viernes, 27 de junio de 2014

Summertime.

 
El curso llega a su fin. Ayer celebramos la asamblea general de asociados. Los asistentes estuvimos comentando lo ocurrido durante el curso y preparándonos para el próximo, que será, además, año electoral. Como siempre que nos juntamos los profesores de secundaria, la reunión derivó enseguida en una especie de terapia en la que cada uno aportó su visión, habitualmente poco optimista, de la realidad educativa y nuestras condiciones laborales. Será la llegada de las vacaciones pero, a pesar de las circunstancias, no pienso caer en el derrotismo. Hay que ser realistas, es cierto, pero debemos pensar que si nosotros no nos defendemos, nadie lo va a hacer. Nuestros principios siguen siendo tan válidos como antes, aunque cada vez suenen más extemporáneos (maldito zeitgeist en el que no tiene cabida nada de lo que no se obtenga un beneficio inmediato y cuantificable), y tenemos que estar alerta para, al menos, combatir algunas de los muchos disparates que nos están llegando y están por llegar. Hoy son los programas bilingües y mañana... quién sabe si nos convertiremos en generalistas (esto lo primero), educadores emocionales, coaches o algo peor.

Volviendo al plurilingüismo, la idea estrella y más innovadora de nuestros paletos dirigentes (todos ellos, de derechas, de izquierdas, de centro, nacionalistas ejpañoles y antiespañoles, todos tan obsesionados con el inglés como Cristiano Ronaldo o Aznar con sus abdominales), dentro de la permanente campaña de imagen cuya estrategia es la cutre y poco novedosa fórmula de meter la mierda bajo la alfombra, sigue siendo una de las mayores atrocidades que se han inventado nuestros expertos para dar la puntilla a este sistema que estafa sin pudor a nuestros alumnos y, por extensión, a la sociedad, y que resiste gracias al sobreesfuerzo y el compromiso de muchos (no todos) profesores. Pondré un ejemplo muy significativo, de los muchos que podría dar: en un instituto que no citaré, un profesor cuyo nombre tampoco diré, de una especialidad que no vale la pena especificar, que tiene la plaza con perfil de francés (aquí voy a ser indiscreto), utiliza como herramienta didáctica la conocida como "te pongo un vídeo y estás callado". Eso sí, en francés, idioma que en ningún momento emplea para impartir sus clases. La singular metodología se complementa con el añadido de una pregunta extra (la undécima) en francés a las otras diez preguntas de los exámenes que, por supuesto, tampoco se redactan ni deben contestarse en esta lengua. Esto es, y que nadie me lo discuta, ENSEÑANZA DE CALIDAD.

En fin, disfrutemos de las vacaciones mientras podamos, que en la Comunidad Valenciana los profesores ya trabajan en julio (menos mal que aquí tenemos los Sanfermines y eso es intocable).

Feliz verano.
 
 

miércoles, 25 de junio de 2014

Imputada o condenada, ¿he ahí la cuestión? Pues no. Maleni, la última patriota.

 
Magdalena Álvarez ha dimitido como vicepresidenta del Banco Europeo de Inversiones. "Mi dimisión", ha asegurado la ex ministra, ex consejera de la Junta de Andalucía y ex eurodiputada, "nada tiene que ver con la situación de imputada (...), sino porque se está haciendo un daño irreparable al BEI, a mí misma y a España". O sea, que el abandono es algo así como un servicio al país (después de al banco, claro). "Me gusta luchar por lo que es justo pero todo tiene un límite", ha añadido, antes de dejar claro que no tiene nada que ver con el mal uso del dinero" y que "tenía la misma posibilidad de hacer mal uso del dinero que de matar a Kennedy".

