Nadie
puede negar el tufillo neoliberal que se desprende de algunos puntos del anteproyecto
de ley que hacen referencia a la productividad
o a la empleabilidad, lo que puede
suponer una cierta segregación ideológica
en tanto en cuanto clasifica a los alumnos en función de su potencial
rentabilidad económica para con la sociedad, olvidando algo tan importante y tan obvio como que el objetivo de la
educación no es la reducción de la prima de riesgo sino la formación de
ciudadanos desde el punto de vista académico e intelectual.
Es
igualmente innegable que el texto ampara la segregación
por sexos en la enseñanza privada-concertada, aspecto este absolutamente
rechazable en centros sostenidos con fondos públicos.
Ahora
bien, no es posible defender con argumentos serios que la ley fomentará el clasismo y el segregacionismo a través de itinerarios selectivos y
tempranos (porque si establecer itinerarios tempranos
es segregacionaista, también lo sería
la creación, como viene haciéndose desde hace tiempo, de grupos de diversificación para los
alumnos más “justos” o grupos bilingües para los más “avispados”) como no puede
tildarse de segregacionista la repetición
de curso, por ineficaz, pues a estas alturas ya no deberían quedar dudas de la
nula eficacia que ha tenido la promoción automática.
En cuanto al clasismo, lo
verdaderamente clasista es
conformarse con un sistema educativo mediocre que impide a los alumnos
socio-económicamente desfavorecidos progresar y llegar más lejos, si lo
merecen, que aquellos cuya situación es, a priori, más acomodada. Para que lo
primero no ocurra, es imprescindible:
a) Concebir otras vías para aquellos alumnos
que no pueden o no quieren aprender;
b) Tender a un sistema que premie el esfuerzo
y el mérito;
c) Comprender que la igualdad nunca puede ser el punto de llegada sino el punto de partida.
Que los políticos
utilicen conceptos históricos sin el más mínimo rigor no es algo que deba sorprender
a nadie. Puesto que en este blog el PP se lleva la mayor parte de los mandobles
(y así debe ser porque es el partido que gobierna y porque no deja de hacer méritos), hoy quiero comentar algo sobre la nueva
publicación digital denominada Tintaverde, procedente del Área de Educación de Izquierda Unida de Navarra, en la
que se incurre en la falta de prudencia habitual en la izquierda menos ilustrada
(o más anti-ilustrada). La revista acude al lema tinta verde para una marea verde, lo que evidencia que busca seguir la estela de la popular Marea
Verde en defensa de la educación pública (la del “escuela pública de
tod@os, para tod@s”). Escuchamos y leemos continuamente el listado de
calificativos que se vinculan con la futura ley de educación. Con algunas pequeñas
variantes (siempre hay que tener en cuenta el aderezo nacionalista), se incluyen
los siguientes: sexista,segregacionista, mercantilista, recentralizadora,
privatizadora, antidemocrática, competitiva,
impuesta, adoctrinadora, antidemocrática
y, cómo no, franquista (-“Tú no
tienes valores, toda tu vida es nihilismo, cinismo, sarcasmo y orgasmo” -“¿Sabes?
En Francia, con ese eslogan me habrían hecho presidente”-Woody Allen. Desmontando a Harry-). Izquierda Unida de Navarra, como otros sindicatos y grupos de la
izquierda oficial, hablan además de contrarreforma.
Volviendo entonces
al rigor histórico, todos sabemos que la Contrarreforma surgió
como respuesta a la Reforma Protestante
que, a su vez e influída por un cambio en la concepción del mundo a través del
humanismo renacentista (con quien compartiría el ataque a la teología oficial, la afirmación del papel central del hombre en el universo y el interés por la libertad de aquel) había pretendido acabar con los abusos de la Iglesia Católica. La Contrarreforma,
reunida en el Concilio de Trento, supuso, entre otras cosas, la reimplantación
de los tribunales de la
Inquisición y la creación del Índice Librorium Proibitorium (lista de libros y dogmas contrarios a las ideas
defendidas por la
Iglesia Católica). Puesto que no se entiende una contrarreforma
sin reforma previa, podemos afirmar que la comparación entre LOMCE y Contrarreforma
no se sostiene, como no se sostendría la comparación entre las Reformas
educativas anteriores (LOGSE-LOE) y la Reforma Protestante.
No parece tampoco que con la
LOMCE se pretenda quemar libros o recuperar la Santa Inquisición, pese a la vergonzosa
protección que el PP dispensa a la enseñanza concertada (cuestión esta que a determinadas
organizaciones, que han venido defendiendo la educación privada y la homologación
salarial de los docentes de la concertada, molesta ahora de forma repentina y poco
verosímil). Lo cierto es que precisamente las leyes anteriores son de todo
menos reformistas en el sentido que estamos utilizando. Y lo que necesita nuestro
sistema educativo es una auténtica reforma que devuelva a la escuela su función
primigenia: la de transmitir conocimientos para formar ciudadanos (cosa que, por
cierto, tampoco se conseguirá con la nueva ley).
