Luis Roca
Jusmet, escritor y profesor de Filosofía, colaborador en las revistas El viejo topo y Rebelión, publica en su blog una reseña de La sociedad gaseosa.
De lo sólido
a lo gaseoso
Lo contrario
de lo sólido tanto puede ser lo líquido como lo gaseoso. Marx ya avisó de que
el capitalismo disolvería todo lo sólido y el sociólogo Zygmung Baumann acuñó,
a finales del siglo XX, el término "modernidad líquida", que no es
otra cosa que lo que algunos han llamado postmodernidad o hipermodernidad.
Alberto Royo (Zaragoza, 1973), músico y profesor de secundaria, retoma la
cuestión con un término, que, bien pensado, puede ser todavía más gráfico que
el de sociedad líquida: la sociedad gaseosa. Porque lo gaseoso puede indicar
todavía mejor la inconsistencia de lo volátil.
Vamos a ser
claros. Aparte del término, Alberto Royo no plantea ninguna teoría nueva. Pero
lo que sí hace, con un estilo claro y personal, es recoger de manera original
el testigo. Lo pone de manifiesto desde una lúcida visión personal, en la que
nos muestra a través de anécdotas y reflexiones la naturaleza de este mundo
efímero, superficial y banal. El libro no profundiza en ningún tema concreto:
no es lo que pretende. El objetivo del libro es presentar con inteligencia,
ingenio y algo de humor, algunos de los elementos que constituyen puntos
significativos del imaginario colectivo de esta sociedad gaseosa.. Los ejemplos
son elocuentes y actuales. En este sentido quiero señalar la referencia a la
extraordinaria película de Woody Allen, que me parece, al igual que al autor
una reflexión muy profunda sobre la condición moral del hombre.
¿Qué
reivindica Alberto Royo bajo el término sólido? Pues nada más y nada menos que
lo más consistente de la condición humana, lo que le dignifica: la
responsabilidad, el compromiso, el conocimiento. Y por supuesto la libertad,
pero no entendida solo como una simple capacidad de elección sino como un
trabajo interno, algo que vamos conquistando frente a los otros pero también
sobre nosotros mismos. Alberto Royo también nos invita a recuperar tradición,
no como repetición de lo viejo sino como el punto de partida del camino a
andar; desmintiendo la ilusiones adánica de un comienzo desde cero y el mito
que hace de lo nuevo un valor incondicional. Esto tiene, como bien señala el
autor, mucho que ver con la educación. Lo dijo muy claramente Hannah Arendt :
la educación es la transmisión de una herencia y sin ella no hay nada que
compartir. Sin esta diferencia las generaciones pueden la distancia y lo único
que reina es la confusión. El filósofo italiano Giorgio Agamben señalaba que se
ha perdido la experiencia. Este vivir efímero, instantáneo, hace que no seamos
capaces de sedimentar lo que vivimos, de que no seamos capaces de aprender de
ello. En este sentido podemos decir que no hay experiencia y sin experiencia no
hay adultos.
Quisiera
acabar con un punto en el que insiste especialmente el autor, y que sirve un
poco de hilo conductor: la enseñanza secundaria. Es su experiencia profesional
y también es la mía. Debo decir que, en general, comparto el análisis de
Alberto Royo, sobre todo en su denuncia de que al demonizar la LOMCE ignoramos
el origen del problema, la LOGSE y las reformas entra una y otra. Comparto su
crítica a la ideología pseudopedagógica de la educación emocional y todos los
mitos asociados. Igualmente me parece admirable su confesión de que él es un
profesor de música en educación secundaria pero su auténtica vocación son los
conciertos de guitarra. Dice, correctamente, que al profesor no se le debe
exigir vocación sino que haga bien su trabajo. Mi puntualización tiene que ver
con el deseo, pero no en el sentido hedonista que acompaña al
consumismo contemporáneo, sino en un sentido mucho más profundo, que es el de
Spinoza. El esfuerzo es fundamental, queda claro, pero es el deseo el que lo
mueve y no puede haber enseñanza sin deseo de enseñar, por parte del profesor,
y de aprender, por parte del estudiante. Pero seguro que Alberto Royo estará de
acuerdo con esta afirmación, justamente porque lo que señala es que el profesor
ha de querer primero lo que enseña. Su pasión es la música y la mía la
filosofía y esto es lo que podemos enseñar con entusiasmo a nuestros alumnos.
El problema es que esta sociedad gaseosa no solo desprecia el esfuerzo sino que
no posibilita este deseo de aprender y aquí, como dice, hay muchas
responsabilidades y de diferentes grados. Pero si no hay este deseo en el
profesor nada se puede transmitir.
El libro es
ligero, pero en el mejor sentido del término. Porque no hay que confundir lo
sólido con lo pesado. Lo sólido no es fácil, porque como dijo Spinoza, el
camino que conduce a la auténtica felicidad es tan arduo como difícil. Alberto
Royo nos invita a este camino, que es el que nos puede proporcionar auténtica
alegría, que nada tiene que ver con la diversión. La lástima es que para seguir
esta vía tengamos que ir contracorriente en una sociedad cuya única norma
parece ser el “pásatelo bien”. Os invito a todos a la lectura de este libro que
seguro que no os decepciona.
Buenas tardes. Me gustaría conocer tu opinión sobre esta entrada: El capítulo 5. Saludos cordiales.
ResponderEliminarTe contesto en tu blog. Un saludo.
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