lunes, 7 de diciembre de 2020

Debate sobre la Ley Celaá


El Proyecto Audiovisual de crítica filosófica de la educación Sobre ruinas, tuvo a bien invitarme a un interesantísimo debate la Le Celaá. Fue un placer conversar con Laura Rodríguez, que moderó la charla, y con Olga García, Enrique Galindo, Rufino Salguero y Pedro Insua.

Dejo aquí la grabación:


viernes, 4 de diciembre de 2020

La Doctrina Procusto o la traición al pobre

La Asociación de Trabajadores de la Educación de La Guajira, en Colombia, me pidió un artículo sobre la enseñanza para su revista. Lo titulé La Doctrina Procusto o la traición al pobre.

Se puede leer aquí.




Sobre la Ley Celaá, en eldiario.es

Daniel Sánchez Caballero me pidió opinión sobre la LOMLOE para un reportaje en eldiario.es. Puede leerse aquí.




jueves, 12 de noviembre de 2020

Siente a un pobre en su pupitre. Tribuna en "El Mundo"

 


Siente a un pobre en su pupitre. Tribuna en "El Mundo"

 

«El futuro de millones de estudiantes en nuestro país depende de la educación pública, que ha sufrido durante años los recortes de la derecha. Este Gobierno trabaja por una escuela extraordinaria que les permita alcanzar sus metas con independencia de sus condiciones de origen», proclamaba recientemente en el Parlamento la peor ministra de Educación de la democracia (y miren que parecía difícil superar a Wert, pero ya dice el refranero que otro vendrá y bueno te hará).


No le falta razón a Celaá cuando asegura que de la educación pública depende el futuro de millones de estudiantes de nuestro país. Hasta podríamos decir que un país depende en gran medida de su educación pública. Y tiene también razón en que «la derecha» ha aplicado recortes con más entusiasmo que Eduardo Manostijeras. Pero, ay, en eso de que «este Gobierno trabaja por una escuela extraordinaria que les permita [a los alumnos] alcanzar sus metas con independencia de sus condiciones de origen», lo mismo tendríamos que recurrir al VAR, siquiera para comprobar si la ministra exteriorizaba mediante algún tic nervioso el enorme cinismo que encierra tal afirmación. O directamente le entraba esa risa floja que le entró cuando alguien le preguntó en rueda de prensa por su etapa docente y respondió que, jijijijí, «hacía ya mucho tiempo de eso».


En realidad, si volviésemos la vista atrás, constataríamos que nuestras ¿leyes? educativas son genéticamente socialistas, aunque todos los demás partidos las hayan asumido como propias, añadiendo solamente matices ideológico-folclóricos para que piense el incauto que defienden algo distinto cada uno -pero no cuela: LOGSE, LOE, LOMCE, LOMLOE… El mismo perro, con distinto collar. Así, desde el año 90, el PSOE lleva haciendo en la enseñanza exactamente lo contrario de lo que viene predicando. Y desprestigiar y desarmar la educación pública está feo si lo hace un conservador, pero que lo haga alguien que se dice progresista resulta desolador.


Pero no quiero que parezca que culpo a unos y exculpo a otros. Creo que es un error achacar a nadie en concreto la oscura intención (oscura de tenebrosa, no de confusa o ambigua) de idiotizar a la sociedad, pues parece probado que la clase política, sin excepciones, se encuentra cómoda en su continuada y ya tradicional labor de demolición de la enseñanza o, en el mejor de los casos, en la pasiva e indiferente observación de su ocaso. Pero, a pesar de que entre quienes dicen que nos gobiernan ya no quedan garantes de la escuela como ascensor social, la renuncia a esta aspiración por parte de un partido que ostenta la presidencia del país (junto con otro partido, también supuesto defensor de la clase trabajadora), y que incluye entre sus siglas la O de obrero, es algo que debería analizarse con detenimiento. No preguntaré, como Vargas Llosa, «en qué momento se jodió el Perú», sino «en qué momento el partido obrero dejó de defender al obrero», que seguramente coincidirá con el momento en el que la izquierda empezó a sentirse incómoda con palabras como esfuerzo, responsabilidad individual o exigencia, como si estas tres cualidades no fueran (aún) más esenciales para el pobre que para el rico.