Penúltima hora del caso de las dietas de Caja Navarra: parece que la Comisión de Personal y retribuciones de la CAN no aprobó las de la Permanente. El acta de la sesión extraordinaria que el órgano responsable de las remuneraciones de la entidad celebró el 23 de julio de 2010 únicamente cita a la Junta de Entidades Fundadoras, a quien se otorga un régimen equivalente al del resto de órganos ejecutivos de CAN. El documento, que da cobertura legal a las altas retribuciones percibidas por los cargos políticos en la entidad, no hace ningún tipo de referencia a la Permanente, ni tampoco a las "sesiones de reporte", como se conoce al órgano opaco en el lenguaje interno de Caja Navarra en sus primeros meses de existencia. La jueza que investiga el caso, y que ya ha imputado al ex presidente Miguel Sanz, al alcalde de Pamplona Enrique Maya, al ex Consejero de Economía Álvaro Miranda y a la presidenta Yolanda Barcina, ha llamado a declarar como testigos al presidente del Parlamento foral Alberto Catalán, al líder del PSN y ex vicepresidente del Gobierno de Navarra Roberto Jiménez, al Consejero de Educación José Iribas, al portavoz de UPN en el Parlamento Carlos García Adanero, al parlamentario socialista Samuel Caro y al ex Consejero y también parlamentario Javier Caballero. Me ha costado, debo reconocerlo, pero ya voy aclarándome y entendiendo un poco mejor todo este batiburrillo. Por lo visto, una cosa es el inmoral cobro de ingentes cantidades de dinero por asistir (e incluso por no asistir) a reuniones en las que la participación de determinados políticos nombrados por el Parlamento (o sea, por ellos mismos) eran similares a las de las chicas del telecupón dentro de un órgano, pese a todo, legal (la Junta de Fundadores) y otra el cobro, también inmoral, pero además de muy dudosa legalidad, dentro del denominado “órgano opaco” (la Comisión Permanente). Según declaraciones del ex presidente Sanz, quiso “despolitizar” (lo dijo, además, sin reírse) “el consejo” y por ello, en junio de 2010, se llevaron a cabo algunos cambios estatutarios en Caja Navarra para reemplazar a los cargos políticos por profesionales. La Junta de Entidades Fundadoras se constituyó con el propósito de mantener ligada a la CAN con sus entidades fundadoras, como un órgano consultivo y no vinculante en el que se integraron miembros del Gobierno foral y del Ayuntamiento de Pamplona y otros políticos escogidos por el Parlamento. Como los Estatutos de la Caja no contemplaban pagos por la asistencia a las reuniones, se estableció un régimen de dietas parecido al del resto de órganos de la entidad, para que no pasaran penurias Miguel Sanz, Yolanda Barcina, Álvaro Miranda, Javier Caballero, José Iribas, Carlos García Adanero, Alberto Catalán, Enrique Maya y Ana Elizalde, por UPN, y Roberto Jiménez y Samuel Caro, por el PSN, todos ellos agraciados (y los demás, desgraciados, claro). Esta Junta de Fundadores, de más que dudosa utilidad, se creó en 2010 y estuvo durante un año sin ningún sustento estatutario. Funcionó durante 12 meses y se disolvió tras revelar Diario de Noticias la existencia del “órgano opaco”, la Comisión Permanente, del que formaban parte, esta vez en exclusiva, miembros de UPN y cuya existencia desconocían, dicen, los propios miembros de la Junta. En junio de 2011 se aprobó el reglamento interno de Caja Navarra, que sí reflejaba la existencia de la Comisión Permanente, aunque su remuneración era desconocida por no aparecer las retribuciones de la Permanente en la memoria de la entidad. La Permanente la componían presidente y vicepresidentes de la Junta de Fundadores (presidente del Gobierno, alcalde de Pamplona y Consejero de Economía), es decir, Sanz, Barcina y Miranda. Después de las elecciones de mayo, el nuevo alcalde de Pamplona, Enrique Maya, se sumó a la juerga. Lo mismo hizo Miranda, que repetía como Consejero de Economía, y Barcina, la nueva presidenta del Gobierno. Sanz, que ya no estaba en el Gobierno, continuó en el órgano como ex presidente de Caja Navarra garantizándose este honor hasta los 75 años.
La fundación de la Permanente se concretó en julio de 2010 en la Comisión de Personal y Retribuciones, aplicando el mismo régimen de dietas que el de la Junta de Fundadores como "sesiones de reporte", mediante cobro compatible con las dietas de la Junta, lo que multiplicó los ingresos de los miembros de esta exclusiva comisión, que celebró 16 sesiones en ocho días, doble sesión en cada jornada. La duplicidad de las dietas y sus cantidades -la cuantía total cobrada por Sanz podría alcanzar los 90.000 euros-, provocaron tal rechazo social que el Gobierno foral se vio obligado a suprimir ambos órganos cuatro días después de que el periódico lo desvelara. Después se supo que Barcina y Sanz doblaban las dietas con reuniones de media hora.
Conclusión: nuestros políticos se pueden clasificar en: amorales e inmorales. Los primeros son los que, desprovistos de sentido moral, entendieron que no había nada malo en forrarse de pasta sin hacer prácticamente nada. Los segundos son los que, sabiendo que se lo estaban llevando crudo, pretenden convencernos de que todo lo han hecho por la ciudadanía. Ahora queda saber si, además de amoralidad e inmoralidad, podemos hablar de ilegalidad (la jueza ha pedido que el Servicio de Criminología y el Equipo de Delitos Tecnológicos de la Guardia Civil investigue la creación de los archivos informáticos que contienen las actas de las sesiones de la Permanente por si pudieran haberse manipulado los archivos), en cuyo caso, confiemos, deberá haber consecuencias.
Comencé a tomar las primeras lecciones de guitarra
a los nueve años. Aunque el tiempo ha nublado parte de mis recuerdos, parece
que fue ayer cuando aprendía, primero, a sentarme bien, luego a coger el
instrumento con naturalidad, a colocar la mano derecha sobre las cuerdas y la
izquierda sobre los trastes, a relajar la espalda, a afinar la guitarra, a
cambiar una cuerda. Un tiempo después comencé a pulsar una cuerda con un solo
dedo, más tarde con dos alternando índice-medio, para llegar a la pulsación con
el pulgar y, poco a poco, se fueron sumando dedos a la fiesta, incluso tocando
al mismo tiempo. Anteriormente hube de aprender los rudimentos del lenguaje
musical (entonces solfeo), es decir, a leer una partitura sencilla antes de
intentar interpretarla. Haciendo una gran elipsis, llegamos a los tiempos en
que dejo de ser estudiante (si es que alguna vez dejamos de serlo) y paso a ser
intérprete. El método, a la hora de afrontar una nueva obra musical, no es
menos sacrificado y acostumbra a tener dos vertientes que terminarán
confluyendo: la técnica y la musical, la primera al servicio de la segunda. Hay
un trabajo previo de lectura de la partitura, digitación (consistente es
escoger qué dedos de una y otra mano intervendrán en cada momento) y análisis, aspecto
este que entronca ya con la tercera y última fase, antes de la cual
nos encontramos con el momento del trabajo más técnico: la observación de las
dificultades, la resolución de pasajes que no funcionan y la repetición de
mecanismos y recursos técnicos que permitan que las notas estén en su sitio y
como deben. La última etapa es aquella en la que uno dilucida cómo quiere
interpretar la obra y toma decisiones en cuanto a fraseo, dinámica, concepción
musical … con el apoyo del mayor bagaje cultural y musicológico posible.
