Intento, en la medida de lo posible, leer cuanto se publica sobre mi libro porque creo que no hay nada más útil que atender a las opiniones de los demás para afinar el discurso, reafirmarse en las propias convicciones o, si es necesario, suavizar o modificar planteamientos o argumentaciones. Juan
Antonio Muñoz Andrade, filólogo y profesor de instituto, dedicaba recientemente una entrada en su blog a Contra la nueva educación. La primera parte de esta
entrada se publicó también como artículo de opinión en el periódico La Voz de Alcalá. En ella exponía de manera exhaustiva coincidencias y discrepancias
con respecto a mi ensayo.
Lo primero que me llamó la atención cuando leí su valoración es la viñeta que antecede al texto y que puede verse más arriba. No me quejaré de la falta de matices del dibujo, pues el título de mi libro no es precisamente sutil sino impertinentemente provocador. Así que, cavernario o no, me dispuse a leer la crítica con la misma disposición que espero en quienes leen mi libro sin dejarse condicionar por el título (o sin prestar atención al subtítulo, en el cual se encuentra la fundamentación de las tesis que defiendo).
El autor de esta crítica coincide conmigo en que las cosas no marchan bien en la enseñanza y deduce que mi intención es "atacar y ridiculizar" los "experimentos insensatos" y "defender con argumentos sólidos" las "iniciativas sensatas". Algo tengo que objetar a esto: no quiero atacar sino defender (me o nos -o quizás lo-). Admito que lo hago con vehemencia, dadas las circunstancias de presión, desprestigio, acoso y derribo que sufrimos los profesores que no comulgamos con ruedas de molino. Y no es mi intención "ridiculizar" sino mostrar lo que en sí mismo ya es ridículo, aunque haya quien se empeñe en hacerlo pasar por normal. Lo cierto es que las propuestas sensatas de mejora, que las hay, no son el objeto de este libro y esto es sencillamente porque está dedicado a las insensatas.
Lo que menos comparto de la crítica es la conclusión que extrae mi colega, según el cual mis razonamientos "regalan razones para una defensa numantina" de la opción que llama "resistencia a aventuras y experimentos". ¿Pero cómo voy a resistirme yo aventuras y los experimentos (razonables) si enseñar en un aula de secundaria ya es toda una aventura, si cualquier buen profesor está constantemente experimentando, cambiando, analizando, innovando? No creo que criticar lo disparatado me sitúe en el "inmovilismo". Todo lo contrario: porque me importa la educación, porque la considero esencial, porque todavía confío en que podamos arreglar algo este desaguisado, porque quiero mirar hacia adelante, me siento moralmente obligado a sacar a la luz las propuestas estúpidas para que las racionales tengan el espacio que merecen. El mismo Juan Antonio dice estar de acuerdo con mi "esfuerzo por "deslegitimar" los "disparates" y con algunas otras cuestiones básicas como la "falsa solvencia de los expertos", la "defensa del conocimiento", el "rechazo a la extensión de la mediocridad", el "uso de la memoria"... hasta llegar a lo que define como una discrepancia "radical": mi "defensa de la enseñanza tradicional como garante indubitable de la excelencia". Tengo que decir ante esta valoración que no defiendo la enseñanza tradicional frente a la novedad sino lo que la tradición tiene de valioso y aquello que vale la pena de la novedad. Lo que intento con este libro es evitar que se desprecien elementos imprescindibles por asociarlos con una educación caduca que hace tiempo ha desaparecido (¡¡la lista de los reyes godos!!). Reivindico la base tradicional de la enseñanza, no la enseñanza tradicional; la relación jerárquica entre docente y discente, la memorización como parte fundamental del aprendizaje -parte, insisto-)... Y denuncio la obsesión por las nuevas tecnologías (no su uso prudente y juicioso, claro) o la histeria de las emociones (y su descontextualización). No hay, como asegura Juan Antonio, defensa "a ultranza" de nada, salvo del conocimiento. No hay cerrazón ante la novedad. Solo ante la bobería. Ni "Arcadia educativa" que valga, como sugiere mi compañero de profesión. Yo empecé a enseñar (en Secundaria) con la LOGSE ya implantada. No puedo echar de menos nada de tiempos pretéritos. Miro al presente, que no me gusta, y pienso en el futuro, que me preocupa. Estoy absolutamente de acuerdo con mi colega en que la innovación "seria" es necesaria. Pero no es eso lo que yo repruebo en el libro sino la innovación estrafalaria, la charlatanería. ¿Qué sentido tendría posicionarme en contra de la novedad planteada desde la reflexión y la evidencia? Lo que parece inquietar a Muñoz Andrade es que mi crítica provoque un "efecto no deseado: justificar la resistencia a cambiar lo que no funciona y la autosuficiencia de quien desprecia las escasas innovaciones que se cuelan a duras penas en nuestras aulas". Pero no veo cómo se puede deducir que mi libro justifica la resistencia al cambio o que desprecio aquello que pueda redundar en beneficio de este oficio de enseñar. Menos aún puedo estar de acuerdo en que mi postura pueda catalogarse de "conservadurismo educativo". Estoy convencido de que lo que defiendo es plenamente progresista (que no plenamente "progre"), de que repudiar la majadería es la mejor manera de preservar la auténtica innovación y niego que las innovaciones, como afirma Muñoz Andrade, sean "escasas" y se "cuelen a duras penas en las aulas". Pienso que el buen docente es aquel que enseña bien, de la manera que sea, tradicional o moderna. Y que, en uno u otro caso, está en continua renovación. Un profesor que intenta enseñar siempre de la misma forma, sin pararse a comprobar si los alumnos están aprendiendo, no es un profesor tradicional; es un mal profesor. Y un profesor que siempre cambia su manera de trabajar por pura pose, que se dice innovador pero no ha perdido dos minutos en analizar si los alumnos están aprendiendo mejor que antes, es un farsante. El mismo Muñoz Andrade dice (y le doy la razón) que uno no es mejor profesor por "marear la perdiz con innovaciones hueras" ni por "abrazarse al fracaso y -siempre- buscar las culpas fuera de mi caverna". Yo no me identifico con ninguna de estas posiciones.
Lo primero que me llamó la atención cuando leí su valoración es la viñeta que antecede al texto y que puede verse más arriba. No me quejaré de la falta de matices del dibujo, pues el título de mi libro no es precisamente sutil sino impertinentemente provocador. Así que, cavernario o no, me dispuse a leer la crítica con la misma disposición que espero en quienes leen mi libro sin dejarse condicionar por el título (o sin prestar atención al subtítulo, en el cual se encuentra la fundamentación de las tesis que defiendo).
El autor de esta crítica coincide conmigo en que las cosas no marchan bien en la enseñanza y deduce que mi intención es "atacar y ridiculizar" los "experimentos insensatos" y "defender con argumentos sólidos" las "iniciativas sensatas". Algo tengo que objetar a esto: no quiero atacar sino defender (me o nos -o quizás lo-). Admito que lo hago con vehemencia, dadas las circunstancias de presión, desprestigio, acoso y derribo que sufrimos los profesores que no comulgamos con ruedas de molino. Y no es mi intención "ridiculizar" sino mostrar lo que en sí mismo ya es ridículo, aunque haya quien se empeñe en hacerlo pasar por normal. Lo cierto es que las propuestas sensatas de mejora, que las hay, no son el objeto de este libro y esto es sencillamente porque está dedicado a las insensatas.