Es perfectamente entendible que una ciudadanía harta del despilfarro, el mangoneo y el nivel de corrupción política pueda perder de vista que, y así lo ha defendido Maleni en uno de sus contados momentos de lucidez, estar imputado y estar condenado no es lo mismo. Ahora bien, para no dejarnos nada, digamos también que cuando se imputa a alguien es porque se tienen sospechas de su implicación en la comisión de un delito (en este caso, los ERE de Andalucía). Maleni no ha sido llamada, pues, como testigo y, a pesar de que tiene todo el derecho a la presunción de inocencia, puesto que no solo no ha sido condenada sino que, además, podría ser declarada inocente en el que caso de no poderse probar la comisión del delito, indicios de malversación y prevaricación en su actuación como consejera de Hacienda, entre 1994 y 2004, existen, así que rasgamientos de vestiduras, los justos.

Pero, imputaciones o condenas aparte, lo que a mí me resulta escandaloso es que una persona con este nivel (y no me refiero al nivel académico, pues la Sra Álvarez, aunque sorprenda, porque sorprende, se supone que lo tiene, sino a su nivel político, a su nivel de oratoria -quién no recuerda sus explicaciones del accidente de Barajas-) haya podido desempeñar cargos públicos de responsabilidad. Y, por encima de todo, la dudosa ética de quien, ante una imputación como esta y en una situación como la que tenemos, no es capaz de encontrar otra salida que lamentarse porque "otros", dice, "quieren el puesto". Iba a escribir que esto no dice mucho de un país. Pero es todo lo contrario: dice muchísimo.
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NOTA: Ya publicada esta entrada, me entero de la dimisión del eurodiputado de Izquierda Unida, Willy Meyer, después de haberse conocido que había participado en un fondo de pensiones privado gestionado por una sicav en Luxemburgo, en nombre del Parlamento Europeo. Aquí tenemos otra modalidad de dimisión: la "dimisión digna", la del sobrao que se pone estupendo y pretende que se le aplauda por su gallardía, como si hubiera que conceder mérito a quien no hace sino lo que debe y ni siquiera eso, pues lo hace obligado por las circunstancias. Hay que decir que Meyer ha asegurado que no sabía nada de que el fondo lo gestionaba una sicav. Como la infanta.

lunes, 23 de junio de 2014

Elogio de la equidistancia (VII). Monárquico o republicano.


 
En este país parece que uno está obligado a situarse en un extremo, sin vacilaciones, resuelto y firme en sus convicciones. No caben posturas matizadas ni dudas. Hay que ser monárquico y echar unas lagrimillas viendo lo monísimas que estaban las princesas Leonor y Sofía o partidario de echar a las Borbones a los leones de la forma que sea. Desde el punto de vista institucional, la pretendida "normalidad" se ha tratado de imponer. Y esa siempre es una mala estrategia. El mismo día de la proclamación de Felipe VI, la policía entró en algunos pisos para registrarlos porque habían colgado en los balcones banderas republicanas, en un gesto impropio de un país democrático. La respuesta de algunos en las redes sociales es inquietante "("a esta gente hay que responderle con violencia porque es lo único que entiende"). No son discutibles los abusos de la policía (mejor dicho, del Gobierno, a quien aquella tiene la obligación de obedecer) el día de la proclamación (a una señora que llevaba una bandera republicana le increpó un señor poco tolerante y la policía se llevó... a la señora), pero la respuesta de la sociedad ante estos excesos no puede ser la de animar a contestar de forma violenta. Matizo: sí puede, pero no debe.

Yo sí tengo dudas sobre el modelo de estado. No tengo al respecto una opinión inamovible. Y, además, me alegro de ello. La expondré a continuación anticipando que pretende ser mesurada pero no niega los prejuicios y el condicionamiento ideológico del que ninguno estamos a salvo.

