lunes, 10 de junio de 2019

Zaragoza. Una breve crónica


Ya terminó la Feria del Libro de Zaragoza y ya se presentó Cuaderno de un profesor. Como es habitual, fue estupendo poder saludar a familiares y amigos y conocidos, con los que siempre es un gusto pasar un rato.

Llegué a Zaragoza a eso de las diez y media, puesto que debía firmar en la caseta de Cálamo a partir de las once. La Plaza del Pilar me pareció un extraordinario emplazamiento para la Feria. Allí me recibió la figura de Goya y no pude evitar acercarme a la Catedral de La Seo para rememorar el imborrable día mi boda. Tempus fugit...

El cartel anunciaba la programación del día y pronto estaba en la caseta con Paco Goyanes (qué importante labor la del librero, que al fin y al cabo es el mediador entre quien escribe y quien lee lo que otro escribe). No se hizo pesada la estancia, pues las visitas la hicieron muy agradable.

Primero vino Pablo, un tipo simpatiquísimo e inquieto al que no había podido tratar hasta ahora, fuera del mundo virtual. Tras varios intentos frustrados, esta vez sí pudo ser. Acudió con su madre, genio y figura, a la que ya había podido saludar el día de la presentación en Zaragoza de mi anterior libro, presentación en la que estuvo como “enviada especial”. Pasamos un buen rato charlando y le dediqué el Cuaderno con la intención de agradecerle (agradecerles a los dos) el detalle de pasarse por la Feria y, claro, de leer el libro. Por el vídeo podrán comprobar todos que me explayé, acaso en exceso.


Al poco tiempo, Jesús, mi amigo dinosauriófilo, con el que ya había compartido unas cañas en un “evento” anterior, apareció entusiasmado con su (excelente) labor divulgadora en el Museo de Ciencias Naturales de la Universidad de Zaragoza. Hice un descanso y nos tomamos una cerveza en un lugar fantástico: el Café Ciclón, en el restaurado antiguo Pasaje de la Industria. Nos pusimos al día y nos despedimos hasta otra ocasión, espero que pronto.


También pude hablar momentáneamente con Teodora, colega de batallas educativas, a la que acompañaba una amiga que compró mi libro para su hija, maestra de Infantil, lo cual me alegró enormemente porque la buena enseñanza ha de comenzar por ellas primeras etapas.

Pronto se hicieron las dos y aproveché para comer con mis padres en un sitio que vale la pena frecuentar: La Tabernilla de Sagasta (si van, prueben el tataki de atún), tras lo cual ellos descansaron un poco y yo regresé a la zona de la Feria para encontrarme, un rato antes de la presentación del libro, con Vanesa, a la que tenía unas ganas tremendas de conocer personalmente. Pasé con ella un rato magnífico, con otra cerveza (ella les dirá que tomó una fanta, pero no le hagan caso), pues hacía “bueno”. Hablamos un poco de todo. O bastante de todo. Y, una vez en Musicopolix, para presentar Cuaderno de un profesor, ella se marchó a hacer un examen, no sin antes hacerme una foto mientras probaba una de las guitarras de la tienda, aprovechando “maliciosamente” para incluir en la imagen unos UKELELES que se encontraban colgados al fondo. Al poco, Marta Vela, que tuvo la amabilidad de acompañarme y presentar el libro, estaba ya, puntual, con sus apuntes y su libro subrayado. Ultimamos algunos detalles, aguardamos a que los rezagados entraran y comenzamos. Además de algunos familiares, estaban: Charo, otra beligerante docente; Maite, también profesora, que dejó a medias una celebración para escucharnos; Leticia, comprometida docente en la FP; Mariantonia, la mujer de Dario, ambos enseñantes, a la que hacía años que no veía; Patricia y Antonio (Patricia enseña en FP); Carlos, que no es profesor, pero es un buen amigo, de los que siempre están; y estaba Ana, mi primera y más importante maestra de guitarra, la que me enseñó a amar el instrumento. Me dejaré seguro a alguien, pero me sabrán disculpar. El público estuvo participativo y discrepamos en algunos puntos, que es algo muy sano. Pero coincidimos en lo esencial: la educación es trascendental y ha de ser exigente y rigurosa para amparar la igualdad real de oportunidades y compensar desigualdades sociales; además, enseñar es un oficio noble y hermoso, a pesar de sus dificultades y sinsabores, que los hay, como hay satisfacciones que finalmente compensan las decepciones. 


Después de algo más de dos horas de tertulia, Gaby y Carlos, amabilísimos, habían preparado un piscolabis que sirvió para saludar a quienes no había podido saludar todavía. Firmé algunos libros y me quedé luego con Carlos, Patricia y Antonio (Juan se sumó un poco después). Anduvimos “tapeando” por el Tubo, una de las zonas más tradicionales de Zaragoza, sorprendentemente cambiada desde la última vez que la recorrí, que debió ser hace mucho, por lo visto. Comimos migas y mollejas y bebimos algunas cervezas más. Así acabó el día de la puesta de largo de Cuaderno de un profesor. Y aquí dejo algunas instantáneas y unas pocas líneas sobre la experiencia.


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