José Antonio Marina afirmaba hoy en Onda
Cero que en la escuela no hay que obligar a los chicos a leer a los clásicos
porque están "muy alejados de sus intereses". Con todo respeto a la persona que
más sabe de educación en España (¿no?), me quedo con el planteamiento de Italo
Calvino, quien decía, entre otras cosas, que los clásicos son “libros que
ejercen una influencia particular, ya sea cuando se imponen por inolvidables,
ya sea cuando se esconden en los pliegues de la memoria mimetizándose con el
inconsciente colectivo o individual”. Y sobre todo me quedo con la que para
Calvino es la única razón que se puede aducir para defender la lectura de los
clásicos: “leer los clásicos es mejor que no leer los clásicos”. Por mi parte, seguiré pensando que mi responsabilidad es precisamente que mis alumnos escuchen a los clásicos, estén más lejos o más cerca de "sus intereses". Y porque mejor escucharlos que no escucharlos. Feliz verano a todos.
1. Podemos no ha Podido (completar la cuadratura del círculo -del comunismo a la socialdemocracia... quizás a las próximas se presenten ya como liberales, si conviene-).
2. Mariano tiene más ¿suerte?, si cabe, que Pdro. Tanto "aguanta, Luis" y el que más aguanta es Rajoy. Carros, carretas, sobres, grabaciones... lo que le echen.
3. La "sonrisa de un país" ha terminado siendo la de Pdro, que sigue batiendo récords negativos y triunfando. Y es que Pdro lo da todo. Y es tan guapo...
4. Albert, harmed by the electoral law. I, m sorry, Albert. Maybe next time.
5. IU... IU...IU... ¿¿IU??
6. Nos tomamos a cachondeo que los políticos, el día después, siempre creen haber ganado. Pero nosotros siempre creemos tener razón.
7. "¡Qué poca altura tienen los políticos que no son capaces de alcanzar acuerdos!" No como nosotros, que entendemos perfectamente (y RESPETAMOS) que el vecino haya votado lo que no nos gusta.
8. "¿¿Cómo es posible que la gente siga votando al PP?? ¿¿Es que la sociedad es imbécil??" Veámoslo de otra manera: ¿Cómo es posible que nadie haya sido capaz de convencer a los ciudadanos de que había una opción mejor (mejor que la del PP, que tampoco es pedir mucho)?
9. La frase de "Infiltrados" con la que (sub)titulo esta entrada viene muy a cuento: hay quien dice que Pablemos ya ha hecho su trabajo y ahora le toca a Rajoy. En efecto, hoy, el "partido hegemónico de la izquierda" es el "fortalecido y regenerado" PSOE de Pdro. Con ESTE PSOE como representante del progreso y con IU evaporada, ya no quedan más que conservadores, neoconservadores y transversales. Conclusión: gana la banca.
Lo dice alto y claro, “yo contesto lo que pienso, no con lo que voy a quedar mejor”, y es que este profesor de Secundaria llamado Alberto Royo (Zaragoza, 14 de julio de 1973) ha alzado su voz contra eso que se llama nueva educación, basado en buenos y felices sentimientos más que en el conocimiento. Así comienza la entrevista que me solicitaron no hace mucho desde la Revista Actual y que se publicó ayer. Puede leerse completa aquí.
Me avisan de la referencia a Contra la nueva educación en un blog llamado (no se me asusten) Education & Coaching Experiences. Su autor es, entre otras cosas, Licenciado en Ciencias de la Actividad Física y el Deporte, entrenador y árbitro, y escribe un interesante artículo desde la analogía entre deporte y enseñanza, algo sobre lo que ya hemos hablado en más de una ocasión. El texto se titula "La fragilidad estructural de las figuras de autoridad y la transmisión de fragilidad psicológica a los más jóvenes (Breve comentario sobre la autoridad)" y por el mismo desfilan otros autores disidentes como Orrico, Enkvist, Moreno Castillo o Ruiz Paz, frente a opiniones más posmodernas como la del pediatra Carlos González. Dejo una extracto:
En la medida en que los contenidos y la enseñanza se devalúan, se necesita cada vez menos un docente con cara y ojos. Un docente tuerto ya da el pego (...) Me resulta estremecedor que las prédicas actuales vayan revestidas de cuestiones más próximas al coaching en lugar de la didáctica, o que se difundan proclamas casa día más fervorosas en relación con la educación emocional en el aula.
