martes, 20 de junio de 2017

«Muchas de las nuevas teorías pedagógicas tienen efecto placebo; son pura homeopatía pedagógica». En ABC


Uno de los mejores ratos del día de la presentación en Madrid de La sociedad gaseosa fue el que pasé charlando con Carlota Fominaya, periodista de ABC. Aquella conversación ha dado lugar al reportaje que hoy se publica en la versión digital del periódico y que saldrá más adelante en papel. Nos dio tiempo para hablar de casi todo: de homeopatía pedagógica, del desprecio al conocimiento, de la poseducación, de las cualidades del buen profesor, del estado actual de la enseñanza... Dejo a continuación un extracto de la entrevista:

"El papel del profesor es crucial, un profesor que sepa cuanto más mejor (recordemos la máxima de la escolástica medieval: «Primum discere, deinde docere») y que quiera enseñar lo que sabe y transmitirlo con el entusiasmo que desea despertar en sus alumnos, para intentar estimular en ellos el afán por saber cada vez más. Lo que sucede es que aquí hay muchos intereses (también económicos) a la hora de comerciar con productos «milagrosos» que casi siempre recurren a la estrategia de lo fácil y lo cómodo y la técnica de marketing idónea es despreciar lo tradicional sin ningún criterio, envolviéndolo en un halo fantasmagórico para crear la necesidad de adoptar aquello que interesa vender y que, en el fondo, muestra muy poco respeto intelectual por los alumnos.Estamos en la era de la posverdad, pero también de la poseducación, de la educación entendida como espectáculo. Hay que decir alto y claro que no es posible aprender sin pagar un precio, pero este precio es mucho menor que el de quienes comercian con la educación: me refiero al interés, a la disposición y a la voluntad. Nada de esto es incompatible con poder disfrutar del aprendizaje. Ni excluye, todo lo contrario, que el profesor dispense a sus alumnos un trato cercano y afectuoso, precisamente porque el profesor que considera que sus alumnos merecen ser personas cultas y formadas es el que más aprecio demuestra hacia ellos."

La entrevista completa puede leerse aquí

viernes, 16 de junio de 2017

De lo sólido a lo gaseoso. Reseña de La sociedad gaseosa en el blog "Materiales para pensar"


Luis Roca Jusmet, escritor y profesor de Filosofía, colaborador en las revistas El viejo topo y Rebelión, publica en su blog una reseña de La sociedad gaseosa.

De lo sólido a lo gaseoso

Lo contrario de lo sólido tanto puede ser lo líquido como lo gaseoso. Marx ya avisó de que el capitalismo disolvería todo lo sólido y el sociólogo Zygmung Baumann acuñó, a finales del siglo XX, el término "modernidad líquida", que no es otra cosa que lo que algunos han llamado postmodernidad o hipermodernidad. Alberto Royo (Zaragoza, 1973), músico y profesor de secundaria, retoma la cuestión con un término, que, bien pensado, puede ser todavía más gráfico que el de sociedad líquida: la sociedad gaseosa. Porque lo gaseoso puede indicar todavía mejor la inconsistencia de lo volátil.

Vamos a ser claros. Aparte del término, Alberto Royo no plantea ninguna teoría nueva. Pero lo que sí hace, con un estilo claro y personal, es recoger de manera original el testigo. Lo pone de manifiesto desde una lúcida visión personal, en la que nos muestra a través de anécdotas y reflexiones la naturaleza de este mundo efímero, superficial y banal. El libro no profundiza en ningún tema concreto: no es lo que pretende. El objetivo del libro es presentar con inteligencia, ingenio y algo de humor, algunos de los elementos que constituyen puntos significativos del imaginario colectivo de esta sociedad gaseosa.. Los ejemplos son elocuentes y actuales. En este sentido quiero señalar la referencia a la extraordinaria película de Woody Allen, que me parece, al igual que al autor una reflexión muy profunda sobre la condición moral del hombre.