Lo que menos comparto de la crítica es la conclusión que extrae mi colega, según el cual mis razonamientos "regalan razones para una defensa numantina" de la opción que llama "resistencia a aventuras y experimentos". ¿Pero cómo voy a resistirme yo aventuras y los experimentos (razonables) si enseñar en un aula de secundaria ya es toda una aventura, si cualquier buen profesor está constantemente experimentando, cambiando, analizando, innovando? No creo que criticar lo disparatado me sitúe en el "inmovilismo". Todo lo contrario: porque me importa la educación, porque la considero esencial, porque todavía confío en que podamos arreglar algo este desaguisado, porque quiero mirar hacia adelante, me siento moralmente obligado a sacar a la luz las propuestas estúpidas para que las racionales tengan el espacio que merecen. El mismo Juan Antonio dice estar de acuerdo con mi "esfuerzo por "deslegitimar" los "disparates" y con algunas otras cuestiones básicas como la "falsa solvencia de los expertos", la "defensa del conocimiento", el "rechazo a la extensión de la mediocridad", el "uso de la memoria"... hasta llegar a lo que define como una discrepancia "radical": mi "defensa de la enseñanza tradicional como garante indubitable de la excelencia". Tengo que decir ante esta valoración que no defiendo la enseñanza tradicional frente a la novedad sino lo que la tradición tiene de valioso y aquello que vale la pena de la novedad. Lo que intento con este libro es evitar que se desprecien elementos imprescindibles por asociarlos con una educación caduca que hace tiempo ha desaparecido (¡¡la lista de los reyes godos!!). Reivindico la base tradicional de la enseñanza, no la enseñanza tradicional; la relación jerárquica entre docente y discente, la memorización como parte fundamental del aprendizaje -parte, insisto-)... Y denuncio la obsesión por las nuevas tecnologías (no su uso prudente y juicioso, claro) o la histeria de las emociones (y su descontextualización). No hay, como asegura Juan Antonio, defensa "a ultranza" de nada, salvo del conocimiento. No hay cerrazón ante la novedad. Solo ante la bobería. Ni "Arcadia educativa" que valga, como sugiere mi compañero de profesión. Yo empecé a enseñar (en Secundaria) con la LOGSE ya implantada. No puedo echar de menos nada de tiempos pretéritos. Miro al presente, que no me gusta, y pienso en el futuro, que me preocupa. Estoy absolutamente de acuerdo con mi colega en que la innovación "seria" es necesaria. Pero no es eso lo que yo repruebo en el libro sino la innovación estrafalaria, la charlatanería. ¿Qué sentido tendría posicionarme en contra de la novedad planteada desde la reflexión y la evidencia? Lo que parece inquietar a Muñoz Andrade es que mi crítica provoque un "efecto no deseado: justificar la resistencia a cambiar lo que no funciona y la autosuficiencia de quien desprecia las escasas innovaciones que se cuelan a duras penas en nuestras aulas". Pero no veo cómo se puede deducir que mi libro justifica la resistencia al cambio o que desprecio aquello que pueda redundar en beneficio de este oficio de enseñar. Menos aún puedo estar de acuerdo en que mi postura pueda catalogarse de "conservadurismo educativo". Estoy convencido de que lo que defiendo es plenamente progresista (que no plenamente "progre"), de que repudiar la majadería es la mejor manera de preservar la auténtica innovación y niego que las innovaciones, como afirma Muñoz Andrade, sean "escasas" y se "cuelen a duras penas en las aulas". Pienso que el buen docente es aquel que enseña bien, de la manera que sea, tradicional o moderna. Y que, en uno u otro caso, está en continua renovación. Un profesor que intenta enseñar siempre de la misma forma, sin pararse a comprobar si los alumnos están aprendiendo, no es un profesor tradicional; es un mal profesor. Y un profesor que siempre cambia su manera de trabajar por pura pose, que se dice innovador pero no ha perdido dos minutos en analizar si los alumnos están aprendiendo mejor que antes, es un farsante. El mismo Muñoz Andrade dice (y le doy la razón) que uno no es mejor profesor por "marear la perdiz con innovaciones hueras" ni por "abrazarse al fracaso y -siempre- buscar las culpas fuera de mi caverna". Yo no me identifico con ninguna de estas posiciones.
Después
del texto al que ya me he referido, el autor se mostraba dispuesto a "discutir" (y bienvenida sea la discusión)
algunas de mis ideas. Seguiré su misma estructura.
1.-
Explicaba Muñoz Andrade que haberse sentido atraído por el título del libro y
los titulares de prensa, que daban a entender una suerte de "rebelión ante
el desastre educativo" y un "compromiso" con "el
conocimiento y el esfuerzo". Sin embargo, decía, se dio cuenta más tarde,
tras leer las entrevistas y visitar mi blog, de que, coincidiendo en los
valores, no compartía el "enfoque" porque, según él, identifico los
objetivos que ambos defendemos con la "enseñanza tradicional". ¿Qué
inconveniente encuentro a esta argumentación? Que no sé todavía qué es eso de
"educación tradicional". Si es la anterior a la LOGSE, no la he
ejercido; solo la he conocido como alumno. Si es la que se basa en "la letra con sangre
entra", no la he practicado, no la he padecido y además la repudio. Si es la
que entiende que un alumno ha de temer al profesor, lo mismo digo que
en el caso anterior. Por lo tanto, ¿de qué "enfoque tradicional"
estamos hablando?
