lunes, 30 de mayo de 2016
Reseña de Contra la nueva educación En TROA
La Fundación Troa es una institución sin ánimo de lucro nacida en 2002 con el fin de fomentar la lectura de libros de calidad y desarrollar acciones y actividades de todo tipo en torno al libro. La iniciativa surgió promovida por TROA Librerías, una empresa que nació en 1951 con la filosofía y el convencimiento de que las lecturas bien seleccionadas, adecuadas a la comprensión lectora, al nivel cultural, a los propios gustos e intereses reportan excelentes beneficios a la persona. Y en consecuencia, TROA hizo de la labor de selección, valoración y asesoramiento de libros uno de sus rasgos diferenciadores, constituyendo el Departamento de Estudios Bibliográficos el pilar básico de su actividad fundacional.
Recientemente, Troa recomendó Contra la nueva educación, situó el libro entre los más vendidos y le dedicó la siguiente reseña:
“Hoy
un docente puede ser vilipendiado si critica los postulados de las trending
topics educativas (corrientes pedagógicas de moda), si cuestiona la educación emocional
en la enseñanza, si reivindica el conocimiento como un valor en sí mismo o si
habla de disciplina, esfuerzo, mérito o autoridad.”
Hablar de lo inmediato, lo cómodo y lo atractivo es más sugerente que recurrir
a conceptos, los denostados conceptos como tales, como el “esfuerzo”, la
constancia o la dificultad. Por eso triunfa la “educación fast food” y la
“felicidad low cost”.
Por eso se queja y se revela Alberto Royo Contra
la nueva educación: “Ya no importa que no sepan. Lo que importa
es que se encuentren cómodos, a gusto, emocionalmente estables, confortables en
la apacible ignorancia. Hemos sustituído el conocimiento por la felicidad”.
Contra la nueva educación
es, en expresión de Alberto Royo –su autor-, “un acto de legítima defensa
porque se opone a la novedad si es dañina, y defiende la tradición cuando es
valiosa”.
Podrá preguntarse el lector ¿Cómo puede atreverse alguien hoy a tachar de
dañina la innovación educativa? Pues Alberto Royo se atreve; y se atreve a
hacerlo de forma provocativa, con un lenguaje que se identifica con la realidad
a la que se enfrenta, irónico, mordaz, quizá escandalizador, si se quiere, pero
certero y autorizado.
Su prologuista, Antonio Muñoz Molina, descubre en el libro arrojo,
convicción, sentido de responsabilidad, y un gran gusto por vivir, alimentado,
no de la beatitud de la ignorancia, sino del gran tesoro del conocimiento
humano.
Según Royo, “los principales dogmas postmodernos han anidado en diferentes
variedades de parásitos peligrosos”. Uno a uno nos va presentando los más
letales: “El Plasmodium Falciparum” -o totalitarismo innovador de la tecnología
y la creatividad inoculadas, “la Trichinela Spiralis” -o fetichismo
plurilingüe-, “la Taenia Solium” –o tiranía de las emociones, con su innovador
profesional al frente, el microparásito por excelencia...
“Innovar no puede consistir en borrar la tradición, sino precisamente en
conocerla a fondo para, una vez dominada, poderla trascender y aportar
entonces, sí, novedades que supongan una mejora o una evolución, un salto
creativo.
Royo desviste mitos, asiste a la pasarela de la fashion week pedagógica que nos
invade, según él,-y quizá tendrá razón-, afina su puntería, se pertrecha de
buenos argumentos y de muchas horas de vuelo en las aulas de música de ESO en
el Instituto, y se lanza a la lucha cuerpo a cuerpo con las celebridades del
género psicoeducativo.
El lector que es o ha sido profesor de cualquier nivel educativo se sentirá
identificado, animado, reconocido, reconfortado. “Los profesores, seguimos
asistiendo como en un partido de tenis, a los disparates de unos y otros, a las
apariciones de expertos educativos día sí, día también, acusándonos de
trasnochados y exigiendo innovación, alegría, jolgorio, motivación, etc. y los
alumnos, apaciblemente adocenados, inconscientes en el aborregamiento infantil
hasta que la vida los haga madurar de golpe (y porrazo)”.
miércoles, 25 de mayo de 2016
Este sábado, charla TEDxTalk en Madrid. "¿Saber para emocionarse o emocionarse para saber?"
Educar en el presente pensando en el futuro es el título escogido por los organizadores de TEDx GranVía Salón. El evento tendrá lugar este sábado 28 de mayo por la mañana, en el Edificio de Telefónica. Comenzará con mi ponencia, titulada ¿Saber para emocionarse o emocionarse para saber?, a las 11.00 h. Finalizará la jornada con un debate abierto entre todos los asistentes. De momento, hay más de setenta personas inscritas. Si alguien quiere asistir, puede inscribirse de forma gratuita en este formulario.
martes, 24 de mayo de 2016
Entrevista en Es Radio
El pasado domingo charlé un rato con Elia Rodríguez, de Es Radio. Fue durante el programa "Es la mañana del fin de semana". La entrevista transcurre entre el minuto 21'48 y el 34'29. Aquí, el enlace para escucharla.
domingo, 22 de mayo de 2016
Educación. Retos y futuro
Desde el Partido Popular de Navarra, a través de
Cristina Sanz (portavoz de este partido y senadora, que había asistido a la
presentación en Pamplona de Contra la nueva educación y entendía que mis
planteamientos eran interesantes), se me cursó una invitación para hablar sobre
educación en un acto organizado por el PPN. Y como este tipo de propuestas rara
vez las desestimo, primero porque creo que es fundamental defender lo que uno
piensa en toda situación y oportunidad que se dé y, segundo, porque no me gusta
ser descortés, acepté. Y este sábado, entre las once y media y la una y media,
aproximadamente, charlamos sobre educación en CIVIVOX Condestable de Pamplona.
Dejo aquí mi intervención inicial.
En primer lugar, quiero agradecer al Partido
Popular de Navarra la invitación a participar en este debate y sobre todo la
organización de un debate sobre educación. Creo que uno de los problemas con
que nos encontramos hoy es que se habla mucho, se opina mucho, pero se debate
poco. O se riñe mucho pero se discute poco, por decirlo de otra manera.
