover los afectos del alma”, decía Caccini en 1601). Incluso
es aceptable pensar, como Cicerón, que “el buen orador es el
que tiene la habilidad de mover los afectos de quien lo escucha” (el delectare, docere y movere del buen discurso). Ahora bien, ni se puede pedir
a un profesor (aunque, desde luego, sería utópicamente deseable) que consiga conmover a sus alumnos al transmitirle sus conocimientos (quien no quiere
conmoverse, como quien no quiere aprender, no lo hará -tampoco sucedía así en la época
barroca-) ni es coherente abominar de la oratoria y la clase magistral y al
mismo tiempo exigir al docente que sea capaz de emocionar a sus alumnos. Porque,
muchas veces, bastante tiene con que se le permita, en unas condiciones
mínimamente dignas, impartir su asignatura.
Farinelli conmoviendo al auditorio con Rinaldo.