Me siento republicano desde un punto de vista clásico, por así decirlo. Creo que un buen modelo de sociedad civil sería una república en la que la soberanía estuviera de verdad en manos de los ciudadanos, presidida por alguien que representara a todos y no solo a unos o solo a otros. Es la manera en que, en ocasiones, se ha desarrollado esta idea republicana, la que impide confiar a ciegas en el modelo. Si en España se diera la posibilidad de elegir, y yo sería partidario de que se diera, aunque reconozco que no es lo más urgente en las actuales circunstancias, habría que explicar muy bien qué modelos están en discusión y de qué manera se iban a desarrollar. Personalmente, Felipe VI no me produce excesivo rechazo, incluso no le tengo especial manía, pero encuentro fuera de tiempo, más que de lugar, el mantenimiento de una monarquía. Y más, teniendo en cuenta la campaña que se nos está endilgando y artículos como el publicado recientemente en el País (quién te ha visto y quién te ve) con el título "Leonor, niña y princesa", francamente sonrojante. Pero insisto, si se convocara un referéndum, habría que explicar claramente las alternativas para poder escoger con ciertas garantías porque lo que importa, en definitiva, es que el modelo resulte positivo, más que si nos gusta más o nos gusta menos (por ejemplo, si hablamos de bienestar, hay países con un alto nivel de desarrollo tanto con monarquías constitucionales como con repúblicas).

El debate no solo es legítimo, sino necesario, pero debe ser un debate racional y prudente. Entiendo que a algunas personas esta posición le puede parecer tibia, pero pienso que un poco de pragmatismo nunca bien mal. ¿Seguimos con Monarquía? Pues sigamos. No pienso echarme a la calle, aunque no sea partidario de la Corona. Solo espero, de momento poder encontrar aspectos positivos en el reinado que acaba de comenzar, que tanto Felipe VI como su familia sean tan ejemplares como ha asegurado el nuevo Rey que van a ser y que, por lo menos, no resten. Con las opiniones tan escoradas, tan desde las tripas, que vengo leyendo sobre esta cuestión, prefiero confiar en que este hombre no sea peor que los presidentes de algunas repúblicas y esperar a que llegue el momento de replantearnos la situación porque, por encima de modelos, todos ellos imperfectos, yo confío en determinados ideales con los que, ahora sí, sin titubeos, me identifico, ideales que, con todas las limitaciones, podrían ser compatibles con cualquier modelo de estado (democrático, se entiende): la instrucción pública como garante de la igualdad de oportunidades de acceso al conocimiento y de ascenso social, el pluralismo democrático real, la responsabilidad personal y la meritocracia, la búsqueda del convencimiento y no de la destrucción del contrario, es decir, lo que yo entiendo (y estoy seguro de que muchos otros también) como valores democráticos.

martes, 17 de junio de 2014

Yo fui a un concierto de Mecano o el profesor como enemigo de sí mismo.



Hoy vengo decidido a dar la cara. Estoy dispuesto a desvelar algunos de mis pecados, comenzando por el más imperdonable: yo fui a un concierto de Mecano. No solo eso. También coreé las canciones mientras Ana daba sus saltitos imitando a José Mota, José María rascaba todo digno su guitarra y ponía cara de futuro compositor de ópera y hombre del Renacimiento, y Nacho Cano agitaba la melena con su "poderoso giro de cintura" a lo He-Man, teclado izquierdo, teclado derecho, lanzando gotas dedicadas de sudor a las chicas de las primeras filas. Y ahí estaba yo, como un fan más. No sirven de excusa las tópicas alegaciones ("era joven", "fue porque iba una chavala muy guapa del colegio"...). Era joven, eso es verdad, pero fui porque me dio la gana y no había ninguna chavala a la que quisiera seguir la pista. Y, puestos a confesarlo todo, hasta había en casa una casete del grupo que más de una vez escuché.

Bien, ahora que me he quitado este espantoso peso de encima, me va resultar mucho más fácil reconocer un segundo pecado, venial en comparación con el primero, pero de ninguna manera disculpable. Tiene que ver, este sí, con la enseñanza.