El título de esta mesa redonda es muy genérico,
quizás en exceso, pero al mismo tiempo se adivina en él la intención de mirar
hacia delante. Y estoy de acuerdo en que en asuntos tan sustanciales como la
educación debemos de mirar siempre hacia delante, pero analizando con rigor la
situación presente para no repetir errores. Me gusta también la inclusión de la
palabra "reto" porque si algo tiene de hermoso este oficio de enseñar
es lo estimulante que resulta afrontar un desafío tan importante como intentar
extraer de cada alumno el máximo de su capacidad. En tal propósito kantiano
(“La educación es el desarrollo en el hombre de toda la perfección de que su
naturaleza es capaz”, dijo el ilustrado) reside la esencia de lo que en mi
opinión debería de ambicionar todo docente y esta misma expresión es la que
tendría que inspirar un buen sistema educativo y una ley educativa sensata.
Pero nos encontramos con varios inconvenientes que no puedo abordar con
detenimiento ahora, aunque citaré al menos dos asuntos que me preocupan.
1º.- Las capacidades de nuestros alumnos son
dispares. Lo lamento. Por mucho que se hable de las inteligencias múltiples,
hay personas más inteligentes y capaces que otras. Por lo tanto, pretender que
dos alumnos con diferente capacidad intelectual lleguen al mismo punto es
estafar a los dos, al que puede menos y al que puede más. Lo que es
innegociable (o debería) es que ningún alumno que lo merezca (es decir, que
demuestre voluntad y esfuerzo) llegue tan lejos como su capacidad le permita. Y
que las condiciones sociales, económicas y/o culturales no determinen lo que un
alumno pueda llegar a ser, sino su esfuerzo y determinación y la ayuda de sus profesores
y de sus familias.
2º.- Todos coincidimos, parece ser, en que la
educación es muy importante. No estoy seguro de que estemos de acuerdo ni en
cuál ha de ser el objetivo de la educación ni en las prioridades que tenemos
que establecer. Así que en estas circunstancias, y viendo cómo las propuestas
educativas de los diferentes partidos se parecen cada vez más (los viejos
partidos y los nuevos partidos), me permito pedirles, por favor, algo que
probablemente no va a favor de corriente: NO PACTEN. No busquen un acuerdo para
un pacto educativo. No de momento. Primero, discutamos. Pregúntennos a los
profesores. Confíen en nosotros antes que en los que ustedes han denominado
expertos pero no lo son. Recurran a la evidencia de quien contrasta en el aula lo
que imagina fuera de ella. No confundan innovación con extravagancia. Tengan
certezas, que siguen siendo indispensables. Soy una persona abierta a
replantearme mis ideas. Pero necesito también convicciones. Creo que todos las
necesitamos. La más importante es que la escuela tiene que ser el lugar en el
que los alumnos encuentren el conocimiento que no todos podrán encontrar fuera
de ella. Apostar por el conocimiento no implica dejar de lado los valores.
Tampoco situar el conocimiento en lugar preferente supone, como algunos quieren
ver, despreciar las emociones. Por varias razones: porque no se puede enseñar
sin emoción y porque el conocimiento, aunque no siempre es divertido, sí es
apasionante y enriquecedor. Pero lo que no podemos permitir porque es una gran
irresponsabilidad es que se descontextualice lo emocional y lo afectivo que de
forma natural se encuentra en la misma actividad docente y en la relación
personal que se establece entre el maestro y el discípulo, relegando el
conocimiento y hurtando el derecho a acceder a él a los más desfavorecidos, que
son precisamente los que más lo necesitan, contentándoles con la educación
emocional. Tengamos pues certezas. Establezcamos prioridades. ¿Importa el
conocimiento? ¿Pensamos que una persona con conocimientos, con cultura, con
formación, estará en mejores condiciones que un ignorante para desarrollar el
espíritu crítico, ser creativa, tener habilidades sociales...? Si lo creemos (o
mejor: si estamos seguros de ello), enseñemos historia, literatura, música...
inculquemos en nuestros alumnos aquellos valores que los adultos consideramos
valiosos como el esfuerzo, el gusto por el trabajo bien hecho, el afán de
superación) y los hábitos indispensables para todo aprendizaje. No pretendamos
enseñarles creatividad sino enseñémosles a ser creativos por medio del
aprendizaje de nuestra materia. No queramos fomentar en ellos el espíritu
crítico sin conocimientos porque no es posible. No queramos innovar sin conocer
a fondo la materia sobre la que queremos innovar porque no hay innovación sin
conocimiento sino simple excentricidad. No impartamos asignaturas de educación
emocional cuando estudios serios como los de la Nueva Escuela de Investigación
Social de Nueva York demuestran que la alta literatura favorece las habilidades
sociales y la empatía. Confiemos en el valor del conocimiento, en que este nos
hace más libres, más sociables, menos manipulables. Y porque, aunque no es
gratis porque hay que pagar un precio por él, el de la voluntad, sí es justo,
precisamente porque perseverando y contando con un buen maestro, se puede
acceder a él. Si la escuela pública no cumple con esta importantísima misión,
dejará vendidos a los alumnos que no puedan encontrar esta formación en otro
sitio y les estará robando el derecho al ascenso social.
Me voy a permitir aportar algunas ingenuas
sugerencias que considero imprescindibles para diseñar una buena ley educativa:
- La transmisión de conocimiento como objetivo
irrenunciable, despertando la curiosidad y el placer de saber.
- La exigencia y el mérito como ideas a
reforzar. Y el valor de la voluntad por mejorar, siempre según la capacidad de
cada cual.
- La diferenciación nítida entre igualdad de
oportunidades e igualdad de resultados.
- El apoyo al alumno que se esfuerce y tenga mayores
dificultades de tipo personal o social.
- La devolución al profesor de su autoridad
intelectual.
- La renuncia a engañar a nuestros alumnos
diciéndoles que se puede aprender sin esfuerzo.
Volviendo, para terminar, a la trascendencia
social de la escuela pública, Cervantes puso en boca de Don Quijote lo
siguiente:
“Al caballero pobre
no le queda otro camino para mostrar que es caballero sino el de la virtud”.
Muchas gracias.
Y una reflexión, a
posteriori:
Con
todas las diferencias, que son muchas, que encuentro entre lo que yo defiendo y
las políticas educativas (y no educativas) del Partido Popular, ¿qué está
ocurriendo en este país para que, al menos en la teoría, sea un partido
conservador el único que entienda que la exigencia, el mérito, el esfuerzo...
son fundamentales en la escuela? Especialmente llamativa es la decisión de la
izquierda de sacudirse de encima la idea de responsabilidad individual,
precisamente porque el pobre (pobre cultural, social o económicamente) necesita
más que nadie que se respete el derecho al ascenso social de todos y cada uno
de los ciudadanos, que se proteja su legítima aspiración a llegar tan lejos
como su voluntad y su capacidad se lo permitan.
jueves, 19 de mayo de 2016
Reportaje radiofónico en la Universitat Pompeu Fabra sobre las inteligencias múltiples
Una estudiante de Periodismo de la Universitat
Pompeu Fabra me escribió para contarme que estaba preparando un reportaje
radiofónico sobre las escuelas de Barcelona que siguen métodos de enseñanza
basados en las inteligencias múltiples. Me pedía opinión sobre este
asunto después de haber leído Contra la nueva
educación. Dejo aquí por escrito lo que recuerdo de mis respuestas, finalizada
ya nuestra conversación.
