miércoles, 14 de marzo de 2018

Referencia en el dossier "Nuevas Pedagogías" de la revista "El escéptico"


La ARP-Sociedad para el Avance del Pensamiento Crítico ha publicado en su último número un dossier sobre nuevas pedagogías. En el texto titulado "Repensar la educación ¿ciencia o técnica?", de Andrés Carmona Campo, se hace referencia a mi primer ensayo, Contra la nueva educación (no así al segundo, que quizás habría servido para aclarar algunos aspectos). Aunque el autor reconoce estar "simplificando mucho" mi postura, lo cierto es que no me reconozco como "tradicional", "pesimista" o (mucho menos) "conservador" (habla también de "prudencia", que ya me gusta más). Sí entiendo sus reservas ante una mala interpretación de lo que sostengo. Pero yo diría que esto no invalida mis planteamientos. En cualquier caso, para quien tenga interés en leer el artículo, puede descargarse aquí.

miércoles, 7 de marzo de 2018

A vueltas con el pacto educativo

 

En el número 759 (septiembre-octubre de 2016) de la revista de opinión y cultura El ciervo, se publicó un texto mío titulado En contra de un pacto educativo. En defensa del conocimiento. Puesto que ayer era noticia que el PSOE ha roto las negociaciones, lo transcribo a continuación, por si fuera de interés. Decía así:

Ya sé yo que titular de esta manera un artículo no es la mejor estrategia para quedar bien. Pero a estas alturas uno ya tiene más que decidido decir lo que piensa (aunque piense bien lo que dice), antes que lo que  pueda procurarle aplausos o alabanzas.

Me ocurre de un tiempo a esta parte que cada vez que leo una nueva propuesta pedagógica, una nueva receta milagrosa para salvar lo que queda de nuestro sistema público de enseñanza (desgraciada circunstancia que hay quien aprovecha para reclamar sin ninguna compasión la aplicación de la eutanasia), no soy capaz de encontrar siquiera un atisbo de sensatez. Al contrario, me planteo dos posibilidades: o bien el autor de la penúltima innovación es un extraterrestre, o bien lo soy yo (y no tengo todavía una conclusión en firme al respecto). Por eso cuando se habla de la necesidad de un pacto me pongo nervioso. No es que no quiera que los partidos políticos se pongan de acuerdo, no. Lo que me preocupa es que no haya un solo partido, viejo o nuevo, que apueste sin ambigüedades por el valor más sólido que tenemos: el conocimiento. Es cierto que muchos hablan de valores, pero se refieren a los suyos, dependiendo de la ideología o la moda. Valores religiosos, valores new-age, valores neocapitalistas, valores progre-tontainas, valores ecologistas, valores veganos, valores  creativos, valores empático-emocionales... Todos, por distintas vías, han terminado por despojar a nuestra enseñanza pública de su principal aspiración, la más noble y las más necesaria: proporcionar a nuestros alumnos los conocimientos que la mayoría de ellos no podrán adquirir fuera para garantizar que todos tengan las mismas oportunidades de ascenso social, sin otro condicionante que su propio empeño. No es momento de recordar lo que el PSOE ha hecho con la educación en este país, ni tampoco lo que el PP ha perpetrado (tan reprobable como lo que ha podido y no ha querido hacer). Si los socialistas confundieron igualdad de oportunidades con igualdad de resultados, los populares han confundido éxito escolar y éxito estadístico, entre otros muchos errores (y algunos han sido, como en el tenis, errores “no forzados”). Del igualitarismo minimalista hemos pasado a la enseñanza de la Señorita Pepis. Mientras, los partidos más jóvenes abogan (unos) por vincular economía y educación e imponer el inglés como lengua vehicular, y (otros) por la inteligencia emocional y la supresión por ley de los deberes -no es broma-. Hubo una vez un partido que tuvo la osadía de elaborar un programa educativo digno. Este programa duró poco y el partido pronto incorporó los mismos tics y dogmas pedagocráticos de los demás.