Digamos con rotundidad a la ministra que ni siquiera en estos tiempos de emergencia, de pandemia, de necesidad, ha invertido en la enseñanza pública de manera decidida, honesta y racional (no, ministra, los ordenadores no cuentan como inversión racional). Digámosle que no disponemos de una «escuela extraordinaria» sino más bien ordinaria, corriente, vulgar… Y todo ello a pesar del esfuerzo de muchos profesores (no toda la Galia está ocupada) que no se escudan en las adversas circunstancias o en el ninguneo de la Administración para dejar de desempeñar su labor con tesón y seriedad, a pie de aula, día a día, y a pesar de que todavía quedan (porque quedan, y hasta brillan) alumnos esforzados (habitualmente con familias comprometidas detrás) que se resisten a ser enterrados en la mediocridad.


Digámosle, sobre todo, que una escuela que no antepone el conocimiento a todo lo demás, jamás servirá de ascensor social ni compensará desigualdades de partida. Digámosle que si contara con los profesores antes de tomar decisiones, y no con los gurús y supuestos expertos educativos que no han pasado ni un rato pequeño en una clase, esas decisiones serían mucho menos disparatadas. Digámosle que nuestros alumnos son mucho más capaces de lo que ella piensa, si se les trata como personas inteligentes y se les exige en la medida de sus posibilidades, si se es ambicioso y, como dijo Rubén Darío, se tiende hacia la altura, si se apuesta por el rigor y no por la compasión, por enseñar y no por entretener, por formar y no por custodiar.


Digámosle que si la escuela no procura cultura y saber, sólo los ricos podrán encontrarlo en otra parte, mientras los pobres quedarán relegados, lamentándose, no de la brecha digital, sino de la brecha cultural (y ni siquiera esa felicidad de saldo que algunos les prometen les consolará). Digámosle que la mejor manera de mejorar esta sociedad es mejorando la escuela y que una sociedad que no garantiza la igualdad de oportunidades (oportunidades de saber, no de estar) no es una sociedad sana, ni justa ni ejemplar. Digámosle que una ciudadanía iletrada no podrá ser crítica, ni empática, ni creativa, ni sensible, ni solidaria. Y digámosle, de paso, que dimita. ¿Que por qué ha de dimitir? Por mentir. Y por gestionar de forma hipócrita un Ministerio tan importante como el de Educación. Por alardear de defender al pobre y abocarlo, en la práctica, a la ignorancia.


Siente a un pobre en su mesa, rezaba la campaña publicitaria franquista que sirvió al genial Berlanga para el argumento de Plácido. Al igual que en Plácido se apelaba a la caridad cristiana, pero se perseguía limpiar las conciencias burguesas mediante la subasta caritativa de las Cocinas Cocinex (una especie de telemaratón en el que familias pudientes acogían a un indigente para la cena de Nochebuena), Celaá parece estar sugiriéndonos a los profesores que sentemos a un pobre en el pupitre. Y que le llenemos el estómago con aprobados y títulos. Conocimientos, mejor no, no sea que cuando el alumno pobre haya recibido su título o superado el curso (con todas las asignaturas suspendidas, si es necesario), se dé cuenta de que todo esto no es más que una eficaz, pero perversa, campaña de marketing.

 

Alberto Royo es profesor de Música en el IES Tierra Estella. Autor de: Contra la nueva educación (2016), La sociedad gaseosa (2017) y Cuaderno de un profesor (2019), todos ellos publicados por Plataforma Editorial.

