martes, 23 de agosto de 2016

Gregorio Luri en La Vanguardia. Todos estamos a favor de lo bueno


Todos estamos a favor de lo bueno.

Gregorio Luri recoge en su blog, El Café de Ocata, el artículo que publicó el pasado 27 de agosto en el Suplemento "Culturas" de La Vanguardia, en el  menciona (y yo se lo agradezco) Contra la nueva educación, junto con algunos otros textos sobre cuestiones educativas. Lo dejo aquí, en imágenes y en texto.

En educación todos estamos a favor de lo bueno y en contra de lo malo. Y eso es lo que nos separa radicalmente, porque cada posición pedagógica se ve a sí misma de manera inevitable, como una posición moral. Por eso tendemos a priorizar las metodologías que nos hacen sentir mejores a los profesores. Cuando César Bona les dice a los docentes que tienen que imitar al maestro que les gustaría tener para sus hijos, no estoy seguro de que entienda lo que está diciendo.

Lo bueno, además, ya no es lo que era. La escuela se está transformando en un fenomenal mercado de nuevas tecnologías (no hay empresa tecnológica o institución  financiera solvente que no tenga su propia estrategia educativa destinada a satisfacer –y a incentivar- nuevas necesidades) al mismo tiempo que va reduciendo su protagonismo en la formación de las personas. Por eso las familias completan la formación escolar de sus hijos con actividades extraescolares diversas, como idiomas, música, deportes… y, cada vez más, matemáticas, porque sospechan, con razón, que el futuro es STEM (acrónimo de science, technology, engineering y mathematics). 

No puede sorprender, pues, que se publiquen tantos libros sobre cuestiones educativas. Nos centraremos en cuatro que considero representativos del conjunto. El primero es un libro descriptivo, Cuestión de educación. Un viaje por la enseñanza española, de la periodista Inés García-Albi; el segundo, es propositivo, Aprender en tiempos revueltos. La nueva ciencia del aprendizaje, del catedrático de psicología básica de la UAM, Juan Ignacio Pozo; al tercero y al cuarto algunos los califican de pataletas, pero me parece más adecuado verlos como ejercicios terapéuticos. Son Contra la nueva educación. Por una enseñanza basada en el conocimiento, del profesor de música Alberto Royo (con prólogo de Muñoz Molina) y La conjura de los ignorantes. De cómo los pedagogos han destruido la enseñanza, del catedrático de matemáticas Ricardo Moreno Castillo (prologado por Arcadi Espada).

“El tema educativo en España da para mucho”, reconoce García-Albi. Tanto es así que ni siquiera está claro de qué hablamos cuando hablamos del sistema educativo español. Esta periodista es consciente de que los resultados de matemáticas de Navarra son similares a los de Finlandia y de que en el País Vasco apenas existe el abandono escolar prematuro, mientras que algunas comunidades vegetan en el furgón de cola de Europa. Sin embargo, todas han conocido el mismo baile legislativo. Dada esta situación, ¿no convendría desconfiar de las recetas homogéneas? ¿No hemos de ser precavidos, por ejemplo, a la hora de promover nuevas leyes o la sustitución generalizada de la “vieja educación” por una supuesta “nueva educación”, como nos propone Juan Ignacio Pozo, en línea con la ortodoxia pedagógica? 

Según Pozo, hoy disponemos de las “nuevas ciencias del aprendizaje” que permiten suplir “lo que la naturaleza no da.” Para este psicólogo no parece existir ni lo dado por naturaleza, ni la objetividad del conocimiento, ni el cociente intelectual. “Los tests de inteligencia”, nos asegura con una seriedad asombrosa, “no miden si usted es o no inteligente (…) sino si es más o menos inteligente que otros”. “Hoy”, añade, “es necesario hablar de inteligencias múltiples”, excepto que uno crea “en el misterio de la Santísima Trinidad”. La verdad es que no hay ningún neurólogo competente en el mundo que crea en las llamadas “inteligencias múltiples”. No creen en ellas ni en el departamento de psicología diferencial de la UAM, donde trabaja Pozo. 

Hace ya diez años, Jaap Dronkers, criticaba “los métodos suaves” postulados por los socialdemócratas por considerar que no reducían las desigualdades sociales y alejaban a los docentes de las filas de la socialdemocracia. Royo y Moreno son dos ejemplos de este alejamiento. Podemos criticarlos, pero sería poco sensato ignorarlos o despreciarlos, porque estaríamos ignorando o despreciando a una buena parte de nuestro profesorado. ¿Es verdad o no que, como asegura Royo, “si hay una palabra que suscita polémica entre el profesorado, esa es pedagogía?” 

Royo y Moreno repasan el vocabulario pedagógico actual con una mirada que quiere ser tan afilada como la navaja de Ockham. Por eso podemos considerar que sus libros son terapéuticos, en el sentido en que la filosofía analítica se consideraba terapéutica frente a la metafísica. Y reconozcamos que la asombrosa ambigüedad del lenguaje pedagógico y las reticencias de muchos innovadores a comprometerse con evidencias que puedan evaluar sus buenas intenciones, les ofrece a ambos abundante munición dialéctica. La confusión es tanta, que el psicólogo Alfredo Hernando en su Viaje a la escuela del siglo XXI, editado por Telefónica, tanto considera innovadoras las escuelas que creen en las inteligencias múltiples, como las escuelas KIPP de los Estados Unidos. Hay quien se considera innovador por querer devolvernos a mayo del 68 y quien para innovar no tiene reparos conceptuales en mezclar a Piaget con Vigotsky y Skinner. En la ideología pedagógica hay pseudociencias que parecen tener más poder de convicción que la psicología cognitiva. 

La escuela vive en una anarquía metodológica porque la administración ya no puede imponer lo bueno. Pero entonces, ¿la progresiva heterogeneidad de los centros no debería corresponderse con una efectiva libertad de elección por parte de las familias?

No es la enseñanza lo más sagrado de la escuela, sino el aprendizaje, pero no todo lo aprendido tiene el mismo valor. Para justipreciar lo aprendido, un buen maestro es imprescindible. Especialmente en estos tiempos en que la pedagogía parece haber olvidado su tradicional dimensión política (que es siempre pedagogía de una cultura) para atender a las diferencias individuales (es decir, al liberalismo pedagógico) y a la futurología (porque, por lo visto, sólo los pedagogos saben exactamente cómo será y no será el futuro). 

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