miércoles, 22 de noviembre de 2017

El eje del mal



Hoy, el diario El Mundo editorializa sobre los profesores. “¡Bien!”, dirán algunos. ¡”Qué importante es que se hable de los docentes en los medios!”, exclamarán otros. A mí, sin embargo, que se hable de nosotros siempre me genera suspicacias. En estas situaciones, suelo acordarme del Agente del FBI Alonzo Moxley, que perseguía a Robert De Niro y Charles Grodin en la película “Huida a medianoche”, aquel que siempre preguntaba, receloso, cuando le traían noticias: “¿Me voy a cabrear?”. Y, en efecto, se cabreaba, porque siempre eran noticias desastrosas. No me tengo por agorero, pero la verdad es que son pocas las ocasiones en las que un medio de comunicación ensalza nuestro trabajo, nuestra capacidad o nuestro compromiso (hablo reconocer la labor de profesores “normales”, no de ensalzar y aplaudir a mediáticos y estrellas del espectáculo pospedagógico). Lo habitual es que, cuando se hace referencia a los profesores “normales”, sea para colocarnos en el “eje del mal”, como han hecho Bush o Trump. En esta batalla artificial entre el Bien y el Mal, nosotros, los profesores que queremos hacer algo tan provocador como enseñar con rigor nuestra asignatura, somos los malos, siempre sospechosos de no cumplir, de mirar únicamente por nosotros, cuando pocos trabajos más volcados a los demás hay que el nuestro. En el artículo mencionado, titulado “El docente, eje del debate educativo”, se cometen algunas “imprecisiones” que, como protagonista diario de ese “eje” del que hablan, me gustaría aclarar.

1ª. No hay que olvidar que los profesores son el eje en torno al cual giran los debates del pacto de Estado por la Educación que negocian los principales partidos políticos en el Congreso.

Si no fuera porque no tiene maldita la gracia, uno se carcajearía al leer algo así. La verdad es que ni los profesores que conozco, que no son pocos, ni yo, hemos sido consultados jamás de cara a ese pacto de Estado por la Educación, seguramente porque estamos dando clase y eso nos invalida como “expertos educativos”, que, como todos ustedes saben, son aquellos que no dan clase.

2ª. Es cierto que muchos profesores han de enfrentarse a incómodas situaciones en sus centros, debido, en primer lugar, a la pérdida de autoridad en las aulas, en las que resulta casi imposible imponer una mínima disciplina.

Seré generoso y aceptaré “incómodas situaciones” como eufemismo, pero sería más exacto decir que muchos profesores NO PUEDEN TRABAJAR. ¿Demasiado crudo, negativo, catastrofista? Quizás, pero si un profesor no puede impartir clase, es que no puede desarrollar su trabajo. Claro que se ha perdido autoridad y claro que falta disciplina, pero no ayuda que los medios de comunicación abanderen demasiado a menudo campañas new-age, concedan el mismo valor a la opinión informada que a la desinformada o publiciten pedagogías poco serias que menoscaban de facto la autoridad docente y que confunden disciplina con sumisión y autoridad con tiranía.

El continuo cambio legislativo, además, aumenta su insatisfacción.

No es cierto que haya habido tanto cambio legislativo. Seguimos con la filosofía de la ley del mínimo esfuerzo, del igualitarismo a la baja, con el añadido del sometimiento a las leyes de la Utilidad y la Empleabilidad Ultraliberales, que se suman al Buenismo progre-rancio. La insatisfacción de los profesores no proviene de los cambios de ley: proviene de la incomprensión y de la falta de consideración social, del hecho de que en lugar de facilitársenos el trabajo, se nos pongan trabas, del poco tacto, del poco respeto con que se nos trata.

4ª.La actitud de muchos padres, cuestionando los métodos didácticos y culpando exclusivamente a los docentes de los malos resultados de sus hijos, contribuye a crear una imagen de desprestigio profesional. (…) Tal y como algunos especialistas han apuntado, es necesario revisar la selección y la forma de acceso del profesorado. En este caso, la implantación de un MIR educativo permitiría, como ocurre en otras profesiones, formar durante años a los candidatos, previamente seleccionados mediante oposición.También están en cuestión los planes de estudios de los que aspiran a ser maestros y profesores, cuyos contenidos tendrían que actualizarse y ampliarse, para reforzar la formación del profesorado. Una formación, que no debería abandonarse a lo largo de la carrera profesional de los docentes.