¿Qué reivindica Alberto Royo bajo el término sólido? Pues nada más y nada menos que lo más consistente de la condición humana, lo que le dignifica: la responsabilidad, el compromiso, el conocimiento. Y por supuesto la libertad, pero no entendida solo como una simple capacidad de elección sino como un trabajo interno, algo que vamos conquistando frente a los otros pero también sobre nosotros mismos. Alberto Royo también nos invita a recuperar tradición, no como repetición de lo viejo sino como el punto de partida del camino a andar; desmintiendo la ilusiones adánica de un comienzo desde cero y el mito que hace de lo nuevo un valor incondicional. Esto tiene, como bien señala el autor, mucho que ver con la educación. Lo dijo muy claramente Hannah Arendt : la educación es la transmisión de una herencia y sin ella no hay nada que compartir. Sin esta diferencia las generaciones pueden la distancia y lo único que reina es la confusión. El filósofo italiano Giorgio Agamben señalaba que se ha perdido la experiencia. Este vivir efímero, instantáneo, hace que no seamos capaces de sedimentar lo que vivimos, de que no seamos capaces de aprender de ello. En este sentido podemos decir que no hay experiencia y sin experiencia no hay adultos.

Quisiera acabar con un punto en el que insiste especialmente el autor, y que sirve un poco de hilo conductor: la enseñanza secundaria. Es su experiencia profesional y también es la mía. Debo decir que, en general, comparto el análisis de Alberto Royo, sobre todo en su denuncia de que al demonizar la LOMCE ignoramos el origen del problema, la LOGSE y las reformas entra una y otra. Comparto su crítica a la ideología pseudopedagógica de la educación emocional y todos los mitos asociados. Igualmente me parece admirable su confesión de que él es un profesor de música en educación secundaria pero su auténtica vocación son los conciertos de guitarra. Dice, correctamente, que al profesor no se le debe exigir vocación sino que haga bien su trabajo. Mi puntualización tiene que ver con el deseo, pero no en el sentido hedonista que acompaña al consumismo contemporáneo, sino en un sentido mucho más profundo, que es el de Spinoza. El esfuerzo es fundamental, queda claro, pero es el deseo el que lo mueve y no puede haber enseñanza sin deseo de enseñar, por parte del profesor, y de aprender, por parte del estudiante. Pero seguro que Alberto Royo estará de acuerdo con esta afirmación, justamente porque lo que señala es que el profesor ha de querer primero lo que enseña. Su pasión es la música y la mía la filosofía y esto es lo que podemos enseñar con entusiasmo a nuestros alumnos. El problema es que esta sociedad gaseosa no solo desprecia el esfuerzo sino que no posibilita este deseo de aprender y aquí, como dice, hay muchas responsabilidades y de diferentes grados. Pero si no hay este deseo en el profesor nada se puede transmitir.

El libro es ligero, pero en el mejor sentido del término. Porque no hay que confundir lo sólido con lo pesado. Lo sólido no es fácil, porque como dijo Spinoza, el camino que conduce a la auténtica felicidad es tan arduo como difícil. Alberto Royo nos invita a este camino, que es el que nos puede proporcionar auténtica alegría, que nada tiene que ver con la diversión. La lástima es que para seguir esta vía tengamos que ir contracorriente en una sociedad cuya única norma parece ser el “pásatelo bien”. Os invito a todos a la lectura de este libro que seguro que no os decepciona.

