-Pero dilo con más
galanura, hombre. No con esa mirada de besugo y ese aire de... de
zangolotino... Más galanura.
-¿Más qué? (preguntó con absoluta ignorancia)
-Galanura.
-¿Y eso qué es?
¿Recuerdan este diálogo
de la estupenda película “El viaje a ninguna parte” de Fernando Fernán Gómez?
Carlos Galván (Pepe Sacristán) y Carlitos (Gabino Diego) ensayaban en la posada
una obra de teatro y Sacristán le decía a Gabino Diego, que no estaba nada convincente en su papel, aquello de "zangolotino".
Entonces escuché por primera vez esta palabra tan poco utilizada que está hoy de plena actualidad. La RAE define "zangolotino"
como una expresión coloquial que sirve para describir a quien se comporta de forma
infantil o demuestra tal mentalidad. Si seguimos así, dentro de poco los
zangolotinos dominarán la tierra. Al menos en España.
Esta mañana me desayunaba con una entrevista en La Vanguardia a César Bona, considerado por la tendencia dominante en educación, por la administración educativa, y también por Ikea, el mejor profesor de España (aunque, para ser rigurosos, César es maestro de Primaria). Ya en la introducción (minutos publicitarios) leemos que en estos "centros pioneros" que promociona Bona en su segundo libro "lo más importante no es que los alumnos aprueben, sino escucharlos, motivarlos y formarlos para que sean personas socialmente responsables". Antes de entrar en detalles, ¿podría alguien explicarme por qué un examen es perjudicial para conseguir que un alumno se convierta en un ciudadano socialmente responsable? ¿Podría alguien explicarme, de paso, qué es una persona "socialmente responsable"? ¿Podría alguien, abusando un poco, decirme si cuando estos niños tan motivados quieran sacarse el carnet de conducir, se concederá importancia a que lo aprueben o se pedirá que se les conceda en función de su motivación? ¿Animaría a alguien a conducir a un sujeto que no hubiera aprobado el examen? ¿No es también segregador el examen de conducir, puesto que quien no lo supera se queda sin carnet? La argumentación es tan pobre, tan pobre, TAN, TAN, TAN POBRE, que vamos a tener que explicar que aprobar significa que el profesor verifica que un alumno ha aprendido lo que el profesional ha considerado que debía aprender, y suspender no es otra cosa que la advertencia de lo contrario. Pero no hay manera. Los exámenes son malos. Los deberes son malos. La exigencia es mala. El esfuerzo es malo. Los contenidos son malos. Es todo tan idiota que temo que acabemos extinguiéndonos...
Sobre César he hablado en mi
libro, de forma, tengo que decir, muy educada. También lo hice a raíz del
programa Cintora
en la calle, en el que no coincidimos, pues Cintora decidió pasear con
Bona por el parque mientras a mí me recluía en un aula antigua, para adecuar,
imagino, la atmósfera a lo que tenía previsto consumar durante la grabación (y,
sobre todo durante la edición). Comenté otra entrevista suya, en ABC, aquí.
Y aquí relaté
los pormenores de la única vez en la que he podido debatir con él (hasta que se
enfadó y zanjó la charla de forma abrupta) pues en todas las ocasiones en que
se ha podido dar la circunstancia (tres, que yo recuerde), César declinó la
invitación. Sin embargo, aunque no ha habido suerte a la hora de buscar una
discusión civilizada, César sí se ha referido a mí en varias ocasiones, incluso
sin citarme y tergiversando unas declaraciones que yo había hecho (aquí se
puede leer una crónica de lo sucedido en La Sexta Noche). Hasta sor Lucía
Caram, la monja más mediática a este lado del Mississippi, me hizo el favor de
desaconsejar mi libro (bueno, es largo de explicar, primero recomendó y luego,
ya en la tele, disuadió de su lectura -léanlo, si les apetece, aquí-), al tiempo que invitaba a los espectadores a leer el de
Bona que, como diría Coelho, está más mejor.
La cosa es que hoy, una periodista de La Vanguardia, Raquel
Quelart, firmaba un reportaje (al que pueden acceder desde
este enlace) a la estrella mediática con el siguiente titular:
Si tu hijo te dice que no
quiere ir al colegio, ¡escúchale!
Como titular es, sin
duda, tendencioso (y todavía no han leído nada), pues presupone que quienes
entendemos como natural que nuestros hijos prefieran hacer otras actividades
que ir a la escuela debemos ser personas de una enorme crueldad. Porque, con
sinceridad, yo a mis hijos les escucho, pero que quieran ir o no al cole no me
hace cuestionar la conveniencia de que vayan.
Tampoco es muy equitativa la autora de la entrevista al cotejar
el pensamiento boniano con el mío. Escribe Raquel
Quelart:
Los
planteamientos del docente también han levantado ampollas entre algunos de sus
colegas de profesión con una visión más convencional de la educación. Muestra
de ello es el libro de Alberto Royo Contra la nueva educación.
