José Cadalso denunciaba en
“Eruditos a la violeta” (1722) la erudición superficial tan propia de una época
en la que el afán de cultura de las clases más pudientes había degenerado en
simple moda. En el divertido opúsculo de "Eruditos" (subtitulado
"Curso completo de todas las ciencias dividido en siete lecciones
para los siete días de la semana") declaraba
haber escrito la obra “en obsequio de los que pretenden saber mucho estudiando
poco”.
Releer a nuestros ilustrados es
toda una lección de perspicacia. Autores como Cadalso supieron ver los males de
nuestra sociedad con sorprendente modernidad. Así, el escritor gaditano ponía
en boca de Gazel en la sexta de sus “Cartas marruecas” (1789): "El atraso
de las ciencias en España en este siglo, ¿quién puede dudar que procede de la
falta de protección que hallan sus profesores? Hay cochero en Madrid que gana
trescientos pesos duros, y cocinero que funda mayorazgos; pero no hay quien no
sepa que se ha de morir de hambre como se entregue a las ciencias, exceptuadas
las de pane lucrando que son las
únicas que dan de comer. Los pocos que cultivan las otras, son como aventureros
voluntarios de los ejércitos, que no llevan paga y se exponen más. Es un gusto
oírles hablar de matemáticas, física moderna, historia natural, derecho de
gentes, y antigüedades, y letras humanas, a veces con más recato que si
hiciesen moneda falsa. Viven en la oscuridad y mueren como vivieron, tenidos
por sabios superficiales en el concepto de los que saben poner setenta y siete
silogismos seguidos sobre si los cielos son fluidos o sólidos. Hablando pocos
días ha con un sabio escolástico de los más condecorados en su carrera, le oí
esta expresión, con motivo de haberse nombrado en la conversación a un sujeto
excelente en matemáticas: «Sí, en su país se aplican muchos a esas cosillas,
como matemáticas, lenguas orientales, física, derecho de gentes y otras
semejantes». Pero yo te aseguro, Ben-Beley, que si señalasen premios para los
profesores, premios de honor, o de interés, o de ambos, ¿qué progresos no
harían? Si hubiese siquiera quien los protegiese, se esmerarían sin más
estímulo; pero no hay protectores". De esta forma evidenciaba Cadalso la
falta de reconocimiento al profesor y el desprecio a la meritocracia, dos
situaciones de innegable actualidad.
Pero hoy no quiero hablar de
educación, sino de política. Volviendo a la primera obra mencionada, José Cadalso expone algunos consejos a quienes denomina “eruditos a la violeta”,
con el objetivo de evitar que "los ineptos con exterior de sabios"
puedan "alucinar a los que no saben lo arduo que es poseer una
ciencia". Aconseja a estos "eruditos
a la violeta" recomendaciones como las siguientes: "Las ciencias no
han de servir más que para lucir los estrados, paseos, luneta de la comedias,
tertulias, antesalas de poderosos y cafés” (…) “Y, al pronunciar este último
verso, arquead las cejas, mirad alrededor, por encima de las cabezas de todos (…)
“Es indispensable que tengáis, llevéis, publiquéis, aparentéis y ostentéis un
exterior filosófico”.
Recién celebradas las elecciones
europeas, en las que mi decisión final, tras mucha deliberación, fue la de
ejercer mi derecho a no votar (o sea, que me abstuve, una determinación tan
legítima como cualquier otra, algo que tristemente es necesario recordar en un
momento en el que intransigentes travestidos de demócratas retiran el carnet de
ciudadano e intentar impedir opinar de política hasta dentro de cuatro años al
que no comulgue con la corriente en boga, que hoy es la de “vota a un partido
emergente; la abstención beneficia a la partitocracia; vota o serás un
conformista, un sinvergüenza y un defensor de la troika”)... recién celebradas,
decía, las elecciones europeas, no dejo de darle vueltas a si hice bien o hice mal.