Cuando uno echa la vista atrás y trata de recordar sesiones de evaluación, correcciones de exámenes y puestas de notas, se da cuenta de que la exigencia de la que hace bandera no siempre se ha correspondido con las determinaciones que ha tomado. Puedo asegurar que nunca he aprobado a un "holgazán a tiempo completo", a un alumno de la que podemos llamar "modalidad seta". Pero no puedo asegurar que no haya aprobado alguna vez a un alumno que no lo mereciera, lo que, en la práctica, supone un agravio al alumno que supera la asignatura con justicia. Tampoco soy de los que se dejan convencer por el compañero que considera su asignatura más importante que la tuya y entiende que debes aprobársela porque "total, para lo que le va servir en el futuro" (en esos casos me enroco en la calificación asignada ,que no es fruto precisamente de la improvisación, y no me muevo un milímetro de mi postura) ni funcionan conmigo las presiones del director de turno (en esto he tenido suerte y jamás se me ha sugerido siquiera cambiar una nota), padres, alumnos u otros. Pero hay algo peor que todas las presiones imaginables: el desestimiento del propio docente a la hora de llevar hasta las últimas consecuencias el objetivo de exigir a los alumnos lo que se les debe exigir.

Diría que entre los profesores hay tres tipologías: el docente rocoso que jamás modificará (ni matizará) una calificación, llueva, nieve, truene o se haya equivocado de alumno; el docente buenrrollista y abraza-alumnos que aprueba de forma masiva para evitarles traumas y mantener su nivel de popularidad (existe una segunda versión de esta tipología: el docente miedoso e inseguro que acude a la sesión de evaluación sin haber decidido nada y a expensas de las opiniones de sus compañeros, que habitualmente clausura el repaso de las notas de cada alumno con un "venga, ya le apruebo yo la mía"); y, por último, la del docente comprometido que quiere ser exigente y no flaquear, pero que termina, muchas veces, limitándose a hacer "lo que puede", condicionado por la falta de respaldo a sus decisiones y por el escaso reconocimiento a su labor. Este es, creo, el grupo más numeroso y en el que me incluyo, el de quienes nos negamos a regalar un aprobado pero sabemos que no siempre hemos cumplido con el nivel de exigencia requerido y recordamos situaciones, aunque sean las menos, en las que cedimos, subiendo ese medio punto o aceptando un trabajo como recuperación.

Que nadie me malinterprete, por favor. Tan injusto es culpar a un profesor sobrepasado por la indisciplina de un grupo de "no saber hacerse con él" como fustigar a otro por haber transigido en una sesión de evaluación. Cuando un profesor "no se hace" con un grupo, se deben buscar soluciones que le permitan ejercer con libertad y en condiciones adecuadas su profesión. Cuando un profesor termina aprobando a quien no lo merece, se deben buscar los motivos por los que ese profesor ha aceptado algo que va en contra de sus principios y de la propia esencia de la educación. Pero que busquemos las causas de un problema no debe suponer que eludamos nuestra responsabilidad. Y la tenemos. Tipologías como la del profesor rocoso o la del buenrrollista van a existir siempre. Es sobre esa amplia "clase media" de docentes sobre la que hay que trabajar. Y quienes nos ubicamos en ella tenemos la obligación de aprender de nuestros errores y empeñarnos en no repetirlos. Aprobar a quien no lo merece es, sin duda, más cómodo, pero también es muy poco responsable. Solo si somos conscientes de que no siempre hemos cumplido y nos sentimos mal por ello, estaremos en disposición de mejorar como profesionales. No podemos seguir criticando el igualitarismo a la baja si no nos mantenemos firmes en nuestra exigencia. En definitiva, en un momento en el que se multiplican nuestros adversarios, los profesores no podemos terminar siendo nuestros principales enemigos.

lunes, 16 de junio de 2014

Anecdotario pedabóbico-sindical (III).


Reunión con la ex-directora del Servicio de Ordenación, Calidad e Innovación. Despacho de la interfecta. Motivo: el Decreto Foral de Derechos y Deberes (es un decir) del alumnado, en el que se establece el derecho del alumno a recibir una "educación emocional que facilite afrontar adecuadamente las relaciones interpersonales".
Se objeta a la señora directora que uno ganó una oposición para ser profesor de música y no de emociones y que, de haber sabido que aquellas tres plazas en juego eran para impartir "educación emocional", muy probablemente habría desistido, y que, además, considera que las emociones no entran dentro de las competencias profesionales de un docente. Respuesta: "Hoy día, un educador no se puede limitar a impartir su asignatura".
Amén.

viernes, 13 de junio de 2014

La educación y el reverso tenebroso (X). El Maestro Llakaria, gran vidente y medium competente.