Pero a pesar de las críticas, César se mantiene firme en su compromiso por una
educación mejor y más humana.
Sra
Quelart, "levantado ampollas" es una apreciación un tanto subjetiva.
Y, si se trata de ampollas, más bien parece que soy yo el que las ha levantado
por haber "osado" criticar las propuestas de moda. Basta ver las loas
que usted dedica a Bona y cómo me trata a mí. Porque verá, decir que "a
pesar de las críticas", él continúa "firme en su compromiso por una
educación mejor y más humana", justo después de haber hablado de mi libro,
supone sugerir que quienes no compartimos sus planteamientos, tampoco
compartimos sus buenas intenciones (unas buenas intenciones de las que, por
cierto, está empedrado el infierno). ¿O supone usted, Sra Quelart, que yo
apuesto por una educación peor e inhumana? ¿Quizás extraterrestre? No es que me
moleste que César le sulibeye y yo le resulte tan
"convencional" y, por lo tanto, aburrido. Lo que ocurre es que la
ética periodística debería infundirle cierto afán, si no de objetividad, que es
imposible, sí de rigor, imparcialidad y honestidad profesional. Si tiene
intención de comparar dos visiones distintas de la educación a través de los
planteamientos de un maestro que se dice innovador (Bona) y un profesor que NO se
considera "convencional" (yo), pregunte a ambos o al menos no nos trate de
forma tan desigual.
Pero
vayamos a lo importante, no sin antes pedir a César que lea con más atención mis declaraciones si
quiere citarme porque, de hacerlo mal (y ya van unas cuantas), cualquiera podría
interpretar que lo que pienso es lo que César dice que pienso y no lo que
pienso de verdad, que suele estar bastante cerca de lo que yo digo que pienso. Lo
importante es, pues, rebatir algunas ideas,
no por quien las dice sino por su contenido y repercusión ("todas las personas
son respetables, pero no todas las opiniones", dijo Fernando Savater). Combato estos
planteamientos porque los considero dañinos y porque no los quiero ni para mis
alumnos ni para mis hijos. Y lo voy a hacer cuestionando algunas de las
afirmaciones que aparecen en el reportaje. En azul, las preguntas de la periodista; en rojo y cursiva, las
respuestas de César Bona. En negro
y en redonda, mis comentarios.
¿Qué recuerdos guarda de su
etapa como alumno?
Supongo que los mismos que tienen los lectores que
nos leerán: el ir a la escuela, tener que leer un libro de texto y, luego,
soltarlo en un examen, olvidarte e ir al siguiente tema; lo que sigue
sucediendo ahora años después. Y, claro, las cosas van cambiando en todos los
ámbitos de la vida y la educación no debería ser diferente.
Los recuerdos de la escuela de cada uno son muy
diferentes. Pretender que la experiencia personal condicione las decisiones en
materia educativa es mucho pretender. Por otra parte, ningún profesor quiere que
sus alumnos aprendan algo y lo olviden de inmediato. Si uno olvida enseguida lo
que ha estudiado, normalmente es porque lo ha estudiado muy mal o porque no lo ha repasado. Emplear como excusa eso de que "las cosas
han cambiado en todos los ámbitos de la vida" para despreciar
aquello que funciona es tan ridículo como recurrir al "esto se ha hecho toda la
vida" para eludir la modificación de lo que es necesario alterar.
¿Cuál es el fallo de la educación convencional?
Nos tenemos que dar cuenta de que somos seres sociales, pero
seguimos educando a seres individuales. Es necesario que el conocimiento ya no
parta solo del maestro, sino que sea un factor compartido y no sea usado
exclusivamente de forma individual.
Esta frase no tiene ni pies ni cabeza. El
conocimiento no puede partir sino de quien lo atesora. Pensar que es algo
"compartido" no tiene el menor sentido. Precisamente porque somos
seres sociales necesitamos del conocimiento, para saber comprendernos, para
saber tratarnos y para saber convivir.
¿Qué carencias educativas arrastramos la
generación EGB?
Sobre todo sociales. Si echas la vista atrás, ¿qué
importancia se le daba a las relaciones humanas en la escuela en la que
nosotros vivimos? ¿O qué cultura ecológica se nos inculcó?¿Cuántas veces
escuchamos cuando éramos niños que las diferencias entre nosotros enriquecen?
Vida y Escuela han de ser indisolubles.
Ahora resulta que los de la EGB tenemos una tara. Vaya por Dios. Por lo demás, ¿"vida y escuela han de ser
indisolubles"? ¿Qué demonios significa eso? Es como decir "oxígeno y
escuela han de ser indisolubles". La escuela forma parte de la vida. No
puede ser de otra forma. Si por "vida" se quiere referir César Bona a
lo que no es la escuela, debo decir que el ámbito académico y el social son distintos, lo que
no significa que no estén relacionados. Pero el objeto de la escuela, por
definición, no es sociabilizar sino conocer, lo cual, además, contribuye de
forma determinante a la sociabilización.
