jueves, 20 de noviembre de 2014

Los profesores, a los leones.


Lamento de veras tener que salir al paso de las declaraciones de un compañero de profesión, pero me siento obligado a rebatir algunas de las afirmaciones de Alberto Arriazu, director de instituto y Presidente de FEDADi (Federación de Asociaciones de Directivos de Centros Educativos Públicos), en una reciente entrevista a la Agencia EFE.  En realidad, reduciré mis objeciones a una, por su gravedad: decía Alberto Arriazu que un director "no puede impedir" que un profesor utilice una metodología en clase "absolutamente convencional y aburrida".

Cada vez es más evidente que las aspiraciones de docentes y directivos, en otro tiempo concordantes, han tomado caminos muy distintos. Y es que muchas de las reivindicaciones de las asociaciones de directores de instituto son claramente incompatibles con las demandas de gran parte del profesorado y hasta con los principios de transparencia, igualdad, mérito y capacidad. No vale la pena entrar hoy en todas esas disconformidades porque lo desafortunado de la manifestación del Presidente de FEDADi me lleva a defender la labor del profesor ante lo que me parece un ataque en toda regla que habría firmado la mismísima primatóloga Gomendio. La injusta generalización sobre el supuestamente convencional y aburrido método de los profesores no es desacertada por falsa, pues no dudo que habrá profesores aburridos e incluso malos profesionales, como en todas las profesiones y actividades que podamos imaginar (seguro que también hay por ahí algún que otro director no excesivamente jovial ni cachondo). La generalización es desacertada por lo que da a entender: que el director, que, faltaría más, hace todo lo que está en sus manos y hasta lo que no por el mejor funcionamiento de la educación pública, no puede llegar a todo ni solucionar todos los problemas, por ejemplo, el de los profesores aburridos, desganados, inapetentes, soporíferos o cargantes. Toda crítica debe ser tenida en cuenta, siempre que sea constructiva. Pero no parece que sea este el caso. Más bien parece que el Sr Arriazu, que representa a los directivos de instituto de toda España, prefiere lavarse las manos y echar a los profesores a los leones. Cuando este vicio, porque culpar al docente es ya un vicio, para algunos casi una adicción, lo encontramos en pseudoexpertos que nada saben de educación aunque pontifiquen, resulta poco más que anecdótico (aunque también debe contrarrestarse por el excesivo protagonismo que los medios conceden a tanto iluminado). Lo malo es que sean quienes en teoría representan a los directivos de los centros públicos los que compran y luego venden la tan cacareada falta de ¿carisma? metodológico en el profesor. Que un charlatán  tache de trasnochado al profesor porque no innova, no es creativo, no está a la última o no sabe motivar a sus alumnos (¡cuándo se darán cuenta de que jamás, por regla general, los alumnos han querido aprender por propia iniciativa!) no reviste la misma importancia que si un colega con amplia experiencia docente y no dudo que con capacidad y solvencia intelectual y profesional, realiza unas declaraciones tan imprudentes, que ponen en cuestión la profesionalidad de la inmensa mayoría de los profesores y que, además, no se sostienen por dos motivos fundamentales.

Primero, la mitificación de la metodología en detrimento de los contenidos (el sometimiento del "qué" al "cómo") es precisamente uno de los grandes errores que se han cometido en la enseñanza. La metodología es algo muy personal y que depende en gran medida de la experiencia. Nadie niega la imprescindible capacidad didáctica que debe atesorar un docente, pero siempre partiendo de un profundo conocimiento de su materia.

Segundo, "convencional" y "aburrido" no son sinónimos, aunque probablemente no han sido asociados de manera fortuita. Convencional es aquello que proviene de un pacto o se atiene a las normas mayoritariamente observadas en virtud de precedentes; en un sentido peyorativo, puede ser algo poco original. ¿Debe ser original un profesor? Cuestionable. Aburrido sí tiene una connotación negativa obvia: aquello que causa, cansancio, fastidio, que no divierte. Pero vuelvo a preguntar: ¿debe el profesor divertir o enseñar? Porque para juzgar a un profesional, antes debemos tener claro qué debe exigírsele, si divertir mediante la búsqueda de la originalidad o algo menos sugerente pero mucho más importante: enseñar.

2 comentarios:

  1. Lo triste no es que se haya tragado alguna de las bolas al uso (probablemente no sería director si no aparentara al menos habérselas tragado y asimilado), sino que, por el espacio dedicado en la entrevista, más que la educación, lo que parece preocuparle es lo suyo, o sea, el típico 'qué hay de lo mío': el curso para seguir siendo director, sus atribuciones y competencias, el que no lo hayan invitado a evacuar consultas con el ministro, etc. Hay demasiados ya que son, de profesión, director.

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  2. Desde luego, es preocupante que los problemas de profesores y directores hayan dejado de ser los mismos. Un saludo y bienvenido.

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