El
otro día un buen amigo me ponía al corriente de un "debate"
(entrecomillo porque no hay debate cuando todas las opiniones van en el mismo
sentido) que se había perpetrado en Facebook al hilo de aquel
programa de televisión al que me invitaron y en el que me tocó intentar
razonar contra lo irracional. En Contra
la nueva educación menciono y describo la experiencia, que podría haber
encajado a la perfección en Amanece que no es poco. Uno de los
momentos estelares del evento fue recogido y adaptado por los geniales Els
Joglars en su espectáculo VIP (pueden verlo aquí
-minuto 01:35). El nivel de surrealismo es tal que podríamos compararlo con el
"¿Es que no sabe que en este pueblo es verdadera devoción lo que hay porFaulkner?" de la película de Cuerda. Sucedió mientras hablábamos de los
contenidos "obsoletos", ese lugar común del Neopedagogismo, y preguntaba
a mis contertulios cómo aplicar en mis clases sus metodologías chic para, por
ejemplo, enseñarles qué es la forma sonata sin recurrir a herramientas "tradicionales"
como la memorización. Al unísono, los dos compañeros de mesa me respondieron:
¡"Que la toquen"! Sí, amigos, para que unos alumnos entiendan qué es
la forma sonata lo más adecuado es pedirles que toquen una. Una cualquiera, da
igual. Qué sé yo, del Beethoven ese. La 23, por ejemplo, que
parece sencillita. Creo que, de todo lo ocurrido ese fatídico día, el
"momento Sonata" fue el que me causó más perplejidad. Tanta, que por
momentos me sentí hasta aturdido. Y piensen que no es fácil escoger un momento
porque toda la conversación fue psicotrópica.
Con
el tiempo (han pasados ya dos años de mi participación en el programa) , he
pensado que quizás hubo en mi pregunta algo que malinterpretaron y que
seguramente no era su intención decir que un alumno que no sabeni dónde está el do en el pentagrama (ni qué es un pentagrama) puede cuando se lo proponga la Hammerklavier, que posiblemente no nos entendimos.
Pero rememorando el acontecimiento alrepasar los comentarios de los integrantes del grupo denominado Reduvolution
(algunos de ellos ilustres -es una manera de hablar- como Mireia
Long, con quien coincidí en una tertulia no hace mucho -información
al respecto, aquí-) y saltándome las descalificaciones, que ocupan casi todo
el espacio ("elitista", "ignorante", "obtuso", "reaccionario",
"espécimen", "perverso autoritarista" -sic-... en fin, lo típico), llegamos
a un comentario que no pude dejar de transcribir porque supone, ay, que
efectivamente hay quienes piensan que se puede tocar una sonata sin saber ná de ná. Es este (se refiere a mí,
claro, y se dirige a Mireia): "Me parece que se merece que le demostremos
que podemos componer una sonata sin tener idea de lenguaje musical". Nótese que ya no solo es posible tocar la
Appasionata sino componerla. Y no se pierdan el título que el humilde diletante
escogería para su composición: "Sonata para un público obtuso".
Admirable.