¿Cuál es su opinión respeto a los nuevos modelos de
educación que pretenden incorporar el desarrollo de las inteligencias
múltiples?
Creo que no es lo mismo hablar de aptitudes o habilidades que de inteligencias. Claro que es mucho más comercial y atractivo decir que la inteligencia no es una sino muchas porque así podemos afirmar, aunque mintamos, que todos somos en el fondo inteligentes. Pero la realidad es que unos son más inteligentes que otros, que hay quien es muy inteligente y quien anda de inteligencia más bien escaso. Si queremos buscarle el lado positivo es fácil: el conocimiento es de alguna forma justo porque perseverando y con un buen maestro un alumno tendrá muchas posibilidades de desarrollar al máximo las capacidades que tenga y de llegar a desempeñar una actividad razonablemente bien. El riesgo de hablar de inteligencias múltiples es que sirve de coartada para despreciar factores como el esfuerzo o la memoria, tan importantes en el proceso de aprendizaje. Neurólogos serios como Mariano Sigman se manifiestan a este respecto de manera muy contundente cuando afirman que “no hay ninguna transformación importante en el cerebro humano que no sea con esfuerzo”. Decía Sigman en una interesantísima entrevista para el Diario El Mundo: “Muchos adolescentes o padres se preguntan para qué estudiar los ríos de España si luego se van a olvidar. Y es importante no por el mero hecho de recordarlos para siempre sino para ejercitar la memoria”. Para el neurocientífico “el esfuerzo mental en el colegio es fundamental”. Y para redondear una reflexión a mi juicio tan atinada, critica los métodos educativos que proponen una educación lúdica porque “la motivación es importante para el aprendizaje" pero no se puede "delegar todo en lo lúdico y pensar que no hay que esforzarse para acceder a un mundo mejor, como aprender a desenvolverse por uno mismo, aprender a no sufrir, a hacer algo por otra persona..." y advierte de las consecuencias de que los chicos crezcan “sin haberse entrenado esa facultad para el esfuerzo”.
Hay muchas escuelas que después de las lecciones de
mates, ciencias y lengua, dedican las horas escolares a talleres para
desarrollar conceptos relacionados con las inteligencias que no se practican en
el aula, como la música, el baile, teatro, volumen, imagen y video
o naturaleza. ¿Cree que son necesarias estas actividades fuera del aula?
Son
interesantes. Necesarias o no, esto ya es más discutible. Lo que tiene poco
sentido es que haya padres en campaña permanente contra los deberes (que
consideran poco menos que explotación infantil) mientras añaden tareas extraescolares de
todo pelaje en el horario de sus hijos. El interés de estas, por otra parte,
como en el caso de los deberes, depende de cómo se planteen las actividades, de
su adecuación a la edad de los alumnos, de su proporcionalidad...
Los métodos que se basan en desarrollar las
inteligencias múltiples pretenden buscar una zona de confort para el alumno. ¿Qué
opina sobre esto? ¿Cree que los alumnos tienen que sentirse bien en el aula?
No me
convence nada eso de la "zona de confort". Es otra de las
"grandes aportaciones de la piscología positiva". El alumno no ha de
sentirse ni bien ni mal en el aula, ni más cómodo de lo necesario ni más
incómodo. El alumno tiene que encontrar en el aula el ambiente adecuado para lo
que debe de hacer: atender, estudiar, preguntar sus dudas al
profesor, trabajar en equipo cuando corresponda... Si entendemos que estas
actividades se pueden hacer en un ambiente lúdico-festivo nos estaremos
equivocando. No se trata, obviamente, de crear un ambiente desagradable en
clase, pero tampoco es oportuno un ambiente excesivamente relajado. Veamos un
ejemplo: cuando vamos a una sala de cine para ver una película, encontramos un
ambiente adecuado: la sala a oscuras, la pantalla grande, las butacas confortables
(cuando lo son, claro está) pero no reclinadas ni provistas de una almohada. El
fin es que nos podamos concentrar en la película pero no que nos durmamos.
¿Cuáles cree que son los efectos negativos de trabajar
con inteligencias múltiples y no con un programa igual para todo el mundo y
siguiendo los métodos que se han trabajado desde siempre?
No es necesario escoger una de estas dos opciones. Ya he explicado por qué no me convencen las inteligencias múltiples. Pero tampoco creo que se deban seguir los métodos de siempre. Se han de seguir los métodos que al profesor le funcionan. Se puede enseñar bien desde una metodología tradicional y también desde una óptica novedosa. No depende de esto que uno sea un buen profesor, sino de sus conocimientos, de su capacidad comunicativa y de su compromiso, fundamentalmente. Por otro lado, un buen docente jamás deja de innovar. Pero innovar no consiste en plantear propuestas excéntricas sino en estar siempre abierto a introducir modificaciones didácticas, cosa que la mayoría siempre hacemos. Nunca se imparte la misma clase. Una misma estrategia didáctica no sirve para cualquier contenido ni para cualquier grupo, ni siquiera para cualquier alumno. Durante el proceso de enseñanza hay una continua evolución didáctica. El profesor imparte clase y mientras lo hace está analizando la eficacia de su método, está introduciendo novedades, probando diferentes formas de llegar a sus alumnos y ayudarles a comprender y asimilar su asignatura. Solo quien desconoce por completo la labor docente puede negar que los profesores hacemos exactamente lo que nos corresponde hacer: enseñar lo que mejor que sabemos y podemos.