Es cierto que algunas familias ponen en duda los métodos didácticos que empleamos los profesores (discusión absurda, pues la diversidad metodológica es tan amplia, no solo entre los profesores sino dentro de un mismo profesor, que recurre a estrategias muy distintas según los contenidos que va a impartir o las circunstancias y características de sus alumnos, que difícilmente las familias podrían conocer el método de cada uno de nosotros), y no menos absurda por el hecho, controvertido en esta sociedad gaseosa, de que quien entiende de este asunto es el profesional de la enseñanza y no el aficionado, el beneficiario, el interesado o el "enterado". También lo es (cierto) que el alumno es el principal responsable del éxito y del fracaso académico, y que ni se puede culpar de sus malos resultados al profesor, ni restarle mérito por los buenos. Pero flaco favor nos hace el que reconoce esto y, al mismo tiempo, vuelve a cargar contra el profesor y su supuesta falta de formación, mezclado además formación y sistema de acceso, que no son lo mismo. Sobre el sistema de acceso, podríamos hablar mucho, pero no es el momento. Sobre la formación, intuyendo por dónde irán los tiros, precisamente el énfasis en lo procedimental  ha sido uno de los errores más graves que se han cometido, luego, si es parte del problema, no puede ser la solución. Sencillamente, el profesor no necesita más didáctica porque la didáctica se encuentra en la propia práctica docente y no es otra cosa que la manera en que este enseña. Y que esta didáctica sea más o menos eficaz depende directamente del dominio de la materia de la que el profesor es especialista, de su experiencia en el aula, de su personalidad, de su compromiso, de las condiciones laborales de que disponga y del interés y capacidad de sus estudiantes. En cuanto la formación, estamos de acuerdo en que un docente siempre ha de estar aprendiendo. Sería bueno que las administraciones educativas nos permitieran hacerlo, en lugar de ofertarnos, por lo general, cursos pseudocientíficos y estrafalarios. A ellas habrá pues que reclamar, y no a nosotros.

5ª. Coincide también la comunidad educativa en que ha de incentivarse a los profesores y a los centros que mejores resultados obtengan (…) Los docentes que mejor lo hacen deben cobrar más que los que no están interesados en progresar.

¿Y exactamente qué miembros de la “comunidad educativa” consideran que hay que pagar a unos profesores que a otros? ¿Padres, madres, conserjes, administrativos, alumnos…? ¿En base a qué criterios, si puede saberse? ¿Qué “objetivos” nos van a marcar a los profesores? ¿Porcentaje de aprobados? Recuerdo que esto si hizo ya en Andalucía, que no parece haber mejorado mucho. La idea se bautizó como “orden de soborno”. ¿Cuál ha de ser mi objetivo como profesor? ¿Debo conseguir muchos aprobados, muchos notables, pocos suspensos…? ¿O debo conseguir que mis alumnos aprendan? ¿Hay que vincular “buen trabajo” y “buenos resultados”? ¿Cómo? ¿Y quién decidirá que trabajo bien? ¿Algún experto-inexperto? ¿La APYMA del centro? ¿2ºC? ¿Luis Garicano?

Por favor, hablen menos de nosotros y ayúdennos más. O por lo menos, no nos perjudiquen. Y si no son capaces de opinar con seriedad y conocimiento de causa sobre un asunto tan esencial como la educación, pregúntennos a los profesionales, a los expertos de verdad, a los que cada día, de lunes a viernes, nos batimos el cobre intentando enseñar a nuestros alumnos adolescentes, cuyo desinterés y falta de hábitos generalizados dificultan ya bastante nuestra labor como para tener que contrarrestar también un ambiente social en el que el mérito no es valorado y se tiende en todo momento al facilismo. Por mucho que hablemos de sociedad del conocimiento, lo que de verdad se echa en falta es una cultura del conocimiento. No hay respeto al que sabe ni al saber. Y no se dan (ni se quieren propiciar, por lo visto) las condiciones adecuadas para que la transmisión de conocimiento (en su más amplia extensión, englobando los contenidos, procedimientos, hábitos y valores contenidos en el propio conocimiento) que ha de garantizar la escuela, se produzca con unas mínimas garantías. Prestígiennos. No pedimos premios ni ovaciones. Solo queremos que cuenten con naturalidad y una poca consideración lo que hacemos y la importancia de lo que hacemos.

martes, 21 de noviembre de 2017

"La sociedad gaseada". Javier Orrico reseña "Contra la nueva educación" y "La sociedad gaseosa"


Es un honor que Javier Orrico, uno de los grandes adalides de la lucha por una verdadera instrucción pública, haya reseñado mis dos ensayos.

