"¡Traed madera! ¡Traed madera!", gritaba el
genial Groucho en "Los hermanos Marx en el Oeste" mientras echaba madera
a la caldera de la locomotora. Quería hablarles del libro que Javier Orrico ha
publicado recientemente y que lleva el (espléndido) título "La tarima
vacía" (Editorial Alegoría. 2016) y me viene a la mente esta escena, no tanto por la realidad tan
grouchiana de nuestra enseñanza, que también, sino por la satisfacción de
comprobar cómo colegas a los que uno admira mantienen firme su compromiso, pese
a las escasas probabilidades que tenemos, reconozcámoslo, de ganar esta batalla.
Más madera hace falta, mucho más, para vencer. Y aún así no tengo nada claro
que se consiga.
Orrico es ya un veterano en esta guerra y formó parte
del grupo de egregios disidentes que impulsaron la plataforma, hoy
desaparecida, "Deseducativos". El ensayo, sobre el que no quisiera extenderme demasiado
porque es más interesante leerlo que oír hablar de él (y porque no sería sensato desvelar sus atinadísimos planteamientos), comienza con un preámbulo en el que
se analiza la deriva del sistema a lo largo de las distintas pseudoreformas, para
pasar a reflexionar con lucidez sobre lo que ha supuesto, en el fondo,
"quitar la tarima", que no es otra cosa que la devaluación de un
oficio: el de enseñar. Al fin y al cabo, el propósito de Javier Orrico es
recuperar la misión primigenia de la enseñanza, reivindicar la cultura y el
saber como objeto de la educación y defender el papel del profesor, convencido
de que ejercer este papel produce incuestionables beneficios desde el punto de
vista social. Y lo hace apoyándose en el profundo conocimiento de la profesión que solo
otorga la experiencia y demostrando talla intelectual, responsabilidad y
conciencia cívica ("el sentido de la democracia que una educación
verdadera debiera transmitir es que la libertad es hija de la responsabilidad",
afirma en el excelente epílogo).
"La tarima vacía" finaliza con la
intervención del Profesor Orrico en el Senado, cuando se debatía el proyecto de
LOE(14 de febrero de 2006).
Decía al principio que no era mi intención descubrir
ideas ni argumentos ni tampoco explayarme en exceso. Escribo estas líneas para
dar la enhorabuena a Javier por su libro y para recomendar su lectura. Así que
mi felicitación a Javier. Y háganme caso: léanlo.