Desde el Partido Popular de Navarra, a través de
Cristina Sanz (portavoz de este partido y senadora, que había asistido a la
presentación en Pamplona de Contra la nueva educación y entendía que mis
planteamientos eran interesantes), se me cursó una invitación para hablar sobre
educación en un acto organizado por el PPN. Y como este tipo de propuestas rara
vez las desestimo, primero porque creo que es fundamental defender lo que uno
piensa en toda situación y oportunidad que se dé y, segundo, porque no me gusta
ser descortés, acepté. Y este sábado, entre las once y media y la una y media,
aproximadamente, charlamos sobre educación en CIVIVOX Condestable de Pamplona.
Dejo aquí mi intervención inicial.
En primer lugar, quiero agradecer al Partido
Popular de Navarra la invitación a participar en este debate y sobre todo la
organización de un debate sobre educación. Creo que uno de los problemas con
que nos encontramos hoy es que se habla mucho, se opina mucho, pero se debate
poco. O se riñe mucho pero se discute poco, por decirlo de otra manera.
El título de esta mesa redonda es muy genérico,
quizás en exceso, pero al mismo tiempo se adivina en él la intención de mirar
hacia delante. Y estoy de acuerdo en que en asuntos tan sustanciales como la
educación debemos de mirar siempre hacia delante, pero analizando con rigor la
situación presente para no repetir errores. Me gusta también la inclusión de la
palabra "reto" porque si algo tiene de hermoso este oficio de enseñar
es lo estimulante que resulta afrontar un desafío tan importante como intentar
extraer de cada alumno el máximo de su capacidad. En tal propósito kantiano
(“La educación es el desarrollo en el hombre de toda la perfección de que su
naturaleza es capaz”, dijo el ilustrado) reside la esencia de lo que en mi
opinión debería de ambicionar todo docente y esta misma expresión es la que
tendría que inspirar un buen sistema educativo y una ley educativa sensata.
Pero nos encontramos con varios inconvenientes que no puedo abordar con
detenimiento ahora, aunque citaré al menos dos asuntos que me preocupan.
1º.- Las capacidades de nuestros alumnos son
dispares. Lo lamento. Por mucho que se hable de las inteligencias múltiples,
hay personas más inteligentes y capaces que otras. Por lo tanto, pretender que
dos alumnos con diferente capacidad intelectual lleguen al mismo punto es
estafar a los dos, al que puede menos y al que puede más. Lo que es
innegociable (o debería) es que ningún alumno que lo merezca (es decir, que
demuestre voluntad y esfuerzo) llegue tan lejos como su capacidad le permita. Y
que las condiciones sociales, económicas y/o culturales no determinen lo que un
alumno pueda llegar a ser, sino su esfuerzo y determinación y la ayuda de sus profesores
y de sus familias.
2º.- Todos coincidimos, parece ser, en que la
educación es muy importante. No estoy seguro de que estemos de acuerdo ni en
cuál ha de ser el objetivo de la educación ni en las prioridades que tenemos
que establecer. Así que en estas circunstancias, y viendo cómo las propuestas
educativas de los diferentes partidos se parecen cada vez más (los viejos
partidos y los nuevos partidos), me permito pedirles, por favor, algo que
probablemente no va a favor de corriente: NO PACTEN. No busquen un acuerdo para
un pacto educativo. No de momento. Primero, discutamos. Pregúntennos a los
profesores. Confíen en nosotros antes que en los que ustedes han denominado
expertos pero no lo son. Recurran a la evidencia de quien contrasta en el aula lo
que imagina fuera de ella. No confundan innovación con extravagancia. Tengan
certezas, que siguen siendo indispensables. Soy una persona abierta a
replantearme mis ideas. Pero necesito también convicciones. Creo que todos las
necesitamos. La más importante es que la escuela tiene que ser el lugar en el
que los alumnos encuentren el conocimiento que no todos podrán encontrar fuera
de ella. Apostar por el conocimiento no implica dejar de lado los valores.
Tampoco situar el conocimiento en lugar preferente supone, como algunos quieren
ver, despreciar las emociones. Por varias razones: porque no se puede enseñar
sin emoción y porque el conocimiento, aunque no siempre es divertido, sí es
apasionante y enriquecedor. Pero lo que no podemos permitir porque es una gran
irresponsabilidad es que se descontextualice lo emocional y lo afectivo que de
forma natural se encuentra en la misma actividad docente y en la relación
personal que se establece entre el maestro y el discípulo, relegando el
conocimiento y hurtando el derecho a acceder a él a los más desfavorecidos, que
son precisamente los que más lo necesitan, contentándoles con la educación
emocional. Tengamos pues certezas. Establezcamos prioridades. ¿Importa el
conocimiento? ¿Pensamos que una persona con conocimientos, con cultura, con
formación, estará en mejores condiciones que un ignorante para desarrollar el
espíritu crítico, ser creativa, tener habilidades sociales...? Si lo creemos (o
mejor: si estamos seguros de ello), enseñemos historia, literatura, música...