miércoles, 14 de junio de 2017

"Confíen en los profesores". Columna en ABC


Carlota Fominaya me pidió una breve columna para ABC, en relación con la importancia de las notas. Se publica hoy y puede leerse aquí. A continuación, el texto:
«Confíen en los profesores», opinión del profesor y musicólogo Alberto Royo.
Nadal gana su décimo Roland Garros y nadie le acusa de segregador o poco inclusivo. Se le reconoce pundonor y capacidad de sacrificio, pero se le considera uno de los mejores deportistas de la historia porque, además de esforzarse, gana. Elogiar sus logros no supone despreciar a tenistas sin su palmarés. En la enseñanza, sin embargo, nadie puede destacar, y reclamar esfuerzo revela, en opinión de algunos, que el ámbito académico es un medio «hostil» para nuestros alumnos, cuando es todo lo contrario: el lugar en el que podrán encontrar el conocimiento y educarse. El «bienestar» de los estudiantes parece ser la prioridad absoluta y, obviamente, hacer exámenes no es lo más «placentero». Quieren vender que calificar es propio de sádicos despreocupados de los alumnos menos capaces. Desde el Ministerio de Educación se busca la manera de llamar aprobado al «casi aprobado», en Cataluña se considera menos traumático el «no logrado» que el «suspenso», los chamanes y gurús pedagógicos insisten en que un examen solo sirve para «vomitar información» y los profesores nos vemos obligados a defender nuestra profesionalidad. La calificación que un profesor asigna a un alumno no se basa solo en una prueba, sino que tiene en cuenta muchos otros factores. Y tiene un único propósito: valorar su grado de aprendizaje. Sospechar que nuestra intención es otra que premiar a quien lo merece, advertir sobre su falta de empeño a quien demuestra no haberse esmerado todo lo que podía, y detectar las dificultades de quien necesita un apoyo que al más dotado no le hará falta es, sencillamente, desconfiar del profesor y de la enseñanza.

lunes, 12 de junio de 2017

La sociedad gaseosa pasó por Zaragoza


Pues ya pasó por Zaragoza La sociedad gaseosa. Pese al calor, pasamos un buen rato de charla, también antes y después de la presentación, y tuve la oportunidad no solo de ver a familiares y amigos sino también de conocer a personas con las que uno ha tratado a distancia a través de esa gran herramienta, si sabe utilizarse, que es internet. Pude constatar que son tan buenas conversadores como parecían ser. Porque esta es la prueba del algodón: el cara a cara. Y la mejor manera de aprovechar la red, entenderla, entre otras cosas, como propiciadora de encuentros reales. A continuación, tres momentos de la presentación.

Escuchando atento a Luis Antonio González, que introdujo el acto.

Explicando el por qué de La sociedad gaseosa.

Firmando algunos ejemplares.

lunes, 5 de junio de 2017

La sociedad gaseosa, el viernes en Zaragoza


Este viernes presentaremos La sociedad gasesosa en la Librería Cálamo de Zaragoza, que acogió también la presentación de Contra la nueva educación. Y me acompañará, igual que entonces, Luis Antonio González. Un privilegio.

Les espero entonces en Cálamo, una librería diferente, con una encantadora decoración  y con... ¡vinoteca! Nos vemos el viernes en Zaragoza.


viernes, 2 de junio de 2017

Poseducación. Escuela y realidad


La educación está de moda. Algunos se alegran. "¡Por fin se habla de educación en la tele!". No estoy seguro de que esto sea bueno. Uno puede hablar hasta por los codos, pero esto no le garantiza ser un buen conversador. Me preocupa especialmente que supuestos expertos "asesoren" desde la lejanía a la realidad educativa y desde la idea de educación-espectáculo o educación-placebo, como si el objetivo no fuera tanto producir una mejoría como ganar audiencia o promover el cura sana, culito de rana. La enseñanza ha de defenderse sin brindis al sol ni paños calientes, desde el sano ejercicio de la crítica racional de quien aprecia algo y precisamente por ello siente la responsabilidad de analizarlo con rigor y llamar a las cosas por su nombre. Si no, corremos el riesgo de dar palos de ciego y quedarnos en la soflama, en la estética, en el postureo y en las buenas intenciones de las que está empedrado el infierno.

Estoy convencido de la trascendencia social de la educación. Sueño con mejorar nuestra sociedad mejorando nuestro sistema educativo, no regalando (y, por lo tanto, devaluando) el conocimiento sino, como dijo Gramsci, ambicionando la «elevación cultural del pueblo», esto es, exigiendo el inevitable esfuerzo que requiere todo aprendizaje y confiando en que una sociedad de personas formadas será una sociedad más sana.

