Mi artículo "Profesores", hoy , en Diario de Navarra.
Profesores
El diario
El Mundo editorializaba hace unos días sobre los profesores. A mí,
que se hable de nosotros me genera a veces desconfianza. Suelo acordarme
del Agente Moxley, del FBI, que perseguía a Robert De Niro en la
película “Huida a medianoche” y siempre preguntaba, receloso, cuando
le traían noticias: “¿Me voy a cabrear?”. Y, en efecto, se cabreaba, porque
siempre eran noticias desfavorables. No me tengo por agorero (es algo que un
profesor no puede permitirse), pero sería de agradecer que los medios de
comunicación, de cuando en cuando, reconocieran nuestro trabajo,
capacidad y compromiso. El de los profesores “normales”, no el de
las estrellas del espectáculo pospedagógico. El de los
profesores que queremos hacer algo tan provocador como enseñar nuestra
asignatura, sospechosos de mirar únicamente por nosotros y por aquello que
enseñamos, cuando pocos trabajos hay más volcados a los demás que el
nuestro. Quisiera comentar algunas afirmaciones de este
artículo titulado “El docente, eje del debate educativo”, comenzando
por desmentir que lo seamos. Porque no lo somos, aunque debiéramos serlo. Ni
los profesores que conozco, que no son pocos, ni yo, hemos sido consultados
jamás de cara a ese pacto de Estado, seguramente porque estamos dando clase y
eso nos invalida como “expertos educativos”, que, como todos ustedes saben, son
aquellos que no dan clase.
Se decía
también en el texto que los profesores nos enfrentamos a “situaciones
incómodas” por la pérdida de “autoridad” y de “disciplina”. Pero no ayuda
que algunos medios abanderen campañas “new-age”, concedan el mismo valor a
la opinión informada que a la desinformada o publiciten pedagogías poco serias
que menoscaban de facto nuestra autoridad profesional y que confunden
disciplina con sumisión y autoridad con tiranía, cuando ni la autoridad ni
la disciplina están reñidas con el inexcusable respeto al alumno, la deseable
cercanía y la preocupación de todo buen docente por sus estudiantes.
Tampoco puedo compartir la idea
de que los profesores nos sentimos insatisfechos por “tanto cambio legislativo”, pues no lo ha habido. Seguimos
con la filosofía de la ley del mínimo esfuerzo, del igualitarismo a la baja,
con el añadido del sometimiento a las leyes de la Utilidad y la
Empleabilidad de unos, que se suman al Buenismo ingenuo y meramente
estético de otros. La insatisfacción de los profesores no proviene de los
cambios de leyes. Proviene de la incomprensión, de la exigua consideración
social, del hecho de que en lugar de facilitársenos el trabajo, se nos pongan
trabas, del poco tacto con que a menudo se nos trata.
Es cierto,
como se recogía en el editorial, que algunas familias ponen en duda nuestros
métodos didácticos (discusión absurda, pues la diversidad metodológica es tan
amplia, no solo entre los profesores sino dentro de un mismo profesor, que
recurre a estrategias muy distintas según los contenidos que va a impartir o
las circunstancias y características de sus alumnos, que difícilmente las
familias podrían conocer el método de cada uno de nosotros), y no menos absurda
por el hecho de que quien entiende de este asunto es el profesional de la
enseñanza y no el aficionado, el beneficiario o el interesado. Estoy igualmente
de acuerdo en que el alumno es el principal responsable del éxito y del fracaso
académico, y que ni se puede “culpar de sus malos resultados al profesor” ni
restarle mérito por los buenos. Pero flaco favor nos hace el que, reconociendo
esto, carga contra el profesor por su supuesta carencia de formación didáctica.
Precisamente el excesivo énfasis en lo procedimental ha sido uno de los errores
más graves que se han cometido en la enseñanza. No necesitamos más didáctica
porque la didáctica se encuentra en nuestra propia práctica docente y no es
otra cosa que la manera en que enseñamos. Y que esta didáctica sea más o menos
eficaz depende de nuestro dominio de la materia, de nuestras ganas de enseñar,
de nuestra experiencia en el aula, de las condiciones de trabajo de que
dispongamos y del interés y capacidad de nuestros estudiantes.
Si, como
alguien dijo, “educa toda la tribu”, tratemos de ir todos en la misma
dirección. Si se quiere saber qué ocurre en las aulas, qué problemas tenemos,
cómo se podrían solucionar, pregúntesenos a los expertos de verdad, a los que
día a día nos batimos el cobre intentando enseñar a nuestros alumnos
adolescentes, sin perder el ánimo, procurando despertar su interés y adaptarnos
a sus escasos hábitos, que dificultan ya lo bastante nuestra labor como para
tener que contrarrestar también un ambiente social en el que el mérito no es
valorado y se tiende siempre al facilismo. Por mucho que hablemos de sociedad
del conocimiento, lo que de verdad se echa en falta es una cultura del conocimiento,
la admiración a quien sabe más porque fijarnos en él o en ella es el mejor
estímulo que podemos encontrar para mejorar. Y urge propiciar con decisión las
condiciones adecuadas para que esa transmisión de conocimiento (en su más
amplia extensión, englobando los contenidos, procedimientos, hábitos y valores
contenidos en el propio conocimiento) que ha de proporcionar la
escuela para amparar la igualdad de oportunidades, se produzca con unas mínimas
garantías. Prestígiennos. Los profesores
de a pie no pedimos premios ni ovaciones. Solo queremos que se cuente con
naturalidad y consideración lo que hacemos y la importancia de lo que hacemos.
Alberto Royo
es guitarrista clásico, musicólogo, escritor y profesor en el IES Tierra
Estella.