martes, 4 de marzo de 2014

A vueltas con la tele (VII): Tercera, cuarta y quinta “creencias falsas de Sebastián Barajas”.




Ya que me comprometí a comentar las cinco “falsas creencias” de la que Sebastián Barajas habla en “su libro” y no quiero faltar a mi palabra, aquí están algunas valoraciones más sobre las mismas, con las que doy por concluido un asunto que, al menos a mí, no me genera beneficio material ni intelectual. Vamos allá:
 
Tercera creencia. Las asignaturas son la base para organizar el conocimiento (…) La vida profesional real no se organiza en asignaturas, ni en repetir teorías en abstracto, sino en resolver problemas mediante la aplicación de complejos procesos de razonamiento (…) Organizar el sistema mediante asignaturas teóricas es un trabajo inútil de cara al futuro profesional de los alumnos y, por lo tanto, de la sociedad.

Reducir la enseñanza a sus aspectos estrictamente técnicos demuestra el escaso conocimiento y rigor de quien lo hace. Digo “aspectos técnicos” porque el término profesional al que alude el Sr Barajas, ligado al de “profesión”, esto es, “empleo, facultad u oficio que alguien ejerce y por el que percibe una retribución”, no parece muy atinado (quizás es por lo que en otro momento sostenía el empresario en relación con cómo utilizamos cada uno las palabras, “con “significados diferentes” -o sea, al más puro estilo Humpty-Dumpty-). Pues bien, según la argumentación del Sr Barajas, mi profesión de músico y mi desempeño docente en relación con este oficio son claramente (¿”empíricamente”?) “inútiles de cara al futuro de la sociedad”, al cual, sospecho, solamente sí contribuyen los contenidos impartidos en su universidad privada (negocios on-line, desarrollo de software, programación de aplicaciones para móviles, técnicas de planificación financiera, etc). Debo decir, ante semejante sandez que, desconociendo por completo las técnicas de planificación financiera y el desarrollo de software, he sido capaz de ganarme la vida sin haber tenido necesidad de pasar por su negocio para licenciados en paro. Durante mis estudios he dedicado (y dedico) mis esfuerzos tanto a cuestiones teóricas como prácticas y ambas han resultado importantes para mi formación, organizados, por cierto, estos contenidos, en asignaturas, sin que ello haya supuesto el menor problema.

Cuarta creencia. Los exámenes miden el aprendizaje.  La evidencia empírica nos dice que nadie sería capaz de aprobar el mismo examen, dos meses después, sin estudiar (…) Si el examen es importante y su contenido también, ¿no debería ser algo que cualquier adulto supiera hacer, de forma natural? La evidencia empírica nos dice que la memorización tiene un efecto muy limitado en nuestra mente. Nuestro cerebro no está preparado para retener grandes cantidades de información. Y realmente no lo necesitamos. La conclusión es que la memorización es un esfuerzo inútil, y los exámenes también.
 
No hace falta recurrir a la “evidencia empírica” para afirmar que, sin estudiar, es difícil aprobar un examen. Para llegar a esta conclusión bastan dos dedos de frente. Un primer estudio del tema que sea no basta para fijar unos contenidos de forma permanente, pues para ello es necesario trabajar la consolidación de esos contenidos, que deberán repasarse, actualizarse, refrescarse…y todo ello contando con la ayuda inestimable de una herramienta denominada memoria que requiere ser ejercitada y cultivada. Pero, si después de un estudio riguroso, no se ha asimilado absolutamente nada de lo estudiado, esto ya es un problema del estudiante y no de la “inutilidad” del saber. Los exámenes, yendo al tema, son imprescindibles hasta que alguien me demuestre que hay otra manera de comprobar el nivel alcanzado por un alumno (hablo de evaluar conocimientos, no de competencias). Claro que si no consideramos importante que un alumno adquiera conocimientos y lo que queremos conseguir es otra cosa (qué se yo, que sean felices o, mejor, que sean “emprendedores” como el Sr Barajas), entonces es evidente que nos sobran. Es curiosa la mala prensa de los exámenes, que viene de atrás. Porque pedir la eliminación de los exámenes, Sr Barajas, no es nada moderno. Álvaro Marchesi, uno de los padres de la LOGSE, ya decía que eran “de derechas”. En cualquier, es legítimo que quien tiene como objetivo vender un producto lo haga recurriendo a las técnicas publicitarias del “adelgace diez kilos en dos semanas” o “aprenda inglés sin esfuerzo en un mes”. Pero una cosa es la publicidad y otra la realidad. Y una tercera la honestidad intelectual. Y una cuarta la ética.