Desde aquí, mi agradecimiento a Javier por haber leído y comentado estos libros en los que tantas energías he volcado. Que personas como él respalden lo que uno defiende es, sin duda, motivo más que suficiente para continuar en la lucha.  Dice Javier Orrico:

Alberto Royo, profesor de instituto –antiguo y nobilísimo oficio, hoy en extinción- de Música y reconocido concertista de guitarra, publicó en 2016 su libro “Contra la nueva educación” , que tuvo una excelente acogida y dio lugar a un segundo, “La sociedad gaseosa” , en el que sitúa el desastre educativo de los últimos treinta años en el contexto de liquidación de “todo lo que era sólido” (Antonio Muñoz Molina) que nos había traído la posmodernidad.

¿Qué era esa nueva educación a la que se enfrentaba Royo, harto del despliegue de santurronería e ignorancia por el que se deslizaban sin remedio los medios de comunicación, las administraciones y los políticos ansiosos de hacerse fotos (excusen la redundancia) con los nuevos gurús pedagócratas?

Esencialmente, una promesa de felicidad. Y ante eso, Royo, y con él, todos los que alguna vez creyeron en el poder de la instrucción y la cultura, y en el esfuerzo virtuoso para alcanzarlos (es decir, todos los que acaso dudaban del contenido problemático de la felicidad, pero sí sabían del contento profundo de un hombre que se ha hecho mejor a sí mismo gracias al estudio), se convirtieron, nos convertimos, en cadáveres, muertos en vida, eso que ahora, no por casualidad, la era del vacío ha puesto tan de moda: los zombies.

La razón de Alberto, la defensa de la satisfacción pospuesta que da lograr, gracias al sacrificio y al trabajo, el dominio de una disciplina, no podrá competir jamás con los nuevos maestros de primaria salidos de las facultades de Felicidad Inmediata -cuyas ideas ya han conquistado también los institutos de enseñanzas medias, y hasta la universidad-, como César Bona, el autor de “La nueva educación”, que es el actual texto sagrado de la eternamente renacida, y ya más que antigua, renovación pedagógica. Más incluso: he escrito “la razón” de Alberto, y ese es otro camino cegado, pues ya no es la razón la que ha de imperar en las aulas, sino la emoción.

En efecto, el fin de la enseñanza (que por eso ya no se llama así, sino educación) no es hoy la instrucción y la aplicación de la razón al conocimiento de las humanidades y las ciencias. Ya no se trata, pues, de transmitir nuestra cultura, miles de años de conocimientos acumulados en la lucha por entender el mundo y entendernos en él, sino de educar las emociones para que conduzcan al niño y al joven a un estado de beatitud que le permita discurrir por la vida sabiendo hacer cosas, pero sin preguntarse por ellas, competente y feliz.

Así estarán dispuestos para vivir en un mundo sin contradicciones, sin adversidad, sin dolor, sin crueldad, sin cuentos donde haya malos que se comen a los niños (los únicos malvados serán los aficionados a los Toros), ni relatos donde los hombres deban tomar decisiones morales. Un mundo donde nadie se hará preguntas ni se dedicará a actividades inútiles como la poesía, la música o la física teórica. Un mundo donde todo será aplicable, práctico, productivo, útil. Un mundo donde todos tendrán enormes talentos naturales que no habrán tenido que cultivar. El regreso de Adán al nuevo Paraíso bajo la plena protección de la APP de Dios.

Por supuesto, nadie les habrá contrariado nunca; nadie los habrá fortalecido ni entrenado ni preparado para enfrentarse al dolor o la crueldad de la vida. Ya no habrá profesores. Ya no puede haber, ya no hay: sólo acompañantes emocionales, mediadores hacia un conocimiento que el alumno construye solo, protagonista único de su propio aprendizaje. Así hablan en la nueva educación. Hay colegios de infantil donde a los niños los llevan con sus pijamas, batas y zapatillas para que no noten el cambio de su casa a la escuela.