2.-
"Ni todo lo nuevo ni todo lo viejo son buenos o malos per se",
señalaba mi compañero de lides educativas. Absolutamente de acuerdo. Pero es
que en mi libro digo exactamente esto: "Su título, Contra la nueva
educación, denota oposición porque se opone a la novedad, si es dañina, y
defiende la tradición, cuando es valiosa. Ni rechaza toda innovación ni alaba
las tradiciones que no son dignas de elogio". De ahí que defienda la educación
de lo que él mismo llama "novedades insolventes". Y sigo sin entender
por qué esta actitud denota o justifica el "inmovilismo". "Hay
insolventes en ambos campos" (entiendo que innovador y tradicional),
argumenta. ¡Por supuesto! Por eso mi crítica está dirigida a unos y no a otros.
A los charlatanes, los innovadores a la violeta, los estafadores. Me parece que
estamos más de acuerdo de lo que Muñoz Andrade piensa.
3.-
Para Juan Antonio, es "falaz" asegurar que el enfoque metodológico
tradicional garantiza la adquisición de conocimientos". Pero resulta que
ni en el libro ni en ninguna otra parte yo he afirmado eso. Digo en el libro: "Lo que reivindico es sencillamente que unos
valores no ensombrezcan otros no solo complementarios sino esenciales para que
aquellos puedan desarrollarse. Es más bien una cuestión de medida y de discernimiento
de lo principal y lo accesorio, de mezclar con sentido los ingredientes que
pueden, ya que no garantizar, pues esto es imposible, sí al menos aumentar las
probabilidades de éxito en la tarea que fuere". Y en otro momento: "(...)
si es imposible garantizar el conocimiento aunque podamos (debamos)
perseguirlo, más irracional resulta pretender garantizar la felicidad". No
creo que un enfoque, una metodología, ni siquiera un profesor extraordinario,
puedan garantizar nada. Hay múltiples factores. Lo que sí pienso es que
determinadas ocurrencias no ayudan e incluso perjudican. Tampoco puedo compartir
que las necesidad de nuestros alumnos sean tan "diferentes" hoy ni la
reducción que establece de lo que es una clase magistral ("la dependencia
absoluta del libro de texto"). Para mí, lo he repetido a menudo, una clase
magistral es una clase excelente y no creo que un profesor con "dependencia
absoluta del libro de texto" esté en condiciones de impartir una clase
magistral.
4.-
Compruebo que coincidimos también en la necesidad de inculcar responsabilidad,
rigor... y lamento que, otra vez, se dé por hecho que esto implica defender "un
método de trabajo que asume que la cantidad de trabajo es proporcional a los
logros (...) sin cuestionarse si ese trabajo es el más pertinente y adecuado a
los objetivos" porque no es ese el modelo que defiendo ni es tampoco lo
que sostengo en el libro. "Los deberes pueden estar mal diseñados",
mantiene Juan Antonio. "Demasiado deberes y mal elaborados son una
estupidez" es una de mis respuestas a la entrevista que me hicieron para el diario El Mundo
y que se enlaza al final de los comentarios de Muñoz Andrade. Entonces, ¿dónde
está la disconformidad? Me alegra que también coincidamos (hay, repito, muchos
acuerdos y creo que los desacuerdos no siempre son tales) en que debemos de
rechazar la "infantilización" y acostumbrar a nuestros alumnos a
"sacarse las castañas del fuego".
5.- Como he
dicho anteriormente, ni en el libro ni en entrevista alguna he hablado, jamás,
de ninguna "Arcadia feliz" y me reafirmo en que la "excelencia"
es posible con o sin innovación, como bien apunta Andrade. Y por supuesto en
que no basta con enseñar sino que es necesario aprender (digo en el libro que el
profesor debe lograr que
"los conocimientos que debe transmitir lleguen al alumno en unas
condiciones óptimas". Óptimas para que los asimilen, se entiende).