Quienes nos dedicamos a la enseñanza sabemos bien que la exigencia es esencial. Todos, profesores y no profesores, deberíamos saberlo. Pero no se trata de una exigencia caprichosa sino procedente de la experiencia y del convencimiento de que solo con una actitud adecuada, con interés y perseverancia, uno puede progresar en el aprendizaje. Es momento de decir las cosas claras, de olvidarnos de eufemismos y frases políticamente correctas y de oponernos a quienes pretenden comerciar con el futuro de nuestros alumnos y nuestros hijos, vendiendo pócimas mágicas y soluciones milagrosas. Y de replicar a quienes se arrogan la exclusiva de conceptos que son inherentes al conocimiento, como belleza o emoción (la emoción está en el conocimiento y es a través de este como aprendemos a apreciar la belleza). Se puede encontrar deleite en el aprendizaje, pero no todo aprendizaje puede ser divertido ni del gusto de los estudiantes. Precisamente lo que un buen profesor ha de hacer es abrir los ojos de sus alumnos a un mundo desconocido. 

La mayoría de los alumnos, como la mayoría de los adultos, son (somos) gente común. A las personas más brillantes, algo que tiene un indudable componente genético, les bastará con un poco de esfuerzo para avanzar, menos que a la gente corriente. A las menos brillantes, les hará falta más. ¿Es injusto? Seguramente. Pero también es real. Y es cobarde no querer admitirlo. Douglas K. Detterman, profesor norteamericano de Psicología especializado en inteligencia y retraso mental, afirmó en un seminario celebrado en la Universidad Complutense de Madrid titulado Advances on intelligence research: What should we expect from the XXi century que "el 90% del rendimiento escolar se debe a las características de los estudiantes". Pero, como el propio Detterman señalaba, resulta mucho más atractivo dejarse seducir por Goleman, Gardner y compañía y hablar de las múltiples inteligencias que reconocer que no todos tenemos la misma capacidad. ¿Qué hacer entonces? ¿Abandonar a su suerte a los alumnos menos capacitados? Jamás. Pero sí deberíamos replantearnos algunas cuestiones. La primera, que puesto que todos los alumnos no tienen la misma capacidad, lo último que hay que hacer es rebajar el nivel de exigencia general (que, por otra parte, es, lo que se viene haciendo) porque esto solo incrementará el porcentaje de alumnos mediocres, y ni rescatará a los menos cualificados ni será justo con los más competentes La segunda, que una vez aceptada la realidad, si bien no podemos exigir a un alumno más potencial del que tiene, sí debemos exigirle que se esfuerce, pues lo necesita en mayor medida que el alumno más dotado intelectualmente. En tercer lugar, recordemos que la escuela tiene la obligación moral de amparar la igualdad de oportunidades, de manera que, si un alumno tiene dificultades, es inexcusable prestarle toda la ayuda que requiera para que desarrolle al máximo sus capacidades, que (obviamente) nunca podrán ser las del alumno más capaz; para prestarle esa ayuda, hay que haberle exigido, pues es la única manera de detectar los problemas y buscar soluciones. Cuarta, la escuela pública no puede limitarse a preparar a los alumnos para que encuentren un trabajo bien remunerado (o para que puedan ganarse la vida); tiene que aspirar también, como dijo John Stuart Mill y cita Charles Murray en su libro Real Education (Crown Forum. 2008), "a formar  seres humanos capaces y cultivados". Sin la colaboración de las familias a la hora de inculcar a los hijos, desde pequeños, el gusto por aprender y los hábitos imprescindibles, el reto se complica mucho más de lo que ya es.

Si realmente apostamos por la igualdad social, si no estamos dispuestos a aceptar que el alumno pobre o el alumno con dificultades tenga menos opciones de prosperar o de cultivarse que el alumno rico o el más dotado, bajemos a la tierra y tomemos decisiones en función de su conveniencia y no de su apariencia. Estamos en la época de la posverdad. Parece que también es tiempo de poseducación. Pensemos si es esto lo que queremos.