Antonio Janer publica un artículo en Ara Balears (puede leerse aquí) sobre La sociedad gaseosa. Lo transcribo a continuación, traducido al castellano.
El prefijo post- ya se ha convertido en una
auténtica plaga. Vivimos
en la era de la postmodernidad, la postverdad, la postcensura, pero también de
la "posteducación", en la que la educación es entendida como un
espectáculo. Lo
podemos leer en el ensayo 'La sociedad gaseosa' (Plataforma Editorial, 2017),
de Alberto Royo, profesor de música en un instituto de Navarra. El
título está en sintonía con la famosa "sociedad líquida" con la que
Zygmunt Bauman aludió a la disolución de los principios tradicionales
considerados hasta ahora estables.
Royo aplica las tesis del pensador polaco en
el mundo educativo: "La misma cultura ha dejado de ser un conjunto
consolidado de saberes para pasar a rendirse a la fugacidad y, finalmente, a la
vaporosidad. La
inmediatez, la búsqueda de la rentabilidad, la falta de exigencia y
autoexigencia, el desprecio por la tradición, la obsesión innovadora, el
consumismo, la educación placebo, el arrinconamiento de las humanidades y de la
filosofía, la autoayuda ,
la mediocridad asumida y la ignorancia satisfecha hacen tambalear lo que
pensábamos que era más consistente ".
El autor de 'La sociedad gaseosa' reivindica
la formación intelectual de los profesores a partir de la cita clásica 'Primum
discere, deinde docere' ( 'Primero aprende, después enseña'). Además,
insiste en que sólo aquella persona que se apasiona con lo que ha estudiado es
capaz de transmitirlo con entusiasmo. Los
alumnos, sin embargo, no deben olvidar que aprender implica esfuerzo y que no siempre
es divertido.
Sin duda, el camino hacia la belleza del
conocimiento se puede allanar. Con
todo, Royo, sin ser tecnófobo, lamenta la "homeopatía pedagógica" de
las nuevas corrientes educativas que se preocupan más por entretener que por
enseñar. En
Infantil y Primaria, tiene todo el sentido del mundo el aprendizaje lúdico. En Secundaria, en
cambio, hay más disciplina académica. No
en vano, es la etapa en la que se ha de profundizar en los contenidos y se debe
velar más por la maduración intelectual del alumno.
La radiografía de Secundaria que hace este
profesor de música es bastante alarmante: con la rebaja del nivel de exigencia
se incrementa el porcentaje de alumnos mediocres. Mientras
tanto, los más brillantes son los grandes damnificados de una "posteducación"
que ha convertido los institutos en centros terapéuticos de la felicidad y no
del conocimiento. Royo
mantiene que todas las personas deben tener la misma oportunidad para acceder a
la educación. Recuerda,
sin embargo, que no todas llegarán al mismo punto.
Las reflexiones del autor de "La
sociedad gaseosa" me provocan sentimientos contrapuestos. En
Secundaria he podido observar en persona los frutos del trabajo cooperativo,
del trabajo por proyectos. El
grado de implicación de sus profesores responsables es de admirar. Celebro
mucho que ahora, en las aulas, se hable de inteligencia emocional y que las
materias se enfoquen más desde la transversalidad para favorecer la
promiscuidad intelectual. Mi
educación, en cambio, estuvo presidida por el individualismo, la rigidez mental
y el pensamiento acrítico.
Pero yo también, como Royo, desconfío de los
cantos de sirena de la neoopedagogía, presidida por unos gurús abonados a un
relativismo del todo estéril. Constato
que se han perdido los hábitos de estudio, de concentración y de estar en
silencio. También
encuentro a faltar la cultura del esfuerzo y de la paciencia, tan necesarios
para saborear los grandes placeres del conocimiento. El
drama es cuando los profesores debemos desertar de nuestro papel de
transmisores de cultura ante unos alumnos demasiado sobreprotegidos, no sólo por
la familia, sino también por los mismos educadores.
Hay sesiones de evaluación que avergüenzan. "La
vida te suspende o te aprueba una sesión de evaluación", leí hace poco en
Can Twitter mientras discutíamos si aprobar un alumno de segundo de
Bachillerato. La
culpa, sin embargo, no es nuestra, sino de un sistema educativo que va a la
deriva con constantes reformas que sólo responden a intereses partidistas y no
pedagógicos. No
se vislumbra ningún debate político serio sobre la preparación y la aptitud
tanto de docentes como de alumnos. Las
oposiciones, así como están planteadas, dejan mucho que desear.
En medio de este desbarajuste nos encontramos
con una sociedad que desconfía de los profesores, pero a la vez delega en ellos
toda la educación de sus hijos. Ahora las
escuelas no sólo deben enseñar, sino también educar. En
tiempos de la "posteducación" hay, pues, más cordura e implicación
por parte de todos. Ya
nos lo recuerda Royo en 'La sociedad gaseosa': "Si entendemos que a través
de la educación, del buen periodismo, de los buenos libros podemos mejorar la
sociedad, haríamos bien de protegerla de esta postmodernidad decadente".
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