viernes, 6 de septiembre de 2013

El enemigo en casa.

Como ser humano soy una especie de antología de contradicciones, pero tengo sentido ético. Esto no quiere decir que yo obre mejor que otros, sino simplemente que trato de obrar bien y no espero castigo ni recompensa. Que soy, digamos, insignificante, es decir, indigno de dos cosas; el cielo y el infierno me quedan muy grandes.

Jorge Luis Borges.

Con el paso del tiempo, uno va reforzando algunos principios, al tiempo que se replantea otros que parecían asentados y resultan ser más bien estáticos e incluso escasamente permeables a la influencia, siempre provechosa, de otros pareceres.

Durante mucho tiempo he pensado que tener convicciones firmes te saca de forma inevitable del terreno neutral para arrojarte de un empujón al campo de batalla dialéctico, asumiendo que tener enemigos (mejor, contrincantes) por discrepancias de pensamiento era no solo un daño colateral sino incluso muestra de la consistencia de mi ideario personal. Pasada esa primera etapa, quise creer que la indispensable mesura y flexibilidad que cualquiera debe cultivar para encajar la crítica, la divergencia y la inferioridad intelectual frente a los más doctos, que al fin y al cabo, es lo que te permite aprender y evolucionar, era sin duda prioritario.  Hoy, aceptando la contradicción (si Borges la aceptaba, qué objeciones voy a poner yo) de querer conservar algunas certezas pero estar abierto a que estas sean puestas en cuestión, me limito a tratar de ser coherente con aquello de lo que en cada circunstancia estoy convencido, sabiendo que pocas cosas hay indiscutibles pero intentando, al menos, ser fiel a mi propio código ético.

Inmerso en estas contradicciones, me veo defendiendo a mis compañeros de oficio al tiempo que sospecho que, en ocasiones, tenemos al enemigo en casa.  Digo esto porque no es la primera vez que me llevo una desagradable sorpresa al comprobar cómo algo que no debería generar controversia desde mi modesto punto de vista termina dando lugar a una disparidad entre mi postura y la de colegas cuyo criterio, a priori, es (o eso parecía) tan razonable como el que más. Y resulta desconcertante encontrar posturas y actitudes que atormentan viniendo de quien comparte contigo profesión. No me estoy refiriendo a los intereses personales o laborales que a menudo domestican a profesores aparentemente reivindicativos sino a verdaderos antagonismos que te llevan a reflexionar si no sería más conveniente hablar en nombre propio que en el de otros, que hacen mella en tu corporativismo de profesor de instituto: defiendes el uso de la palabra y descubres que la profesora de inglés no hace más que tirar de powerpoint, muda y perezosa a la hora de explicar su materia; hablas de autoridad y ves cómo el de Lengua compadrea con los alumnos como un colega más.; reivindicas la transmisión de contenidos y te topas con el de Plástica elogiando la evaluación por competencias; criticas la LOGSE y la LOMCE y entonces ya eres un ser incalificable. Raro. Pesado. Inoportuno. Molesto. Insolidario con mareas y sindicatos. De esos que todo lo critican y no están nunca conformes. En fin, que ya no sabes si estás del lado de la sensatez o eres como el de aquel chiste, el que conducía en dirección contraria y pensaba que eran los demás los equivocados. Mientras tanto, seguiremos cabalgando, al galope o a trote cochinero, dependiendo del momento y las circunstancias. 

2 comentarios:

  1. Profunda reflexión, sin duda, que a saber de qué indignante experiencia habrá surgido. Persevera en la cabalgadura, amigo Alberto, que nada hay tan valioso como la convicción de uno mismo en sus propias ideas, ni tan indigno como sucumbir a la necedad ajena que porfía por alejarnos de las mismas. Y aunque yo soy de Inglés y en ocasiones utilizo el Powerpoint, no sólo me atrevo a comprenderte, sino también a solicitar, con el debido respeto, cobijo en las filas de tu ejército reivindicativo. Indignos hay en todas partes y nuestra obligación es no permitirles que nos hagan dudar. ¡Ánimo!

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  2. Si el enemigo no hubiera estado dentro desde un buen principio, la mayoría de despropósitos que se han producido en educación no se hubieran materializado.
    Un abrazo.

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