El proceso anterior,
encaminado a la interpretación musical desde un punto de vista profesional,
contiene en el fondo premisas similares a las de cualquier aprendizaje. Basta
leer las “Instrucciones para subir una escalera” de Cortázar para constatar que
todo aprendizaje, por básico que nos parezca, implica un esfuerzo.
Olvidamos muchas veces que nos costó un esfuerzo aprender a atarnos los zapatos
o andar en bici. Conducimos sin esfuerzo porque ya sabemos hacerlo. Cortamos sin
problemas un filete porque nos enseñaron a hacerlo y lo repetimos muchas veces.
No pretendo con
todo esto contar obviedades, sino defender que muchas veces nos complicamos la
vida despreciando el pluralitas non est ponenda sine necessitate
de Guillermo de Okham (la
teoría de que,en igualdad de
condiciones, la explicación más sencilla suele ser la correcta) y
olvidamos que, por mucho que nos empeñemos en buscar otros factores, para
aprender siempre ha habido uno irreemplazable: el esfuerzo.
Determinada corriente de opinión (incluyendo un
porcentaje no reducido de sindicalistas y profesores -esto último es, sin duda,
lo más preocupante-) sostiene que la educación “no puede convertirse en una
carrera de obstáculos”. ¿No? ¿No puede? ¿No debe? ¿Qué debe ser la educación
sino un entrenamiento que permita al alumno superar los obstáculos que se va a
encontrar una vez se integre en la sociedad? ¿Cómo va a adquirir las
herramientas que se lo permitan si eliminamos los obstáculos? ¿Qué, excepto
respirar, puede aprenderse sin esfuerzo? Hablamos constantemente de “conquistas
sociales” que están siendo cuestionadas por “los poderosos”. Cierto, pero también
el conocimiento y la cultura son conquistas, no dones divinos. Y requieren un
esfuerzo. La educación, el conocimiento, no pueden regalarse. Ofrecerlos es una
obligación y un derecho social, pero su aprovechamiento es una conquista. Es el
alumno el que debe hacerse merecedor del conocimiento por medio de su esfuerzo.
Demóstenes decía que quien no hace un esfuerzo para ayudarse a sí
mismo, no tiene derecho a solicitar ayuda a los demás. Fue Demóstenes un
ejemplo de perseverancia. Soñaba con llegar a ser un gran orador, pero no tenía
dinero para pagar a sus maestros, ni tampoco conocimientos; además, era
tartamudo. Pero se empeñó en asistir a los discursos de los filósofos y oradores más
prestigiosos y decidió preparar su propio discurso. Fue un fracaso. El público
no le dejó terminar y se mofó de él. Sus amigos le aconsejaron que aparcara su
sueño. Pero Demóstenes se crecía ante la adversidad. Se afeitó la cabeza, ejercitó sus pulmones,
se llenó la boca de piedras y se puso un cuchillo entre los dientes para
forzarse a hablar sin tartamudear, pasó muchas horas ensayando frente al espejo.
Años después, sería ovacionado durante un discurso y elegido embajador de la
ciudad.
Impediremos que surjan más Demóstenes si
creemos que la misión de la escuela es evitar los obstáculos a nuestros
alumnos, pues de esta manera nunca aprenderán a afrontarlos solos. Alguien dijo
que esta sociedad empieza a convertirse en un gran parque de atracciones. El problema
no es solo ese, sino que además, la entrada es demasiado cara.
NOTA: El título de este artículo hace
referencia a lo que, en opinión de quien escribe, son las dos caras de una
misma moneda: la política es la cara cutre; el sindicalismo, entendido a la
manera tradicional, la casposa.
Recientemente, un sindicalista de cuyas
siglas no quiero acordarme exponía su análisis del anteproyecto de ley
educativa del PP. Entre los numerosos disparates proclamados, hubo algo que me dejó
especialmente pensativo. Según el
sindicalista, el PP "solo quiere mejorar los resultados estadísticos" mientras ellos, su sindicato, entienden que lo que hace falta es "mayor inversión".
No es la primera vez que en este blog
rompo una lanza en favor de la equidistancia. Es este un principio que
considero esencial, pues propicia una cierta mesura en los posicionamientos que
me parece más que deseable en estos tiempos (y en todos).
La equidistancia es a veces incómoda y
parece exigir de uno mismo más justificación que la que otros necesitan para
sostener sus posiciones extremas. Pero hay ocasiones en que, felizmente, unos y
otros lo ponen asombrosamente fácil. Es el caso del compañero sindicalista y,
casi siempre, de los políticos. ¿En qué lado posicionarme: en el de la
exigencia de inversión como condición sine
qua non para la calidad de la enseñanza o en el del objetivo único de mejorar los
resultados estadísticos y maquillar el índice de fracaso escolar? Nunca uno vio tan sencillo
situarse en el término medio entre dos actitudes extremas (actitudes extremas que
Aristóteles denominaba “vicios” en oposición a la “virtud” -un hombre es
virtuoso cuando actúa rectamente de acuerdo con un "justo término
medio" que evite tanto el exceso como el defecto, lo que requiere de un cierto tipo desabiduría práctica a la que Aristóteles llamaba “prudencia”
o phrónesis-).
