Nacho Camino, que se
prodiga menos de lo que nos gustaría a quienes hemos sido asiduos a sus lúcidos
escritos, habla en su blog de los últimos acontecimientos en el ámbito
mediático-educativo, con referencias a algunas de mis vicisitudes, como las
acaecidas en Cuarto
Milenio o en el programa de Mercedes
Milá.
Así comienza el artículo:
Si las entradas de esta bitácora se han espaciado
tanto en los últimos tiempos es porque a quien esto escribe le parecía
redundante seguir levantando acta del lento pero imparable hundimiento de la
enseñanza española. Como, además, las propuestas que podían surgir de este
espacio se oponían frontalmente al pensamiento hegemónico, tras cada
publicación quedaba flotando en el aire un incómodo olor a catacumba: la
sospecha de que este incienso subterráneo sólo iban a olerlo, una vez más, los
convencidos, las mismas y cada vez menos numerosas narices que asoman por aquí
tras haber constatado el hedor que desprende aquello que convenimos en llamar
“escuela”.
Durante este tiempo, no es que las cosas hayan
cambiado mucho. La nueva ley educativa se ha demostrado tan chapucera e
ineficaz como cualquiera de sus predecesoras de los últimos veinticinco años.
El fracaso escolar apenas se ha reducido, y, si lo ha hecho, obedece más a un
maquillaje estadístico que a la imperturbable realidad. Las, así llamadas,
nuevas pedagogías siguen bombardeando a los profesores en ejercicio con teorías
de antiguo y de moderno cuño, la mayoría de ellas sin mayor fundamento
científico que una baraja del tarot. Los políticos siguen hablando de pacto, y
las nuevas tecnologías son el flamante becerro de oro.
Sin embargo, hay algo que sí ha cambiado. Algo
que se veía venir, pero que nunca imaginamos que pudiera estallar como lo ha
hecho. Estas discusiones pedagógicas, que antes se restringían al ámbito
académico, se han convertido, como cualquier otro objeto de consumo, en un
espectáculo para las masas. Lo que antes se reservaba para el debate
especializado ahora es motivo de tertulia, concurso o telerrealidad en horarios
de máxima audiencia. No hay cadena que no emita algún programa dedicado al
asunto educativo, casi siempre a partir de un análisis superficial y
profundamente sesgado de los problemas que padece eso que aún acordamos
denominar “escuela”. Hasta Cuarto Milenio ha
enfocado su objetivo parapsicológico para mejor iluminar las bondades de la
neopedagogía, lo que quizá sea comprensible, después de todo: las
pseudociencias se reconocen mutuamente sin dificultad alguna. Han proliferado
tertulias, documentales, hasta concursos como “Poder Canijo”, un adefesio pagado con dinero público
que la audiencia, por fortuna, ha castigado como merece. Por tener, tenemos
hasta estrellas mediáticas como César Bona, con cuya invocación parecen solucionarse
todos los males de la enseñanza, aunque no sepamos con certeza cuál es su
método, ni siquiera si tiene uno. Y puesto que hay un héroe, y si queremos que
el espectáculo continúe, los popes del entretenimiento televisivo nos
proporcionan, cómo no, un villano. Ese papel le ha tocado en suerte al profesor Alberto Royo, el único en esos platós de la España
cainita y bullanguera que se ha atrevido a señalar la impudicia del rey: A la escuela, ha dicho, se va, en primera
instancia, para formarse, y no para ser felices. Semejante
máxima le ha costado la reprobación, más o menos explícita, de presentadores,
colegas, padres y hasta de monjas nada recatadas como la apelesiana Lucía Caram.
Nacho es mucho Nacho (me ha salido una aliteración digna de Carlos Edmundo de Ory o de Gloria Fuertes).
ResponderEliminarDescubrí hace ya algún tiempo el blog de Nacho, un antiguo des-educativo, y fue como descubrir otra isla en medio del océano. En su momento leí este mismo artículo y sencillamente me encantó. Me encantó porque expresa lo que muchos de mis compañeros y yo sentimos. Es saludable y reconfortante, por los ánimos que infunden artículos como éste, que haya personas que den un paso adelante para defender causas que afectan a un colectivo, como es en nuestro caso el colectivo de los docentes. Gracias por estar ahí
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