Y
lo mejor de todo es que se termina diciendo que "no se puede hablar de
temas así con personas que no atienden a los argumentos". Así que ya ven,
uno hace lo posible por sumergirse en las procelosas aguas del reverso
tenebroso para intentar comprender cómo funciona el lado oscuro y encima le
acusan de no querer atender a los argumentos. Vamos a ver: yo no pretendo tener razón en
todo. Seguro que me equivoco en muchas cosas. Pero hay algunas de las que estoy
plenamente convencido. Una de ellas es que, a no ser que seas un talento fuera de serie (de
los que no abundan, por cierto, en las aulas de la ESO) no se puede tocar o
componer una sonata sin tener repajolera idea de música. Entiendo que esta idea
es menos trending topic que la de interprete (¡o mejore!) a Beethoven en
dos sesiones de coaching lúdico y creativo, pero es así. Llamar a las cosas
de otra forma no cambia lo que las cosas son. Como decían en Amanece que no es
poco:
Año 2016. Trilema y Atresmedia dominan la tecnología
robótica y pedagógica. Sus metodologías, cursos, congresos, jornadas de
innovación y "gestión del cambio educativo" están convirtiendo a
ambas Fundaciones en los caporales del mainstream educativo. Por su
parte, algunos profesores tratan de resistirse al tocomocho
pedagocrático-economicista que está arrasando el mundo de la
enseñanza. Cuando P. resulta gravemente herido en acto de
servicio en 1º de ESO, Trilema y Atresmedia utilizan sus conocimientos de
ciencia robótica para salvarlo y dotarlo de extraordinarias habilidades
empáticas, innovadoras, tecnológicas y bilingües que le permitirán afrontar la
enseñanza del siglo XXI olvidando métodos tradicionales y obsoletos. José
Antonio Marina (lean, lean), conocido como el Líder, ha
declarado: "El profesional del siglo XXI debe ser una mezcla de
persona y de ordenador".
Después se ha despedido con el habitual: “Pedagogy prevails”. También ha dicho
algo sobre “ecosistemas de aprendizaje”, pero nadie lo ha entendido. A lo que
íbamos...
De los creadores de Cariño he emprendido a los niños, llega…
Existe en la red un blog llamado La isla de Lola cuya
autora se define en Twitter como "feminista" y "consultora de
igualdad" y dice ponerse "gafas violeta desde que se levanta"
(sic). Enuna entradade
hace cosa de dos meses, Lola (o
Dolores, pues no tengo el gusto), se manifestaba incómoda, a
disgusto, como compungida, tras haber leído un artículo (era una entrevista, en realidad) que
consideraba "provocador" y "de los que sirven para vender
libros". La frase que causaba tanta aflicción a Lola (o Dolores) es la misma que tanto ha dado que hablar en la redes, pese a que yo pensaba que, lejos de la intención provocadora que ella sospechaba, no tenía por qué generar polémica. Era esta:
“A la escuela se va a
aprender, no a buscar la felicidad”.
Queda claro que afirmar algo
tan obvio como que el objetivo de la escuela no puede ser la búsqueda de la
felicidad sino el aprendizaje lo convierte a uno en un tipo poco recomendable. Decía Lola (o
Dolores) que mi artículo (entrevista...) era "largo" (en fin...) pero que podía
resumirse (pásmense) de esta forma:
"Vivir no tiene nada que ver con ser
feliz".
