Cuando oigo
hablar del “nuevo perfil del profesorado” me viene a la memoria eso que se
decía de Julio Iglesias sobre su obsesión por salir en las fotos enseñando su
perfil derecho (¿o era el izquierdo? No, tratándose de Julio seguramente el
bueno sería el derecho). A lo que iba: es verdaderamente cansina la obcecación,
que flota en el ambiente pedagógico, con
el perfil del profesor. La última aportación a la causa proviene de un señor llamado Xavier Melgarejo
(psicólogo escolar, Doctor en Pedagogía, coordinador pedagógico, ex-director y
maestro en el colegio privado Claret de Barcelona y Presidente de la Comisión
de Ordenación del Consell Escolar de Catalunya) en una entrevista en la que lanza una serie de
soflamas de esas que incitan a uno a olvidar por unos instantes su aspiración de
ser moderado y hacer suya
aquella frase de Kill Bill (“al despertar, causé lo que en los trailers de las
películas suelen llamar una oleada de muerte y destrucción”). Pero, pasados
esos momentos de furia contenida y descartada la confrontación armada, parece
procedente, al menos, permitirse un desahogo y responder mediante la palabra a
semejante cantidad de gansadas.
Cada vez tengo
más claro que cuando se habla del nuevo perfil de profesorado se está hablando,
en efecto, de una cuestión puramente estética, superficial y hasta frívola,
como en el caso de Julio Iglesias (sáqueme así que salgo más guapo). Lo que se
pretende es que el profesor sea atractivo, empático, agradable, colega (jatorra, que dirían por estas tierras del
norte), pero de ninguna manera se está buscando una mejora en la eficacia de su
labor porque, sencillamente, no importa que los alumnos aprendan, sepan o se formen
sino que se sientan cómodos, socialicen y estén, como diría Ortega Cano, “tanagustito”.
Solo desde esa perspectiva se pueden interpretar las sandeces que personas a
las que los medios de comunicación entrevistan con entusiasmo y fervor preocupantes por
considerarlas “expertas” en esto que antes se llama instrucción pública, ahora
se llama educación y veremos cómo acaba llamándose.
Dice el Sr
Melgarejo que el profesor debe ser un “modelo”, un “ciudadano “ejemplar” (cosa
que no se exige, creo, en ninguna otra profesión, no hablemos ya de la política)
y que debe exigírsele un “estado mental de gran nivel” (no habla de capacidad
intelectual o profesional, no, sino de “estado mental”, vamos, que es
conveniente no llegar al instituto conduciendo una moto invisible), ser una
persona “físicamente competente” (no sé si Melgarejo pretende establecer una
talla mínima de altura, una talla máxima de peso o una prueba de salto de
vallas en los procedimientos de acceso a la función pública docente o si
descarta como profesor a quien no sea especialmente agraciado), “presentar una
personalidad abierta” (no me pregunten qué quiere decir esto) y ser, esto no podía
faltar, “innovador”. No me negarán que esta descripción encajaría mejor en la búsqueda de un buen yerno que en la de un buen profesor. Pero hay más. En el incansable
afán por dar (como si fuera el mismísimo Santo Grial) con el “nuevo
perfil del profesorado”, en el marco de una misión que en Cataluña lidera el Sr Melgarejo y que, claro,
parte de la evidencia pedagógica de que fallan la formación didáctica del
profesorado y sus escasa vocación (y que no espere muchas vocaciones si este es
el perfil del docente del futuro), nadie parece reparar en la necesidad, no de
redefinir el papel del profesor sino simplemente de definirlo con rigor
(“docente: que enseña”) y de prestigiarlo, todo lo contrario de lo que se está
haciendo. Un ejemplo claro es la respuesta al posible endurecimiento de los
requisitos de acceso al grado de Magisterio: “Es necesario”, contesta el Doctor
en Pedagogía, “un mínimo de competencia para poder realizar el magisterio”. Un
mínimo no, señor mío, para poder enseñar hace falta saber mucho; un poco, no
basta. Y advierte: “Si subimos la nota de corte solamente, nos vamos a quedar
con menos profesores a medio plazo y tendremos una crisis para poder mantener
el sistema”. Uno pensaría que, según el Sr Melgarejo, se trata de tener muchos
profesores aunque no sean buenos profesores, pero no es exactamente así (es
peor) y el pedagogo lo aclara a continuación: “entre las medidas esenciales,
debe mejorar todo el proceso de acceso y formación inicial y continua del
profesorado”. Se pueden imaginar en qué sentido considera esta gente que debe
mejorarse la formación del profesorado teniendo en cuenta el “perfil” que
buscan y el desprecio que manifiestan hacia el conocimiento, constatable en su
concepto de excelencia: “Un sistema es excelente cuando consigue que el máximo número de individuos que se forman en él
tengan el máximo nivel de competencia en todas las dimensiones de la persona,
lo que incluye las áreas competenciales de lectura, matemática y ciencias, pero
debe incluir necesariamente también otras, entre las que destacaría: la
competencia social, ciudadana, artística, moral y espiritual.
Solo me queda
decir: hey.