Estamos tan
ocupados desmontando teorías vacías y propuestas estrafalarias que a veces
olvidamos que no basta con desenmascarar al charlatán y rebatir al pedagócrata.
Es necesario, por más claro que lo tengamos nosotros, defender cómo entendemos
que deberían hacerse las cosas e insistir en ello tantas veces como haga falta.
El ruido mediático de los embaucadores pedagógicos es demasiado grande como para
no tratar de contrarrestarlo, saliendo al paso de supercherías y tontas
innovaciones pero también aportando alternativas reales a un sistema educativo
que hace aguas y de cuyo hundimiento ya se están aprovechando iluminados y avispados empresarios para sacar tajada. De no hacerlo, se nos puede
acusar de criticar por criticar. Y, puesto que los males ya están más que diagnosticados,
lo que procede es plantear y defender ese modelo educativo que ofrecería garantías
reales de cumplimiento de la vieja y noble aspiración de la enseñanza pública de actuar como
palanca de ascenso social. No debe disuadirnos que nuestros razonamientos
parezcan demasiado obvios, ya que proceden de la experiencia, la
sensatez y la reflexión.
Lo primero, antes
de desarrollar planes concretos de
mejora, sería sustituir las fracasadas tesis vigentes por unos principios
sólidos y sensatos. Y nada más didáctico que establecerlos en contraposición
unos con otras.
Primer principio: Exigencia.
El factor determinante
de la calidad de un sistema educativo es que este sea exigente. Este principio está
íntimamente ligado al mérito. Ningún alumno se esforzará si no se le exige o si
no se le reconoce el esfuerzo. Partir sin complejos de la exigencia nos permitiría
desembarazarnos del facilismo (promoción automática), el igualitarismo (descenso del nivel de exigencia para su adaptación a la altura de los peores alumnos
del grupo) o el paternalismo (responsabilización del fracaso escolar a todos menos al propio alumno). Basta hablar de exigencia para ser acusado de elitista. Por
mi parte, no tengo ningún inconveniente en reconocer que el elitismo, como sistema "favorecedor de las élites" (entendiendo élite como "aquello que es o se
repute como mejor entre las cosas de su especie") me parece un sistema justo. Se
podrá replicar que es excluyente y, en efecto, lo es, pero no más que la propia
sociedad. Si fuera hay selección, porque la hay, qué mejor que ensayar dentro, en
la escuela, esa búsqueda de la mejor versión de cada uno, qué mejor que
fomentar la exigencia en el sentido kantiano (“La educación es el desarrollo en
el hombre de toda la perfección de que su naturaleza es capaz”, decía el
ilustrado) para afrontar después, con mayores posibilidades de éxito, los
obstáculos que aparezcan en el camino.
Segundo principio: Preeminencia de los contenidos.
La reforma de nuestro
sistema educativo y su transformación en un sistema riguroso y de calidad pasa
de manera indefectible por la aceptación de que la principal misión del
profesor es la transmisión de conocimientos (saberes y habilidades prácticas). Esta
afirmación es incompatible con otros objetivos como la socialización, la
terapia o la educación emocional.
Tercer principio: Defensa de la enseñanza.
El cometido de un
docente es enseñar. Asumir tan palmaria evidencia suprimiría de un plumazo
todas esas tareas que se vienen imponiendo al profesor y que no solo no le
corresponden sino que, además, le distraen de su labor, como las labores burocráticas
y otros papeles aún más fuera de lugar como los de psicólogo, policía o monitor
de tiempo libre.
Cuarto principio: Criterio.
Pocos defectos son más nocivos que la falta de criterio. En el caso de la educación, el criterio debe ser
siempre profesional. Puesto que los profesionales de la educación son aquellos
que ejercen o han ejercido la profesión, no debería haber dudas de quiénes deben asesorar a la
administración educativa y ser protagonistas en la toma de decisiones, el análisis
de la situación, la evaluación del sistema y la propuesta de soluciones. Tener
en cuenta, por fin, el criterio profesional supondría, por un lado, dejar de
prestar atención a personas que desconocen el mundo de la enseñanza y urden
teorías sin base científica y sin aplicación comprobada y, por otro, desterrar
de una vez por todas la idea de que el fracaso escolar tiene que ver con los resultados estadísticos y no con el
nivel académico de los alumnos.
Quinto principio: Sentido
común.
La enseñanza es
un pilar fundamental de toda sociedad avanzada, lo que debería ser suficiente
para entender que no es un campo apropiado para experimentos (todos sabemos cómo
han salido los que hasta ahora se han hecho) ni tampoco para la manipulación política y el
adoctrinamiento, da igual que este tenga que ver con la religión o con la
ingeniería psico-social. Esta premisa evitaría que los partidos legislaran desde
un punto de vista ideológico y con la única meta de tener contenta a sus
respectivas clientela, posibilitando el imprescindible consenso en materia
educativa.
Me parece, Alberto, que te van a caer veinte años y un día.
ResponderEliminar¿Tanto?
EliminarEs un programa mínimo con la claridad y la sencillez de las propuestas sensatas. De todos modos, soy pesimista: el sentido común ha sido expulsado de la escuela por los intereses políticos, ideológicos y mercantiles que se han adueñado de ella. Cualquier profesor vería clarísimo esto que tú dices, pero sucede que la voz de los profesores es silenciada, desoída o despreciada.
ResponderEliminarDesde luego, Pablo, más bien es un programa ínfimo. Yo tampoco soy optimista, pero sobre todo porque dudo de que "cualquier profesor" vea esto así. Conozco algunos que hasta se molestan si escuchan estas cosas...
EliminarExcelente propuesta, Alberto.Como seguramente bien sabes, la suscribo punto por punto. Mas el pesimismo se seguirá imponiendo en tanto en cuanto no se logre extirpar de la educación el peor de sus cánceres: la política, y todo lo que de su influencia se deriva. Hasta que el sistema educativo no sea algo ajeno al tejemaneje político (y religioso) no conseguiremos nada. Por muy buenas intenciones que tengamos. Pero está claro que a los políticos (a los españoles, por supuesto) les interesa controlar la educación de los cachorros, para que en el futuro sean como ellos.
ResponderEliminarPero no queda otra que seguir dando la tabarra, Manuel. Está claro que el cambio que queremos pasa por ceder el protagonismo en la toma de decisiones en política educativa al profesor (y esto no va a ocurrir), pero también por desmantelar el tinglado pedagógico. No hablo de ya de eliminar las facultades de pedagogía como mantuvo no hace mucho nuestro amigo común sino, al menos, de que quienes impartan clase a los futuros docentes sean también (o lo hayan sido) docentes y no teóricos de la pedagogía.
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