Nadie tampoco les dirá ya nunca que si no practican la guitarra durante horas, la guitarra no suena. Se trata de que no aspiren nunca más a morder la manzana. A conocer. De que permanezcan para siempre en el estado de naturaleza del que nunca debieron apartarse. De que jamás vuelvan a soñar con la emancipación.

Y para ello, los nuevos ángeles a los que Alberto se enfrenta en estos libros en singular combate, los predicadores de la nueva educación emocional y en valores, los youtuber y los influencer y los bilingual y los psicopedas adaptadores y los comisarios lingüísticos y los políticamente correctos y los policías al servicio de la nueva diversidad y los ludotontos y los ticnólogos y los didactas y los inspectores estandaristas y los políticos ineptos, en fin, todos los charlatanes del nuevo Paradiso, regido finalmente por una ingente Burocracia Iluminada, les alimentarán cada día a través de las pantallas con sus constantes innovaciones, destinadas a mantenerlos en el aletargamiento feliz. Sin responsabilidad. Sin culpa.

Eso es lo que Royo ha nombrado como la sociedad gaseosa. En la línea de Bauman y su “modernidad líquida”, y del ya citado Muñoz Molina, nos pone con sus dos libros delante de un dilema, que, sin embargo, me parece sólo aparente: ¿Es la “nueva educación” el lógico correlato de la sociedad que hemos creado o es la “nueva educación” la que la está creando? No me cabe duda de que el crecimiento de los populismos en España, el nacionalismo el primero, se han originado sobre el vacío de una enseñanza que ya no enseña. ¿Cómo podría nadie, conociendo su historia, sumarse a la repetición de los horrores del siglo XX?

Es ahí, sobre el gas letal de la falta de toda referencia verdadera, donde han crecido los profetas que vienen a ofrecer las religiones sustitutas. Las que han dejado sin defensas a buena parte de nuestra juventud y, sobre todo, han extirpado la jerarquía de la verdad sobre la mentira, del saber sobre la ignorancia, de los hechos sobre las emociones, abriendo las puertas en plenitud a la manipulación y a esta nueva sociedad gaseosa y gaseada (y ga-sedada), donde los gaseadores, los charlatanes de la felicidad, como siempre, verán crecer sus rentas mientras trabajan para que las masas nunca dejen de serlo.

domingo, 12 de noviembre de 2017

Entrevista. "El conocimiento es el que nos hace más libres y nos permite ser creativos, críticos e independientes".





Sonia García Gómez, secretaria de comunicación estatal del sindicato ANPE, me pidió este verano una entrevista, a propósito de Contra la nueva educación y La Sociedad Gaseosa. Hablamos de muchas más cosas, claro. Acaba de publicarse y aquí está, por si interesa.

martes, 7 de noviembre de 2017

"La sociedad gaseosa", en el blog de Gema Lendoiro


La editora y periodista Gema Lendoiro ha tenido la gentileza de dedicar en su blog unas palabras a La sociedad gaseosa:

Llevaba tiempo barruntando el asunto y dos cuestiones se me han juntado, por un lado me he leído el magnífico libro La sociedad Gaseosa de Alberto Royo (ED. Plataforma Actual), que tiene mucho de enlazable hacia lo que estoy tratando de expresar: El triunfo de la inmediatez es lo que ha generado jóvenes que cazan sin hambre, sociedades que, al mínimo contratiempo, se derrumban y encuentran en el pesimismo y la queja y en el echar la culpa siempre a los demás, la mejor y única forma de expresión. Es el caldo de cultivo perfecto para el triunfo de los populismos (de izquierda y derecha) que siempre están dispuestos a ofrecer el maná gratis cuando nada existe en esta vida gratis (lo que tú no pagas, alguien lo hace por ti). Es lo que se les enseña desde niños, en hogares y aulas. Creemos niños felices, que aprendan jugando, que no se agobien, que no sepan qué es el esfuerzo, que eso ya lo vivirán de mayores. ¿Cómo si no lo han aprendido?

El texto completo, aquí.