Cualquiera con dos
dedos frente entiende que la inversión en la educación pública es necesaria,
pero pocos son capaces de defender con argumentos sólidos que el principal problema
de nuestro sistema educativo es la falta de inversión. Por otra parte, todo
profesor con una mínima experiencia en el aula y un pellizco de sentido común
sabe que para acicalar las estadísticas basta con renunciar (más aún) a la mejora de la formación académica e intelectual de nuestros alumnos, es decir, basta con devaluar
(más aún) el aprobado. Suponiendo que estas dos posturas, la del sindicato
referido y la del Gobierno, fueran razonables (que no lo son) y que ambas
convergieran (que no lo harán porque ni el primero se lo cree del todo ni el
segundo quiere gastar), imaginando que realmente se invirtiera más dinero en
educación y nuestro país escalara puestos en la clasificación de los informes
internacionales, ¿habría mejorado la situación? No. Se mantendría la deficiente
formación de los alumnos y, encima, seríamos más pobres. El falso axioma de “a mayor
inversión, mayor calidad” conlleva un riesgo evidente: el olvido de que lo que
se debe conseguir mediante una reforma educativa es la mejora real de la
formación (en otras palabras: que los alumnos sepan). Lo otro es, o tirar el dinero de todos, o ponernos guapos por fuera mientras
seguimos siendo muy poco agraciados por dentro.
Xavier retoma en su blogun asunto que traté recientemente: los escraches. Encabeza su texto, con
indudable acierto, “Escraches y chusma política”.Y rememora dos películas: "La nuit de Varennes" de Ettore Scola y "Stage
Coach"de John Ford, ambas desconocidas para mí aunque
me comprometo a intentar verlas después de su recomendación.
La
referencias y, sobre todo, la frase de
uno de los protagonistas de la cinta de Scola a la princesa, que no entendía cómo el pueblo podía ser
tan desagradecido con su rey legítimo y le decía: “han descubierto que son pobres", me han hecho recordar esa gran
obra de arte titulada Viridiana.
Pensando en escraches y en “chusma política”,
no he podido dejar de asociar a María Dolores de Cospedal (me viene a la mente
su imagen llevando
a hombros al Cristo de la Caridad en la Semana Santa de Ciudad Real) con el
personaje de Silvia Pinal, la de la maleta con la cruz de madera, la corona de
espinas y los clavos; la que se sonrojaba cuando le ofrecían ordeñar una vaca; la
que se probaba el corsé y los tacones de la difunta esposa de Don Jaime
(Fernando Rey); la que rezaba con los pobres mientras los obreros trabajaban en la
construcción; la que se sentía pecadora pero decidía finalmente “jugar al tute”
con Jorge y Ramona, la criada y amante de este (“Desde que te vi la primera vez dije: mi primita Viridiana acabará
jugando al tute conmigo”,decía Paco Rabal).
Asocio declaraciones como las de Ana Botella sobre la "dificultad añadida" que suponen los mendigos para la limpieza de las calles de Madrid con momentos
de la obra maestra de Buñuel y me imagino a los pobres que incomodan a Ana
Botella haciendo un escrache en la puerta de su chalet o quizás invitados para
la cena en el día de Nochebuena. Me imagino al mendigo del velo y el corpiño
con la mantilla de Cospedal y con el coro del Mesías de Haendel como telón de
fondo…
Escraches aparte (ya dije en su día que no me gustan), la realidad, incómoda
o no, está ahí, en la calle, en los escraches, en los desahucios, y no en FAES (recientemente, la Fundación que
dirige el expresidente Aznar calificó a los participantes en los escraches de “filototalitarios”,
“garrulos” e “inciviles” en el último número de sus “Cuadernos de pensamiento
político” -es un decir, lo de “pensamiento”-). Hay pobres. Hay parados. Hay
desahucios. Hay dramas. Una cosa es que no guste. Otra, tratar de convencernos de que no
existen o de que las víctimas son los verdugos.
Ya han declarado
por el turbio asunto de las dietas el expresidente Sanz y el actual alcalde de
Pamplona Enrique Maya. Lo que hemos conocido en relación con las dos
comparecencias despeja cualquier duda que pudiera existir sobre la
honorabilidad de ambos.
Miguel Sanz, que aseguró estar "encantado” de haber podido “aclarar desde
la verdad más absoluta” su “participación y compromiso en Caja Navarra", afirmó, muy ofendido por las sospechas infundadas
de la jueza (muy probablemente socialista): “jamás en mi vida me he lucrado de nada, nunca
jamás. Y todo mi trabajo ha sidosiempre puesto al servicio de Navarray al servicios de las entidades
a las que he representado". Sanz manifestó, visiblemente emocionado, que
"no sabía lo que cobraba" en Caja Navarra y que"nunca ha considerado las dietas parte de su sueldo". El expresidente dijo también desconocer
por qué se celebraban varias sesiones seguidas, negó que fuera él quien lo
decidiera y añadió que tampoco sabía “quién había decidido” que esto fuera así.
Al ser preguntado por qué en su caso no se aplicó el artículo de los Estatutos
de la Caja que establece que"una sesión es una sesión dure lo que
dure", respondió igualmente que no lo sabía.
El alcalde de Pamplona, por su parte, ha afirmado esta
mañana que tiene "la conciencia tranquila" y que su actuación ha sido
"correcta", tras lo que ha deseado que su comparecencia en el Juzgado
"ayude a clarificar este asunto".
Sobreponiéndose a la situación de acoso a la que está siendo sometido,
ha proclamado: "Si algo he
recibido como educación es que las cosas se hacen con honradez y bien, y yo
creo que las he hecho bien".
Después
de esto, ¿todavía alguien es capaz de dudar de que estas dos personas han sido
víctimas de una trampa con motivaciones políticas? ¿Quién puede recelar de “gente
de bien” que dice haber sido educada en la honradez, que afirma desconocer el
dinero que estaba cobrando y que ha tenido la integridad y altura moral
necesarias para devolver el dinero motu
proprio? Basta de infamias. Basta de acosar a personas decentes (y
limpias). Basta de sembrar la duda y estigmatizar a ciudadanos que, sea lo que
sea que hayan hecho, lo han hecho por nosotros y sin intención de molestar a
nadie. ¿Es que estamos perdiendo el norte? ¿Es que no hay límites? Se empieza
imputando a una infanta y se termina dudando hasta de quienes democráticamente han sido elegidos para representarnos. España
no va bien.