De verdad que uno ya no sabe si se explica rematadamente mal o si es que algunos ponen muy poco interés cuando leen. Seguía Lola (o Dolores) interpretando mi
("largo") artículo (insisto, entrevista - lo pone en
el pie de foto, Lola o Dolores: "Entrevista a Alberto Royo, profesor y
autor de 'Contra la nueva educación'"-)
y haciéndolo, por cierto, bastante mal. Así: "La educación", dice que yo dije, "tiene
que servir para adquirir muchos conocimientos que nos permitan aspirar a lo que
se entiende por un buen trabajo en el que, por supuesto, no nos quejaremos de
nada porque para eso nos habrán educado en el respeto a la autoridad". Y
yo le pregunto a Lola (o a Dolores): ¿ha leído usted la entrevista o por ser
demasiado "larga" solo le ha echado un vistazo así por encima? La verdad, si la ha leído, repito que no ha prestado atención. Vuelva a intentarlo con sosiego, ande, porque
resulta difícil defender los argumentos de uno ante alguien que los ha
entendido tan defectuosamente. En cualquier caso, le explico: que la educación debe servir para adquirir conocimientos es de perogrullo. Ahora bien, que este conocimiento esté enfocado
exclusivamente a "encontrar un buen trabajo" es algo que ha dicho usted,
no yo. Precisamente defiendo que el conocimiento es un valor en sí mismo y que
aporta un enriquecimiento personal que no depende de remuneración económica
alguna. Y en cuanto a sus suspicacias respecto a la importancia de la autoridad
(autoridad intelectual, Lola -o Dolores-), que según augura, hará que nuestros
alumnos "no se quejen de nada", debo decirle que respetar a quien
sabe más no lo hace a uno sumiso sino humilde, que sin humildad difícilmente se acede al conocimiento y que sin conocimiento no hay espíritu crítico que
valga: un ignorante será siempre más fácilmente manipulable que alguien
formado. ¿Pero qué le voy a contar a usted, Lola (o Dolores), que cuando lee la
palabra esfuerzo, pregunta casi ofendida: "pero, ¿de qué esfuerzo hablamos?" Pues
oiga, del esfuerzo que es indispensable para todo aprendizaje, del que nos
iguala a todos y no depende solo de las diferentes aptitudes (con "p")o de las condiciones
socioeconómicas, ese que es verdaderamente democrático (no como la inteligencia,
el talento o la capacidad, que no se repartieron nunca de forma equitativa -lo siento-).
"Los niños disfrutan aprendiendo",
dice usted. Sí, casi siempre. El problema lo tenemos con el "casi", que se produce cuando los adultos consideramos que deben de aprender algo
que les va a resultar provechoso pero que no es tan divertido (atarse los cordones de
los zapatos, por ejemplo, no es especialmente apasionante, pero tienen que
aprenderlo para evitar pisárselos y romperse la crisma o depender siempre de alguien que se los ate). ¿Debemos renunciar a
que lo hagan si no les entusiasma? Dice también que "las niñas" (¿solo
las "niñas?") "se esfuerzan por conseguir lo que quieren, ya sea
leer por sí mismas un cuento que les llama la atención o construir una cabaña
de madera". Definitivamente, usted no ha leído mi entrevista. Le transcribo un fragmento (es corto, no se preocupe): "Aprender es
apasionante. Mi hijo mayor tiene cinco años y la primera vez que se consiguió leer
un cartel tenía los ojos hasta vidriosos. Lo que yo
quiero transmitir es que lo lúdico no tiene por qué ser lo motivador, que
aprender siempre lo ha sido. Lo de la motivación es delicado porque no todo nos
atrae, de entrada. En la vida, hacemos cosas que no nos apetecen, que no parecen
sugerentes y luego nos gustan". Pero es que confunde usted todo. Confunde la
educación en hábitos como la perserverancia o la responsabilidad con la
aceptación de roles impuestos, roles, según usted, que repetiremos "de por
vida" porque acataremos "la autoridad de un jefe inepto, de una
pareja maltratadora y, en última instancia, de un sistema desigual y opresivo".
¿Pero de qué me está hablando usted, señora mía? Lo que usted ha entendido no
tiene nada que ver con lo que yo digo. Si quiere que los alumnos "cuestionen",
rebatan y se planteen preguntas, primero tendrán que saber. Y tendrán que
aceptar que hay alguien (el docente, por ejemplo) que sabe más que ellos y que
les puede enseñar para que en el futuro estén en condiciones de pensar por sí
mismos. ¿Qué criterio va a tener alguien que no sabe nada? Ese es el que
terminará acatando lo que se le diga o, si le va "bien", imponiéndolo a los
demás. Pero no podrá razonar ni argumentar nada. Será oprimido u opresor. Y desde luego no estará en
disposición de "cambiar las cosas".
