Por sugerencia de Xavier, autor
de la magnífica serie "Anecdotario pedabóbico", inicio hoy una
sucesión de entradas que titularé, por ampliación, "Anecdotario
pedabóbico-sindical" y en la que relataré, a modo de antología del
disparate, sucesos y chascarrillos relacionados con la vida sindical y
educativa.
Comienzo con un acontecimiento que tuvo lugar hace ya unos años. El que entonces ostentaba el cargo teóricamente más importante de uno de los Servicios teóricamente más importantes de uno de los Departamentos teóricamente más importantes del Gobierno de una comunidad autónoma de las que teóricamente "van bien", presidía la mesa durante los actos de adjudicación de plazas, a los que yo asistía como funcionario en expectativa de destino (de todos es sabido que, en la enseñanza, lo de que uno "gana una plaza" es un eufemismo porque en realidad, lo habitual es que su plaza no exista y se vea condenado a vagar por los institutos de la comunidad hasta obtener un destino definitivo). Pues bien, acudía, como digo, al acto de adjudicación de plazas después de haber trabajado durante un año en un centro relativamente lejos de donde vivo (sesenta kilómetros, aproximadamente), lo cual, dadas las circunstancias, no era demasiado malo (o no tanto como la siguiente opción de trabajo, a unos cuarenta kilómetros más), y a sabiendas de que esa plaza que había ocupado debía ofertarse y, de hecho, había sido solicitada.
Consultada in situ la lista de vacantes, la plaza, de forma sorprendente, ya no estaba. Recuerdo perfectamente que revisé una y otra vez el listado pensando que estaba espeso o quizás nervioso por la situación y que probablemente la vista me estaba jugando una mala pasada. Pero no. Esa plaza ya no estaba. Ante mi requerimiento a la mesa (me tocaba ya elegir plaza) en relación con la plaza misteriosamente desaparecida, la única respuesta fue la insistencia en que debía escoger de inmediato una plaza o se pasaría "mi turno" (como en la pescadería, vaya), por lo que me vi obligado a coger una plaza a cien kilómetros de mi lugar de residencia. Al señor Presidente le expliqué, con la mayor corrección de que fui capaz, que había estado el curso anterior impartiendo clase en ese instituto y que tenía la absoluta seguridad de que la vacante existía y se había solicitado pero que, por algún extraño motivo, se había esfumado y que no era lógico que, después de haber aprobado una oposición, me viera en tales circunstancias, acudiendo todos los años a una especie de mercadillo para ver en qué instituto me tocaba trabajar esta vez, mientras muchos interinos continuaban cada curso en el mismo lugar de trabajo y, habitualmente, a un paso de casa. Y aquí viene la respuesta, sin duda genial, del señor Presidente: "Ya sabías", me dijo, "a qué te exponías sacando la oposición". O sea: haber elegido "muerte".
No acabó aquí el asunto (uno es nacido en Zárágózá-así, acentuando en cada sílaba- y basta que se lo pongan difícil para que la motivación por resolver una situación aumente de forma exponencial). No voy a decir que me encadené en el Departamento, pero a punto estuve. Hablé por teléfono con Jefatura de Estudios del centro del que desaparecían plazas y me confirmaron que no había soñado lo de la vacante, que, en efecto, era real y que así se había notificado a Educación. Fui de nuevo a Recursos Humanos (ay, se me ha escapado el nombre del Servicio). Me dijeron que esto tenía que hablarlo con Inspección (vaya, se me ha vuelto a escapar), así que fui a Inspección. En Inspección me dijeron que no, que esto era competencia de Recursos Humanos, por lo que volví a Recursos Humanos donde (no se lo imaginarán) me reiteraron que de ninguna manera, que esto no era cosa suya sino de Inspección. Me planté en Recursos Humanos como podía haberlo hecho en Inspección, pero no estaba dispuesto a seguir con la broma. Y no solo me planté sino que les aseguré que no pensaba incorporarme a mi puesto hasta que apareciera la plaza. Y la plaza apareció. No sé todavía quién la estaba guardando ni para quién (perdón, quería decir que desconozco la razón por la que se produjo tan desafortunado despiste) pero el caso es que, tres días más tarde, estaba trabajando en el centro que me correspondía. Todavía tuve tiempo, antes de finalizar el esperpento, de escuchar, en boca de una de las personas que trabajaba con el jefe de la pandilla y con la que tuve el inmenso placer de reñir: "No te quejes, que ya lo hemos solucionado", a lo que repliqué: "De eso nada. Lo he solucionado yo".
En fin, que si Larra hubiera conocido a estos, no habría escrito sobre aquellos.
Comienzo con un acontecimiento que tuvo lugar hace ya unos años. El que entonces ostentaba el cargo teóricamente más importante de uno de los Servicios teóricamente más importantes de uno de los Departamentos teóricamente más importantes del Gobierno de una comunidad autónoma de las que teóricamente "van bien", presidía la mesa durante los actos de adjudicación de plazas, a los que yo asistía como funcionario en expectativa de destino (de todos es sabido que, en la enseñanza, lo de que uno "gana una plaza" es un eufemismo porque en realidad, lo habitual es que su plaza no exista y se vea condenado a vagar por los institutos de la comunidad hasta obtener un destino definitivo). Pues bien, acudía, como digo, al acto de adjudicación de plazas después de haber trabajado durante un año en un centro relativamente lejos de donde vivo (sesenta kilómetros, aproximadamente), lo cual, dadas las circunstancias, no era demasiado malo (o no tanto como la siguiente opción de trabajo, a unos cuarenta kilómetros más), y a sabiendas de que esa plaza que había ocupado debía ofertarse y, de hecho, había sido solicitada.
