Alberto Royo, musicólogo y profesor de secundaria,
publicó hace un año Contra la nueva educación, un ensayo de título poco
ambiguo en el que criticaba las pedagogías de moda centradas en la motivación
del alumno y su bienestar emocional. Ahora, en La sociedad gaseosa, Royo
extiende el foco de su análisis –y de su crítica– a otros aspectos de la vida
moderna, aquejados, según él, de los mismos prejuicios antiintelectuales, de la
misma superficialidad y relativismo. No obstante, en la mayoría de los
capítulos, el punto de origen de la invectiva sigue estando en la educación.
Quizás porque de aquí se hayan extendido los males a esos otros ámbitos, o
porque las aulas ofrezcan las condiciones de “laboratorio” que permiten un
diagnóstico más certero.
Como explica el autor en los primeros capítulos,
defender hoy en día el rigor intelectual, las convicciones sólidas, el
esfuerzo, la virtud o la responsabilidad individual (como contraposición a los
condicionamientos sociales), le puede acarrear a uno el riesgo de ser tachado
de reaccionario, elitista o adoctrinador. A Royo parece no importarle: fustiga
sin piedad el relativismo y el cinismo moral, la falsa idea de equidad que
lleva a igualar en la mediocridad, la obsesión por la innovación o la
hipertrofia de lo emocional en nuestra sociedad. Se puede decir que la diana
común de todos sus dardos es el llamado pensamiento débil, clave en el ideal de
posmodernidad.No es Royo un pensador conservador –o al menos él no
se considera así–, sino más bien un nostálgico de una izquierda que desde hace
tiempo “abandonó la bandera de la responsabilidad individual” (también en el
ámbito de la cultura, aunque no solo), dejándola en manos de los sectores más
liberales. Como ejemplo de que estos valores no siempre han sido ajenos al
progresismo, Royo cita abundantemente textos de Gramsci.
El libro, aunque heterogéneo en cuanto a la longitud y
profundidad de los capítulos, posee coherencia en lo argumental, y se atreve a
cuestionar ciertos dogmas del progresismo bienpensante de nuestros días, como
el supuesto sexismo de los juguetes para niñas y para niños, o la idea de que
todos los males educativos vienen de la LOMCE.
Ahora bien, como en Contra la nueva
educación, Royo vuelve a caer en un antiliberalismo que en ocasiones resulta
forzado: el libre mercado puede contribuir a la vacuidad intelectual y conducir
al relativismo que el autor denuncia, pero las causas profundas están más allá.
Del desprestigio de la moral y las convicciones sólidas tiene más culpa la
sospecha contra la metafísica de la Ilustración que Adam Smith.
ACEPRENSA le pone un pero a "La sociedad gaseosa" en su "forzado antiliberalismo". Habiendo leído a Alberto creo que las referencias al tema no son tan significativas como para hacer objeciones... Quizá primero habría que definir bien qué es eso del liberalismo y del "libre" mercado... Seguramente que la vacuidad de nuestra sociedad también está en el origen del mercantilismo y no al revés. Sin embargo, hay que denunciar que no solamente se hace mercado de los bienes materiales. Hay colegios más interesados en la gloria de las instituciones de las que son imagen pública que en promocionar el conocimiento, la responsabilidad y la libertad. Y esos centros tienen mucha, mucha culpa, de lo que ahora padecemos.
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