¿En qué consiste el proyecto
‘changemarker’ al que están adscritas las escuelas en las que se basa su nuevo
libro?
En escuchar a los niños, porque tienen mucho que
aportar, invitarles a mirar a la sociedad donde viven e intentar mejorarla. Se
trata de convertirles en agentes de cambio. Los alumnos de estos centros
celebran asambleas, deciden qué colegio quieren. Y esto no significa que se
suban a las barbas, sino que están más a gusto en un lugar donde pueden tomar
decisiones, algo que nos sucede también a los adultos.
¿Qué profesor no escucha a sus alumnos? ¿Qué
profesor considera que no tienen nada que aportar? Ahora bien, delegar la
responsabilidad del adulto en el menor de forma que les toque a ellos decidir
qué quieren, me parece, cuando menos, poco profesional.
Usted critica que en el sistema
imperante se escucha poco a los alumnos.
En realidad no es una crítica, es un hecho. Los
niños y niñas en la escuela siguen recibiendo información que luego van a tener
que repetir. La educación tiene que evolucionar: lo más importante para educar
o enseñar es escuchar.
Este razonamiento me parece tan simple, tan
tosco, que no sé ni cómo abordarlo. Para aprender hay que repetir,
razonar, repasar, escuchar... todo ello forma parte del proceso. Reducirlo a la
escucha es tan pueril que no resiste el menor análisis.
¿Qué diferencias hay entre los
siete centros ‘changemarker’ de España?
(...) En el instituto de Sils (Gironès) y en la escuela Sadako (Barcelona) tienen muy en cuenta el compromiso
social. En el colegio O Pelouro, de
Galicia, conviven niños de distintas capacidades y no se tienen en cuenta las
etiquetas. En el centro Padre Piquer, en Madrid,
los chavales de secundaria, bachillerato y FP evalúan a los profesores -también
su nivel de empatía-.
No es momento de tratar el "compromiso
social de la Fundación Ashoka, aunque de ello hablo también en Contra la nueva educación, pero
permítanme que sonría cuando leo que son ellos los "socialmente comprometidos" y
no los que defendemos un sistema público de enseñanza que ampare el derecho al
ascenso social.
¿Qué piensa sobre las críticas que ha recibido su propuesta
educativa, como la que plantea Alberto Royo en su libro ‘Contra la nueva
educación’, donde acusa a su modelo de despreciar el conocimiento y la cultura
y apostar por la felicidad ignorante?
Primero, le felicito por la tipografía de su libro
porque es copia exacta del nuestro; segundo, decir que se desprecia la cultura
y el conocimiento es no tener ni idea de educación, es tener los ojos cerrados,
es querer vivir en una educación de hace 30 o 40 años; tercero, decir que a la
escuela se va a aprender y no a ser feliz es un error; y cuarto, estar en
contra de la evolución es una equivocación.
Primero, te agradezco, César, la felicitación,
porque sé que es sincera, pero tengo que decirte que mi trabajo en Contra la nueva educación no fue más allá de la escritura del
ensayo. La portada es cosa de la editorial, pero tú no te preocupes, César que yo les
transmito la felicitación. Aprovecho para preguntarte de quién tomaste
prestado el título "La nueva educación: ¿Fichte? ¿Dewey? En segundo lugar, tengo que
decirte que tienes toda la razón cuando dices que no tengo "ni idea de
educación" por afirmar que "se desprecia la cultura y el conocimiento". Como
todos sabemos, en este país, como dirían en Amanece que no es poco, es verdadera devoción lo que hay por la cultura y el
conocimiento. Prueba de ello es que a ti te han nombrado mejor maestro de España (un defensor del conocimiento) y que Gran Hermano lleva diecisiete ediciones.
Voy a decirte algo más (no me siento capaz de replicarte cuando me acusas de estar "en contra de la evolución"... ¿contra Darwin?): no solo no tengo los ojos cerrados, salvo cuando
duermo, sino que vivo en este mundo y no en los mundos de Yupi como tú, no en los años
setenta sino en estos. Y en 2016 es, si cabe, más importante que antes, tener
una sólida formación, una base cultural y conocimientos, precisamente para
evitar que ningún embaucador nos pueda convencer de lo contrario con el
pretexto de que nos va a hacer felices. Me niego a dispensar soma a mis
alumnos, César. Me niego y haré lo posible por evitar que sea suministrada a
los alumnos de los demás. No quiero ciudadanos felices en su incultura, encantados de conocerse y acostumbrados a exigir sin exigirse a sí mismos. No quiero zangolotinos. No quiero niñatos que no saben siquiera que no saben y cuya ineptitud, de la que de ningún modo tienen toda la culpa, les llevará a ser esclavos o tiranos. Quiero
ciudadanos que sean capaces de procurarse su propia felicidad, ciudadanos libres que se labren su propio futuro. Y a ello pienso entregarme. Los elogios y los premios, te los dejo para ti.