Así se titula el panfleto que encontré el otro día en mi buzón. Aderezado con los dibujos de una vela, una luna y una estrella, y en color verde esperanza, contenía el siguiente texto:
 
Soluciona todos los problemas en 72 h.
Especialista en el retorno inmediato de la persona querida,
quitar el mal de ojo y protección, cualquier problema
de pareja, puede ayudar también en la salud,
los concursos y a mejorar en el deporte, los negocios,
impotencia sexual, problemas judiciales, familiares,
de trabajo, exámenes, atracción de clientes para vendedores,
protección contra todos los miedos, accidentes de la vida,
ayuda a dejar el tabaco, alcohol, drogas de forma inmediata.
 
TRABAJO SERIO, CON SEGURIDAD, GARANTÍA Y CONFIANZA
PAGAR DESPUÉS DE RESULTADOS
 

Alguno podría pensar que esta sección, dedicada al reverso tenebroso, está dando un giro inesperado y derivando hacia otro tipo de supercherías no educativas. No es así. Vamos a seguir hablando de educación. Pero, por si alguno todavía no se había enterado, vivimos tiempos oscuros, casi medievales, en lo que un día se llamó "instrucción pública". La superstición, el fetichismo, las creencias y el fraude se están adueñando de nuestro sistema educativo y amenazan con hacer desaparecer el sentido común y la razón.

Basta leer anuncios como el mencionado para comprobar que guarda no pocas similitudes con algunos de los programas de muchas administraciones educativas. Hablamos del Programa "Educación Responsable" cuando nuestro Consejero acaba de firmar con el Sr Botín un convenio para la puesta en marcha de "la cosa" y había adjudicado el proyecto a seis centros. Hoy debemos volver a tratar el asunto porque el Gobierno de Navarra acaba de hacer pública una nueva convocatoria de este programa, convocatoria que firmaría el mismísimo Maestro Llakaria. Los nuevos centros que se acojan al programa pagarán a la Fundación Botín cien euros (en este caso, antes de conocer los resultados -parece, la verdad, más honesto el Maestro Llakaria que, al menos, no cobra hasta saber si su propuesta funciona-), algo que, si no ilegal, sí es dudosamente ético (qué delgada es la línea que separa lo público y lo privado para nuestros políticos). Los gurús responsables de este negociete llamado "Educación responsable" pretenden, dicen, "propiciar entre el profesorado, el alumnado y las familias de los centros escolares navarros el fomento de la inteligencia emocional, social, cognitiva, y la creatividad; ayudar a los niños y jóvenes a conocerse y confiar en sí mismos, comprender a los demás, reconocer y expresar emociones e ideas, desarrollar el autocontrol, aprender a tomar decisiones responsables, valorar y cuidar su salud y mejorar sus habilidades sociales; mejorar la comunicación y la convivencia en los centros escolares navarros a partir del trabajo con docentes, alumnado y familias". Verán que abarcan casi tantos y tan ambiciosos objetivos como el Maestro Llakaria y que el modelo de pensamiento no es tan distinto: se trata, grosso modo, de dejar a un lado el molesto aprendizaje de las distintas materias y apostar por la plena felicidad y la realización personal en el mejor estilo de manual de autoayuda y crecimiento personal y, muy importante, con la promesa de que todo se podrá conseguir sin esfuerzo (deje de fumar en una sesión de hipnosis, adelgace en dos semanas, aprenda inglés en un mes). Como Llakaria, el "medium competente", la Fundación Botín solucionará todos tus problemas. No sabrás un carajo, pero serás un ser creativo, empático, con una gran autoestima, seguro de ti mismo, responsable, saludable, comunicativo y guay. Y solo por 100 euros. Eso sí, necesitarás algo más de las 72 horas y pagarás por adelantado así que, sinceramente, yo me decantaría por el Maestro Llakaria.

jueves, 12 de junio de 2014

"Cosas que nunca te dije" o remembranzas de una "compadecencia" parlamentaria.




