lunes, 29 de abril de 2013

De tintas verdes y contrarreformas (I).



Que los políticos utilicen conceptos históricos sin el más mínimo rigor no es algo que deba sorprender a nadie. Puesto que en este blog el PP se lleva la mayor parte de los mandobles (y así debe ser porque es el partido que gobierna y porque no deja de hacer méritos), hoy quiero comentar algo sobre la nueva publicación digital denominada Tintaverde, procedente del Área de Educación de Izquierda Unida de Navarra, en la que se incurre en la falta de prudencia habitual en la izquierda menos ilustrada (o más anti-ilustrada). La revista acude al lema tinta verde para una marea verde, lo que evidencia que busca seguir la estela de la popular Marea Verde en defensa de la educación pública (la del “escuela pública de tod@os, para tod@s”). Escuchamos y leemos continuamente el listado de calificativos que se vinculan con la futura ley de educación. Con algunas pequeñas variantes (siempre hay que tener en cuenta el aderezo nacionalista), se incluyen los siguientes: sexista, segregacionista, mercantilista, recentralizadora, privatizadora, antidemocrática, competitiva, impuesta, adoctrinadora, antidemocrática y, cómo no, franquista (-“Tú no tienes valores, toda tu vida es nihilismo, cinismo, sarcasmo y orgasmo” -“¿Sabes? En Francia, con ese eslogan me habrían hecho presidente”-Woody Allen. Desmontando a Harry-). Izquierda Unida de Navarra, como otros sindicatos y grupos de la izquierda oficial, hablan además de contrarreforma.

Volviendo entonces al rigor histórico, todos sabemos que la Contrarreforma surgió como respuesta a la Reforma Protestante que, a su vez e influída por un cambio en la concepción del mundo a través del humanismo renacentista (con quien compartiría el ataque a la teología oficial, la afirmación del papel central del hombre en el universo y el interés por la libertad de aquel)  había pretendido acabar con los abusos de la Iglesia Católica. La Contrarreforma, reunida en el Concilio de Trento, supuso, entre otras cosas, la reimplantación de los tribunales de la Inquisición y la creación del Índice Librorium Proibitorium (lista de libros y dogmas contrarios a las ideas defendidas por la Iglesia Católica). Puesto que no se entiende una contrarreforma sin reforma previa, podemos afirmar que la comparación entre LOMCE y Contrarreforma no se sostiene, como no se sostendría la comparación entre las Reformas educativas anteriores (LOGSE-LOE) y la Reforma Protestante. No parece tampoco que con la LOMCE se pretenda quemar libros o recuperar la Santa Inquisición, pese a la vergonzosa protección que el PP dispensa a la enseñanza concertada (cuestión esta que a determinadas organizaciones, que han venido defendiendo la educación privada y la homologación salarial de los docentes de la concertada, molesta ahora de forma repentina y poco verosímil). Lo cierto es que precisamente las leyes anteriores son de todo menos reformistas en el sentido que estamos utilizando. Y lo que necesita nuestro sistema educativo es una auténtica reforma que devuelva a la escuela su función primigenia: la de transmitir conocimientos para formar ciudadanos (cosa que, por cierto, tampoco se conseguirá con la nueva ley).

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