Consultada in situ la lista de vacantes, la plaza, de forma sorprendente, ya no estaba. Recuerdo perfectamente que revisé una y otra vez el listado pensando que estaba espeso o quizás nervioso por la situación y que probablemente la vista me estaba jugando una mala pasada. Pero no. Esa plaza ya no estaba. Ante mi requerimiento a la mesa (me tocaba ya elegir plaza) en relación con la plaza misteriosamente desaparecida, la única respuesta fue la insistencia en que debía escoger de inmediato una plaza o se pasaría "mi turno" (como en la pescadería, vaya), por lo que me vi obligado a coger una plaza a cien kilómetros de mi lugar de residencia. Al señor Presidente le expliqué, con la mayor corrección de que fui capaz, que había estado el curso anterior impartiendo clase en ese instituto y que tenía la absoluta seguridad de que la vacante existía y se había solicitado pero que, por algún extraño motivo, se había esfumado y que no era lógico que, después de haber aprobado una oposición, me viera en tales circunstancias, acudiendo todos los años a una especie de mercadillo para ver en qué instituto me tocaba trabajar esta vez, mientras muchos interinos continuaban cada curso en el mismo lugar de trabajo y, habitualmente, a un paso de casa. Y aquí viene la respuesta, sin duda genial, del señor Presidente: "Ya sabías", me dijo, "a qué te exponías sacando la oposición". O sea: haber elegido "muerte".
No acabó aquí el asunto (uno es nacido en Zárágózá-así, acentuando en cada sílaba- y basta que se lo pongan difícil para que la motivación por resolver una situación aumente de forma exponencial). No voy a decir que me encadené en el Departamento, pero a punto estuve. Hablé por teléfono con Jefatura de Estudios del centro del que desaparecían plazas y me confirmaron que no había soñado lo de la vacante, que, en efecto, era real y que así se había notificado a Educación. Fui de nuevo a Recursos Humanos (ay, se me ha escapado el nombre del Servicio). Me dijeron que esto tenía que hablarlo con Inspección (vaya, se me ha vuelto a escapar), así que fui a Inspección. En Inspección me dijeron que no, que esto era competencia de Recursos Humanos, por lo que volví a Recursos Humanos donde (no se lo imaginarán) me reiteraron que de ninguna manera, que esto no era cosa suya sino de Inspección. Me planté en Recursos Humanos como podía haberlo hecho en Inspección, pero no estaba dispuesto a seguir con la broma. Y no solo me planté sino que les aseguré que no pensaba incorporarme a mi puesto hasta que apareciera la plaza. Y la plaza apareció. No sé todavía quién la estaba guardando ni para quién (perdón, quería decir que desconozco la razón por la que se produjo tan desafortunado despiste) pero el caso es que, tres días más tarde, estaba trabajando en el centro que me correspondía. Todavía tuve tiempo, antes de finalizar el esperpento, de escuchar, en boca de una de las personas que trabajaba con el jefe de la pandilla y con la que tuve el inmenso placer de reñir: "No te quejes, que ya lo hemos solucionado", a lo que repliqué: "De eso nada. Lo he solucionado yo".
En fin, que si Larra hubiera conocido a estos, no habría escrito sobre aquellos.
Hijos de puta.
ResponderEliminarEs una apreciación bastante categórica, desde luego.
ResponderEliminarEste comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderEliminarLos que llevamos unos cuantos años en la enseñanza, estos últimos con la logse/loe/lomce se hacen eternos, sabemos que una Delegación de Educación se parece a cualquier cosa menos a un sistema de gestión ecuánime.
ResponderEliminarLa adjudicación de destinos a profesores en expectativa de destino, comisiones de servicio (este apartado daría para otro de tus interesantes artículos), desplazados, suprimidos e interinos siempre ha tenido su baremo de elección pero lleno de excepciones para los amiguetes de quienes tienen tan altas responsabilidades, por supuesto por el bien de la enseñanza, que nadie vaya a pensar lo contrario.
Puedo contar, porque lo he visto con mis ojos en la sala de profesores de un cierto instituto, como una colega que tenía destino definitivo en un pueblo alejado de la capital donde residía dijo sin la menor vergüenza “TENGO MIS DUDAS SOBRE QUÉ CENTRO ESCOGER PARA EL CURSO QUE VIENE”. Nos aclaró que como era la esposa del Jefe de Personal de la Delegación de Educación podía escoger cualquier centro que tuviera, y hasta sin tenerla, una vacante de su especialidad.
El problema real es que esto es la norma y no una excepción, no un caso de corrupción aislado. Es la idiosincrasia de una Comunidad Autónoma, y me temo que de un país entero.
Pero conste que estos individuos son defensores de la EDUCACIÓN PÚBLICA CON CALIDAD Y EQUIDAD…
¿Lo veis? Hijos de puta.
EliminarCalidad y equinidad, que decía aquel...por cierto, en su día traté el asunto de las comisiones de servicio, aquí: http://profesoratticus.blogspot.com.es/2013/04/comisiones-de-servicio-la-sombra-de-una.html
EliminarUn saludo.