La primera entrevista después de la publicación de un libro es complicada. Uno aún no se ha habituado a hablar de un texto del que se ha distanciado una vez enviado a imprenta y está expectante por conocer qué opinará el lector. Sin embargo, la charla con Sonsoles Echavarren (que publica Diario de Navarra hoy domingo) fue, como siempre, cordial y provechosa y hablamos de cómo en esta sociedad gaseosa lo más consistente ha ido, poco a poco, dejando de serlo. El conocimiento ha dejado de ser, dicen los "expertos", lo fundamental en un profesor, al que se le exige más vocación que erudición, y se sacraliza una capacidad comunicativa que, sin una solida base de conocimientos, jamás puede devenir en eficacia docente. Precisamente mi valoración de esta cualidad glorificada en estos tiempos gaseosos, la vocación, es la que ha indignado a alguien que ha leído la entrevista. Parece que la única manera de ser un buen maestro es haber querido serlo siempre. No imagino que nadie pudiera escandalizarse si un médico manifiesta que su sueño infantil era ser futbolista, bombero o poeta. Supongo que nadie pregunta por su vocación al médico que va a operarle sino que se asegura de que posea conocimientos, experiencia y profesionalidad. Pues bien, en la enseñanza, convertida ya en una suerte de sacerdocio, no se puede decir que uno llegó a ella por tan oscuros y lucrativos intereses como tener una estabilidad económica y laboral -como si esto fuera inmoral- y por algo tan prosaico como que le atraía el temario de las oposiciones. Esto fue lo que me ocurrió a mí. Como cuento en La sociedad gaseosa con más detalle, siempre quise ser... músico (y qué suerte que lo soy). ¿Es algo malo haber querido serlo para enseñar... música? ¿Debí haber fantaseado desde los seis años con entrar en una aula llena de adolescentes, hacer programaciones didácticas y corregir exámenes? En mi humilde opinión, ser vocacional no garantiza que uno desarrolle mejor la actividad que haga. Y, en cualquier caso, querer evaluar, juzgar, repudiar al docente no vocacional, condicionar el acierto o desacierto de sus planteamiento a su ausencia de vocación, es realmente osado. Pero estamos en la sociedad gaseosa, la de la educación como espectáculo, la de las frases bonitas, los profes que se suben a las mesas, la del oh capitán, mi capitán, los premios a la innovación, los maestros del corazón. Y, claro, si uno dice que es "de vocación sobrevenida" inmediatamente es señalado como un ateo, un traidor a la causa, un agorero. Como creo que ya es hora de que nos dejemos de complejos, insisto en que no soy un profesor vocacional. Sin embargo, estoy más que comprometido con la enseñanza pública, con mis alumnos y con mi labor. Amo la música y, por consiguiente, amo enseñarla. Así que, con permiso, que nadie me retire el carnet de buen profesor por mi sinceridad.
Yo creo que por una especie de magia de los términos (para que digan que la metafísica no sirve) la vocación traerá la motivación, y está la felicidad (entendida como aquel logro de competencias que conduce a la realización emocional). Aquí en la tierra. Por lo menos hasta los dieciocho años. Cuando el principio de realidad te suelta una bofetada.
ResponderEliminarAleluya.
EliminarLo de las vocaciones es un mito.
ResponderEliminarY parece que empieza a convertirse en una tomadura de pelo.
Gracias.
PD - En mi librería (todavía) no ha llegado tu libro, que espero con ansia.
Yo diría que ya se ha convertido. Gracias y espero que esté pronto (el libro, digo).
EliminarTengo un buen número de anécdotas con eso de lo profesores vocacionales. A más de una persona le he tenido que decir que las vocaciones, para los curas o para los apóstoles; en los profesores, puesto que la educación es un oficio, la mejor virtud es una muy brillante: la profesionalidad, o sea, el volcarte en merecerte el sueldo que te pagan y la confianza que deposita en ti la sociedad y en cumplir el trato para el que se te contrató, ahí es nada. Redondeo esto diciendo una gran verdad: he visto a lo largo de mi carrera profesional a muchos vocacionales hacer disparates guiados por su vocación, gaseoso (mira por dónde) concepto que tiene la pega de no estar sujeto a ninguna deontología.
ResponderEliminarTal cual. Un abrazo.
EliminarAlberto, ¿puedes "colgar" la hoja del diario de Navarra con más resolución, por favor?
ResponderEliminarGracias.
José
No, lo siento, pero te la transcribo a continuación:
Eliminar“Los concursos del 'mejor profesor' me parecen algo frívolo”
La educación emocional, la empatía y las inteligencias múltiples no suponen para Alberto Royo la esencia de la educación. Profesor de música en Secundaria, defiende el conocimiento y el esfuerzo en su segundo libro, que reflexiona sobre la volatilidad de la ‘sociedad gaseosa’
Ni profesores que graban vídeos y dan clases en Youtube, ni docentes que se apuntan a la moda de la educación emocional, las inteligencias múltiples, la ense- ñanza por proyectos. O, incluso, las clases sin pizarra, tarima ni pupitres. “Y casi sin profesor”. Alberto Royo Abenia bromea sobre la llamada ‘nueva educación’ y defiende lo que, dice, “no está de moda”. El conocimiento, el esfuerzo y el “hincar codos”. Profesor de música de Secundaria, este docente de instituto acaba de publicar su segundo libro ‘La sociedad gaseosa’, sobre la volatilidad de nuestro entorno. En su último texto (Plataforma Editorial, 17 euros), abunda en las ideas del primero (’Contra la nueva educación’) pero en un contexto más amplio. Reflexiona sobre las redes sociales, los medios de comunicación, la cultura y, por supuesto, la enseñanza, en “una defensa de las convicciones, del saber y de la belleza”. Nacido en Zaragoza hace 43 años y vecino de Pamplona desde 2002, ha dado clase en institutos de Marcilla, Tudela y Estella. Está casado y es padre de dos hijos, Juan y Amaia, de 6 y 3 años, alumnos del colegio público San Juan de la Cadena.