Entrevista en La Razón

 

Entrevista en el periódico La Razón. Puede leerse aquí


viernes, 5 de junio de 2020

Grabación del primer foro educativo on line "Educación y enseñanza. En defensa de la transmisión de conocimientos. Hablan los profesores"

Ya está disponible la grabación del primer foro educativo on line de la Fundación Villacisneros,  titulado  "Educación y enseñanza. En defensa de la transmisión de conocimientos. Hablan los profesores", que tuvo lugar el día 2 de junio. Participé junto con Ricardo Moreno Castillo y José Jurado. Moderaba Pilar Delibes. Aquí la dejo por si interesa:


miércoles, 3 de junio de 2020

lunes, 1 de junio de 2020

"Educación y enseñanza. En defensa de la transmisión de conocimientos. Hablan los profesores".

Imagen
Mañana participaré en el primer foro de educación on line que organiza la Fundación Villacisneros: "Educación y enseñanza. En defensa de la transmisión de conocimientos. Hablan los profesores".

Conversaré con José Aguilar Jurado, profesor de Lengua y Literatura en Educación Secundaria y colaborador de Libertad Digital, y Ricardo Moreno Castillo, Licenciado en Ciencias Matemáticas y Filosofía y Catedrático de Instituto.

La moderadora de la sesión será Alicia Delibes, presidenta del Consejo Escolar de la Comunidad de Madrid. 

Podrá seguirse por aquí.
 Contraseña: ESPAÑA (en mayúsculas)



martes, 10 de marzo de 2020

Elogio del profesor serio, por Andreu navarra


Mi colega Andreu Navarra publica hoy, en El diari de l´ educació, una hermosa reseña de Cuaderno de un profesor. 

Termina de la siguiente forma:

Royo, desde su primer libro, ha sido pionero en la denuncia de este irracionalismo antiilustrado. Ha madurado como escritor y con su Cuaderno de un profesor ha acertado con la forma: mostrar cómo son las aulas en la realidad es la mejor manera de presentar el problema del analfabetismo promocionado desde la escuela, este mundo al revés que no hay manera de combatir desde una perspectiva coordinada y eficaz. El único progresismo posible es el que deje de insultar a nuestra juventud y se proponga su mejora humana y académica. Ya no podemos decir que nadie avisó. Que sigamos otra década perdiendo el tiempo no nos da derecho a no seguir luchando por una educación responsable y libre de hipocresía y cinismos. Royo, que es un hombre moderado y que rechaza cualquier veleidad de ser visto como un héroe, es el símbolo del inicio de esta lucha. Porque es un profesor que se toma su trabajo en serio. Por nada más: porque que nos hace saber que existe una resistencia que debería hablar con el coraje con que él lo hace.

El texto completo, aquí.

martes, 14 de enero de 2020

La educación y el reloj de cuco. Tribuna en "Magisterio"


Esta semana, Magisterio me publica la siguiente tribuna:


“En Italia, en treinta años de dominación de los Borgia, hubo guerras, terror, asesinatos… Pero también Miguel Ángel, Leonardo y el Renacimiento. En Suiza, por el contrario, tuvieron quinientos años de amor, democracia y paz. ¿Y cuál fue el resultado? ¡El reloj de cuco!”
Harry Lime (Orson Welles) en El tercer hombre.

Esta magnífica frase de la obra maestra que es “El tercer hombre” me viene de perillas para hablar de educación. Primero, porque la atribución del reloj de cuco a los suizos es falsa, y pocos ámbitos hay más propensos al fake (digamos mejor “paparrucha” -¡qué bien la utilizó Galdós!-) que el ámbito educativo. Segundo, porque se ha instalado en el imaginario pedagogista la idea de que el bienestar, la comodidad o la diversión son factores determinantes para el aprendizaje, enfoque que pretendo refutar mediante este artículo.

En mi opinión, existen planteamientos muy celebrados que han sido letales para la enseñanza. Son muy similares en el fondo, aunque cada uno tenga sus matices. Uno de ellos es aquel que defiende que el alumno es el centro del aprendizaje. Para mí, el alumno es el beneficiario. El centro, el eje, el núcleo debería ser siempre el conocimiento. Situar al alumno en este lugar supone otorgarle un excesivo protagonismo en un proceso, el de su formación, en el que el más inexperto es él. El estudiante no puede (ni debe) liderar su aprendizaje; al contrario, ha de permitir que lo lideren sus maestros, confiando en la capacidad, experiencia e implicación de estos para poder hacerlo. Pensar que un adolescente va a ser capaz de descubrir por sí mismo lo que a la humanidad le ha costado miles de años es un disparate, a no ser que pensemos (y desgraciadamente hay quienes lo piensan) que lo que antes era valioso, ha dejado de serlo. O peor aún: que importa más lo que es “útil” que lo que es valioso.