Quinta creencia. El sistema educativo enseña a entender el mundo. Estoy participando en un foro de discusión sobre educación, preparando unas jornadas de reflexión que patrocina el Consell Escolar de Catalunya. La mayoría de los participantes son profesores, y cuando propongo que la educación debe preparar a los chicos y chicas para la vida profesional, responden, sistemáticamente, que su labor fundamental es prepararlos para la vida, para entender el mundo. Esta creencia es sumamente curiosa, y se da mucho más en los profesores de humanidades, que habitualmente creen que “entender la vida” es tener una capa superficial de “cultura general”.
 
Este sistema educativo no, por razones que no vienen al caso, pero el conocimiento, sin ninguna duda que ayuda a entender el mundo. Es más, dejando a un lado la propia riqueza del saber, de la que hablaremos en otro momento, incluso desde el punto de vista de quienes tienen más en cuenta lo emocional que lo racional, podemos hablar de estudios, como el de la Nueva Escuela de Investigación Social de Nueva York, que demuestran (“evidencia empírica”, Sr Barajas), que “la alta literatura” estimula un conjunto de capacidades y procesos de pensamiento fundamentales para las relaciones sociales complejas, y para las sociedades funcionales” y “recluta las áreas cerebrales implicadas en la emoción social”, cosa que no ocurre con la ficción popular o la ficción. “A diferencia de la ficción popular”, afirmaban los autores de este estudio, “la ficción literaria requiere una implicación intelectual y un pensamiento creativo de sus lectores”. También podemos citar a los psicólogos canadienses Raymond Mar y Keith Oatley, de las Universidades de York y Toronto, respectivamente, quienes aseguran que la mejor manera de desarrollar la inteligencia emocional es leer buena literatura porque, de esta forma, se puede comprender mejor a los demás y se es capaz de contemplar el mundo desde diferentes perspectivas. Me gustaría destacar, por último, otro estudio que tiene que ver con una de las asignaturas que para el Sr Barajas seguro es prescindible en su estrecha visión de lo que debe proporcionar a nuestros alumnos la educación pública, en este caso procedente del Basque Center on Cognition, Brain and Language, un centro internacional de investigación interdisciplinar para el estudio de la cognición, el cerebro y el lenguaje, situado en San Sebastián, que prueba la influencia de la lectura en las conexiones cerebrales. Según el estudio, el cerebro humano reacciona de manera diferente ante expresiones como monstruo geográfico, monstruo solitario, monstruo hermoso y monstruo horrible. La primera es incorrecta, la segunda es neutra, la tercera es un oxímoron y la última  es un pleonasmo (vocablo innecesario que añade expresividad). El investigador Nicola Molinaro escogió para sus experimentos la tercera, el monstruo hermoso, el oxímoron, una combinación de dos palabras o expresiones de significado opuesto que originan un nuevo sentido, como noche blanca o muerto viviente. Y esta figura retórica genera una intensa actividad en el área frontal izquierda del cerebro, actividad que no se produce ante una expresión neutra o una incorrecta. El éxito de estos resultados, que demuestran empíricamente la eficacia de las figuras retóricas y su poder de sugestión en la imaginación humana, en la medida que captan la atención de quien percibe esas figuras y estimulan el pensamiento abstracto y simbólico en la utilización y comprensión del lenguaje, llevó a Molinaro a repetirlo utilizando la resonancia magnética, con el propósito de obtener imágenes de la actividad cerebral durante el procesamiento de las figuras retóricas y, con los resultados de esta nueva técnica, analizar las conexiones entre las dos partes del cerebro directamente implicadas en el procesamiento del significado, el área frontal izquierda y el hipocampo, un área en la que están estrechamente relacionados la memoria, el aprendizaje y las emociones. Son solo algunos ejemplos, pues la lista de “evidencias empíricas” de la importancia del conocimiento sería interminable.