Siento mucho tener que citar a mi admirada Isabel Coixet en un artículo sobre parlamentarios, pero sirva la licencia para acicalar mínimamente un asunto tan poco atractivo como este. Pensé (extrañísima asociación, lo reconozco) en el título de la bellísima primera película de Coixet al salir de una comparecencia parlamentaria cuyo teórico propósito era analizar la situación en cuanto a infraestructuras de los centros educativos navarros. Mi intervención se puede resumir en la exigencia al Gobierno de Navarra de:

1.- Invertir lo que sea necesario en infraestructuras educativas y de forma preferente en la red pública y comprometerse públicamente a priorizar esta inversión, ya que tiene una incidencia determinante en la calidad del servicio público que se ofrece (si es necesario ajustar el presupuesto, suprímanse aquellos gastos que unas veces son inútiles y, otras, tienen como única finalidad dar imagen).

2.- Elaborar un estudio exhaustivo y transparente que muestre la situación real de los centros y que atienda a las necesidades que se vienen trasladando al Gobierno desde los mismos.

3.- Racionalizar los recursos existentes.

4.- Canalizar su obsesión frívola por la imagen, obsesión que no es exclusiva de esta Administración sino generalizada a todas las administraciones educativas, y entender que lo que da prestigio a un centro no es un sello de calidad o un programa de emprendimiento y que en nada ayuda a su imagen tener que colocar cubos por todas partes cuando hay goteras o inutilizar una escalera al no haber dinero para arreglarla, limitando, al contrario de lo que debería hacer, las condiciones para el ejercicio de la docencia y para el aprendizaje.

En mi turno de palabra, con mayor o menor acierto, traté de exponer algo tan obvio como que las necesidades del sistema público de educación van por un lado y las decisiones políticas por otro, que cualquier profesional necesita unas condiciones mínimas para desarrollar su labor con eficacia, que esto es responsabilidad de la Administración y que no se trata de gastar más de lo que se tiene sino de gastar lo que se tiene donde se debe. Puesto que ya imaginaba que el fruto de la comparecencia iba a ser ninguno (sindicatos encantados de ir al Parlamento, parlamentarios presumiendo de talante, oposición criticando al Gobierno y Gobierno echando la culpa a la crisis, gracias por venir, gracias por invitarnos, que vaya todo bien, luego nos tomamos una caña), mientras regresaba y me alejaba del lugar de reunión le daba vueltas a aquello que había dicho pero, sobre todo, a lo que no. Uno aspira a la moderación e intenta ser templado en sus manifestaciones. Esto hace que, en ocasiones, queden en el tintero preguntas o afirmaciones que, por falta de tiempo o por exceso de corrección, habría querido plantear. Y, puesto que ya no es posible hacerlo, dejo aquí algunas de esas "cosas que nunca te dije".

Primera: ¿Por qué parlamentarios de la oposición, "paladines de lo público", sonríen con tanta complicidad y afecto a los representantes del Gobierno que "quieren hundir lo público y favorecer lo privado"?

Segunda: ¿Por qué, dada la trascendental importancia que los políticos dicen otorgar a la educación, algunos faltaron a la cita y otros se ausentaron durante la misma sin excusarse e incluso sin ser sustituidos por un compañero de partido?

Tercera: ¿Por qué, siendo no más de veinte personas reunidas y entendiendo todas perfectamente el castellano (habiendo intervenido, además, solo cuatro personas en euskera) era necesaria la traducción simultánea y el uso de auriculares?

Cuarta: ¿Por qué un político, técnico informático de profesión, ex-presidente de una Asociación de Padres, se considera capacitado para juzgar la formación de los profesores? ¿se atrevería este señor a valorar la formación de los médicos, por ejemplo? Como paciente o padre de paciente, quiero decir. Luego vuelvo sobre esta cuestión.

Quinta: ¿Cómo es posible que nuestros políticos consideren tan "fundamental" tener pizarras digitales como garantizar unas mínimas condiciones de trabajo para los profesores (y para los alumnos)?

