Todos estamos a favor de lo bueno.
Gregorio
Luri recoge en su blog, El Café de Ocata, el artículo que publicó el pasado 27 de agosto en el Suplemento "Culturas" de La Vanguardia, en el menciona (y yo se lo agradezco) Contra
la nueva educación, junto con algunos otros textos sobre cuestiones educativas.
Lo dejo aquí, en imágenes y en texto.
En
educación todos estamos a favor de lo bueno y en contra de lo malo. Y eso es lo
que nos separa radicalmente, porque cada posición pedagógica se ve a sí misma
de manera inevitable, como una posición moral. Por eso tendemos a priorizar las
metodologías que nos hacen sentir mejores a los profesores. Cuando César Bona
les dice a los docentes que tienen que imitar al maestro que les gustaría tener
para sus hijos, no estoy seguro de que entienda lo que está diciendo.
Lo
bueno, además, ya no es lo que era. La escuela se está transformando en un
fenomenal mercado de nuevas tecnologías (no hay empresa tecnológica o
institución financiera solvente que no tenga su propia estrategia
educativa destinada a satisfacer –y a incentivar- nuevas necesidades) al mismo
tiempo que va reduciendo su protagonismo en la formación de las personas. Por
eso las familias completan la formación escolar de sus hijos con actividades
extraescolares diversas, como idiomas, música, deportes… y, cada vez más,
matemáticas, porque sospechan, con razón, que el futuro es STEM (acrónimo de
science, technology, engineering y mathematics).
No
puede sorprender, pues, que se publiquen tantos libros sobre cuestiones
educativas. Nos centraremos en cuatro que considero representativos del
conjunto. El primero es un libro descriptivo, Cuestión de educación. Un
viaje por la enseñanza española, de la periodista Inés García-Albi; el
segundo, es propositivo, Aprender en tiempos revueltos. La nueva
ciencia del aprendizaje, del catedrático de psicología básica de la UAM,
Juan Ignacio Pozo; al tercero y al cuarto algunos los califican de pataletas,
pero me parece más adecuado verlos como ejercicios terapéuticos. Son Contra
la nueva educación. Por una enseñanza basada en el conocimiento, del
profesor de música Alberto Royo (con prólogo de Muñoz Molina) y La
conjura de los ignorantes. De cómo los pedagogos han destruido la enseñanza,
del catedrático de matemáticas Ricardo Moreno Castillo (prologado por Arcadi
Espada).
“El
tema educativo en España da para mucho”, reconoce García-Albi. Tanto es así que
ni siquiera está claro de qué hablamos cuando hablamos del sistema educativo
español. Esta periodista es consciente de que los resultados de matemáticas de
Navarra son similares a los de Finlandia y de que en el País Vasco apenas
existe el abandono escolar prematuro, mientras que algunas comunidades vegetan
en el furgón de cola de Europa. Sin embargo, todas han conocido el mismo baile
legislativo. Dada esta situación, ¿no convendría desconfiar de las recetas
homogéneas? ¿No hemos de ser precavidos, por ejemplo, a la hora de promover
nuevas leyes o la sustitución generalizada de la “vieja educación” por una
supuesta “nueva educación”, como nos propone Juan Ignacio Pozo, en línea con la
ortodoxia pedagógica?
Según
Pozo, hoy disponemos de las “nuevas ciencias del aprendizaje” que permiten
suplir “lo que la naturaleza no da.” Para este psicólogo no parece existir ni
lo dado por naturaleza, ni la objetividad del conocimiento, ni el cociente
intelectual. “Los tests de inteligencia”, nos asegura con una seriedad
asombrosa, “no miden si usted es o no inteligente (…) sino si es más o menos
inteligente que otros”. “Hoy”, añade, “es necesario hablar de inteligencias
múltiples”, excepto que uno crea “en el misterio de la Santísima Trinidad”. La
verdad es que no hay ningún neurólogo competente en el mundo que crea en las
llamadas “inteligencias múltiples”. No creen en ellas ni en el departamento de
psicología diferencial de la UAM, donde trabaja Pozo.
Hace
ya diez años, Jaap Dronkers, criticaba “los métodos suaves” postulados por los
socialdemócratas por considerar que no reducían las desigualdades sociales y
alejaban a los docentes de las filas de la socialdemocracia. Royo y Moreno son
dos ejemplos de este alejamiento. Podemos criticarlos, pero sería poco sensato
ignorarlos o despreciarlos, porque estaríamos ignorando o despreciando a una
buena parte de nuestro profesorado. ¿Es verdad o no que, como asegura Royo, “si
hay una palabra que suscita polémica entre el profesorado, esa es
pedagogía?”
Royo
y Moreno repasan el vocabulario pedagógico actual con una mirada que quiere ser
tan afilada como la navaja de Ockham. Por eso podemos considerar que sus libros
son terapéuticos, en el sentido en que la filosofía analítica se consideraba
terapéutica frente a la metafísica. Y reconozcamos que la asombrosa ambigüedad
del lenguaje pedagógico y las reticencias de muchos innovadores a comprometerse
con evidencias que puedan evaluar sus buenas intenciones, les ofrece a ambos
abundante munición dialéctica. La confusión es tanta, que el psicólogo Alfredo
Hernando en su Viaje a la escuela del siglo XXI, editado por
Telefónica, tanto considera innovadoras las escuelas que creen en las
inteligencias múltiples, como las escuelas KIPP de los Estados Unidos. Hay
quien se considera innovador por querer devolvernos a mayo del 68 y quien para
innovar no tiene reparos conceptuales en mezclar a Piaget con Vigotsky y
Skinner. En la ideología pedagógica hay pseudociencias que parecen tener más
poder de convicción que la psicología cognitiva.
La
escuela vive en una anarquía metodológica porque la administración ya no puede
imponer lo bueno. Pero entonces, ¿la progresiva heterogeneidad de los centros
no debería corresponderse con una efectiva libertad de elección por parte de
las familias?
No
es la enseñanza lo más sagrado de la escuela, sino el aprendizaje, pero no todo
lo aprendido tiene el mismo valor. Para justipreciar lo aprendido, un buen
maestro es imprescindible. Especialmente en estos tiempos en que la pedagogía
parece haber olvidado su tradicional dimensión política (que es siempre
pedagogía de una cultura) para atender a las diferencias individuales (es
decir, al liberalismo pedagógico) y a la futurología (porque, por lo visto,
sólo los pedagogos saben exactamente cómo será y no será el futuro).