6.-
Se contradice, en mi opinión, Muñoz Andrade cuando dice que me meto en un
"jardín" al "ridiculizar los proyectos bilingües" cuando
asegura, por otra parte, que llamarlos así es un "disparate". Y se
confunda al deducir que mi crítica se complementa con el deseo de mantenimiento
de la situación de la enseñanza de idiomas tal y como estaba, cosa que en
ningún momento digo. De hecho, planteo varias alternativas. Contrastemos lo que decimos él y yo:
-
Opinión de Muñoz Andrade: "Forzar el bilingüismo en alumnos con serias
carencias (...) es una insensatez (...) Garantizar el dominio de -al menos- el
inglés por nuestros alumnos es muy necesario ¡y urgente!"
-
Lo que digo en el libro: "¿Realmente, en la actual situación, debemos
endilgar el inglés como salsa imperativa para todos los platos? ¿Es prudente
que un país que se encuentra a la cola de la OCDE en educación, centre casi
todos sus esfuerzos en imponer la lengua de Shakespeare? ¿Mejorará la formación
de nuestros alumnos recibir parte de sus clases en inglés? El alumno que no es
capaz de comprender perfectamente un texto básico en castellano, ¿podrá hacerlo
en otro idioma? ¿Tiene sentido exigir a un alumno incapaz de entender un
teorema matemático, una idea musical o una fórmula química, que trate de comprender
estos conceptos en inglés?" (...) " Que el inglés es importante, nadie
lo niega. Que lo sea tanto como las matemáticas, puede ser más discutible".
7.-
"La experiencia acumulada suele aparece como elemento importante",
afirma Andrade. Pero matiza: la sola acumulación de experiencia no
necesariamente implica aportación". Desde luego. De la misma forma que
los deberes absurdos y mal diseñados no son útiles, la experiencia de un mal
docente poco tiene que aportar a la enseñanza.
8.-
Otra confusión se produce, a mi entender, cuando Muñoz Andrade interpreta que mi defensa de la libertad de
cátedra ("cuando cierro la puerta
de mi aula, se quedan fuera la leyes educativas disparatadas...") tiene
que ver con un "¡que me dejen trabajar en paz" que, si bien, así, en
bruto, es algo que puedo asumir como necesario, no ha de presuponer, como él
indica, la "minimización del efecto perverso de una mala práctica
docente" o la protección del mal profesional (por cierto, medios hay para
controlar esta mala praxis).
9.-
Los "ataques" a la "profusión de términos" que el propio
Andrade tacha de "tan eufónicos como vacíos" no están reñidos con el
análisis de aquellas metodologías que sí pueden ayudarnos. Pero (siento ser
reiterativo) no son estas las metodologías aludidas.
10.-
La guerra entre pedagogistas y antipedagogistas (estoy de acuerdo, innecesaria)
no la he planteado yo. Nunca me he declarado antipedagogista. Es más, en Contra
la nueva educación intento conciliar al docente con la auténtica didáctica de
la enseñanza. Denunciar al impostor debería ser algo que el verdadero pedagogo
agradeciera.
Termino
agradeciendo sinceramente a Juan Antonio su extenso análisis del libro. Me
reconforta que califique uno de los epílogos (el alegato a favor de los
servicios públicos) de "vibrante" y agradezco todavía más sus observaciones.
No termino de entender por qué interpreta que tengo cierto "apego" a
lo que se ha "demostrado ineficaz y contraproducente", pero aplaudo su conclusión: "necesitamos a los
mejores maestros y profesores. Ni leyes educativas inútiles, ni pedagogismos y
ocurrencias prescindibles, ni familias no colaboradoras, ni presupuestos insuficientes".
Gracias, Alberto, por leer mis reacciones a tu libro y por tu respuesta. Podríamos matizarnos mutuamente "ad infinitum" para terminar estando de acuerdo en lo esencial. Saludos desde el sur.
ResponderEliminarSeguro que sí, Juan Antonio. Otro saludo desde aquí arriba.
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