Sexta: ¿Cómo es  posible que digan que las infraestructuras no influyen en el rendimiento académico?
Para terminar, retomando la cuarta pregunta, el señor parlamentario defensor a ultranza de las pizarras digitales manifestó su perplejidad cuando afirmé mi preferencia por un espacio de trabajo adecuado antes que las susodichas pizarras digitales y, como era de esperar, me acusó de trasnochado. "Hay que sacar", me dijo envalentonado, "la educación de los siglos XIX y XX" porque "estamos en el siglo XXI". Después de valorar la importancia de las pizarras digitales al mismo nivel que, ojo, "la calefacción", dejó bien claro que, para que esto sea posible (lo de la educación "modenna"), es imprescindible... "mejorar la formación del profesorado". En mi réplica le dije que si los profesores tenemos que escoger entre arreglar las persianas del aula o solucionar un problema de goteras y tener pizarra digital, la elección está clara y que precisamente el sistema público de enseñanza resiste gracias a su profesorado. Lo que me faltó decir fue: y a pesar de ustedes.

Fin de la cita.

lunes, 9 de junio de 2014

Anecdotario pedabóbico-sindical (II). Todos a la calle.



Intersindical. Asistentes: todos las organizaciones sindicales con representación. Tema: el Gobierno de la Comunidad ha decidido aumentar las horas lectivas para ahorrarse profesores y tener un poco más ocupado al ocioso docente y suprimir los departamentos didácticos uni y bipersonales con la finalidad de atender una demanda "histórica" de los directores de instituto (el aumento del complemento por cargo directivo). La propuesta de nuestra Asociación de convocar una huelga indefinida ante semejante atropello, antes de la aplicación de estas medidas, no prospera; es más, prácticamente ni se valora (otro día hablaré de ese histórico y quijotesco bofetón que nos pegamos, honroso pese a todo por su noble propósito). Se convocan varias huelgitas por parte de diferentes sindicatos cuando  el Boletín Oficial ya había confirmado el abuso publicando la cuestión (sobre cómo se gestionó la decisión trataremos en otro capítulo). De las huelgitas surgen caceroladas varias y manifestaciones a tutiplén, con camisetas y batukadas, claro está, cuyo objetivo termina ahí: en el propio hecho de darle a la cacerola y salir a la calle a protestar. Y aquí viene el chascarrillo, doble, uno previo y otro posterior a las primeras movilizaciones. El previo (dicho por el delegado de un sindicato "empresarial" de tres letras inclinado a las mariscadas): “tenemos que llenar de contenido las movilizaciones” (yo pensaba que para movilizarse debía haber un motivo, no que se tenga que buscar primero); el posterior: a la pregunta de quien relata estos acontecimientos, dirigida a otro delegado de una organización-promotora inmobiliaria con cuatro letras repetidas por parejas,  acerca del supuesto éxito de unas movilizaciones que no cambiaron en nada las decisiones de la Administración al haberse ratificado estas antes de las convocatorias sindicales, dijo el susodicho : “¿Cómo? Un éxito no, un exitazo. ¿No viste la cantidad de gente que sacamos a la calle”?
 
Queda claro, pues, que para "los sindicatos" no se trata de conseguir nada o de evitar algo (en este caso, más horas lectivas y eliminación de jefaturas de departamento) sino, sencillamente, de meter ruido y hacer propaganda. No me extraña que triunfe la cacerolada como estrategia sindical porque ruido, lo que se dice ruido, mete.

Anecdotario pedabóbico-sindical (I). Haber elegido "muerte".



Por sugerencia de Xavier, autor de la magnífica serie "Anecdotario pedabóbico", inicio hoy una sucesión de entradas que titularé, por ampliación, "Anecdotario pedabóbico-sindical" y en la que relataré, a modo de antología del disparate, sucesos y chascarrillos relacionados con la vida sindical y educativa.

