Malala
Yousafzai, de quien se ha estado hablando estos días por haber sido candidata
al Nobel de la Paz (que hoy ha recaído en la Organización para la prohibición de las armas
químicas) es la adolescente a la que los talibanes paquistaníes dispararon en
la cabeza mientras esperaba en la cola del autobús de la escuela. El motivo, haber hecho campaña a favor
de la educación de las niñas en su país y contra la represión.
Vale
la pena volver a escuchar su discurso en la sede de las Naciones Unidas, en el
día de su decimosexto cumpleaños.
“Tomemos
nuestros libros y nuestros bolígrafos. Son nuestras armas más poderosas”.
“Un niño, un maestro, un libro y un bolígrafo pueden cambiar el mundo. La
educación es la única solución. Primero, la educación”.
Y mientras
escribo estas líneas recordando a Madala, me acuerdo de María Abad, la
investigadora del Centro Nacional de Investigaciones Oncológicas que generó células madre embrionarias dentro de un ser vivo y que dijo recientemente:
“Estoy aquí gracias a mis profesores de instituto”. Da las gracias a “Lola y Antonio” porque “despertaron su capacidad de asombro, su
curiosidad”. “Salí, decía María, “sabiendo que quería estudiar Biología”.
Uno,
que se toma en serio su oficio, no pretende que ningún alumno mencione su
nombre en El País reconociéndole
el esfuerzo que ha hecho por despertar en él la pasión por el saber. Le basta
con que María cite a “Lola y Antonio” porque quiere identificarse con ellos, que Malala se acuerde de él porque reivindicar la importancia de la educación es reconocer el esfuerzo del maestro, que Antonio (Muñoz Molina)
defienda la educación pública como si le fuera la vida en ello y siempre que
tiene ocasión.
Gracias a Antonio, a Malala y a María.
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