No cuela. Las continuas
movilizaciones (y lo que queda) en contra de la nueva ley son, en el fondo (y
ni siquiera en el fondo, hasta en la superficie), una firme defensa del
mantenimiento del espíritu LOGSE, esto es, del statu quo educativo. Se está
repitiendo hasta el aburrimiento (que no hasta el convencimiento) que la LOMCE destruirá la educación
pública. Sin embargo, la educación pública ya está herida de muerte, exactamente desde
la implantación de la LOGSE
en 1990. Que el Partido Popular no la va a curar a base de tijeretazos, religión
y economicismo, es evidente. Pero que la responsabilidad es, como poco,
compartida, también. Y muchos de los que ahora se erigen en defensores de la
escuela pública lo que reclaman, deberían al menos reconocerlo, es el mantenimiento
de un sistema que lleva años haciendo aguas.
Podemos pronosticar,
con bastante probabilidad de acierto, que la LOMCE será una mala ley (cuando digo mala, me
estoy refiriendo a ineficaz). El motivo fundamental es que no va a solucionar
los problemas que tenemos hoy día en la enseñanza, que no son otros que los
derivados de la filosofía LOGSE/LOE: facilista, poco exigente e igualitarista siempre
a la baja. Y no los va a solucionar porque no es ese su objetivo. El propósito
de la LOMCE es
sencillamente maquillar los resultados académicos, es decir: reducir el porcentaje
de fracaso escolar para que las estadísticas, que las carga el diablo (pensemos
en los diferentes informes que colocan a España en un lugar sonrojante), mejoren.
Pero esto, como objetivo general, es muy peligroso porque se puede caer en el
mismo error: la rebaja de los niveles de exigencia con la intención de que todos los alumnos
lleguen al mismo punto, que es precisamente lo que nos ha llevado hasta donde
estamos. Si el objetivo del Gobierno fuera la mejora de la formación de
nuestros alumnos, habría presentado una ley distinta, pero claro, dicho
objetivo no habría encajado en los planteamientos de quienes elaboran las
leyes, que no son los profesores, sino los pedagogos, teóricos y asesores.
Como decía, la LOMCE tiene algunas luces
que no dan para ser optimistas pero sí deberían ser tenidas en cuenta por pura
honestidad: lo más positivo, a mi juicio, y siempre a expensas de cómo se
lleven a cabo, son las pruebas externas, esas que han provocado una oposición
casi histérica (que tampoco es de extrañar si recordamos cómo se recibió la -trágica-
noticia de que el 86% de opositores a maestro en la Comunidad de Madrid no superase
una prueba de conocimientos para alumnos de Primaria). Personalmente, por más
que lo pienso, no puedo entender el motivo de semejante rechazo. Pondré un
ejemplo: si un médico diagnostica una enfermedad a un paciente. ¿Cuál es el
problema: la enfermedad, el diagnóstico o el médico? Y, ¿no será mejor conocer
la realidad para poder tomar las medidas necesarias?
Seamos claros: no
sirve la LOGSE ,
no sirve la LOE y
no servirá la LOMCE. Es
urgente la implantación de un sistema educativo racional, no basado en teorías
sino en la praxis educativa, que parta de la opinión del verdadero experto, que
no es otro que el docente y que tenga claro que:
1.- Una educación
que pretenda formar ciudadanos debe ser exigente y premiar el esfuerzo. Solo así
podremos aspirar a una sociedad meritocrática.
2.- La ideología,
el adoctrinamiento, del tipo que sea, deben quedar fuera de la escuela.
3.- La adquisición
de conocimientos es la principal finalidad de todo aprendizaje.
Sin la observación
de estos supuestos, será imposible que una ley de educación ayude a mejorar las
cosas.
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