En las sociedades occidentales, el proceso de adquisición de
aquellos conocimientos que, dada su naturaleza, no es
posible transmitir desde el entorno social inmediato del individuo, se
estructuró históricamente a partir de lo que conocemos como el modelo
de la Academia. Desde Grecia hasta nuestros días, y bajo muy diversas
formas, éste ha sido el modelo bajo el cual la sociedad ha
transmitido a las nuevas generaciones los conocimientos que tenía adquiridos y cuya continuidad consideraba necesarios. Un
modelo quehoy se anuncia en crisis y cuya estructura, en
el sentido más originario del término, consiste en el binomio
docente-discente.
Así comienza uno de los análisis más lúcidos que
he leído sobre la actual situación de la enseñanza. Es el texto de la ponencia
de Xavier Massó, titulada "Elogio de la Academia y crisis de la
educación", que tuvo lugar en el marco del Primer Encuentro de Profesores,
Asociaciones y sindicatos de Secundaria celebrado en el Ateneo de Madrid en
noviembre de 2005 y cuya lectura considero imprescindible.
En estos tiempos de escraches, recortes,
manifestaciones, en los que parece sonar constantemente el Estudio revolucionario de Chopin, uno, inevitable
y afortunadamente, se ve obligado a reflexionar sobre todo lo que está
sucediendo.
Chopin compuso su estudio nº
12 op 10 en un momento en que los ciudadanos se unían para luchar por la
libertad, entendida esta como la rebelión ante la imposición. Varsovia se
levantaba contra las tropas rusas, pero sería sometida. Hoy, como entonces, los
poderosos imponen sus normas, deciden a qué jugamos, marcan las cartas, obtienen
beneficio a nuestra costa. Somos muchos los que creemos que hay que darle la
vuelta a la situación, que hemos tocado fondo y que no queda otra que empezar a
resurgir buscando nuevos caminos, nuevas fórmulas, nuevos sistemas, que es
momento de desterrar el “si esto se ha hecho así toda la vida”, cerrar una
etapa agotada y pasar a otra.
No es sencillo. Del
individualismo romántico que luchaba por la libertad hemos pasado a los
movimientos globales y las mareas multicolores que a menudo llevan a la
disolución en la masa. Sufrimos el incesante bombardeo de los medios de
comunicación, la multiplicidad de opiniones personales “autorizadas” a través
de la redes sociales, la caducidad inmediata de la noticia, la manipulación por
sobredosis informativa y parece que todos estamos obligados a posicionarnos en
uno u otro extremo. Malos tiempos para la lírica, decía Brecht. Malos también
para la mesura, la templanza, la sophrosyne
de Platón (“Así pues, es el alma lo primero que hay que cuidar al máximo, si es
que se quiere tener bien a la cabeza, y a todo el cuerpo. El alma se trata, mi
bendito amigo, con ciertos ensalmos. Y estos ensalmos son los buenos discursos. Y de
estos buenos discursos nace en ella la sophrosyne.
Y, una vez ha nacido y permanece, se puede proporcionar salud a la cabeza y a
todo el cuerpo” -Cármides-).
No me gusta que se atosigue a los políticos en la puerta de su casa. No me
gusta y punto. No comparto la forma, aunque comparta el fondo. Entiendo la
desesperación de quien se ha visto desahuciado y de aquellos que están
sufriendo la crisis de manera inmisericorde e injusta, pero no soy partidario
de este tipo de actuaciones. Ahora bien, no acepto que se califique a estas
personas como terroristas o nazis. Si hubiera de elegir, sin dudarlo me pondría del lado de la plataforma. Pero no quiero escoger. No tengo por qué situarme
en ninguno de los dos puntos ni admito que mi equidistancia se confunda con cobardía
o ausencia de compromiso. Mi postura es la que es: me da auténtico asco la
comparación escupida por varios dirigentes del PP, pero no apruebo determinadas
conductas. Si alguien quiere llamarlo tibieza, puede hacerlo. Yo me quedo con
Platón. Y, por supuesto, con Chopin.
Visito un pequeño club de
ajedrez, en una ciudad de provincias. Un lugar agradable, en cuyo salón hay una
docena de mesas con tableros, piezas y relojes de juego. Por las tardes se dan
clases infantiles, y la de hoy corresponde a niños de seis a diez años. Es la
hora de salida del cole, y los pequeños cabroncetes llegan acompañados por los
padres, con mochilas multicolores, anoraks y gorros de lana. Con sus inocentes
caras de panoli, en contraste con esas miradas perspicaces a las que nada
escapa. Saludos, conversaciones, risas. Bullicio. Nueve chicos y tres chicas.
Se conocen de clases anteriores, y algunos vienen del mismo colegio. Bromean
entre ellos, hablan con naturalidad de jugadas, ejercicios de ajedrez y
partidas pasadas. Tiene gracia ver a renacuajos de seis años hablando con
aplomo de mates del pastor y de reyes ahogados. Sorprende que hasta los más
pequeños se comporten como veteranos, con la seguridad de quienes están
familiarizados con las piezas y el tablero. También los padres cambian
impresiones. No puedo evitar mirarlos con admiración. Con respeto. Nadie los
obliga a que sus hijos aprendan ajedrez. Es más cómodo llevarlos a un parque, o
a casa, y ahorrar los treinta euros al mes que cuestan las clases. Quienes
puedan pagarlos. Pero aquí están, puntuales como cada miércoles. Dispuestos a
esperar mientras sus enanos juegan. Aprenden. Cuajan.
No
se trata de hacer campeones. Mi amigo Leontxo García, paladín del ajedrez
infantil, lo ha dicho muchas veces: es una estupenda actividad complementaria
para los pequeños, porque es divertida y porque los acostumbra a pensar antes
de hacer las cosas. Además, un niño familiarizado con este juego puede mejorar
hasta un 17 por ciento su capacidad intelectual -hay conexión directa entre la
lógica del ajedrez y la lógica matemática- y también su comprensión lectora,
pues el tablero ayuda a interpretar signos, asociarlos y sacar conclusiones.