Otro planteamiento errado es el que sostiene la necesidad de adaptar nuestro trabajo a los “gustos e intereses” del alumno. Esta premisa es muy peligrosa porque parece sugerir al estudiante que el mundo se adaptará a él, cuando lo sensato es pensar que quizás tenga que ser al revés y ser él el que deba ajustarse a las situaciones que pueda encontrarse (para lo que ha de disponer de las herramientas adecuadas), no para plegarse a esas circunstancias sino para enfrentarlas, superarlas o rebelarse contra ellas cuando sean desfavorables, arduas o injustas. Imaginen ustedes que decido adaptarme a los gustos e intereses de mis alumnos. Tendría que olvidarme de enseñarles a leer y escribir música, que es algo que suele costarles y no a todos entusiasma. Y, claro, en lugar de tocar o escuchar a los clásicos, haríamos trap y analizaríamos canciones de reggaeton. Les aseguro que llegaría cada día a mi casa mucho más descansado de lo que llego ahora (o puede que no, que me conozco), pero también con la mala conciencia de haber hurtado a muchos de mis estudiantes la posibilidad de conocer a Bach, a Shostakovich, a los Beatles, a Camarón de la Isla o a Pat Metheny. Porque para muchos de ellos, puede que mis clases sean la única oportunidad de aprender a disfrutar de estas maravillosas músicas, de desarrollar el gusto estético, la sensibilidad o la creatividad, de refinarse, que es algo tan laborioso como emocionante. Nuestra labor como profesores no es cerrar sus puertas y dejar dentro lo que ya les gusta sino abrir sus mentes y sus intereses a nuevos mundos desconocidos para ellos (comenzando por el lenguaje, pues recurrir en exceso a lo coloquial perjudica a los alumnos que tienen en casa un menor nivel cultural, igual que la falta de esfuerzo perjudica siempre al alumno menos capaz).

Hablemos ahora de comodidad. Siempre me ha llamado la atención la obsesión de los gurús patrios y foráneos por el bienestar y la felicidad de los alumnos. No termino de ver cómo podríamos, por más que quisiéramos, garantizar la felicidad de nuestros estudiantes. ¿Acaso es poco ambicioso aspirar a colaborar en su formación, contagiarles el gusto por aprender, inculcarles hábitos, desarrollar su sensibilidad o forjar su carácter? ¿Por qué ha de ser incompatible la felicidad con todo ello? Pero quiero detenerme en el bienestar. Está uno acostumbrado a que se le tache de sádico cuando habla de disciplina o de frío e indiferente cuando defiende el conocimiento por encima de la emoción, aunque quien esto escribe tenga el absoluto convencimiento de que lo verdaderamente emocionante reside en el conocimiento (no rechazo, por lo tanto, la emoción; simplemente la contextualizo para distinguirla de la sensiblería o el “emotivismo”, que son bien diferentes). No hay motivos para pensar que alguien que se dedica al noble arte de enseñar no quiere lo mejor para sus discípulos. Pero todos sabemos que el infierno está empedrado de buenas intenciones y que las buenas intenciones no aseguran los buenos resultados (y menos en la educación, que tiene mucho más de artesanía que de ciencia). Así que hemos de intentar que los hechos respalden nuestros propósitos. Preguntémonos entonces: ¿En qué circunstancias un alumno aprende mejor? ¿Cuál es el ambiente más propicio? Hay quien se muestra partidario de tirar paredes, colocar cojines de colores y crear un ambiente chill out en el aula. Bueno, pues “es un estilo de vida alternativo” (como diría Woody Allen refiriéndose a los asesinos en serie en “Misterioso asesinato en Manhattan”), pero no parece que sea lo más razonable. Para dirimir esta cuestión, antes tendríamos que asegurarnos de que estamos de acuerdo en que el objetivo de la escuela es proporcionar conocimientos. Si esto es así, y debería serlo para todos, no es posible que nadie sepa argumentar por qué los cojines de colores o la lectura en pufs favorecen el aprendizaje, puesto que para aprender se necesita concentración, silencio, atención y actitud. Un ambiente excesivamente relajado perjudica la atención y la concentración. Cuando vamos a una sala de cine, la oscuridad nos induce a centrar la mirada en la pantalla. Obviamente, nos gusta que la butaca sea confortable, pero no se nos ocurriría sustituirla por una cama y añadir una almohada, porque en ese caso, probablemente, terminaríamos durmiéndonos. Sabemos que Wagner diseñó la sala de Bayreuth con el fin de conseguir que el público se concentrara en el escenario. Por eso, las butacas y los reposabrazos eran rígidos. Y por eso introdujo la costumbre de apagar las luces durante la representación. Esto no significa que Richard Wagner quisiera hacer sufrir a los asistentes a sus óperas. Al contrario, quería que las disfrutaran al máximo. Y en clase sucede lo mismo: un exceso de confort puede ir en detrimento de la disposición interior que se requiere para aprender. 

