Cuando uno toma la decisión de huir de lo políticamente
correcto, sabe bien que se expone a que los fanáticos, que no son pocos, lo
anatematicen, como sabe perfectamente que este viaje es solo de ida. Porque no
hay vuelta atrás en la determinación de opinar desde la absoluta libertad, sin
hipotecas ni estrategias de ningún tipo, sin otra autocensura que la
simple adecuación a unas elementales normas de corrección y el respeto a las
posturas divergentes.
Reconozco abiertamente mis reticencias respecto a las
políticas de igualdad (lo que, durante la época zapateril, algunos llamaron "igual-da"),
aun a riesgo de que se me tache de lo que se me quiera tachar. Si hemos de
escoger entre ser libres o ser iguales, yo me quedo con lo primero. Trataré a
continuación de razonar mi postura.
No es el momento de entrar en cuestiones
estrictamente educativas ni de valorar el plan para educación en igualdad y prevención en las aulas del Departamento de Educación del Gobierno de Navarra,
que de momento desconozco. Tampoco de preguntar cómo se piensa trabajar la
coeducación en los centros que, sostenidos con fondos públicos, separan a los
alumnos de las alumnas (aunque preguntado queda). Dejaré también para otra ocasión
mis dudas sobre si es responsabilidad del docente la prevención de la violencia
de género. Lo que me gustaría tratar hoy es la intromisión de nuestros
gobernantes, a mi modo de ver intolerable, en la libertad individual de los
alumnos. Pese a que el propio plan de igualdad considera esencial (también a mí
me lo parece) "garantizar en condiciones de igualdad y sin estereotipos
sexistas el acceso de la mujer a todos los niveles de formación", mucho me
temo que la solución propuesta ("atraer a las mujeres a las ingenierías y
a títulos de FP con mayoría masculina"), además de ridícula, tiene un más que sospechoso tinte totalitario.
Porque, vamos a ver, si lo que se pretende es "garantizar en condiciones
de igualdad y sin estereotipos sexistas el acceso de la mujer a todos los
niveles de formación", se deberán poner los medios para evitar que todo
muchacho o toda muchacha que desee estudiar lo que sea que quiera estudiar
pueda hacerlo, independientemente de que sea chico o chica. Pero orientar,
atraer, inclinar o dirigir a unos u otras hacia determinados modelos de
formación por el hecho de que sean menos masculinos o menos femeninos supone,
primero, una evidente estereotipación ex
contrario y, segundo, una clara restricción de la libre elección de cada
cual. Pongamos un ejemplo: mi hijo quiere ser peluquero y mi hija mecánico.
¿Qué sería un problema, que no pudieran hacerlo o que no quisieran? Porque,
según lo veo yo, "garantizar en condiciones de igualdad y sin estereotipos
sexistas el acceso de la mujer a todos los niveles de formación" (y del
hombre, supongo) significa que si mi hija quiere ser mecánico y mi hijo
peluquero, ambos puedan serlo. Ahora bien, si sus preferencias son exactamente
al revés, si mi hija quiere ser peluquera y mi hijo mecánico, ¿debemos atraer a
la primera hacia lo segundo y al segundo hacia lo primero? ¿Y por qué razón?
Señores políticos, garantizar la igualdad no es lo mismo que imponerla. No
somos iguales pero sí tenemos el derecho a ser libres y decidir por nosotros mismos. Garanticen nuestra
libertad y déjennos tranquilos con nuestras diferencias.
NOTA: Por si todavía hay quien cree que estas medidas son propias
de una ideología en concreto, existe un antecedente desde la otra orilla: la iniciativa
socialista en el Congreso de los Diputados mediante la que se instaba a los
centros educativos a que animaran a los niños a jugar a la comba y a las niñas
al fútbol. Ingeniería social en el patio de un colegio. Como alguien dijo, la
estupidez es transversal.