No es necesario escoger una de estas dos opciones. Ya he explicado por qué no me convencen las inteligencias múltiples. Pero tampoco creo que se deban seguir los métodos de siempre. Se han de seguir los métodos que al profesor le funcionan. Se puede enseñar bien desde una metodología tradicional y también desde una óptica novedosa. No depende de esto que uno sea un buen profesor, sino de sus conocimientos, de su capacidad comunicativa y de su compromiso, fundamentalmente. Por otro lado, un buen docente jamás deja de innovar. Pero innovar no consiste en plantear propuestas excéntricas sino en estar siempre abierto a introducir modificaciones didácticas, cosa que la mayoría siempre hacemos. Nunca se imparte la misma clase. Una misma estrategia didáctica no sirve para cualquier contenido ni para cualquier grupo, ni siquiera para cualquier alumno. Durante el proceso de enseñanza hay una continua evolución didáctica. El profesor imparte clase y mientras lo hace está analizando la eficacia de su método, está introduciendo novedades, probando diferentes formas de llegar a sus alumnos y ayudarles a comprender y asimilar su asignatura. Solo quien desconoce por completo la labor docente puede negar que los profesores hacemos exactamente lo que nos corresponde hacer: enseñar lo que mejor que sabemos y podemos.
sábado, 14 de mayo de 2016
Fernando Savater habla de Contra la nueva educación en El País
Es un honor que alguien de la talla de Fernando Savater haya leído y valorado Contra la nueva educación. Hoy, en su columna de El País, habla de educación con la lucidez a la que nos tiene acostumbrados. Aunque puede accederse al texto desde aquí, dejo sus palabras a continuación:
Escuela
¿Qué es lo que hay que aprender? Pues aprender a aprender, a ser críticos con lo que pretenden enseñarnos
Siempre oí repetir que la enseñanza debe ser “crítica”. Nada de memoria, nada de llenar la cabeza de datos (¡se encuentran en Internet!), nada de que el maestro hable desde la tarima y los demás callen tomando apuntes, nada de asignaturas sin relación con la vida cotidiana (¿como las matemáticas, la historia o la gramática?) y nada de dar por hecho que uno sabe y los demás no. ¡Crítica ante todo! ¡El aprendizaje debe ser crítico, si me apuran más crítico que aprendizaje! ¿Qué es lo que hay que aprender? Pues aprender a aprender, a ser críticos con lo que pretenden enseñarnos. Cuando el maestro anticuado profiere como irrefutable cualquier tópico viejuno, v. gr. “París es la capital de Francia”, el alumno debe propinarle un certero “¡Eso lo dirás tú!”. Seguro que le desconcierta…
Abracé dócilmente esta rebeldía, hasta darme cuenta de que los críticos más contundentes son quienes mejor han aprendido aquello de lo que se habla: por plácido que sea su talante, los que saben aritmética no aguantan a los que dicen que dos y dos son cinco. Y tienen sus razones. Son precisamente esas razones las que deben enseñarse en la escuela, porque con ellas vendrá por añadidura el espíritu crítico, que no es simple afán de contradicción. Dos libros recientes, La conjura de los ignorantes(ed. Pasos Perdidos), de Ricardo Moreno Castillo, y Contra la nueva educación (ed. Plataforma Actual), de Alberto Royo, defienden esta asombrosa doctrina, la de siempre, y con ella el esfuerzo estudioso, el orden en el aula y el magisterio de los profesores, que no deben ser meros colegas lúdicos ni animadores emocionales de la comuna escolar. Y lo hacen de modo muy divertido: quien mañana ocupe la cartera de Educación hará bien en leerles.
viernes, 13 de mayo de 2016
Confiar en el conocimiento
Heraldo de Aragón me pidió hace unas semanas un artículo sobre educación para una serie que pensaba publicar denominada El pacto educativo. Titulé mi texto: Confiar en el conocimiento. Aquí lo dejo transcrito:
Confiar en el conocimiento
Alguien me dijo una vez que la confianza se da o no se da, pero que no puede darse a medias. Es verdad. No confiar del todo es lo mismo que desconfiar, como hacer las cosas medio bien es igual que hacerlas medio mal. Son tiempos de relativismo obsesivo en los que se confunde el siempre necesario matiz, la sana equidistancia reflexiva con la ausencia absoluta de certidumbres. Claro que no es sensato situarse de forma monolítica ante un dilema. Es saludable dudar, cambiar de opinión (algo que para Kant puede hacer el sabio pero no el necio). Sin embargo, algunas certezas son imprescindibles para evitar nadar siempre en un mar de veleidad e inconsistencia. En la educación, cada vez tenemos menos convicciones.
Cuando un médico atiende a un enfermo tiene muy claro que su propósito es curarlo. Lo tiene igual de claro el paciente, su familia, sus amigos, el resto de pacientes, los compañeros del médico, el personal del hospital, el bedel, la persona que regenta la cafetería... Aunque creo que la mayoría de los profesores entendemos que nuestra labor fundamental es enseñar, transmitir unos conocimientos que nuestros alumnos habitualmente no podrán adquirir fuera de la escuela, defender públicamente algo tan obvio provoca, en las circunstancias actuales, rechazo y animadversión. Irritación, incluso. Es lógico que un alumno no esté convencido de que estudiar es algo bueno para él pero que los adultos no coincidamos en que el fin de un profesor es ese, como el del médico curar, es más preocupante.
- "Pero los tiempos cambiantes que vivimos requieren otros conocimientos, los que se van a necesitar en el futuro".
Y, si los tiempos son tan cambiantes, ¿cómo sabemos que los conocimientos de hoy no habrán dejado de ser actuales "pasado mañana"? Justo por esa variabilidad precisamos saberes permanentes que no estén sujetos a la continua mutabilidad. Saberes atemporales, sólidos y duraderos.
- "El conocimiento ya está en internet".
Internet es una fuente de información excelente para el alumno formado y una oportunidad magnífica de desorientación para el alumno sin preparación. Uno no entra ignorante en una biblioteca y sale erudito. Tampoco la red consigue tal metamorfosis.
- "Pero hay que desterrar la estrategia de la letra con sangre entra, la memorización, la lista de los reyes godos. Aprender no puede ser un sufrimiento, para aprender hay que divertirse, el profesor debe motivar... y en la escuela hay que ser feliz".
La letra con sangre entra está tan "descatalogada" como la lista de los reyes godos. La memorización (en este caso lamentablemente) también. Memorizar no es incompatible con razonar, analizar, comprender, relacionar. Es solo una herramienta más, pero esencial. Aprender no tiene que ser un sufrimiento pero no siempre es divertido, no en todo momento ni en toda situación. Hay aprendizajes agradables y los hay áridos. Uno puede no divertirse y aprender algo provechoso. Y la motivación, la sacrosanta motivación, que no puede colocarse por delante del interés y la voluntad, es responsabilidad de todos: del profesor, que debe de hacer lo posible por plantear su asignatura de manera atractiva; del alumno, que tiene que estar dispuesto a esforzarse aunque no se sienta irrefrenablemente atraído hacia lo que el profesor le muestra; de los padres, que han de inculcar en sus hijos el respeto al maestro, el gusto por el trabajo bien hecho, el afán de superación. Y la felicidad... ¿quién no la busca? ¿Quién estaría en contra de que los chicos fueran a la escuela motu proprio y no por obligación? ¿Quién preferiría alumnos desgraciados que dichosos? Ahora bien, demos a nuestros alumnos la opción de ir o no a clase (aunque les dejemos escoger los contenidos o el "ambiente" -hoy se lleva mucho eso de buscar el ambiente más cómodo en clase, perdiendo de vista que ha de ser el más adecuado y no el más cómodo, esto es, ni más cómodo de lo necesario ni más incómodo, de la misma manera que uno encuentra en una sala de cine el ambiente propicio para estar relajado sin roncar y por eso nadie va al cine con almohada, para no relajarse demasiado-) y verán cómo eligen la b (o sea, que no van).