Los padres que traen a sus hijos son conscientes de eso. Saben que así los
dotan de otra herramienta útil para moverse por el territorio hostil que
siempre, al cabo, resulta ser la vida. Con tres elementos añadidos, importantes
para la educación de un niño: la conciencia de que existen reglas, el respeto
por el adversario -en el ajedrez y en la calle siempre habrá alguien más listo
que tú- y acostumbrarlo a encajar victorias y derrotas con naturalidad. Con
elegancia.
Llega
el maestro de ajedrez: un individuo de aire malhumorado, sobre los cincuenta
años. No tiene aspecto simpático. Con dos palmadas hace que los niños ocupen
sus lugares y dispongan las piezas. Luego pide a los padres que desaparezcan.
Que se larguen. Nada de ver cómo juega mi chaval, ni de nenes haciendo monerías
para sus papis. El ajedrez no se juega en familia. Obedecen todos; pero como no
soy padre y estoy de visita, me quedo en la puerta con algún otro progenitor,
mirando de lejos. Al profesor no le hace gracia -nos dirige una mirada hostil-
pero al cabo decide fingir que no nos ve. Y empieza la clase.
Lo
que asombra, desde el principio, es la disciplina. Acostumbrados como estamos a
que sean los enanos quienes dan el tono, el contraste es notable. Ha bastado la
presencia del profesor para que todos se callen y jueguen. Aperturas, gambitos.
Todo ocurre con insólita seriedad infantil. De codos en la mesa, los niños
alargan la mano para mover una pieza, miran al contrincante. El silencio y el
orden son absolutos. El maestro de ajedrez pasea severo, mirando los tableros.
Haciendo una indicación a este o aquel jugador. Los niños obedecen en silencio,
respetuosos. Tan formales que dejan estupefacto. No puedes evitar acordarte de
tus maestros de infancia, cuya sola presencia bastaba para imponer disciplina a
toda una clase. Y es que, concluyes, éste es un lugar privado. Aquí no hay
docencia psicopedagógica políticamente correcta, sino un maestro docto en lo
suyo, disciplina y niños deseosos de aprender: alumnos voluntarios que aceptan
las reglas. En críos de su edad, eso resulta tan fascinante que acabas
preguntándote hasta qué punto escenas así no siguen siendo necesarias. Hasta
qué punto los viejos maestros como siempre fueron -severos, sabios, infundiendo
respeto-, no hacen mejores a quienes tutelan. Y cuando uno de los niños mira a
otro y dice algo en voz baja, distrayéndose del juego, observo que el maestro
de ajedrez se acerca y le da una ligera colleja: un pescozón de toda la vida,
que devuelve la atención del chico a su tablero. Algo que en un colegio de
ahora podría costar al profesor un disgusto, un expediente, un titular en los
periódicos. Y que desde la puerta, en donde curiosea conmigo, el padre del niño
acoge con un movimiento de cabeza resignado, y con una sonrisa.
Como en la obra maestra de Hitchcock que protagonizara Joseph
Cotten, las comisiones de servicio que concede el Departamento de Educación del
Gobierno de Navarra se encuentran desde hace tiempo bajo sospecha. Según
contabaPlutarco, el patricio romano Publio Clodio Pulcro, dueño de una gran
fortuna y dotado con el don de la elocuencia, estaba enamorado de Pompeya, la
mujer Julio César. Tal era su enamoramiento, que en cierta oportunidad, durante
la fiesta de la Buena Diosa -celebración a la que sólo podían asistir las
mujeres- el patricio entró en la casa de César disfrazado de ejecutante de
lira, pero fue descubierto, apresado, juzgado y condenado por la doble
acusación de engaño y sacrilegio. Como consecuencia de este hecho, César
reprobó a Pompeya, a pesar de estar seguro de que ella no había cometido ningún
hecho indecoroso y que no le había sido infiel, pero afirmando que no le
agradaba el hecho de que su mujer fuera sospechosa de infidelidad, porque no
basta que la mujer del César fuera honesta; también tenía que parecerlo.No piensa así este Departamento pues,
si lo hiciera, permitiría al menos un poco de luz en todo este asunto de las
comisiones (de servicio). Me explicaré.
Una comisión de servicios consiste, grosso modo, en la asignación
a un funcionario de una labor que no es la habitual o del cometido que tiene
asignado pero en un destino (una plaza) que no es el suyo/a y que, por el motivo que fuere, le interesa más.
Existe un tipo particular de comisión de servicios ( el
resto de la tipología y sus intríngulis los analizaremos otro día) cuya denominación es
“comisión de servicios asignada a centro concreto”. En estas comisiones de
servicios, sucede lo siguiente: un centro implanta un proyecto educativo para
el que requiere un docente de un determinado perfil que no se encuentra en
plantilla. Solicita al Departamento de Educación la aprobación de ese proyecto
y escoge directamente la persona que considera idónea con nombre, apellidos y
DNI. Esta necesidad que ha surgido en este centro es conocida de forma
privilegiada por la directiva del centro, la persona afortunada a la que se le
va a conceder y el Departamento de Educación. Nadie más. Esto significa que,
excepto el agraciado o agraciada, ningún otro funcionario podrá optar al
desempeño de esa labor, puesto que la información que ofrece el Departamento se
limita a la notificación de la persona a quien se ha asignado la comisión de
servicios. A nadie se escapa que lo sensato, razonable y transparente sería
llevar cabo este sistema de la siguiente forma: el centro decide la creación de
un programa educativo; el Departamento, si lo considera interesante (dejamos
también para otra ocasión el supuesto interés de determinados proyectos), lo
aprueba, publicita esta necesidad y establece un plazo para la presentación de
solicitudes; todos aquellos funcionarios que reúnen los requisitos la
presentan; se realiza una prueba o concurso de méritos o lo que se
determine y se asigna la plaza a la persona más adecuada. Pues bien, esto al
Departamento de Educación no debe parecerle ni sensato, ni razonable, ni
transparente, porque hace todo lo contrario.
Sospechas aparte, jurídicamente hablandola Resolución del Departamento
de Educación (por la que se aprueban las instrucciones para la adjudicación de
destinos provisionales, en prácticas y en comisión de servicios)vulnera el principio de
igualdad y supone una discriminación con objeto de favorecer a unos
funcionarios en detrimento de los demás, incurriendo en un vicio de desviación
de poder e infringiendo los artículos 23.2 y 14 de la Constitución Española.
