viernes, 2 de junio de 2017

Poseducación. Escuela y realidad


La educación está de moda. Algunos se alegran. "¡Por fin se habla de educación en la tele!". No estoy seguro de que esto sea bueno. Uno puede hablar hasta por los codos, pero esto no le garantiza ser un buen conversador. Me preocupa especialmente que supuestos expertos "asesoren" desde la lejanía a la realidad educativa y desde la idea de educación-espectáculo o educación-placebo, como si el objetivo no fuera tanto producir una mejoría como ganar audiencia o promover el cura sana, culito de rana. La enseñanza ha de defenderse sin brindis al sol ni paños calientes, desde el sano ejercicio de la crítica racional de quien aprecia algo y precisamente por ello siente la responsabilidad de analizarlo con rigor y llamar a las cosas por su nombre. Si no, corremos el riesgo de dar palos de ciego y quedarnos en la soflama, en la estética, en el postureo y en las buenas intenciones de las que está empedrado el infierno.

Estoy convencido de la trascendencia social de la educación. Sueño con mejorar nuestra sociedad mejorando nuestro sistema educativo, no regalando (y, por lo tanto, devaluando) el conocimiento sino, como dijo Gramsci, ambicionando la «elevación cultural del pueblo», esto es, exigiendo el inevitable esfuerzo que requiere todo aprendizaje y confiando en que una sociedad de personas formadas será una sociedad más sana.

Quienes nos dedicamos a la enseñanza sabemos bien que la exigencia es esencial. Todos, profesores y no profesores, deberíamos saberlo. Pero no se trata de una exigencia caprichosa sino procedente de la experiencia y del convencimiento de que solo con una actitud adecuada, con interés y perseverancia, uno puede progresar en el aprendizaje. Es momento de decir las cosas claras, de olvidarnos de eufemismos y frases políticamente correctas y de oponernos a quienes pretenden comerciar con el futuro de nuestros alumnos y nuestros hijos, vendiendo pócimas mágicas y soluciones milagrosas. Y de replicar a quienes se arrogan la exclusiva de conceptos que son inherentes al conocimiento, como belleza o emoción (la emoción está en el conocimiento y es a través de este como aprendemos a apreciar la belleza). Se puede encontrar deleite en el aprendizaje, pero no todo aprendizaje puede ser divertido ni del gusto de los estudiantes. Precisamente lo que un buen profesor ha de hacer es abrir los ojos de sus alumnos a un mundo desconocido. 

La mayoría de los alumnos, como la mayoría de los adultos, son (somos) gente común. A las personas más brillantes, algo que tiene un indudable componente genético, les bastará con un poco de esfuerzo para avanzar, menos que a la gente corriente. A las menos brillantes, les hará falta más. ¿Es injusto? Seguramente. Pero también es real. Y es cobarde no querer admitirlo. Douglas K. Detterman, profesor norteamericano de Psicología especializado en inteligencia y retraso mental, afirmó en un seminario celebrado en la Universidad Complutense de Madrid titulado Advances on intelligence research: What should we expect from the XXi century que "el 90% del rendimiento escolar se debe a las características de los estudiantes". Pero, como el propio Detterman señalaba, resulta mucho más atractivo dejarse seducir por Goleman, Gardner y compañía y hablar de las múltiples inteligencias que reconocer que no todos tenemos la misma capacidad. ¿Qué hacer entonces? ¿Abandonar a su suerte a los alumnos menos capacitados? Jamás. Pero sí deberíamos replantearnos algunas cuestiones. La primera, que puesto que todos los alumnos no tienen la misma capacidad, lo último que hay que hacer es rebajar el nivel de exigencia general (que, por otra parte, es, lo que se viene haciendo) porque esto solo incrementará el porcentaje de alumnos mediocres, y ni rescatará a los menos cualificados ni será justo con los más competentes La segunda, que una vez aceptada la realidad, si bien no podemos exigir a un alumno más potencial del que tiene, sí debemos exigirle que se esfuerce, pues lo necesita en mayor medida que el alumno más dotado intelectualmente. En tercer lugar, recordemos que la escuela tiene la obligación moral de amparar la igualdad de oportunidades, de manera que, si un alumno tiene dificultades, es inexcusable prestarle toda la ayuda que requiera para que desarrolle al máximo sus capacidades, que (obviamente) nunca podrán ser las del alumno más capaz; para prestarle esa ayuda, hay que haberle exigido, pues es la única manera de detectar los problemas y buscar soluciones. Cuarta, la escuela pública no puede limitarse a preparar a los alumnos para que encuentren un trabajo bien remunerado (o para que puedan ganarse la vida); tiene que aspirar también, como dijo John Stuart Mill y cita Charles Murray en su libro Real Education (Crown Forum. 2008), "a formar  seres humanos capaces y cultivados". Sin la colaboración de las familias a la hora de inculcar a los hijos, desde pequeños, el gusto por aprender y los hábitos imprescindibles, el reto se complica mucho más de lo que ya es.

Si realmente apostamos por la igualdad social, si no estamos dispuestos a aceptar que el alumno pobre o el alumno con dificultades tenga menos opciones de prosperar o de cultivarse que el alumno rico o el más dotado, bajemos a la tierra y tomemos decisiones en función de su conveniencia y no de su apariencia. Estamos en la época de la posverdad. Parece que también es tiempo de poseducación. Pensemos si es esto lo que queremos.

2 comentarios:

  1. ¿Cómo podemos saber qué "potencial" tiene un alumno? Por cierto, Alberto, Charles Murray es muy mal consejero en estas lides; dice cosas como éstas: "Many children cannot learn more than rudimentary reading and math"; "Too many people are going to college. Only a fraction of students struggling to get a degree can profit from education at the college level": Según él, el futuro "depends on how we educate the academically gifted", y yo me pregunto cóno sabemos cuáles son los "dotados académicamente". En Inglaterra se dio en identificar una buena masa de alumnos a los que se distinguió llamándolos alumnos "no académicos", y se obró en consecuencia: no se les enseñó más que una apariencia de conocimientos, basura para entretenerlos. Eso sí, se las apañaron para darles el mismo título que a los "dotados académicamente".

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    1. Sin embargo, lo que cito aquí es de lo más sensato, me parece a mí.

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