Es una cuestión de confianza. Confianza de los padres y los alumnos en los profesores. Y confianza de todos en el propio valor del conocimiento y en los hábitos tan estimables que un alumno ejercitará durante el proceso de aprendizaje (hábitos positivos como la constancia, la disciplina o la atención sin los cuales no se podrá desarrollar ese espíritu crítico que tanto se exige o esa creatividad que sin conocimiento no pasa de extravagancia), en lo emocionante que puede resultar saber, aunque el conocimiento no pueda alcanzarse a la primera ni de forma fácil ni rápida. Hay más emoción en el aria de las Variaciones Goldberg de Bach que en treinta y siete cursos de educación emocional. Se enseña con emoción. Se aprende con emoción. Porque el conocimiento es en sí mismo apasionante. Confiemos en él. Apostemos por él.
Alberto Royo es guitarrista clásico, musicólogo y profesor de instituto. Es autor de "Contra la nueva educación. Por una enseñanza basada en el conocimiento" (Plataforma Editorial. 2016).
domingo, 8 de mayo de 2016
La metamorfosis (educativa)
Cuando X se despertó una mañana después de un sueño intranquilo y una noche de correcciones, se encontró sobre su cama convertido en un monstruoso insecto. Estaba tumbado sobre su espalda dura y en forma de caparazón y, al levantar un poco la cabeza, veía un vientre abombado, parduzco, dividido por partes duras en forma de arco, sobre cuya protuberancia apenas podía mantenerse el cobertor, a punto ya de resbalar al suelo. Sus muchas patas, ridículamente pequeñas en comparación con el resto de su tamaño, le vibraban desamparadas ante los ojos.
«¿Qué me ha ocurrido?», pensó.
«¿Qué me ha ocurrido?», pensó.
No era un sueño. Su habitación, una auténtica habitación humana, si bien algo pequeña, permanecía tranquila entre las cuatro paredes harto conocidas. Por encima de la mesa, sobre la que se encontraban extendidos los exámenes ya corregidos -X era profesor de instituto-, estaba colgado aquel cuadro que hacía poco había recortado de una revista y había colocado en un bonito marco dorado. En el mismo podía leerse:
"Eres un apasionado por la enseñanza? ¿Buscas siempre la manera de innovar para mejorar el aprendizaje de tus alumnos? ¿Tus clases son la antítesis del aburrimiento? ¿Eres el profesor más creativo en primaria o secundaria? Entonces, ¡Inscríbete!
Crítica a Contra la nueva educación. Acuerdos y desacuerdos
Intento, en la medida de lo posible, leer cuanto se publica sobre mi libro porque creo que no hay nada más útil que atender a las opiniones de los demás para afinar el discurso, reafirmarse en las propias convicciones o, si es necesario, suavizar o modificar planteamientos o argumentaciones. Juan
Antonio Muñoz Andrade, filólogo y profesor de instituto, dedicaba recientemente una entrada en su blog a Contra la nueva educación. La primera parte de esta
entrada se publicó también como artículo de opinión en el periódico La Voz de Alcalá. En ella exponía de manera exhaustiva coincidencias y discrepancias
con respecto a mi ensayo.
Lo primero que me llamó la atención cuando leí su valoración es la viñeta que antecede al texto y que puede verse más arriba. No me quejaré de la falta de matices del dibujo, pues el título de mi libro no es precisamente sutil sino impertinentemente provocador. Así que, cavernario o no, me dispuse a leer la crítica con la misma disposición que espero en quienes leen mi libro sin dejarse condicionar por el título (o sin prestar atención al subtítulo, en el cual se encuentra la fundamentación de las tesis que defiendo).
El autor de esta crítica coincide conmigo en que las cosas no marchan bien en la enseñanza y deduce que mi intención es "atacar y ridiculizar" los "experimentos insensatos" y "defender con argumentos sólidos" las "iniciativas sensatas". Algo tengo que objetar a esto: no quiero atacar sino defender (me o nos -o quizás lo-). Admito que lo hago con vehemencia, dadas las circunstancias de presión, desprestigio, acoso y derribo que sufrimos los profesores que no comulgamos con ruedas de molino. Y no es mi intención "ridiculizar" sino mostrar lo que en sí mismo ya es ridículo, aunque haya quien se empeñe en hacerlo pasar por normal. Lo cierto es que las propuestas sensatas de mejora, que las hay, no son el objeto de este libro y esto es sencillamente porque está dedicado a las insensatas.