¿Qué es la ‘sociedad gaseosa’?
La sociedad en la que vivimos, en la que predomina lo superficial, lo efímero, lo gaseoso... No hay espacio para lo sólido. Este libro guarda relación con el anterior. En ‘Contra la nueva educación’ me centraba únicamente en la enseñanza. Pero el vínculo entre sociedad y escuela es muy estrecho. Y en este tipo de sociedad en la que vivimos encajan perfectamente las propuestas metodológicas que se dan ahora y que yo he criticado.
¿Como las clases sin pupitres, sin exámenes ni asignaturas?
Todas estas ideas que parecen tan modernas, en realidad, son antiguas. El principal problema que encuentro en la nueva educación es que no es nueva y lo que dice no está demostrado. Eliminar los pupitres no tiene ningún sentido. Es verdad que antes se utilizaban y ahora también. Pero también nos sentamos para comer como hace años.
En esta línea de la innovación, se han puesto ahora de moda concursos y programas de televisión para elegir a los mejores profesores. ¿Qué le parece?
Algo muy frívolo. La educación debe ser más seria. Hay que valorar la capacidad de enseñar y no que un profesor se grabe vídeos y los cuelgue en Internet. ¿Qué tiene eso de innovador? Además, así ningún alumno le interrumpe, por lo que es mucho más cómodo. ¿Dónde está ahí la interacción entre profesor y alumno?
Precisamente, en su libro habla de la “tabarra” que les dan a los docentes sobre la empatía y la educación emocional.
EliminarEs que objetivo de la educación debe ser que el alumno aprenda y no solo su bienestar. Lógicamente, el aprendizaje tiene que darse en las mejores condiciones. Incluso en los preámbulos de las leyes educativas se dice que el objeto de la educación debe ser el alumno. Para mí es un error. El objetivo es el conocimiento. Y la emoción se produce a través de ese conocimiento. No tiene sentido que yo enseñe emociones porque, a través de la música, ya estoy impartiendo algo emocionante. Y la emoción lleva a la belleza.
Pero compartirá conmigo en que la educación emocional está ‘de moda’ y hay cursos de formación para familias, profesores... Pero no hay ninguna base científica y no podemos estar a expensas de lo que sea más ‘cool’.
Entonces tampoco aplaude las inteligencias múltiples.
Yo las llamo ‘el monstruo de las siete cabezas’. Incluso su creador, el psicólogo estadounidense Howard Gardner, reconoce que no debió llamarlas inteligencias (lingüística, matemática, musical, artística...) sino habilidades. Inteligencia solo hay una, igual que solo tenemos un cerebro.
Va contra corriente del discurso mayoritario.
Sí y cuando uno habla del esfuerzo y del conocimiento se le tacha de reaccionario y conservador. Pero el esfuerzo también puede llegar a ser apasionante. ¡No queremos martirizar a nadie!
Adivino entonces que está a favor de los deberes en esa guerra que declararon los padres de CEAPA.
Aquí hay un problema clarísimo y es la conciliación de vida familiar y laboral que nos salpica a los profesores. Hay padres que ven poco a sus hijos pero los deberes no son los culpables. Los informes han demostrado que los deberes mejoran el rendimiento académico. Mandar una tarea que tenga sentido con la materia, la edad, la etapa... sirve para repasar, tener dudas, adquirir un hábito. Muchos padres se quejan de que tienen que estudiar con sus hijos. ¿Pero quién ha dicho que tengan que hacerlo? ¡Los deberes los ponemos para los hijos!
Un guitarrista sin vocación docente Alberto Royo Abenia soñó con ser músico desde que tenía 10 años. Y lo logró. Titulado superior en Guitarra Clásica por el Conservatorio de Música de Zaragoza, su ciudad natal, continuó sus estudios en Barcelona y se licenció en Historia y Ciencias de la Música. Hace más de una década las oposiciones de profesor de música de instituto se cruzaron en su camino, en busca de “una mayor estabilidad laboral y económica” y porque le “atraía” el temario que había que estudiar. “Nunca he tenido vocación de profesor pero he encontrado una profesión que me gusta”. Y opina que la vocación puede ser “peligrosa” porque se puede ejercer “una especie de sacerdocio pedagógico”. “Un exceso de vocación hace que se diluya la distancia entre alumno y profesor”. En su opinión, no es necesario que un docente sea vocacional para ser mejor profesor. “En cualquier caso, la vocación es buena para él, porque disfruta enseñando. Pero no necesariamente para los alumnos”. Cada profesor, añade, debe dedicarse a “su saber”. “Es difícil enseñar si no se sabe”.
La ‘dictadura’ del optimismo La ‘sociedad gaseosa’ en la que vivimos, apunta Alberto Royo, en la que todo es ‘volátil’ y efímero nos conduce a lo que él llama “la auténtica dictadura de la actitud positiva”. “Parece que todos tenemos que ser felices y esta realidad traslada a la escuela se traduce en que el alumno tiene que estar contento y motivado sin importar el rendimiento académico”, reconoce este profesor de música de Secundaria. En uno de los capítulos del libro, titulado ‘El llanto de la guitarra’ insiste en que no se puede conocer el placer sin dolor. “La vida no es toda de color de rosa ni negra. Pero entre los dos colores hay una gama. Lo importante es que nuestros alumnos reciban en la escuela unas herramientas para poder desenvolverse en la vida”.