5 comentarios:

  1. Muy bien rebatido y muy bien razonado, Alberto, una muestra de la superioridad del saber que tú defiendes frente a la limitación del conocimiento que propugna el señor Barajas, cuyos disparates se descalifican solos. No alcanzo a entender cómo alguien que desconoce y desprecia de tal modo el valor del saber y la cultura y los anchos horizontes del ser humano se atreve a presentarse como experto en educación; no alcanzo a entender cómo se atreve a llamar propuesta educativa a un engendro cuya principal idea es que las enseñanzas deben limitarse. Insisto en lo que ya he dicho alguna vez: las ideas de este señor son pobres y empobrecedoras, consisten básicamente en condenar amplias parcelas de la educación y el conocimiento solo porque lo dice él. Que tenga predicamento entre los políticos y en los medios de comunicación es una prueba más del despropósito a que han llegado la política y la información en España. Le aviso, señor Barajas: como sé que va a venir a fisgar por aquí, ya le comunico que no se moleste en dedicarme una de sus retahílas de incongruencias, insultos y sandeces, ya le puse suficientemente en su sitio en el artículo de este blog titulado "Experiencias paranormales en televisión". ¿Le escuece todavía?

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    1. Estoy de acuerdo, Pablo. La única razón que puedo adivinar es que la notoriedad que se le está dando en los medios le venga bien para conseguir clientes para su escuela privada. Supongo que cuenta con que habrá gente que pueda no reconocer lo vacío de su argumentación y picar. Desde luego, yo a mis hijos jamás los llevaría a aprender a un lugar con unas premisas tan lamentables.

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  2. Después de leer estas cinco "creencias" (como el Sr. Barajas las llama), no dejo de asombrarme el país en el que vivimos.
    A este señor, con estas ideas que algunos neopsicopedagogos las califican de innovadoras, se le da un poder de comunicación descomunal. Cuando lo que predica es de lo más reaccionario que se puede publicar en el mundo educativo. Su mensaje es básicamente el siguiente: "La cultura es inútil, el saber ocupa lugar, el conocimiento llena un tiempo que se debe utilizar en producir, en crear algo útil para la sociedad capitalista (que es en la que este Sr. se mueve). Necesitamos gente acrítica pero con un alto nivel práctico."
    Un mensaje repetido infinidad de veces a lo largo de la Historia (por eso le decía a este Sr. en otro mensaje, la utilidad de la Historia, pero claro, él, con su afán de ignorarla, lo ínterpretó como le vino en gana, hablándome de sus padres). Se disfraza (el mensaje) con múltiples patochadas, e incluso se intenta colar como "progresista", pero es el mismo de siempre: ¡La cultura es peligrosa, sobre todo en manos extrañas!
    En fin, no merece la pena, como dice Alberto, dedicar mucho más tiempo a estas "ideas revolucionarias". Lo penoso, y en esto coincido con El guachaman, es el despropósito de la información que hay en este país cuando este tipo de argumentos tienen prioridad en los principales medios de comunicación.

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    1. Juan, ese es el motivo por el que vale la pena salir al paso de tanta palabrería. Coincido totalmente contigo. Creo que en algún momento ya dije que el Sr Barajas me recordaba a Wert en ese afán de limitar el conocimiento a aquello que sea "productivo" y genere un beneficio económico. Desde luego, un punto de vista leloliberal con el toque barajiano (que no barojiano) del learningbydoing (que, además, no es propio sino del tal Robert Shank).

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  3. Qué raquitismo intelectual el del Barajas. Ha debido escribir el libro asesorado por el Luisma. Qué barbaridad, qué ignorancia.

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