En fin, Lola (o Dolores), aquí le envío mi
respuesta. Espero que llegue a su isla y que la lea. Y espero que esta vez no
le parezca demasiado larga y lo haga con más atención que mi artículo (digo entrevista, que ya me estoy liando).
Mi colega Manuel Ballester ha tenido la gentileza de hacer una referencia a Contra la nueva educación en su último artículo en La Opinión de Murcia. El texto, como acostumbra, es excelente. Y yo, después de leerlo y meditarlo, me he puesto a escribir y he terminado yéndome por los cerros de Úbeda (como acostumbro, también). Sin embargo, compartiendo el fondo desde el punto de vista educativo, no sé si estoy tan de acuerdo (por buscar una discrepancia y no darnos siempre la razón los que tenemos una idea similar sobre cómo debería ser nuestro sistema de enseñanza) con el final del escrito, en concreto con la asociación que establece (o que yo interpreto) entre aquello que debemos "conservar" por "valioso" (que en la educación sería el conocimiento, junto con los saberes permanentes y valores atemporales tales como el interés, la disciplina o la perserverancia) y lo que, nos dice Manuel, "hemos construido juntos", es decir, con la vinculación entre la "esperanza de mantener" este "estado de bienestar" y la necesidad de no "olvidar nuestra cultura". Lo que desde una perspectiva educativa me parece más que razonable, me genera dudas desde la óptica puramente política, no porque no esté de acuerdo (lo estoy) en que no debemos de tirar por tierra aquello que se ha conseguido (pienso en derechos que no existían y hoy -todavía- tenemos; pienso en aquellos países que envidian nuestra muy perfectibledemocracia), como creo que coincidimos en nuestra desconfianza hacia quienes se presentan ante nosotros como salvadores e inventores de la pólvora (de estos hay en los dos ámbitos, el político y el educativo, vaya sí los hay). No es por eso, no. Mis dudas tienen más que ver con un escepticismo que me lleva a desconfiar casi en igual medida de quienes apuestan (por usar los propios términos de Manuel) por "desmelenarse y mandar todo a tomar viento" -no veo mal lo primero pero encuentro peligroso lo segundo- y quienes (por seguir con su expresión) intentan "transmitir ilusión" para conservar "lo que hemos construido". Recelo, para desgracia mía, de unos y de otros, porque unos no me inspiran ninguna confianza (a los hechos hemos de remitirnos) y porque otros, si bien no me infunden terror como a algunos, me transmiten una sensación cada vez mayor de producto prefabricado y de excesiva adaptación a loquelpueblopide (recientemente Pablo Iglesias, el flamante socialdemocráta de nuevo cuño, ante el vídeo de una tertulia en la que se definía como comunista, alegaba que solo pretendía "provocar" y "divertirse" -una juerga, todo, jiji, jaja, qué bien nos lo pasamos-). Por todo ello, separaría aquello que Manuel y yo defendemos (el conocimiento y todo lo que conlleva tal y como lo entendemos) de la pugna electoral. Por dos motivos: primero, porque se pueden defender posturas sensatas desde diferentes planteamientos ideológicos; segundo, porque mucho me temo que no tenemos clavo al que agarrarnos, al menos de momento. Sabemos qué idea tienen de la enseñanza los partidos viejos y cuál es la de los nuevos (el inglés como lengua vehicular para supeditar la educación a la economía es la idea estrella de Ciudadanos; la asignatura de Inteligencia Emocional es la ocurrencia trending topic de Podemos, el partido que en saraos universitarios defiende los valores ilustrados y luego en su programa se vuelve anti-intelectual). Apañados estamos (o we are in trouble, que diría Albert). La columna de Manuel Ballester, aquí.
La
advertencia de la Asociación de Profesores de Secundaria sobre la necesidad de
proteger al profesor en su importante labor ha devuelto a la primera línea de
actualidad la situación de indefensión en que se encuentran más docentes de los
que se piensa. Parece que todos los grupos parlamentarios están dispuestos a
abordar la cuestión. Sin embargo, soy tan escéptico en esta cuestión como
cuando oigo hablar de consenso y pacto educativo. Por tres motivos:
El primero, que no tengo
nada claro que todos entiendan correctamente el significado de la palabra
"autoridad". Basta leer cómo la portavoz de Podemos en Navarra la
confundía con "autoritarismo" (y no es la primera persona que lo hace).