Lo que menos comparto de la crítica es la conclusión que extrae mi colega, según el cual mis razonamientos "regalan razones para una defensa numantina" de la opción que llama "resistencia a aventuras y experimentos". ¿Pero cómo voy a resistirme yo aventuras y los experimentos (razonables) si enseñar en un aula de secundaria ya es toda una aventura, si cualquier buen profesor está constantemente experimentando, cambiando, analizando, innovando? No creo que criticar lo disparatado me sitúe en el "inmovilismo". Todo lo contrario: porque me importa la educación, porque la considero esencial, porque todavía confío en que podamos arreglar algo este desaguisado, porque quiero mirar hacia adelante, me siento moralmente obligado a sacar a la luz las propuestas estúpidas para que las racionales tengan el espacio que merecen. El mismo Juan Antonio dice estar de acuerdo con mi "esfuerzo por "deslegitimar" los "disparates" y con algunas otras cuestiones básicas como la "falsa solvencia de los expertos", la "defensa del conocimiento", el "rechazo a la extensión de la mediocridad", el "uso de la memoria"... hasta llegar a lo que define como una discrepancia "radical": mi "defensa de la enseñanza tradicional como garante indubitable de la excelencia". Tengo que decir ante esta valoración que no defiendo la enseñanza tradicional frente a la novedad sino lo que la tradición tiene de valioso y aquello que vale la pena de la novedad. Lo que intento con este libro es evitar que se desprecien elementos imprescindibles por asociarlos con una educación caduca que hace tiempo ha desaparecido (¡¡la lista de los reyes godos!!). Reivindico la base tradicional de la enseñanza, no la enseñanza tradicional; la relación jerárquica entre docente y discente, la memorización como parte fundamental del aprendizaje -parte, insisto-)... Y denuncio la obsesión por las nuevas tecnologías (no su uso prudente y juicioso, claro) o la histeria de las emociones (y su descontextualización). No hay, como asegura Juan Antonio, defensa "a ultranza" de nada, salvo del conocimiento. No hay cerrazón ante la novedad. Solo ante la bobería. Ni "Arcadia educativa" que valga, como sugiere mi compañero de profesión. Yo empecé a enseñar (en Secundaria) con la LOGSE ya implantada. No puedo echar de menos nada de tiempos pretéritos. Miro al presente, que no me gusta, y pienso en el futuro, que me preocupa. Estoy absolutamente de acuerdo con mi colega en que la innovación "seria" es necesaria. Pero no es eso lo que yo repruebo en el libro sino la innovación estrafalaria, la charlatanería. ¿Qué sentido tendría posicionarme en contra de la novedad planteada desde la reflexión y la evidencia? Lo que parece inquietar a Muñoz Andrade es que mi crítica provoque un "efecto no deseado: justificar la resistencia a cambiar lo que no funciona y la autosuficiencia de quien desprecia las escasas innovaciones que se cuelan a duras penas en nuestras aulas". Pero no veo cómo se puede deducir que mi libro justifica la resistencia al cambio o que desprecio aquello que pueda redundar en beneficio de este oficio de enseñar. Menos aún puedo estar de acuerdo en que mi postura pueda catalogarse de "conservadurismo educativo". Estoy convencido de que lo que defiendo es plenamente progresista (que no plenamente "progre"), de que repudiar la majadería es la mejor manera de preservar la auténtica innovación y niego que las innovaciones, como afirma Muñoz Andrade, sean "escasas" y se "cuelen a duras penas en las aulas". Pienso que el buen docente es aquel que enseña bien, de la manera que sea, tradicional o moderna. Y que, en uno u otro caso, está en continua renovación. Un profesor que intenta enseñar siempre de la misma forma, sin pararse a comprobar si los alumnos están aprendiendo, no es un profesor tradicional; es un mal profesor. Y un profesor que siempre cambia su manera de trabajar por pura pose, que se dice innovador pero no ha perdido dos minutos en analizar si los alumnos están aprendiendo mejor que antes, es un farsante. El mismo Muñoz Andrade dice (y le doy la razón) que uno no es mejor profesor por "marear la perdiz con innovaciones hueras" ni por "abrazarse al fracaso y -siempre- buscar las culpas fuera de mi caverna". Yo no me identifico con ninguna de estas posiciones.
Lo primero que me llamó la atención cuando leí su valoración es la viñeta que antecede al texto y que puede verse más arriba. No me quejaré de la falta de matices del dibujo, pues el título de mi libro no es precisamente sutil sino impertinentemente provocador. Así que, cavernario o no, me dispuse a leer la crítica con la misma disposición que espero en quienes leen mi libro sin dejarse condicionar por el título (o sin prestar atención al subtítulo, en el cual se encuentra la fundamentación de las tesis que defiendo).
El autor de esta crítica coincide conmigo en que las cosas no marchan bien en la enseñanza y deduce que mi intención es "atacar y ridiculizar" los "experimentos insensatos" y "defender con argumentos sólidos" las "iniciativas sensatas". Algo tengo que objetar a esto: no quiero atacar sino defender (me o nos -o quizás lo-). Admito que lo hago con vehemencia, dadas las circunstancias de presión, desprestigio, acoso y derribo que sufrimos los profesores que no comulgamos con ruedas de molino. Y no es mi intención "ridiculizar" sino mostrar lo que en sí mismo ya es ridículo, aunque haya quien se empeñe en hacerlo pasar por normal. Lo cierto es que las propuestas sensatas de mejora, que las hay, no son el objeto de este libro y esto es sencillamente porque está dedicado a las insensatas.
Lo que menos comparto de la crítica es la conclusión que extrae mi colega, según el cual mis razonamientos "regalan razones para una defensa numantina" de la opción que llama "resistencia a aventuras y experimentos". ¿Pero cómo voy a resistirme yo aventuras y los experimentos (razonables) si enseñar en un aula de secundaria ya es toda una aventura, si cualquier buen profesor está constantemente experimentando, cambiando, analizando, innovando? No creo que criticar lo disparatado me sitúe en el "inmovilismo". Todo lo contrario: porque me importa la educación, porque la considero esencial, porque todavía confío en que podamos arreglar algo este desaguisado, porque quiero mirar hacia adelante, me siento moralmente obligado a sacar a la luz las propuestas estúpidas para que las racionales tengan el espacio que merecen. El mismo Juan Antonio dice estar de acuerdo con mi "esfuerzo por "deslegitimar" los "disparates" y con algunas otras cuestiones básicas como la "falsa solvencia de los expertos", la "defensa del conocimiento", el "rechazo a la extensión de la mediocridad", el "uso de la memoria"... hasta llegar a lo que define como una discrepancia "radical": mi "defensa de la enseñanza tradicional como garante indubitable de la excelencia". Tengo que decir ante esta valoración que no defiendo la enseñanza tradicional frente a la novedad sino lo que la tradición tiene de valioso y aquello que vale la pena de la novedad. Lo que intento con este libro es evitar que se desprecien elementos imprescindibles por asociarlos con una educación caduca que hace tiempo ha desaparecido (¡¡la lista de los reyes godos!!). Reivindico la base tradicional de la enseñanza, no la enseñanza tradicional; la relación jerárquica entre docente y discente, la memorización como parte fundamental del aprendizaje -parte, insisto-)... Y denuncio la obsesión por las nuevas tecnologías (no su uso prudente y juicioso, claro) o la histeria de las emociones (y su descontextualización). No hay, como asegura Juan Antonio, defensa "a ultranza" de nada, salvo del conocimiento. No hay cerrazón ante la novedad. Solo ante la bobería. Ni "Arcadia educativa" que valga, como sugiere mi compañero de profesión. Yo empecé a enseñar (en Secundaria) con la LOGSE ya implantada. No puedo echar de menos nada de tiempos pretéritos. Miro al presente, que no me gusta, y pienso en el futuro, que me preocupa. Estoy absolutamente de acuerdo con mi colega en que la innovación "seria" es necesaria. Pero no es eso lo que yo repruebo en el libro sino la innovación estrafalaria, la charlatanería. ¿Qué sentido tendría posicionarme en contra de la novedad planteada desde la reflexión y la evidencia? Lo que parece inquietar a Muñoz Andrade es que mi crítica provoque un "efecto no deseado: justificar la resistencia a cambiar lo que no funciona y la autosuficiencia de quien desprecia las escasas innovaciones que se cuelan a duras penas en nuestras aulas". Pero no veo cómo se puede deducir que mi libro justifica la resistencia al cambio o que desprecio aquello que pueda redundar en beneficio de este oficio de enseñar. Menos aún puedo estar de acuerdo en que mi postura pueda catalogarse de "conservadurismo educativo". Estoy convencido de que lo que defiendo es plenamente progresista (que no plenamente "progre"), de que repudiar la majadería es la mejor manera de preservar la auténtica innovación y niego que las innovaciones, como afirma Muñoz Andrade, sean "escasas" y se "cuelen a duras penas en las aulas". Pienso que el buen docente es aquel que enseña bien, de la manera que sea, tradicional o moderna. Y que, en uno u otro caso, está en continua renovación. Un profesor que intenta enseñar siempre de la misma forma, sin pararse a comprobar si los alumnos están aprendiendo, no es un profesor tradicional; es un mal profesor. Y un profesor que siempre cambia su manera de trabajar por pura pose, que se dice innovador pero no ha perdido dos minutos en analizar si los alumnos están aprendiendo mejor que antes, es un farsante. El mismo Muñoz Andrade dice (y le doy la razón) que uno no es mejor profesor por "marear la perdiz con innovaciones hueras" ni por "abrazarse al fracaso y -siempre- buscar las culpas fuera de mi caverna". Yo no me identifico con ninguna de estas posiciones.