Después de estas consideraciones, ¿sería bueno un pacto educativo? Lo dudo. Pactar algo entre partidos que no se atreven a situar el conocimiento en lugar preeminente a la hora de concretar la finalidad de la escuela no deja de ser un ejercicio de futilidad y además, seamos serios, ya existe un acuerdo (tácito) para dejar hecha unos zorros nuestra querida (por algunos, al menos) enseñanza pública. Por eso pido a los partidos políticos que no pacten (o que no hagan oficial ese pacto silencioso) sin antes haber resuelto las incógnitas esenciales: ¿Qué queremos del sistema educativo? ¿A qué modelo de ciudadano aspiramos? ¿Importa saber? Pregúntennos a nosotros. Confíen en los docentes y menos en esos a los que ustedes denominan “expertos” pero no lo son (los speakers, coaches, consultores, emprendedores sociales y pedañoños de turno). Recurran a la evidencia de quien ha podido contrastar en el aula lo que ha imaginado fuera de ella. Tengan certezas, porque siguen siendo indispensables. Entiendan que apostar por el conocimiento no implica dejar de lado los valores ni conlleva despreciar las emociones. Por dos razones: primera, porque no se puede enseñar sin emoción; y, segunda, porque el conocimiento es en sí mismo enriquecedor y apasionante. ¿Importa el conocimiento? ¿Pensamos que una persona con cultura y formación estará en mejores condiciones que un ignorante para desarrollar el espíritu crítico, ser creativa, tener habilidades sociales...? Si es así, enseñemos historia, literatura, música... y defendamos aquellos valores que los adultos consideramos estimables como el esfuerzo, el gusto por el trabajo bien hecho, el afán de superación… y reivindiquemos los hábitos indispensables para todo aprendizaje. No pretendamos enseñarles creatividad; enseñémosles a ser creativos a través de nuestra materia. No queramos fomentar en ellos el espíritu crítico sin conocimientos porque es absurdo. No intentemos innovar sin conocer a fondo aquello sobre la que queremos innovar porque innovación sin conocimiento no es innovación sino excentricidad. No impartamos asignaturas de educación emocional; la alta cultura ya favorece las habilidades sociales y la empatía. Seamos precisos con el lenguaje (“el andamiaje del pensamiento”, como lo llamaba Lázaro Carreter) y evitemos decir que aprender es divertido porque no siempre lo es. Aprender es, desde luego, estimulante, pero requiere un sacrificio, a veces no resulta placentero y sus frutos no suelen recogerse de inmediato. Encuentro primordial esta puntualización porque en este error de concepto se encuentra el origen de muchos de los problemas que tenemos en la enseñanza. Don Miguel de Unamuno lo explicó en su momento con innegable lucidez cuando afirmó que el alumno que quiere aprender jugando acaba jugando a aprender y el maestro que le enseña jugando termina jugando a enseñar. A nuestros alumnos (a nuestros hijos) debemos inculcarles que aprender es un reto, pero también tenemos la obligación moral de no engañarles y hacerles ver que no hay aprendizaje sin esfuerzo. El desafío es hermoso porque, aunque no todos tenemos la misma capacidad intelectual, a nadie niega la naturaleza la capacidad de perseverar para tratar de alcanzar sus metas. Es verdad que el menos dotado (como el más pobre) siempre necesitará poner más de su parte, pero esto es tan injusto como inevitable.

Confiemos pues en el conocimiento, en que este nos hace más libres, más sociables, menos manipulables. Y no lo devaluemos. Aceptemos que no es gratis, que no puede serlo, que hay que pagar un precio: el de la voluntad y el interés por acceder a él.

Alberto Royo es Licenciado en Historia y Ciencias de la Música, Titulado Superior en Guitarra Clásica, Profesor de Secundaria y autor de “Contra la nueva educación. Por una enseñanza basada en el conocimiento” (Plataforma Editorial. 2016).

martes, 6 de marzo de 2018

¿Sirven para algo los suspensos? En el Magazine de La Vanguardia


El Magazine de la Vanguardia publicaba este domingo un reportaje sobre los suspensos para el que la periodista Eva Milet me había pedido opinión. Se puede leer el texto aquí.