Mi colega Manuel Ballester ha tenido la gentileza de hacer una referencia a Contra la nueva educación en su último artículo en La Opinión de Murcia. El texto, como acostumbra, es excelente. Y yo, después de leerlo y meditarlo, me he puesto a escribir y he terminado yéndome por los cerros de Úbeda (como acostumbro, también). Sin embargo, compartiendo el fondo desde el punto de vista educativo, no sé si estoy tan de acuerdo (por buscar una discrepancia y no darnos siempre la razón los que tenemos una idea similar sobre cómo debería ser nuestro sistema de enseñanza) con el final del escrito, en concreto con la asociación que establece (o que yo interpreto) entre aquello que debemos "conservar" por "valioso" (que en la educación sería el conocimiento, junto con los saberes permanentes y valores atemporales tales como el interés, la disciplina o la perserverancia) y lo que, nos dice Manuel, "hemos construido juntos", es decir, con la vinculación entre la "esperanza de mantener" este "estado de bienestar" y la necesidad de no "olvidar nuestra cultura". Lo que desde una perspectiva educativa me parece más que razonable, me genera dudas desde la óptica puramente política, no porque no esté de acuerdo (lo estoy) en que no debemos de tirar por tierra aquello que se ha conseguido (pienso en derechos que no existían y hoy -todavía- tenemos; pienso en aquellos países que envidian nuestra muy perfectible democracia), como creo que coincidimos en nuestra desconfianza hacia quienes se presentan ante nosotros como salvadores e inventores de la pólvora (de estos hay en los dos ámbitos, el político y el educativo, vaya sí los hay). No es por eso, no. Mis dudas tienen más que ver con un escepticismo que me lleva a desconfiar casi en igual medida de quienes apuestan (por usar los propios términos de Manuel) por "desmelenarse y mandar todo a tomar viento" -no veo mal lo primero pero encuentro peligroso lo segundo- y quienes (por seguir con su expresión) intentan "transmitir ilusión" para conservar "lo que hemos construido". Recelo, para desgracia mía, de unos y de otros, porque unos no me inspiran ninguna confianza (a los hechos hemos de remitirnos) y porque otros, si bien no me infunden terror como a algunos, me transmiten una sensación cada vez mayor de producto prefabricado y de excesiva adaptación a loquelpueblopide (recientemente Pablo Iglesias, el flamante socialdemocráta de nuevo cuño, ante el vídeo de una tertulia en la que se definía como comunista, alegaba que solo pretendía "provocar" y "divertirse" -una juerga, todo, jiji, jaja, qué bien nos lo pasamos-). Por todo ello, separaría aquello que Manuel y yo defendemos (el conocimiento y todo lo que conlleva tal y como lo entendemos) de la pugna electoral. Por dos motivos: primero, porque se pueden defender posturas sensatas desde diferentes planteamientos ideológicos; segundo, porque mucho me temo que no tenemos clavo al que agarrarnos, al menos de momento. Sabemos qué idea tienen de la enseñanza los partidos viejos y cuál es la de los nuevos (el inglés como lengua vehicular para supeditar la educación a la economía es la idea estrella de Ciudadanos; la asignatura de Inteligencia Emocional es la ocurrencia trending topic de Podemos, el partido que en saraos universitarios defiende los valores ilustrados y luego en su programa se vuelve anti-intelectual). Apañados estamos (o we are in trouble, que diría Albert).
La columna de Manuel Ballester, aquí.
La columna de Manuel Ballester, aquí.
Esto precisamente, querido Alberto, lo que tú expresas en este artículo, es el espíritu crítico que tantos reivindican para luego cargárselo con sus simplezas. Cierto, we are in trouble... Enhorabuena por la entrega.
ResponderEliminarMuchas gracias, Xavier.
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