Después
del texto al que ya me he referido, el autor se mostraba dispuesto a "discutir" (y bienvenida sea la discusión)
algunas de mis ideas. Seguiré su misma estructura.
1.-
Explicaba Muñoz Andrade que haberse sentido atraído por el título del libro y
los titulares de prensa, que daban a entender una suerte de "rebelión ante
el desastre educativo" y un "compromiso" con "el
conocimiento y el esfuerzo". Sin embargo, decía, se dio cuenta más tarde,
tras leer las entrevistas y visitar mi blog, de que, coincidiendo en los
valores, no compartía el "enfoque" porque, según él, identifico los
objetivos que ambos defendemos con la "enseñanza tradicional". ¿Qué
inconveniente encuentro a esta argumentación? Que no sé todavía qué es eso de
"educación tradicional". Si es la anterior a la LOGSE, no la he
ejercido; solo la he conocido como alumno. Si es la que se basa en "la letra con sangre
entra", no la he practicado, no la he padecido y además la repudio. Si es la
que entiende que un alumno ha de temer al profesor, lo mismo digo que
en el caso anterior. Por lo tanto, ¿de qué "enfoque tradicional"
estamos hablando?
2.-
"Ni todo lo nuevo ni todo lo viejo son buenos o malos per se",
señalaba mi compañero de lides educativas. Absolutamente de acuerdo. Pero es
que en mi libro digo exactamente esto: "Su título, Contra la nueva
educación, denota oposición porque se opone a la novedad, si es dañina, y
defiende la tradición, cuando es valiosa. Ni rechaza toda innovación ni alaba
las tradiciones que no son dignas de elogio". De ahí que defienda la educación
de lo que él mismo llama "novedades insolventes". Y sigo sin entender
por qué esta actitud denota o justifica el "inmovilismo". "Hay
insolventes en ambos campos" (entiendo que innovador y tradicional),
argumenta. ¡Por supuesto! Por eso mi crítica está dirigida a unos y no a otros.
A los charlatanes, los innovadores a la violeta, los estafadores. Me parece que
estamos más de acuerdo de lo que Muñoz Andrade piensa.
3.-
Para Juan Antonio, es "falaz" asegurar que el enfoque metodológico
tradicional garantiza la adquisición de conocimientos". Pero resulta que
ni en el libro ni en ninguna otra parte yo he afirmado eso. Digo en el libro: "Lo que reivindico es sencillamente que unos
valores no ensombrezcan otros no solo complementarios sino esenciales para que
aquellos puedan desarrollarse. Es más bien una cuestión de medida y de discernimiento
de lo principal y lo accesorio, de mezclar con sentido los ingredientes que
pueden, ya que no garantizar, pues esto es imposible, sí al menos aumentar las
probabilidades de éxito en la tarea que fuere". Y en otro momento: "(...)
si es imposible garantizar el conocimiento aunque podamos (debamos)
perseguirlo, más irracional resulta pretender garantizar la felicidad". No
creo que un enfoque, una metodología, ni siquiera un profesor extraordinario,
puedan garantizar nada. Hay múltiples factores. Lo que sí pienso es que
determinadas ocurrencias no ayudan e incluso perjudican. Tampoco puedo compartir
que las necesidad de nuestros alumnos sean tan "diferentes" hoy ni la
reducción que establece de lo que es una clase magistral ("la dependencia
absoluta del libro de texto"). Para mí, lo he repetido a menudo, una clase
magistral es una clase excelente y no creo que un profesor con "dependencia
absoluta del libro de texto" esté en condiciones de impartir una clase
magistral.
4.-
Compruebo que coincidimos también en la necesidad de inculcar responsabilidad,
rigor... y lamento que, otra vez, se dé por hecho que esto implica defender "un
método de trabajo que asume que la cantidad de trabajo es proporcional a los
logros (...) sin cuestionarse si ese trabajo es el más pertinente y adecuado a
los objetivos" porque no es ese el modelo que defiendo ni es tampoco lo
que sostengo en el libro. "Los deberes pueden estar mal diseñados",
mantiene Juan Antonio. "Demasiado deberes y mal elaborados son una
estupidez" es una de mis respuestas a la entrevista que me hicieron para el diario El Mundo
y que se enlaza al final de los comentarios de Muñoz Andrade. Entonces, ¿dónde
está la disconformidad? Me alegra que también coincidamos (hay, repito, muchos
acuerdos y creo que los desacuerdos no siempre son tales) en que debemos de
rechazar la "infantilización" y acostumbrar a nuestros alumnos a
"sacarse las castañas del fuego".
5.- Como he
dicho anteriormente, ni en el libro ni en entrevista alguna he hablado, jamás,
de ninguna "Arcadia feliz" y me reafirmo en que la "excelencia"
es posible con o sin innovación, como bien apunta Andrade. Y por supuesto en
que no basta con enseñar sino que es necesario aprender (digo en el libro que el
profesor debe lograr que
"los conocimientos que debe transmitir lleguen al alumno en unas
condiciones óptimas". Óptimas para que los asimilen, se entiende).
