La educación
está de moda. Algunos se alegran. "¡Por fin se habla de educación en la
tele!". No estoy seguro de que esto sea bueno. Uno puede hablar hasta por
los codos, pero esto no le garantiza ser un buen conversador. Me preocupa
especialmente que supuestos expertos "asesoren" desde la lejanía a la
realidad educativa y desde la idea de educación-espectáculo o educación-placebo, como si el objetivo no fuera tanto producir una mejoría como ganar audiencia o promover el cura sana, culito de rana. La enseñanza ha de defenderse sin brindis al sol ni paños calientes, desde el
sano ejercicio de la crítica racional de quien aprecia algo y precisamente por ello
siente la responsabilidad de analizarlo con rigor y llamar a las cosas por su nombre. Si no, corremos
el riesgo de dar palos de ciego y quedarnos en la soflama, en la estética, en
el postureo y en las buenas intenciones de las que está empedrado el infierno.
Estoy
convencido de la trascendencia social de la educación. Sueño con mejorar
nuestra sociedad mejorando nuestro sistema educativo, no regalando (y, por lo
tanto, devaluando) el conocimiento sino, como dijo Gramsci, ambicionando la
«elevación cultural del pueblo», esto es, exigiendo el inevitable esfuerzo que
requiere todo aprendizaje y confiando en que una sociedad de personas formadas
será una sociedad más sana.
Quienes nos
dedicamos a la enseñanza sabemos bien que la exigencia es esencial. Todos,
profesores y no profesores, deberíamos saberlo. Pero no se trata de una
exigencia caprichosa sino procedente de la experiencia y del convencimiento de
que solo con una actitud adecuada, con interés y perseverancia, uno puede
progresar en el aprendizaje. Es momento de decir las cosas claras, de
olvidarnos de eufemismos y frases políticamente correctas y de oponernos a
quienes pretenden comerciar con el futuro de nuestros alumnos y nuestros hijos,
vendiendo pócimas mágicas y soluciones milagrosas. Y de replicar a quienes se
arrogan la exclusiva de conceptos que son inherentes al conocimiento, como
belleza o emoción (la emoción está en el conocimiento y es a través de este como
aprendemos a apreciar la belleza). Se puede encontrar deleite en el aprendizaje, pero no todo aprendizaje puede ser divertido ni del gusto de los estudiantes. Precisamente
lo que un buen profesor ha de hacer es abrir los ojos de sus alumnos a un mundo
desconocido.
La mayoría de los alumnos,
como la mayoría de los adultos, son (somos) gente común. A las personas más
brillantes, algo que tiene un indudable componente genético, les bastará con un
poco de esfuerzo para avanzar, menos que a la gente corriente. A las menos brillantes, les hará falta más. ¿Es injusto? Seguramente.
Pero también es real. Y es cobarde no querer admitirlo. Douglas K. Detterman, profesor
norteamericano de Psicología especializado en inteligencia y retraso mental,
afirmó en un seminario celebrado en la Universidad Complutense de Madrid
titulado Advances on intelligence research: What should we
expect from the XXi century que "el 90% del rendimiento
escolar se debe a las características de los estudiantes". Pero, como el
propio Detterman señalaba, resulta mucho más atractivo dejarse seducir por
Goleman, Gardner y compañía y hablar de las múltiples inteligencias que reconocer que no todos tenemos la misma capacidad. ¿Qué hacer entonces?
¿Abandonar a su suerte a los alumnos menos capacitados? Jamás. Pero sí deberíamos replantearnos algunas cuestiones. La primera, que puesto que todos los alumnos
no tienen la misma capacidad, lo último que hay que hacer es rebajar el nivel
de exigencia general (que, por otra parte, es, lo que se viene haciendo) porque
esto solo incrementará el porcentaje de alumnos mediocres, y ni rescatará a los menos cualificados ni será justo
con los más competentes La
segunda, que una vez aceptada la realidad, si bien no podemos
exigir a un alumno más potencial del que tiene, sí debemos exigirle que se
esfuerce, pues lo necesita en mayor medida que el alumno más dotado
intelectualmente. En tercer lugar, recordemos que la escuela tiene la
obligación moral de amparar la igualdad de oportunidades, de manera que, si un
alumno tiene dificultades, es inexcusable prestarle toda la ayuda que requiera
para que desarrolle al máximo sus capacidades, que (obviamente) nunca podrán
ser las del alumno más capaz; para prestarle esa ayuda, hay que haberle exigido, pues es la única manera de detectar los problemas y buscar soluciones. Cuarta, la escuela pública
no puede limitarse a preparar a los alumnos para que encuentren un trabajo bien
remunerado (o para que puedan ganarse la vida); tiene que aspirar también, como
dijo John Stuart Mill y cita Charles Murray en su libro Real Education (Crown Forum. 2008), "a formar
seres humanos capaces y cultivados". Sin la colaboración de las familias a la hora de inculcar a los hijos, desde pequeños, el gusto por aprender y los hábitos imprescindibles, el reto se complica mucho más de lo que ya es.
Si realmente
apostamos por la igualdad social, si no estamos dispuestos a aceptar que el
alumno pobre o el alumno con dificultades tenga menos opciones de prosperar o de cultivarse que
el alumno rico o el más dotado, bajemos a la tierra y tomemos decisiones en
función de su conveniencia y no de su apariencia. Estamos en la época de la
posverdad. Parece que también es tiempo de poseducación. Pensemos si es esto lo que queremos.
¿Cómo podemos saber qué "potencial" tiene un alumno? Por cierto, Alberto, Charles Murray es muy mal consejero en estas lides; dice cosas como éstas: "Many children cannot learn more than rudimentary reading and math"; "Too many people are going to college. Only a fraction of students struggling to get a degree can profit from education at the college level": Según él, el futuro "depends on how we educate the academically gifted", y yo me pregunto cóno sabemos cuáles son los "dotados académicamente". En Inglaterra se dio en identificar una buena masa de alumnos a los que se distinguió llamándolos alumnos "no académicos", y se obró en consecuencia: no se les enseñó más que una apariencia de conocimientos, basura para entretenerlos. Eso sí, se las apañaron para darles el mismo título que a los "dotados académicamente".
ResponderEliminarSin embargo, lo que cito aquí es de lo más sensato, me parece a mí.
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