¿Y la diversión? ¿Hay que supeditar nuestro trabajo a que a nuestros alumnos les resulte “divertido” lo que les enseñamos? Recientemente, un periódico nacional se hacía eco de la noticia de un profesor universitario del Reino Unido que grababa vídeos “didácticos” quitándose prendas hasta quedarse en calzoncillos. ¿¿Es esta la última moda en educación?? Tres hurras por la Innovación, entonces. Aprender puede ser divertido, sin duda. Pero no siempre lo es. Para llegar a disfrutar de aprender, hace falta tiempo, madurez y constancia. Si para conseguir que nuestros alumnos aprendan hemos de quedarnos en calzoncillos, es que tenemos muy poco respeto a nuestros alumnos, a nuestra materia y a la profesión. Y aclaro que un buen profesor tiene que hacer lo posible por presentar los contenidos de su materia de la forma más atractiva posible y sentir pasión por aquello que enseña. Pero, antes que nada, tiene que estar convencido de que lo que enseña ES atractivo (y dominarlo en profundidad) y que tarde o temprano sus estudiantes lo sabrán apreciar. Diferenciemos, pues, lo fundamental de lo accesorio (lo “necesario” de lo “contingente”, por recordar a José Luis Cuerda) o estaremos perdidos.

Volviendo a Orson Welles, es obvio que las guerras y los asesinatos no son hechos que por sí mismos provoquen el surgimiento de las mentes más brillantes, pero sí es verdad que el estímulo para aprender es el hecho de no saber, que uno bebe cuando tiene sed y no come si ya está saciado, que para progresar debemos sentir la necesidad de hacerlo. Seamos serios. Y no engañemos a nadie. Para aprender a leer, hay que sentarse bien, abstraerse del entorno y tener interés. Cuando sabemos leer con fluidez y tenemos un buen nivel de vocabulario, entonces sí podemos coger un libro y sumergirnos en él adoptando la postura más inversosímil, con la tele puesta o con los niños corriendo por el salón. Pero hasta entonces, el ambiente ha de ser el apropiado. Seamos también ambiciosos y pensemos en Miguel Ángel o en Leonardo antes que en el reloj de cuco. Y exijamos a nuestros alumnos. Así entenderán que es el esfuerzo reflexionado y bien enfocado (la “práctica intencional” de la que hablaba el psicólogo sueco Anders Ericsson) el verdaderamente eficaz, se contagiarán del afán de saber más y,  con el tiempo, esperemos, se convertirán en personas cultas y formadas, capaces de entender mejor a los demás y, por supuesto, a sí mismos.

Entrevista en The Objective


Entrevista de Carolina Freire para The Objective. Puede leerse aquí.