inculquemos en nuestros alumnos aquellos valores que los adultos consideramos
valiosos como el esfuerzo, el gusto por el trabajo bien hecho, el afán de
superación) y los hábitos indispensables para todo aprendizaje. No pretendamos
enseñarles creatividad sino enseñémosles a ser creativos por medio del
aprendizaje de nuestra materia. No queramos fomentar en ellos el espíritu
crítico sin conocimientos porque no es posible. No queramos innovar sin conocer
a fondo la materia sobre la que queremos innovar porque no hay innovación sin
conocimiento sino simple excentricidad. No impartamos asignaturas de educación
emocional cuando estudios serios como los de la Nueva Escuela de Investigación
Social de Nueva York demuestran que la alta literatura favorece las habilidades
sociales y la empatía. Confiemos en el valor del conocimiento, en que este nos
hace más libres, más sociables, menos manipulables. Y porque, aunque no es
gratis porque hay que pagar un precio por él, el de la voluntad, sí es justo,
precisamente porque perseverando y contando con un buen maestro, se puede
acceder a él. Si la escuela pública no cumple con esta importantísima misión,
dejará vendidos a los alumnos que no puedan encontrar esta formación en otro
sitio y les estará robando el derecho al ascenso social.
Me voy a permitir aportar algunas ingenuas
sugerencias que considero imprescindibles para diseñar una buena ley educativa:
- La transmisión de conocimiento como objetivo
irrenunciable, despertando la curiosidad y el placer de saber.
- La exigencia y el mérito como ideas a
reforzar. Y el valor de la voluntad por mejorar, siempre según la capacidad de
cada cual.
- La diferenciación nítida entre igualdad de
oportunidades e igualdad de resultados.
- El apoyo al alumno que se esfuerce y tenga mayores
dificultades de tipo personal o social.
- La devolución al profesor de su autoridad
intelectual.
- La renuncia a engañar a nuestros alumnos
diciéndoles que se puede aprender sin esfuerzo.
Volviendo, para terminar, a la trascendencia
social de la escuela pública, Cervantes puso en boca de Don Quijote lo
siguiente:
“Al caballero pobre
no le queda otro camino para mostrar que es caballero sino el de la virtud”.
Muchas gracias.
Y una reflexión, a
posteriori:
Con
todas las diferencias, que son muchas, que encuentro entre lo que yo defiendo y
las políticas educativas (y no educativas) del Partido Popular, ¿qué está
ocurriendo en este país para que, al menos en la teoría, sea un partido
conservador el único que entienda que la exigencia, el mérito, el esfuerzo...
son fundamentales en la escuela? Especialmente llamativa es la decisión de la
izquierda de sacudirse de encima la idea de responsabilidad individual,
precisamente porque el pobre (pobre cultural, social o económicamente) necesita
más que nadie que se respete el derecho al ascenso social de todos y cada uno
de los ciudadanos, que se proteja su legítima aspiración a llegar tan lejos
como su voluntad y su capacidad se lo permitan.
Querido Alberto, lo que dices de la derecha y la izquierda en relación con la educación, en principio, no sucede sólo en este país. Sucede, que yo sepa, en todos los países de lo que podríamos llamar "Occidente". La izquierda está perdida, como sabes, en ese sentido. Pero la derecha no nos sacará del agujero. Según creo, y te tengo dicho, lo que deberíamos hacer es elaborar una alternativa educativa a la teoría dominante en la izquierda, una alternativa hecha desde la izquierda y que demuestre que la teoría dominante no es una teoría de izquierdas, que no es una teoría que sea buena para los intereses de las clases populares, que es, por el contrario, destructiva de las capacidades y potencias de los niños de esas clases. Es nuestro deber hacerlo, porque sólo nosotros podemos hacerlo. Desde la izquierda y para los intereses de educativos de toda la ciudadanía, pero especialmente en nombre de los intereses de los más desfavorecidos. Si no lo hacemos, estaremos contribuyendo a la destrucción de las posibilidades intelectuales de nuestro futuro. Salustiano.
ResponderEliminarMe alegra que te pases por aquí, Salustiano. No parece exclusivo de nuestro país, es cierto, aunque no sirva de consuelo. Construir esa alternativa no parece fácil, pero estoy contigo en que es la mejor (¿la única?) opción para aspirar un sistema que sea palanca real de ascenso social. Ojalá seamos capaces. Gracias por la visita.
EliminarDe nada, Alberto; ha sido un placer. ¿Sería posible organizar un grupo de trabajo sobre el tema de la alternativa, para ir elaborándola poco a poco? ¿Te sumarías a ese esfuerzo, que habría que hacer, con unos y otros, a distancia? Un abrazo.
EliminarYa sabes que estoy dispuesto. Pero una cosa es la disposición y otra que sea posible organizarlo. En cualquier caso, cuenta conmigo en la medida en que pueda ayudar. Un abrazo.
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