Reproduzco a continuación un excelente artículo de Elvira
Lindo publicado en El País hace más de cuatro años pero plenamente vigente en
estos tiempos de mareas y mareos educativos. Por cierto, Elvira: no, no eres tú
sola.
¿Soy yo sola? Díganmelo, se lo ruego. ¿Soy yo sola la que, al
comenzar a escuchar lugares comunes en medio de una conversación de esas en la
que se arregla el mundo, se muerde los labios de impaciencia? ¿Soy yo sola la
que siente un cansancio infinito cuando en una conversación, por ejemplo, sobre
la educación en España, intuye ese instante en que nuestro interlocutor se
siente impelido a informarnos de que existió el franquismo y hubo curas, monjas
y hostias y una sofocante educación religiosa y tirones de orejas,
humillaciones gimnásticas y reyes visigodos, y que, aunque entiende que la
enseñanza no está en sus mejores momentos, considera que siempre es mejor el
desmadre actual que el autoritarismo de antaño? Háganme el favor de leer este
artículo a gritos, que es así como yo lo estoy escribiendo. ¿Es que consideran
esas personas que sólo ellas se enteraron de que hubo una dictadura o, aún
peor, es que esas personas entienden que cuando hablas de disciplina estás a un
tris de defender los métodos de disciplina franquista? ¡Venga ya! Sólo faltan
seis años para que la democracia tenga la misma edad que llegó a tener la
dictadura y todavía seguimos excusando nuestros retrasados índices escolares
escudándonos en un pasado cada vez más lejano. Me recuerdan a esos cincuentones
que, con ayuda inestimable de su psicoanalista, aún siguen culpando a papá de
sus desgracias actuales. ¡Que lo hubieran matado!, como proponía el doctor Freud. La falta de disciplina, la dificultad de
concentración, el desprecio a la memoria y las humanidades y los bajos
resultados en matemáticas forman parte de un virus que, como esta gripe
globalizada que padecemos, se extendió por todo el mundo. Aquí, el virus tomó
distintos nombres, la LOECE, la LODE, la ESO, la LOGSE, pero todo viene de la
misma cepa: entender que el conocimiento se podía adquirir aunque fuera
disminuyendo, a cada reforma, el nivel de esfuerzo. En otros países, esa
pedagogía de la infantilización cundió, sobre todo, en los barrios pobres,
mientras la clase media siguió optando a una educación de calidad; aquí, el
nivel bajó en todos los sectores. En eso podemos decir que somos democráticos.
Otra cosa que nos diferencia es que mientras en otros lugares hay un debate
real sobre la manera en que se debe educar a los niños para que puedan
enfrentarse al futuro, aquí, cada vez que se te ocurre dudar de la eficacia de
nuestro sistema, sus aguerridos defensores quieren pulverizarte con la famosa
palabreja, "catastrofista", un término que tiene múltiples
aplicaciones; se utilizó abundantemente, por ejemplo, hace dos años, contra
todo aquel que se atreviera a decir que había crisis:
"¡Catastrofista!". A mí me parece un adjetivo de lo más zarzuelero o
valleinclanesco: "Señá Rufi, no me sea usté catastrofista". El caso
es que, por ir de lo abstracto a lo concreto, un grupo de profesores americanos
decidieron poner fin, en la medida de sus posibilidades, a la catástrofe
sesentera y crearon hace unos 10 años una serie de escuelas en barrios
populares que han generado un debate interesantísimo. La primera de las
escuelas, Promise Academy, se creó en Harlem. Ellos huyen de esa idea
paternalista que consiste en creer que hay que rebajar el nivel según bajan las
posibilidades económicas. El claustro de profesores exige a los padres un
compromiso activo: admite al estudiante siempre y cuando sus padres estén
dispuestos a hacer un esfuerzo para mejorar su educación. Opinan que la
formación académica no es ajena a la de valores y modales, de forma que el
alumnado tiene que aprender a mirar a los ojos cuando se le habla, sentarse
adecuadamente, estrechar la mano de la persona que se acaba de conocer, tratar
con respeto al profesor y, por supuesto, ir vestido al colegio como un escolar,
no con una media en la cabeza, por aquello de que hay que respetar la
idiosincrasia de la cultura afroamericana. Los resultados se mostraban el otro
día en el New
York Times. El columnista, David Brooks, no
contenía su entusiasmo, llamaba al fenómeno: "El milagro de Harlem".
El propósito de este sistema, contaba, no es competir con otros chicos de otros
barrios de otras familias poco afortunadas económicamente, no, los estudiantes
de este colegio son educados para borrar el abismo histórico que hay entre los
chicos blancos de clase media y los negros de clase baja. Las notas demuestran
que es posible: en ese pequeño colegio de Harlem, la media escolar es la misma
que en cualquier colegio de Manhattan. No sólo eso. Esos alumnos aprenden a
comportarse de tal manera que su lenguaje corporal indique que tienen cultura y
educación. Parece que está pasando esa época en que cualquier crítica al
comportamiento inapropiado de un chaval de Harlem se consideraba un signo de
racismo; esta escuela es sólo una gota de agua, pero, como dicen algunos
expertos, ayuda a entender la naturaleza del problema; ojalá pase el tiempo en
que la crítica al sistema educativo español se considere catastrofista. Por
cierto, que en la información sobre esta escuela americana no se incidía en el
uso del ordenador. Y yo, sinceramente, me alarmo cuando aquí parece resumirse
en eso nuestro retraso educativo. Dicho esto sin ánimo de parecer
catastrofista. Que también.
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