El segundo motivo es que
temo que no estemos dándole a este tema la importancia que merece.
Recientemente, un alto cargo del Departamento decía que las agresiones son
"pocas" y que ni son "constantes" ni
"continuadas". Con acierto, el periodista le replicaba que "un
solo caso ya parece demasiado", a lo que asentía el Director General, pero
insistiendo en que no creía que hubiera "un gran problema por
debajo". Nadie diría que los casos de violencia de género son
"pocos" o que no son "constantes" ni
"continuados". Y no tengo ninguna duda de que al Director General le
parece inadmisible que se agreda a un docente. Pero sus palabras reflejan la
poca trascendencia que se le da a que un profesor sufra este tipo de
situaciones, como si entraran en el sueldo, como si debieran ser admitidas como
gajes del oficio, como si el hecho de no ser "muchos" casos (no sé si
treinta y nueve avisos este curso, a los que habría que sumar las agresiones
que no han sido comunicadas, pueden considerarse "pocos" o
"muchos") restara gravedad a lo que está ocurriendo.
La tercera causa de mi
desconfianza es que tampoco estoy seguro de que seamos conscientes de las
distintas tipologías de boicot a la tarea del docente que se producen dentro de
un aula. Cuando un alumno acosa o agrede a un profesor está atentando contra su
dignidad personal. Pero, sin llegar a estos extremos, un alumno puede
dificultar, por medios menos estridentes, que un profesional desarrolle con
normalidad su trabajo. Y esto supone no solo impedir su derecho al ejercicio de
la docencia sino el derecho del resto de los alumnos a aprender.
Podemos debatir sobre las
causas sociológicas del deterioro de la conducta de nuestros alumnos o sobre
cómo ponerle remedio. Pero será una discusión estéril si no entendemos que la
solución no pasa (o no solo) por medidas "preventivas" como las
anunciadas por el Consejero de Educación ("mediación" y
"comisiones y cursos de convivencia") sino por garantizar que los
actos de cada cual tendrán sus consecuencias, unas consecuencias que, como
expuso con lucidez el Catedrático Tomás Yerro hace pocas fechas en Diario de Navarra, han de ser "ejemplarizantes por su prontitud" y
"proporcionales a su naturaleza". Mucho se habla de la educación
emocional y las habilidades sociales, pero poco de aquellos valores tan
esenciales en la formación humana de nuestros alumnos como es la
responsabilidad individual. Y no es posible transmitir estos valores si
eliminamos las consecuencias que se derivan de la libertad de cada cual para
tomar decisiones y actuar. Tampoco si pretendemos encontrar la solución a los
problemas desde lo estético y lo políticamente correcto.
Una experiencia interesante la de Madrid. Un formato muy concreto que al principio le provoca a uno cierta sensación de extrañeza que pronto pasa pues, al fin y al cabo, se trataba de hablar de mi profesión y sus (nuestras) circunstancias. Mis esfuerzos se centraron en defender el conocimiento como algo que puede ser estimulante y, por qué no, emocionante. Y en cuestionar la obsesión innovadora y afectivoide en favor del rigor y del primum discere, deinde docere, la máxima de la tradición pedagógica. En definitiva, pretendí alertar contra la devaluación del saber y la cultura por culpa de los neogurús de la educación, esos que dicen que reivindicar el saber es de arrogantes. Yo creo que es más bien al contrario: de arrogantes es despreciarlo. Como dijo Góngora, entiendo lo que me basta y solamente no entiendo cómo se sufre a sí mismo un ignorante soberbio.
Aquí, el vídeo de la charla (o, como dicen los modernos, la Tedxtalk):