6.-
Se contradice, en mi opinión, Muñoz Andrade cuando dice que me meto en un
"jardín" al "ridiculizar los proyectos bilingües" cuando
asegura, por otra parte, que llamarlos así es un "disparate". Y se
confunda al deducir que mi crítica se complementa con el deseo de mantenimiento
de la situación de la enseñanza de idiomas tal y como estaba, cosa que en
ningún momento digo. De hecho, planteo varias alternativas. Contrastemos lo que decimos él y yo:
-
Opinión de Muñoz Andrade: "Forzar el bilingüismo en alumnos con serias
carencias (...) es una insensatez (...) Garantizar el dominio de -al menos- el
inglés por nuestros alumnos es muy necesario ¡y urgente!"
-
Lo que digo en el libro: "¿Realmente, en la actual situación, debemos
endilgar el inglés como salsa imperativa para todos los platos? ¿Es prudente
que un país que se encuentra a la cola de la OCDE en educación, centre casi
todos sus esfuerzos en imponer la lengua de Shakespeare? ¿Mejorará la formación
de nuestros alumnos recibir parte de sus clases en inglés? El alumno que no es
capaz de comprender perfectamente un texto básico en castellano, ¿podrá hacerlo
en otro idioma? ¿Tiene sentido exigir a un alumno incapaz de entender un
teorema matemático, una idea musical o una fórmula química, que trate de comprender
estos conceptos en inglés?" (...) " Que el inglés es importante, nadie
lo niega. Que lo sea tanto como las matemáticas, puede ser más discutible".
7.-
"La experiencia acumulada suele aparece como elemento importante",
afirma Andrade. Pero matiza: la sola acumulación de experiencia no
necesariamente implica aportación". Desde luego. De la misma forma que
los deberes absurdos y mal diseñados no son útiles, la experiencia de un mal
docente poco tiene que aportar a la enseñanza.
8.-
Otra confusión se produce, a mi entender, cuando Muñoz Andrade interpreta que mi defensa de la libertad de
cátedra ("cuando cierro la puerta
de mi aula, se quedan fuera la leyes educativas disparatadas...") tiene
que ver con un "¡que me dejen trabajar en paz" que, si bien, así, en
bruto, es algo que puedo asumir como necesario, no ha de presuponer, como él
indica, la "minimización del efecto perverso de una mala práctica
docente" o la protección del mal profesional (por cierto, medios hay para
controlar esta mala praxis).
9.-
Los "ataques" a la "profusión de términos" que el propio
Andrade tacha de "tan eufónicos como vacíos" no están reñidos con el
análisis de aquellas metodologías que sí pueden ayudarnos. Pero (siento ser
reiterativo) no son estas las metodologías aludidas.
10.-
La guerra entre pedagogistas y antipedagogistas (estoy de acuerdo, innecesaria)
no la he planteado yo. Nunca me he declarado antipedagogista. Es más, en Contra
la nueva educación intento conciliar al docente con la auténtica didáctica de
la enseñanza. Denunciar al impostor debería ser algo que el verdadero pedagogo
agradeciera.
Termino
agradeciendo sinceramente a Juan Antonio su extenso análisis del libro. Me
reconforta que califique uno de los epílogos (el alegato a favor de los
servicios públicos) de "vibrante" y agradezco todavía más sus observaciones.
No termino de entender por qué interpreta que tengo cierto "apego" a
lo que se ha "demostrado ineficaz y contraproducente", pero aplaudo su conclusión: "necesitamos a los
mejores maestros y profesores. Ni leyes educativas inútiles, ni pedagogismos y
ocurrencias prescindibles, ni familias no colaboradoras, ni presupuestos insuficientes".
martes, 3 de mayo de 2016
La escuela no necesita una asignatura de educación emocional o de felicidad, sino cultura y conocimiento. Hoy, en ABC.
ABC publica hoy una entrevista cuyo titular refleja a la
perfección lo que pienso de la educación emocional: que se encuentra implícita en la
propia labor docente. No necesitamos una asignatura de educación emocional sino valorar como merece el conocimiento, reconocer sus valores y su carga emocional. La cultura y el saber son apasionantes en sí mismos, aunque no
siempre pueda uno divertirse o acceder a ellos con facilidad. Ahí está
precisamente el reto: en que la recompensa nos espera al final del trayecto.
Como afirmo en la entrevista, hay más emoción en el aria de
las Variaciones Goldberg que en treinta congresos de educación emocional.
Y para muestra,
un botón:
Se puede acceder a la entrevista completa de Carlota Fominaya desde este enlace.
lunes, 2 de mayo de 2016
Reseña de Josep Burgaya
El Doctor en Historia Contemporánea, escritor y docente Josep Burgaya reseña Contra la nueva educación en su blog "Futuro imperfecto". Dice, entre otras cosas:
"Como afirma el autor del libro de manera elocuente, “una educación que no proporcione conocimiento, será siempre una educación fallida”. Se han desterrado hábitos antes considerados imprescindibles, como los de “esfuerzo”, “constancia” o “dificultad” en nombre de una pretendida modernidad pedagógica, que es poco más que vacuidad. De todo ello habla este libro de un joven y honesto profesor de secundaria que no está dispuesto a participar en el aplauso general hacia unos modelos educativos que se fundamentan en la novedad por la novedad y en la nociva función de unos “expertos educativos “que desconocen lo fundamental de los procesos de aprendizaje y que se han instalado muy lejos del sentido común, administrando una terminología alambicada detrás de la que se ampara una sociedad cada vez más ignorante".
domingo, 1 de mayo de 2016
Contra la nueva educación se presentó en Pamplona
El pasado viernes presentamos Contra la nueva educación en la Sala Ámbito Cultural de El Corte Inglés. El formato, sugerencia de Tomás Yerro, quien tuvo la amabilidad de presentar el libro, fue (hagamos guiño a la nueva pedagogía) el de la tertulia dialógica. O sea, que charlamos. La conversación fue rica y honda, como ocurre cuando se conversa con personas de la categoría intelectual de Tomás y se cuenta con asistentes que plantean cuestiones pertinentes y de interés. Aprendí casi tanto como disfruté.
En Hoy por hoy Navarra (Cadena SER)
Jaime González, de Radio Pamplona (Cadena SER), me llamó con motivo de la presentación de Contra la nueva educación y estuvimos charlando un rato dentro del programa Hoy por hoy Navarra. La conversación se puede escuchar (a partir del minuto 51 aproximadamente pinchando aquí.
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