Porque yo tengo el problema de dudar a menudo, antes, durante y después de
tomar una decisión. Admiro a todos los neopolitólogos
que se muestran tan convencidos de que hicieron bien como de que yo hice mal y
reconozco que yo no tengo certeza alguna de si mi abstención se fundamenta en
argumentos más sólidos que el voto de los demás. Lo digo con total sinceridad
porque hice lo posible por informarme sobre partidos y candidatos, por escuchar
y leer sus intervenciones, con el único propósito de acertar y, de ser posible,
acudir a la cita con las urnas, que era, inicialmente, mi idea. Pero me ocurre lo
que a muchos: que, profundamente decepcionado con los partidos tradicionales
(el nivel de la campaña ha sido bochornoso, aunque pensáramos que no era posible
que PP y PSOE se pusieran más en ridículo), echo la vista a los nuevos y me
encuentro con un panorama muy poco estimulante, en el que parece destacar (o
eso dicen) un tipo llamado Pablo Iglesias, cuyo aspecto mesiánico es acorde con
la supuesta misión para la que (eso dicen también) ha sido llamado: terminar
con la partitocracia, un objetivo con el que no se puede estar en desacuerdo
(o, en todo caso, con el que yo coincido). No hay duda de que el sistema está
corrompido, la ley electoral es injusta, carecemos de libertad real de
elección, pues se vota a quien el partido decide colocar como candidato y no a
quien el ciudadano desea votar...y todo esto es responsabilidad, sobre todo, de
los dos grandes partidos, los únicos que podrían modificar el sistema si
quisieran hacerlo, que no es el caso. Por lo tanto, que alguien plantee un
discurso de partida diferente al del resto de partidos, especialmente al de los
llamados “grandes”, no deja de ser positivo. No son las dudas razonables en
cuanto a la posibilidad de cambiar el sistema desde dentro el motivo de mi
abstención. Tampoco las reivindicaciones de “Podemos”, alguna de las cuales podría
incluso suscribir (aunque el programa electoral tiene puntos ciertamente
cuestionables). Mi abstención se debe a la sensación profunda de producto
prefabricado que me produce el líder de este partido, cuyo rostro es el propio
logo de la organización (¿habrán pensado en acuñar moneda propia? ¿Y en confeccionar
sellos conmemorativos?).
Cuando digo “producto
prefabricado” quiero decir que no encuentro en el representante de
"Podemos" nada que me lleve a pensar que lo que defiende proceda del
conocimiento, de la reflexión o del estudio, sino del dogma, de la tertulia y
del eslogan, por lo que me atrevo a decir que existen "políticos a la
violeta", como existen "pedagogos a la violeta" (Ken Robinson) o
"científicos a la violeta" (Eduard Punset). Encantado de haberse
conocido y de la popularidad que le han proporcionado sus infinitas
intervenciones televisivas, Pablo Iglesias parece querer decirnos que, como en
la obra de Cadalso, es él el “resplandor de aquella luz con que nacemos” y los
demás debemos seguir su estela con embeleso y sentirnos afortunados por poder ser
testigos de su mensaje. "Conseguiréis el nombre de sabios (…)
adquiriéndoos tanto más renombre cuanto lo ostentéis con más presunción".
Y presunción no le falta a Pablo (malo cuando alguien insiste en hablar de sí
mismo en tercera persona o se autoconcede
la etiqueta de "demócrata" -"no se trata de izquierda o derecha",
sino de dictadura o democracia", sostenía para promocionar su candidatura-).
El principal problema del nuevo eurodiputado es precisamente que parece
demasiado preocupado por "lucir en las tertulias", "arquear las
cejas y mirar por encima" y "aparentar y ostentar un exterior filosófico".
Esta excesiva preocupación por lo visible y la poco sustancia que se descubre a
poco que se escarba son constatables si evaluamos contradicciones tan llamativas
como la teórica defensa de las clases bajas y el desprecio real que el propio
Pablo Iglesias ha demostrado hacia personas a las que en una entrevista calificaba
como "lúmpenes" o "gentuza" por ser "de clase mucho
más baja que la nuestra". Por lo visto, se refería a unos tipos, según la
anécdota que relataba nuestro protagonista, que habían robado una mesa de
mezclas a unos raperos. En la entrevista, que circula por internet, también
valoraba el "recurso" a "romper la boca" al tal ladrón como un "criterio normal". Hay que decir que Pablo
admitió haberse equivocado y pidió disculpas (lo cual le honra), pero también
que lo hizo acudiendo a excusas tan pobres como la supuesta descontextualización
de sus palabras y recurriendo al victimismo ("cuando uno sale a la
palestra debe asumir que el campo de batalla está plagado de minas", se
lamentaba) y que sus explicaciones no solo no fueron convincentes sino que
empeoraban la deplorable imagen que había dejado al caer en los eufemismos y en
lo políticamentecorrectísimo ("sin
duda víctima de una sociedad injusta", añadía en su alegato respecto al
ladrón al que había pegado un puñetazo) para justificar un clasismo
inaceptable.
En definitiva, es tal la
sensación de estricto seguimiento del manual que me produce Pablo Iglesias
(hablaría de "Podemos" pero, como algunos ya han dicho, sería más
adecuado decir "Pablemos" o "Posemos") que me siento incapaz de confiar en su partido.
Y, dicho esto, felicito a Pablo Iglesias, a "Podemos" y a
"Pablemos" porque, creíbles o no, han obtenido unos resultados magníficos
y justo es reconocer que han sido los grandes triunfadores y que lo que yo
opino puede, por supuesto, ser atinado o completamente equivocado. Pero, puesto que es mi
opinión, aquí queda reflejada.
El mentir de las
Estrellas
es muy seguro
mentir,
porque ninguno ha de
ir
a preguntárselo a
ellas.