Asimismo, es contrario a Ley y a los principios que deben regular el acceso a
la función pública. El hecho de que sean los servicios responsables de los
programas quienes remitan al Servicio de Recursos Humanos una relación única
con las comisiones de servicios propuestas adjuntando la conformidad de las
personas interesadas infringe las propias bases de la resolución objeto de
recurso, toda vez que obvia la oferta pública previa que debe existir. En
definitiva, que la resolución vulnera los principios de igualdad, mérito,
capacidad y publicidad, consagrados en los artículos 23.2 y 103 de la Constitución
española que garantizan la igualdad de oportunidades en el acceso a la función
pública con arreglo a las bases y al procedimiento de selección establecido
para asegurar su aplicación por igual a todos los participantes e impedir que
la administración, mediante la inobservancia o la interpretación indebida de lo
dispuesto en la regulación del procedimiento de acceso, establezca diferencias
no preestablecidas entre los distintos aspirantes.
La resolución va más allá al permitir incluso la concesión de
comisiones fuera de plazo al admitirlas "en circunstancias
sobrevenidas decarácter excepciona!", sin ni
siquiera definir las circunstancias, ni la excepcionalidad, ni el órgano que
determina todo ello haciendo de tal frase un cajón de sastre que permite dar
los puestos arbitrariamente y sin cumplimiento de las normas que deben
presidirlas.
Así, ni la mujer del César parecería honrada ni el mismísimo
Joseph Cotten/tío Charlie inspiraría menos confianza.
La cúpula de UPN, ante la justicia de la magistrada
instructora. Miguel Sanz, Enrique
Maya y Álvaro Miranda, imputados.
Como en la excelente película de Enrique Urbizu, en
la que la Juez Chacón, rigurosa y perseverante, investiga e investiga para dar
con la verdad, la Juez Benito, del Juzgado de Instrucción número 3 de Pamplona ha
acordado citar a declarar como imputados al ex presidente del Gobierno de
Navarra Miguel Sanz,
al alcalde de Pamplona,Enrique Maya, y al ex
consejero del Gobierno de NavarraÁlvaro Miranda, en el marco
de su investigación por el cobro de dietas de Caja Navarra.
Ha solicitado además al Departamento
de Economía y Hacienda del Gobierno de Navarra que le remita "las
autorizaciones que existan en relación al cobro de dietas por asistencia y
desplazamiento, y condiciones en su caso para percibirlas, así como cualquier
otra condición o presupuesto que pueda haberse establecido para su cobro".
La juez había dictado recientemente un auto en el que rechazaba remitir a la Audiencia Nacionalla investigación de las dietas
de Caja Navarra y señalaba que el cobro de estas cantidades tenía "un
sustento cuanto menos dudoso", pues podían constituir "un delito decohecho,
que es consustancial al delito de prevaricación por omisión cuya competencia se
atribuye a este Juzgado". El auto señalaba que "las personas que
estaban recibiendo estos pagos presuntamente injustificados eran las mismas que
debían llevar a cabo la labor deinspección de la gestiónde
la entidad pagadora y la definitiva calificación que se realice de ellos
dependerá del curso de la causa".
Según Diario de Noticias, poco amiga de los personalismos y de los focos ajenos a su trabajo, la
trayectoria profesional de Mari Paz Benito habla por ella. Quizás hoy, si abre este periódico o se lo cuentan, a Mari Paz Benito se
le desdibuje su habitual sonrisa al ver su nombre en letras capitulares. Ni
siquiera este perfil biográfico sería de su gusto, porque entiende su profesión
desde el anonimato y la humildad, el estudio, la reflexión y la vocación y, por
tanto, lo de ser el foco de los flashes y el sujeto de los titulares no va
mucho con ella. Lo dejaba claro en una entrevista: "No me gusta que se den
nombres de jueces, ni que los jueces den su nombre. La Justicia debería ser
anónima: un juez tiene que hablar a través de sus sentencias", declaraba aNuestro
Tiempoal ser nombrada
juez decana en 2010. Premio Aranzadi Fin de Carrera en 1998 tras haber
estudiado Derecho en la Universidad de Navarra y haber obtenido 41 matrículas
de honor, la pamplonesa Mari Paz Benito Osés, que cumplió 38 años el pasado
marzo, es la titular del Juzgado de Instrucción número 3 de Pamplona desde
2003. Su primer destino fue el Juzgado de Instrucción número 2 de Tafalla,
ciudad a la que ya estaba muy unida por ser la cuna de su madre, y de donde se
marchó encantada de la vida. De ahí recaló en su destino actual, cuando
ascendió a magistrada.
En España algo que
nunca ha faltado son los defensores de la ignorancia. Tradicionalmente, solían
pertenecer a los gremios más reaccionarios, y por lo tanto más interesados en
la sumisión analfabeta de las mayorías. Nada como la ignorancia para asegurar
la fe en los milagros y la reverencia hacia los terratenientes, y para asegurarles
a estos las masas de jornaleros dispuestos a trabajar a cambio de salarios de
limosna en sus latifundios, y en caso necesario a dejarse poner uniformes y a
servir de carne de cañón en las guerras, marcando el paso en los desfiles ante
el Santísimo y la bandera a los sones de un pasodoble patriótico. Predicadores
de los catecismos socialistas utópicos del siglo XIX alentaban con una misma
elocuencia las cooperativas obreras y la instrucción pública, y las primeras
mujeres rebeldes que reclamaban la igualdad con valentía inaudita celebraban el
aprendizaje y el conocimiento como herramientas necesarias para conseguirla.