Comienzo con un acontecimiento que tuvo lugar hace ya unos años. El que entonces ostentaba el cargo teóricamente más importante de uno de los Servicios teóricamente más importantes de uno de los Departamentos teóricamente más importantes del Gobierno de una comunidad autónoma de las que teóricamente "van bien", presidía la mesa durante los actos de adjudicación de plazas, a los que yo asistía como funcionario en expectativa de destino (de todos es sabido que, en la enseñanza, lo de que uno "gana una plaza" es un eufemismo porque en realidad, lo habitual es que su plaza no exista y se vea condenado a vagar por los institutos de la comunidad hasta obtener un destino definitivo). Pues bien, acudía, como digo, al acto de adjudicación de plazas después de haber trabajado durante un año en un centro relativamente lejos de donde vivo (sesenta kilómetros, aproximadamente), lo cual, dadas las circunstancias, no era demasiado malo (o no tanto como la siguiente opción de trabajo, a unos cuarenta kilómetros más), y a sabiendas de que esa plaza que había ocupado  debía ofertarse y, de hecho, había sido solicitada.

Consultada in situ la lista de vacantes, la plaza, de forma sorprendente, ya no estaba. Recuerdo perfectamente que revisé una y otra vez el listado pensando que estaba espeso o quizás nervioso por la situación y que probablemente la vista me estaba jugando una mala pasada. Pero no. Esa plaza ya no estaba. Ante mi requerimiento a la mesa (me tocaba ya elegir plaza) en relación con la plaza misteriosamente desaparecida, la única respuesta fue la insistencia en que debía escoger de inmediato una plaza o se pasaría "mi turno" (como en la pescadería, vaya), por lo que me vi obligado a coger una plaza a cien kilómetros de mi lugar de residencia. Al señor Presidente le expliqué, con la mayor corrección de que fui capaz, que había estado el curso anterior impartiendo clase en ese instituto y que tenía la absoluta seguridad de que la vacante existía y se había solicitado pero que, por algún extraño motivo, se había esfumado y que no era lógico que, después de haber aprobado una oposición, me viera en tales circunstancias, acudiendo todos los años a una especie de mercadillo para ver en qué instituto  me tocaba trabajar esta vez, mientras muchos interinos continuaban cada curso en el mismo lugar de trabajo y, habitualmente, a un paso de casa. Y aquí viene la respuesta, sin duda genial, del señor Presidente: "Ya sabías", me dijo, "a qué te exponías sacando la oposición". O sea: haber elegido "muerte".

No acabó aquí el asunto (uno es nacido en Zárágózá-así, acentuando en cada sílaba- y basta que se lo pongan difícil para que la motivación por resolver una situación aumente de forma exponencial). No voy a decir que me encadené en el Departamento, pero a punto estuve. Hablé por teléfono con Jefatura de Estudios del centro del que desaparecían plazas y me confirmaron que no había soñado lo de la vacante, que, en efecto, era real y que así se había notificado a Educación. Fui de nuevo a Recursos Humanos (ay, se me ha escapado el nombre del Servicio). Me dijeron que esto tenía que hablarlo con Inspección (vaya, se me ha vuelto a escapar), así que fui a Inspección. En Inspección me dijeron que no, que esto era competencia de Recursos Humanos, por lo que volví a Recursos Humanos donde (no se lo imaginarán) me reiteraron que de ninguna manera, que esto no era cosa suya sino de Inspección. Me planté en Recursos Humanos como podía haberlo hecho en Inspección, pero no estaba dispuesto a seguir con la broma. Y no solo me planté sino que les aseguré que no pensaba incorporarme a mi puesto hasta que apareciera la plaza. Y la plaza apareció. No sé todavía quién la estaba guardando ni para quién (perdón, quería decir que desconozco la razón por la que se produjo tan desafortunado despiste) pero el caso es que, tres días más tarde, estaba trabajando en el centro que me correspondía. Todavía tuve tiempo, antes de finalizar el esperpento, de escuchar, en boca de una de las personas que trabajaba con el jefe de la pandilla y con la que tuve el inmenso placer de reñir: "No te quejes, que ya lo hemos solucionado", a lo que repliqué: "De eso nada. Lo he solucionado yo".

En fin, que si Larra hubiera conocido a estos, no habría escrito sobre aquellos.