Me insisten en que justifique por qué critico la propuesta vaporosa del Gobierno de reforzar las matemáticas mediante un "enfoque socioafectivo". A ver si me sé explicar (voy a dejar para otro momento el anuncio del posible chantaje que supondría premiar con un complemento salarial al profesor que aceptara estrictamente la imposición metodológica de la LOMLOE, como si esta fuera el mismísimo Concilio de Trento). Comenzaré con una frase que he leído por ahí y dice así: "Si las primeras experiencias son positivas, satisfactorias y motivadoras, luego avanzar es mucho más fácil".
Cierto. Si a un niño le das a probar la verdura y le encanta, todo irá rodado, en este aspecto, al menos. Pero, ¿y si no es así? ¿Si no le gusta? ¿Si protesta? Porque no podemos garantizar que le gustarán las acelgas, como no podemos garantizar que la primera experiencia de un alumno con una materia o contenido va a ser “positiva, satisfactoria y motivadora”, aunque todo maestro querría que fuera así.
¿Qué hacemos entonces, si no lo es? ¿Cómo actuamos si ese primer contacto con la asignatura no ha sido "una experiencia religiosa"? Al niño, claro, le camuflamos la verdura para engañarlo y la escondemos dentro de otra cosa, a ser posible con forma divertida (el otro día leí este titular de un reportaje sobre salud: “Cómo ocultar las verduras en los alimentos para niños”), o directamente aceptamos que no coma verdura y la sustituimos por otro alimento que le guste más, aunque sea menos nutritivo o menos sano, no sea que se nos enfade Y si se enfada, le ponemos un móvil en las manos y lo tendremos un buen rato callado. Lo de educar el paladar, ya se lo pediremos a los profesores, que siempre es divertido pensar en nuevas asignaturas “para el siglo XXI” y, además, tienen muchas vacaciones. Que trabajen.
¿Y qué hacemos nosotros, los ociosos profesores, con los hijos de los demás? ¿Aceptamos, resignados, que las matemáticas (o la asignatura que impartamos) no les entran a algunos a la primera, nos inventamos “un nuevo enfoque”(que esto siempre suena bien - ¡Hay que innovar!-), escondemos, como las acelgas, los contenidos en un envoltorio emotivista y lo llamamos “enfoque socioafectivo”? ¿Y qué demonios significa esto? ¡Socioafectivo! ¿Acaso la educación no ha tenido siempre una función social? ¿Damos por hecho que la experiencia poco positiva, poco satisfactoria o poco motivadora de algunos alumnos se debe a que el enfoque no era lo suficientemente afectivo? ¿Queremos decir afectivo o afectuoso? ¿O queremos decir afectado? ¿Qué pedimos a un profesor? ¿Queremos que el profesor enseñe bien o que proporcione afecto? ¿Qué queremos que logren nuestros alumnos? ¿Queremos que aprendan o que sus experiencias sean SIEMPRE positivas, satisfactorias y motivadoras? ¿Pensamos en la inmediatez o en el futuro (en su futuro)? ¿Qué es más educativo? ¿Qué les hace mejores y más "resilientes"?
Nunca un profesor ha perseguido que sus alumnos tengan experiencias negativas, insatisfactorias y desalentadoras. Siempre hacen (hacemos) todo lo posible por enseñar, por contagiar pasión o, al menos, curiosidad por la materia. El afecto está implícito en esta labor porque nos preocupan nuestros alumnos y buscamos lo mejor para ellos. Pero no necesitamos propuestas extravagantes ni disimulos. Necesitamos que nos garanticen unas condiciones óptimas (esto sí se puede garantizar) para que enseñemos más y mejor y para que nuestros alumnos aprendan más y mejor. Déjense de postureos cursis y traten a los alumnos como personas capaces de aprender y progresar. Entiendan que para asumir retos y afrontar situaciones, tendremos que ponerlos ante tales dificultades, ayudándoles a superarlas y no evitándoselas o disimulándolas. Confíen en ellos y traten de hacerlo en nosotros. Apuesten de una vez por el saber. Las matemáticas cuestan, como cuesta la música o cualquier otra materia que valga la pena aprender. He ahí su valor: son valiosas porque requieren un esfuerzo y porque su aprendizaje enriquece personalmente. Algunos llamamos a esto educar.