Los socialistas y los anarquistas competían fieramente y a veces
violentamente entre sí, e imaginaban paraísos obreros incompatibles, pero
tenían en común una pasión idéntica por la educación. El saber mejoraba y
liberaba; la ignorancia embrutecía. La reacción levantaba iglesias, cuarteles,
conventos, plazas de toros; ser progresista —noble palabra liberal que en
nuestra juventud quedó encogida y amputada y caricaturizada en el término
“progre”— significaba, prioritariamente, levantar escuelas e institutos de
enseñanza media desde los cuales irradiara el entusiasmo del conocimiento, la
eficacia práctica y cívica de la racionalidad. Aprender mejoraba la vida de las
personas y fomentaba la prosperidad del país, al permitir el despliegue
colectivo de las formas más variadas del talento individual. En medio de las
nieblas místicas del 98, inteligencias tan apegadas a la realidad de las cosas
como la de Joaquín Costa, Giner de los Ríos y Santiago Ramón y Cajal proponían
remedios muy semejantes para sacar al país del atraso y la abismal injusticia:
escuela y despensa, regadíos, preparación técnica y científica, trabajo fértil
y no humillante, estudio. A la II República le dio tiempo a hacer pocas cosas,
pero algunas de las prioritarias fueron las escuelas y los institutos, y unos
planes de bachillerato tan rigurosos que ni el franquismo pudo desguazarlos del
todo. Que los matarifes del ejército sublevado en julio de 1936 se dieran tanta
prisa en ejecutar a los maestros de escuela es el indicio de otro orden de
prioridades.
Una de las sorpresas más desagradables
de la democracia fue que la izquierda abandonara su viejo fervor por la
instrucción pública para sumarse a la derecha en la celebración de la
ignorancia. Y así se ha dado la paradoja de que al mismo tiempo que se cumplía
el sueño de la escolarización universal triunfaba una sorda conspiración para
volverla inoperante. La izquierda política y sindical decidió, misteriosamente,
que la ignorancia era liberadora y el conocimiento, cuando menos, sospechoso,
incluso reaccionario, hasta franquista. En otra época los argumentos contra el
saber oscilaban entre un amorroussonianopor el niño como buen salvaje y una
afición maoísta por convertir la mente en una pizarra en blanco en la que se
inscribirían con más facilidad las consignas políticas. Ahora, como no podía
ser menos, los celebradores del analfabetismo feliz echan mano de las nuevas
tecnologías: ¿Quién necesita aprender nada, si todo el conocimiento está
fácilmente, risueñamente disponible, con solo teclear en un teléfono móvil?
Gracias a Internet, ejercitar y alimentar la memoria es una tarea tan obsoleta
como aprender a cazar con arcos y flechas. Lo que hace falta no es embutir en
los cerebros infantiles o juveniles “contenidos” que en muy poco tiempo se
quedarán anticuados, y a los que en cualquier caso se puede acceder sin ninguna
dificultad, sino alentar “actitudes”, otra palabra fetiche en esa lengua de
brujos. Que el niño no aprenda, sino que aprenda a aprender, repiten, que
desarrolle su creatividad, espíritu crítico, a ser posible transversalmente,
etcétera.
Tanta palabrería de sonsonete científico encubre nociones
extraordinariamente primitivas sobre la inteligencia y sobre la memoria: como
si ésta fuera un fardo que pesará más cuanto más se cargue en ella, un almacén
en el que los conocimientos aguardan a ser reclamados, como se recupera un
archivo en un ordenador. Ni la curiosidad, ni el espíritu crítico, ni la tan
celebraba creatividad se sustentan en el vacío. En los estudios más competentes
sobre el funcionamiento de la inteligencia creativa se descubre cada vez más el
valor de lo que se llama “working memory”: la memoria que trabaja, la memoria
activa, la que compara ágilmente una experiencia inmediata con otras anteriores
o con ejemplos aprendidos en los repertorios culturales, la que al poner juntos
elementos en apariencia lejanos entre sí descubre conexiones y posibilidades
nuevas. Es una poderosa y muy bien adiestrada memoria visual la que permite a
un artista vislumbrar lo excepcional en lo común, lo semejante en lo que
parecía diverso —y también a distinguir entre lo verdaderamente nuevo y la
moneda falsa de la moda, y a saber que en la plena originalidad hay siempre un
fondo inmemorial de experiencia del mundo—.
El conocimiento histórico o científico
no son fardos inertes que estarán esperando a ser consultados en la Wikipedia,
igual que un aparador inútil que acumula polvo en un guardamuebles. Lo que
sabemos del pasado sucede en el presente, porque nos ayuda en la tarea
imperiosa de intentar comprenderlo, y por lo tanto nos pone en guardia contra
las manipulaciones y los groseros embustes a los que son tan aficionadas las
castas políticas y los ideólogos. Sin una conciencia histórica informada y
activa no hay manera de valorar lo que sucede ahora mismo, porque no hay
términos de comparación con lo que sucedía hace muy poco o hace mucho; y tan
necesaria como la conciencia histórica es un grado solvente de conciencia
geográfica: la idea tribal de que el lugar de uno es el centro del mundo tendrá
menos fervorosos adeptos si en la escuela y en el instituto se enseña la
amplitud y la variedad de los paisajes y de las formas de vida.
Que tanta información sea ahora inmediatamente accesible es una
razón más para instruirnos en el rigor del conocimiento, no para desdeñarlo
como innecesario: igual que la sensibilidad literaria se educa leyendo, y el
oído escuchando, y la mirada viendo arte, la inteligencia crítica se afila
aprendiendo a distinguir la información sólida y contrastada de la propaganda,
el bulo y la calumnia. El saber despierta el apetito de saber más; la
ignorancia sólo alimenta ignorancia y desgana.
En la izquierda, cualquier crítica del estado actual de la
educación activa como un anticuerpo la acusación de nostalgia del franquismo.
La derecha se ríe con esa sonrisa cínica del ministro de Educación: ellos van a
lo suyo, a desmantelar lo público y favorecer los intereses privados y el
dominio de la Iglesia, y en cualquier caso siempre tienen medios para costear
estudios de élite y másteres a sus hijos. Es la clase trabajadora la que paga
el precio de tantos años de despropósitos. De nuevo la ignorancia es el mayor
obstáculo para salir de la pobreza. Quizás no falta mucho tiempo para que
aparezcan de nuevo visionarios que vayan predicando por los barrios populares
la utopía liberadora de la instrucción pública.